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jueves, 25 de enero de 2018

Erase una vez, durante El Siglo del Acero, a lo largo del cual «Peones&Damas» vivieron apasionantes aventuras, "Hasta que llego su hora" de constatar que "La Muerte tenia un precio"


Para quien - "Hasta que llego su hora" de abandonar esos Paraísos Perdidos que, según el poeta Rainer Maria Rilke, son la verdadera patria del hombre, y que, a veces, tal como, con muy buen criterio afirmo Mario Benedetti, son un infierno de mierda - tantas horas de su infancia paso ante la pantalla de televisión, a través de la cual vio aquellas películas del oeste en la que se daban cita rostros pálidos que eran muy muy buenos, pieles rojas que eran muy crueles y despiadados, y alegres chicas de saloon que estaban encantadas de ser objetos sexuales para uso y disfrute de duros cowboys que, más pronto que tarde, se acabarían casando con una decente y abnegada mujer cristiana que consciente sería de que su destino en La Vida sería atender bien a su maridito y criar a unos cuantos hijos; sin lugar a dudas uno de los mayores impactos cinematográficos que recibió fue el causado por aquellos spaghetti western en los que, con unos medios técnicos muy inferiores a los que – llegado el momento de mostrar como un par de “Centauros del desierto”, mientras el silencio quebrado era por el sonido de “Una trompeta lejana”, cabalgaban hacía “El Dorado” - John Ford, Raoul Walsh o Howard Hawks tuvieron a su disposición, se daba una visión nada romántica de lo acontecido en aquellos lugares de EEUU que fueron el habitat natural de tipos que – mientras daban Fe de que “Los valientes andan solos”, y de que, tanto antes, como durante y después de “El día de los tramposos”, eran ellos tan duros como las piedras de pedernal con las que D'Artagnan y «Los tres mosqueteros» que tan buenos amigos eran del citado gascón, encendían la pólvora con la que se cargaba el arma de fuego que le dio nombre a la unidad militar que, desde el siglo XVI y hasta que en el siglo XVIII sustituida fue por la formada por soldados armados con fusiles de Avancarga, combatió en los ejércitos europeos - "Por un puñado de dolares", eran capaces de jugarse la vida, manteniendo un "Duelo al sol", equiparable a aquel que, quedando patente durante él que "La Muerte tenia un precio", ante los ojos del cazador de recompensas que acabo convirtiéndose en "El Jinete Pálido" al que un "Infierno de cobardes" le perseguía, tuvo lugar, mientras el silencio era quebrado por la preciosa e inolvidable melodía que, en 1965, con la precisión de un reloj suizo compuso Ennio Morricone, y que, en el preciso instante en el que - tras escucharla yo por primera vez, y emulando ella a "Chuka" y a aquel grupo de oficiales soldados estadounidenses que se parapetaron tras las empalizadas de un fuerte asediado por indios arapahoes - se atrinchero en mi memoria consiguió que para mi siempre vaya a estar aparejada a una de las mejores escenas que nos ha dado esa Bella Arte que hecha esta con la metería de la que están hechos los sueños.

 
 



Y es que, por mucho tiempo que pase, jamás olvidaré el preciso instante en el que la cámara cinematográfica tras la cual estaba Sergio Leone capto el momento en el que frente a frente acabaron estando del forajido encarnado por Gian Maria Volonté, y 'El Coronel' al que le dio vida el actor de ascendencia holandesa, al que los creadores del videojuego Metal Gear un cariñoso homenaje le rindieron a través del personaje cuyo apodo es Revolver Ocelot, y que, tal como indica otro de los nombres por los que es conocido - Shalashaska (‘prisión’ en ruso) - durante un tiempo de su vida encerrado estuvo en un centro penitenciario, el cual, muy probablemente era semejante  a aquel del que fue el alcaide el hombre que - llegado el día de 1997, en el que se tuvo que decidir como poner fin a la crisis desencadenada por los terroristas que, bajo el cielo sobre Nueva York, secuestraron al Presidente de los Estados Unidos de América - propuso que El Hombre más poderoso del mundo fuera rescatado por el soldado de élite cuyo nombre de guerra era "Snake" Plissken, y que, siendo teniente de la unidad de fuerzas especiales denominada Luz Negra, a lo largo de la III Guerra Mundial, tanto en Leningrado como en Siberia, demostró ser tan duro como aquel policía que Cashtigado fue a bailar un Tango con aquel miembro del Departamento de Policía de Los Ángeles, que, en un alarde de osadía por su parte, puso en duda la hombría del cinematográfico Boina Verde, que, tal como bien afirmo el coronel Samuel Trautman, a diferencia de Dios, no tenia piedad, y llamaba El Hogar a El Infierno provocado por conflictos bélicos tan cruentos como aquellos en los que se curtieron "Los Mercenarios", que surcaron los cielos a bordo de una avioneta pilotada por quién, en su etapa como analista de la CIA, participo en un "Juego de Patriotas", cuyas reglas dictadas fueron por un terrorista irlandés, que, poseído por El Odio que tenía a los ingleses, a los hijos de La Pérfida Albión convirtió en la diana contra la que las balas de su fusil de asalto descargo con La IRA y La Furia con la que un Orco de La Mano Blanca, con las flechas disparadas con el arco de él, atravesó el cuerpo del valiente guerrero que el undécimo Senescal Regente del reino de Gondor demostró ser durante todos y cada uno de los combates que - antes de morir ante la atenta mirada de Aragorn - el susodicho libro siendo miembro de ese heterogéneo grupo llamado La Comunidad del Anillo, y del cual también formaba parte el hombre que en Rohan y en la patria de Boromir era conocido como Thorongil (Águila de la estrella), y que, por albergar dentro de su pecho un corazón lleno de sentimientos puros, poco o nada tenia en común con aquel Capitán de Los Tercios de Flandes que combatió al servicio de España en los días de aquel tiempo infame que - gracias a los cuadros pintados por Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, los sonetos escritos por Don Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos o los versos recitados por Félix Lope de Vega y Carpio - llamado fue Siglo de Oro, y a lo largo del cual quienes lo vivieron, en lugar de llenar sus morrales con oro y plata, se hartaron de sacrificios estériles, gloriosas derrotas, corrupción, picaresca, miseria y poca vergüenza...


Llegados a este punto de la narración, en el que Diego Alatriste y Tenorio y uno de los protagonistas de una de las películas dirigidas por un pariente lejano de Lorenzo Leone, han acabado estando cara a cara, tal como - a tenor lo narrado por Józef Teodor Konrad Korzeniowski - en su día lo estuvieron "Los duelistas" gracias a los cuales Ridley Scott, en 1977, galardonado fue con el premio con el que el jurado del 30ª Edición del Festival de Cannes quiso alabar las virtudes del film que fue la Opera Prima del citado director de cine, y al cual bien podría haber puesto la banda sonora la banda heavy - metalera que es tan maravillosa como las pirámides construidas gracias al 'El Poder de los esclavos', y cuyo frontman por ser el un reputado esgrimista podría batirse en duelo que ese par de malavenidos tenientes de los Húsares franceses que eran Gabriel Feraud y Armand d'Hubert, dado que en la trama de «Peones&Damas» - novela que a continuación será analizada - tienen un importe papel dos hermanos de armas del capitán español citado anteriormente, buen momento es para dar comienzo a mi sui generis reseña de la que es la primera entrega de la trilogía de la que es autor Hector J. Castro, y que espero y deseo que - por su calidad literaria, y por las gozosas horas de lectura que proporciono a El Juntaletras que esto escribe, y al cual, a lo largo de El Siglo del Acero le habría encantado compartir una jarra de vino con Martín de La Vega - acabe provocando que el citado escritor ferrolano se convierta en uno de esos millonarios tatuados a los que tanto detesta Bruce Dickinson.se




Nada más abrir la novela aquí reseñada - de cuya preciosa portada e ilustraciones interiores han sido autores ese par de artistas que son Nacho Tenorio y Sergio Mora, y de los que son obra los fascinantes trabajos pictóricos que pueden verse en la web de Third Guy Studio - todos aquellos que se monten en ese artefacto que es la obra literaria hoy blogueada, y gracias al cual tendrán "El tiempo en sus manos", se verán surcando los mares a bordo de una de aquellas naves españolas que - en los días en los que la media Europa que no estaba bajo las botas de Los Tercios españoles contenía el aliento ante la furia de quienes al servicio estaban de 'el país al que Francisco I de Francia envidiaba por parir y criar a hombres armados' - eran atacadas sin piedad por corsarios tan despiadados como Turgut Reis, y que, al igual que el citado almirante otomano al que los cristianos llamaban Dragut, estaban al servicio de La Sublime Puerta tras la cual estaba el imperio que, en aquella época, era el único que tenia capacidad para tutear a España, y que, el 7 de octubre de 1571, es decir, un lustro después de tener lugar los hechos narrados en el que ha sido el bautismo de fuego literario de Hector J. Castro, cerca de la ciudad griega de Náfpaktos, vio como su deseo de convertirse en dueño y señor del Mediterráneo oriental era desbaratado estrepitosamente en la batalla que el genial escritor alcalaino que en ella perdió la movilidad de su mano izquierda califico como «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros».


A raíz de un hecho del que no creo que sea pertinente dar excesivos detalles, en el tablero en el que «Peones&Damas» se mueven siguiendo las indicaciones literarias dadas por Hector J. Castro entrarán en escena Martín de la Vega y Afonso Duarte 'el portugues', dos soldados de Los Tercios españoles que, sin lugar a dudas, son dos fieles representantes de aquella época en la que los reyes y cardenales - como si los hombres a su servicio fueran piezas de ajedrez sin valor alguno - a sus ejércitos mandaban a los mataderos que fueron aquellos campos de batalla en los que La Vieja Europa - ya fuera por honor, religión o simplemente hambre de fortuna - fue desangrada sin ningún tipo de contemplaciones.

Tratándose de una novela en la que queda patente que entre aquellos hombres que formaron parte de La Infantería Legendaria - tras días aguantando firmes, en filas cerradas, las cargas de la gendarmería francesa o una lluvia de flechas turcas durante un abordaje, mientras con su sangre abonaban el suelo sobre el que caían los cuerpos inertes de sus compañeros de armas - se llegaron a crear fuertes vínculos de amistad, que les permitieron aplacar el desasosiego que para ellos implicaba estar solos en una tierra extraña y hostil, y que son equiparables a los que, el 9 de noviembre de 2004, durante el desarrollo de la Operación militar denominada "Al Fajr", y que tuvo lugar en la segunda batalla de Fallujah (Irak), al Sargento Ryan P. Shane y al paramédico Joel Lambott les llevo a - cumpliendo la máxima según la cual Semper Fi (Siempre Fieles) deben ser entre ellos quienes visten el uniforme de combate de la unidad de élite estadounidense de la que formaron parte quienes, entre el 1 y el 26 de junio de 1918, bajo el cielo sobre el bosque Belleau (Francia), y tras el Sargento Dan Daly haber quebrado el silencio gritándoles a los subordinados de él '¡Vamos hijos de puta! ¿Queréis vivir para siempre?', a los alemanes les demostraron que eran tan fieros como los „Teufelshunde“ (Perros del Diablo) - atravesar la tormenta de fuego desencadenada por insurgentes iraquíes, para rescatar al sargento Lonny Wells, el cual, al igual que los dos militares yankees citados anteriormente, formaba parte de la Compañía Bravo del 1er Batallón 8º Regimiento de Marines, y que al fin y a la postre, murió a consecuencia de las heridas provocadas por balas protegidas por una "Chaqueta metálica" similar a la que cubría a las que, respectivamente, atravesaron la espalda y el talón de quienes, dando fe de un desprecio total por su integridad física, intentaron salvarle la vida, especial mención merecen los párrafos en los que se explica la razón por la cual Martín cruzaría las mismísimas puertas del Infierno si ello fuera considerado menester por ese hermano de armas suyo al que llamaban 'el portugues' quienes, al igual que los dos citados soldados de Los Tercios, para mayor gloria de España, cortejaron a La Muerte con la perseverancia con la que en nuestros días lo hacen aquellos en el campo de batalla ondean al viento la bandera de la Unidad de Operaciones Especiales de La Legión española.


Y es que especialmente gozoso fue para mi saborear todas y cada una de las palabras con las es relatado como Afonso - estando gravemente herido en una mano - cargo sobre sus hombros el cuerpo de Martín, y, recorriendo los metros que a ambos les separaban de uno de los barcos de la liga cristiana que trato de conquistar Trípoli, evito que quien ese día se convirtió en su mejor amigo acabara siendo uno de los casi nueve mil soldados que murieron en la batalla que en Los Gelves se libro, en aquellos días de Mayo de 1560 en los que - a pesar de haber luchado como leones, sobre las blancas arenas de la ciudad libia citada anteriormente - los soldados españoles comandados por Juan de la Cerda y Silva, IV Duque de Medinaceli, no pudieron evitar que para Felipe II - tal como, en 1541, para su padre, Carlos I de España, lo fue la campaña militar con la que El V Emperador de Alemania pretendía evitar que Argel siguiera estando entre las garras del almirante otomano llamado Hızır bin Yakup, y apodado Barbaros (Barbarroja, en español) - fuera un desastre el asalto con el cual el citado monarca hispano, al igual que los gobernantes de Génova y de Florencia, intento de conseguir que de los territorios arrebatados a Los Caballeros Hospitalarios de la Orden de San Juan dejara de ser dueño el imperio al servicio del cual Pialí Bajá estuvo en las jornadas de las que quedo como recuerdo la torre llamada en algarabía Burj al-Rus, y cuyo nombre cristiano (Torre de Calaveras), es una precisa y terrorífica descripción de lo que era aquel dantesco monumento que los vencedores construyeron con con los huesos y calaveras de 5.000 cadáveres de los soldados del ejercito vencido, y  cuyos once metros de altura se alzaron orgullosos al cielo hasta el día de 1848 en el que Ahmad I ibn Mustafa - bey de Túnez - ordeno que los restos humanos con los que inmortalizado fue el triunfo otomano fueran trasladados a un cementerio católico.


Siendo interesantes las respectivas trayectorias vitales de Afonso Duarte y el hombre que - quizás por haber sido un niño que creció leyendo las andanzas de Amadis de Gaula - consciente era de que 'eso' llamado Honor y por lo cual solo tienes que dar cuentas a ti mismo y a Dios, es el único patrimonio que nadie puede arrebatarte, en un personaje fascinante llega a convertirse ‘El Malo de La Novela’, el cual, por su comportamiento, y sobre todo por su apellido – Leone – consigue que sea inevitable acordarse de aquel pistolero sin nombre al que Clint Eastwood encarno magistralmente, y que, dada la ralea de tipos como ‘Tuco’ o ‘Sentencia’, acabo erigiéndose en ‘El Bueno’ del particular trío que, en 1966, se formo ante la cámara cinematográfica tras la cual estaba el director de cine italiano que demostró gran bravura el día que, gritando “¡Agáchate, maldito!”, le llamo la atención a quién, estando bajo las faldas de La Madre Rusia, a un oficial prusiano le llevo hasta uno de los campos de batalla donde, desde el 22 de Junio hasta el 5 de Diciembre de 1941, a lo largo de la campaña militar cuyo nombre en clave fue „Unternehmen Barbarossa“ (Operación Barbarroja), durante la cual se libro una de las batallas más sangrientas de La Historia, germinaron decenas de miles de Cruces de Hierro.




Sin lugar a dudas, del personaje llamado Lorenzo Leone cabe reseñar en primer lugar que - a tenor de lo hecho por él a lo largo de seis de sus cuarenta y cuatro años de vida, como capitán de la guardia encargada de imponer La Ley y El Orden en la Ciudad Estado transalpina llamada Corona, y que gobernada es por el duque Luguerio Riolffinies la versión literaria de todos aquellos hombres que, tal como bien afirmaría George Orwell, en El Mundo Salvaje en el que nos ha tocado vivir, en esta época de engaño universal, durante la cual decir la verdad es un acto revolucionario, ejerciendo la violencia en nuestro nombre, consiguen que, al caer la noche, durmamos plácidamente en nuestras camas.
  

Si bien, llegada la hora de describir a ‘El Malo de La Película’ o, mejor dicho, a ‘El Menos bueno de la Obra Literaria hoy reseñada’, para Hector J. Castro debió ser sumamente tentadora la idea de, recorriendo el camino fácil en el que tantas veces sus huellas dejaron buena parte de los guionistas de films de acción ochenteros, crear a un villano de una pieza, y en cuyo interior no tuviera cabida esa zona gris que todos llevamos dentro, y en la cual, más mal que bien, conviven El Bien y El Mal; al escritor ferrolano citado anteriormente, y al que conocí al alistarme en ese grupo Facebookero denominado Tercios Españoles: La Infantería Legendaria, hay que reconocerle el merito que supone que al darle vida a 'El pariente lejano de Sergio Leone' tratará de que un atisbo de conciencia tuviera quién – siendo él un mercenario, y años antes de que, como torturador, a quienes caían en sus manos les diera “Libertad para morir” atormentados de una u otra manera – gracias a un veterano Condottiero, que tan valiente era como Erasmo de Narni, aprendió que para ser un “Soldado de fortuna” tan bueno como aquellos de los que una versión moderna fueron aquellos tres hermanos que, formando parte de la Legión Extranjera, y tras haber elegido entre "Marchar o Morir", protagonizarón una «Bella Gesta», hay que hacer fortuna siendo un soldado que desprecia todos los principios morales habidos y por haber.


Fruto de tal planteamiento es el hecho de que Lorenzo Leone sea consciente de lo despreciable que son todos aquellos seres humanos que, al igual que él, se prestan a ser atraídos por El Abuso y La Crueldad, sobre todo cuando dicho par de ‘factores’ están aparejados a La Impunidad.

Movido por la poca humanidad que aún conserva, Lorenzo Leone – teniendo a Martín de La Vega y Afonso ‘el portugues’ como poco deseables compañeros de armas – tomara parte de la misión, un tanto suicida, en la que se centra gran parte de la trama de «Peones&Damas», y cuyo éxito implicaría que él lograra exorcizar a a Los Demonios y Los Fantasmas que le carcomen, y que, llegada la noche, convierten en protagonistas principales de las pesadillas de él a todos aquellos a los que les arrebato La Vida, y entre los cuales estaban muchos de esos hombres a los que San Pedro les prohibió entrar en El Celestial Reino en el que mora él Dios al que quién vela por los intereses del duque Luguerio Riolffini, teniendo entre sus manos la cruz dorada que engarzada esta en la cadena que del cuello de él pende desde que era pequeño, le confiesa todos los crímenes que jamás revelaría a nadie, por muy cura que fuese su confesor, y que muy probablemente, dada la época en la que esta ambientada la obra literaria aquí reseñada, no eran mucho menos graves que los perpetrados por aquellos católicos de misa diaria que, mientras soltando latinajos delante de todo el mundo, buscaban ser perdonados por los asesinatos que habían cometido valiéndose de armas empuñadas con la mano con la que, embargados de hipócrita fervor cristiano, se santiguaban.

A parte de la vibrante trama y de lo atractivos que son todos y cada uno de los personajes que se dan cita entre las páginas de la que es la primera entrega de la trilogía ‘El Siglo del Acero’, otro de los aspectos a destacar del bautismo de fuego literario de Héctor J. Castro es el hecho de que - en estos tiempos en los que llamamos Foodies a los Tragones, y, mientras sin ningún recato importamos anglicismo, viniéndonos arriba creamos expresiones capaces de dejar el culo torcido y que son tan aberrantes como las dos anteriormente subrayadas - el citado escritor ferrolano haya incluido en la novela aquí reseñada una serie de palabras que dan Fe de la riqueza de La Lengua de Cervantes, y que son buena prueba del esmero con el autor de la misma ha tratado de que lo relatado en su Opera Prima sea lo más fiel posible a la época en la cual se desarrolla.

Quién al leer la palabra 'Urca' (embarcación con una parte central de gran anchura) inevitablemente deseo volver a enrolarse televisivamente en el galeón pirata capitaneado por el capitán Flint, y a bordo del cual, al ser infladas por el viento las “Velas negras” del susodicho, hasta «La isla del tesoro» llego el niño que un día fue quien esto escribe, gracias a lo expuesto en el párrafo anterior aumento su vocabulario con palabras propias de aquellos días en los que en los puertos la gente iba de putas con la misma frecuencia que a comulgar a la iglesia, y 'Acechonas' eran llamadas aquellas mujeres que – tal como hoy lo hacen Las Valquirias surgidas del frío de Europa del Este que, al igual que ‘Marilu’, 'Con nombre de guerra', combaten cuerpo a cuerpo tras los muros de los lupanares en los que traficantes de mujeres las encerraron – por unas monedas accedían a que – tras ellos quitarse sus 'Gregüescos' (calzones muy anchos)yacieran con ellas una gran variedad de hombres, los cuales podían caracterizarse por una fanfarronería propia de un 'Matasiete', o por, al igual que los soldados que son conscientes eran de que La Muerte les acecha, a ese cartucho que es La Vida ponerle una mecha en cada extremo, y acto seguido a las dos cuerdas combustibles insertadas en tal peligrosa carga explosiva prenderle fuego, acostándose con meretrices o enfrentándose a tipos que le podrían romper la cara dándole un fuerte 'Antuvion' (golpe repentino), o incluso, con una afilada navaja o cuchillo, cortarles de lado a lado la 'Gorja' (garganta) que, segundos antes, habían remojado con un vino capaz de ahogar a esas penas suyas que, más pronto que tarde, habrían acabado aprendiendo a nadar en los mares de alcohol con los que su cuerpo llenaba aquel al que ellas atormentaban.


Por último, y por ello no menos importante, de la que es la primera entrega de la trilogía ‘El Siglo del Acero’ cabe destacar el marcado tono didáctico con el autor de la misma hace referencia a alguno de los hechos de armas y personajes históricos gracias a los cuales es tan interesante esa época en la que los campos de batalla europeos eran dominados por aquellos duros soldados que Doce Apóstoles llamaban a los doce tubos que colgaban en banderola sobre sus pechos, y en cuyo interior se guardaba la cantidad de pólvora necesaria para cargar el arcabuz del cual se sirvieron para - con disparos tan certeros como los que culpables fueron de que, entre el 5 y el 6 de septiembre (del calendario gregoriano) de 1634, bajo el cielo sobre Nördlingen (Alemania), los soldados protestantes, comandados por Gustaf Horn y Bernardo de Sajonia-Weimar, cuenta de los pecados de ellos le rindieran a ese Dios suyo que no era El Dios Verdadero – conseguir que Los Jenizaros acabaran yaciendo con las decenas de huries que, sumergiendo sus espectaculares cuerpos en ríos de leche y miel, hacían más llevaderas las horas que faltaba hasta que al encuentro de ellas fueran los miembros de esa unidad de infanteria que – desde que el bey Orhan I la creo, alrededor del año 1330, hasta que, en 1826, por decreto, la abolio el sultán Mahmud II – muy temida fue, por la extraordinaria preparación militar de quienes cruzaban la Sublime Puerta con la firme intención de que gracias al ardor guerrero de ellos aumentara la extensión territorial del Imperio Otomano.



Sin lugar a dudas, de entre todas las hazañas bélicas a las que Hector J. Castro hace referencia - por durante ellas haber quedado patente la bravura de los «Tercios» - cabe destacar la que, tal como ha demostrado recientemente Pablo Carnicero, merecía por si sola protagonizar una novela que mostrara que los hombres que involucrados estuvieron en ella eran tan magníficos soldados como los que hicieron posible que, entre 1634 y 1635, a la sombra de «Las lanzas» empuñadas por ellos, "La rendición de Breda" fuera inmortalizada por el pintor sevillano que es considerado uno de los máximos exponentes de la pintura española y maestro de la pintura universal.

 
 

Y es que, equiparable a la gesta de los “300” fuertes y recios hombres que, según la leyenda, dando fe de lo impresionante que era «El Espartano» coraje suyo, y manteniéndose firmes ante Las Puertas Calientes, o, mejor dicho, situándose estratégicamente en la parte más angosta del Paso de las Termópilas, retrasaron durante días el avance de los miles de soldados persas que a lo que más temían no era al látigo con el que Jerjes I les azotaría, si fracasaban, es la que – bajo el cielo sobre Castelnuovo, y días después de la derrota naval que, en Preveza (Grecia), estando Jeireddín Barbarroja al servicio del Sultán al que los turcos llamaban Süleyman, y que por los españoles era conocido como Solimán ‘el Magnífico’, La Santa Liga formada por España, Venecia y Los Estados Pontificios sufrió ante la armada capitaneada por el corsario turco cuyo nombre arabe era Jidr ʾibn Yaʿqub - protagonizaron los tres mil soldados del Tercio Nuevo de Castilnuovo, que - instantes después de que el Maestre Don Francisco de Sarmiento y Mendoza, pese a ver que el ejército otomano era doce veces superior a las fuerzas comandadas por él, en lugar de arredrarse, y ondear al viento una bandera blanca para certificar con ella la rendición de sus subordinados y de él, exclamara «¡Que vengan cuando quieran!» - al provocar que el ejército del Sultān Suleimān-i evvel sufriera un elevado número de bajas escribieron una brillante pagina de La Historia Militar, y merecedores fueron de que a los huesos de ellos el precioso soneto al que este párrafo precede les fuera dedicado por ese poeta sevillano llamado Gutierre de Cetina, y que vivió durante El Renacimiento y el mal llamado Siglo de Oro español.

A los huesos de los españoles muertos en Castinovo

Héroes gloriosos, pues el cielo
os dio más parte que os negó la tierra,
bien es que por trofeos de tanta guerra
se muestren vuestros huesos por el suelo.

Si justo desear, si honesto celo
en valeroso corazón se encierra,
ya me paresce ver, o que se atierra
por vos la Hesperia vuestra, o se alza a vuelo:

no por vengaros, no, que no dejaste
a los vivos gozar de tanta gloria,
que envuelta en vuestra sangre la llevaste,

sino para probar que la memoria
de la dichosa muerte que alcanzaste
se debe envidiar más que la victoria.


Si bien no alcanza la épica del que, entre el 18 de julio y el 7 de agosto de 1539, tuvo lugar en la citada antigua plaza veneciana situada en la costa de Dalmacia, y que, hoy por hoy, tras ser rebautizada por el Herceg (Duque), Stjepan Vukčić Kosača, con el nombre Herceg Novi es llamada por los montenegrinos que viven en ella o en otras urbes de Crna Gora, ese país del sureste de Europa, bañado por las aguas del del mar Adriático, y que limita con Bosnia y Herzegovina, Serbia, Albania, Croacia y Serbia; por razones bien distintas merece ser citado también el asedio que en Cefalonia (Grecia) tuvo lugar sesenta y seis años después de que, un día de Septiembre de 1566, a Süleyman I La Muerte le impidiera ver como la pica clavada dentro del campamento de él y en la cual colocada había sido la cabeza del Conde Nicolás Zrínyi certificaba que la fortaleza sita en Szigetvár (Hungría) había sido conquistada por las tropas comandadas por el Gran Visir Sokollu Mehmet Bajá.


Y es que, tal como demuestra Héctor J. Castro, el enfrentamiento bélico que, entre el 8 de noviembre al 24 de diciembre de 1500, hubo entre tropas otomanas y una coalición de venecianas, españolas y francesas merece ser recordado por el hecho de que, durante el fragor del mismo, Diego García de Paredes comenzó a forjar su leyenda, y es que fue a lo largo de dicho choque militar cuando, como miembro de la tropa a las ordenes de ‘El Gran Capitán’ que fue Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar, dando muestras de su fuerza descomunal, y blandiendo un gigantesco montante, a lo largo de tres días, sembró el pánico entre los soldados turcos que trataban de impedir que fuera conquistada la fortaleza que ellos le habían arrebatado a la República de Venecia.


Diego García de Paredes fue un valentísimo soldado y de tantas fuerzas naturales (…) que puesto con un montante en la entrada de un puente detuvo a todo un innumerable ejercito que no pasase por ella”, aprovechando que - en honor al soldado extremeño al que sus enemigos se referían con el apodo El Hércules y Sansón de España, y que consiguió que el mismísimo Miguel de Cervantes Saavedra – a través fragmento de «El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha» con el que he comenzado este párrafo, hiciera mención a sus hazañas - García de Paredes fue el nombre dado a la espada que Afonso Duarte esgrime en uno de los pasajes de la novela aquí reseñada, y que dadas las dimensiones de la misma – tal como, durante el «Viaje del Parnaso», comprobó quien empondero «Los trabajos de Persiles y Sigismunda» - debía ser empuñada con ambas manos, inevitable es no hacer referencia al Mandoble o ,,Zweihänder Schlachtschwerter´´, arma esta utilizada principalmente en la época renacentista, y que – al igual que el Claymore utilizado por Brian Boru y otros miembros de los diversos clanes escoceses, y tal como indica el nombre que se le da en la lengua con la que Carlos I de España y V de Alemania le daba ordenes a sus soldados – por ser una 'Espada de batalla de dos manos' requería que una gran envergadura tuviera quien la manejara, cosa esta última que no era muy difícil teniendo en cuenta que quienes las empleaban en los combates cuerpo a cuerpo librados por ellos eran tipos tan fornidos como el guerrero frisón llamado Pier Gerlofs Donia, y cuyo apodo en latín, Pierius Magnus, hacia referencia a su legendario tamaño y fuerza, o como los ,,Doppelsöldner´´, soldados estos últimos que pertenecían a la que podría denominarse como unidad de choque de los Landsknecht, y que eran llamados así por con ‘Doble paga’ ser gratificados por ser los encargados de romper las formaciones de piqueros que en el campo de batalla osaban enfrentarse a los grupos de mercenarios alemanes citados anteriormente, y a los cuales Hector J. Castro menciona por el hecho de que, durante el reinado de Los Austrias, combatieron al lado de Los Tercios españoles, y, al igual que estos últimos, un importante papel tuvieron en hechos dignos de recordar, y en acontecimientos que de vergüenza cubrieron al país al servicio del cual combatían.


Y es que los ‘Servidores del país’, que, fuera donde fuese donde combatían, destacaban por su valor, y sobre todo por sus coloridos ropajes, El Manto Purpura de La Gloria con el que, el 24 de Febrero de 1525, en Pavía, se cubrieron, tras, estando liderados por Georg von Frundsberg, y formando parte de las tropas españolas, destrozar al ejército al servicio de Francisco I de Francia, y que apoyado era por la Banda Negra formada por Lansquenetes que se negaron a regresar al Sacro Imperio Romano Germánico cuando Maximiliano I de Habsburgo los reclamó, con Vergüenza embadurnaron aquel día de Mayo de 1527, a lo largo del cual, entre las llamas de «El Infierno de Roma», y secundados por soldados españoles que, al igual que sus hermanos de armas germanos, exigian que les pagaran las soldadas que se les debían, saquearon La Ciudad Eterna, al tiempo que, ante los muros de las Iglesias en las que encontraron las riquezas con las que llenaron sus morrales, acabaron con la vida de más de treinta millares de personas.


“Hacen la “camareta”, esto es, se unen ocho o diez para vivir juntos dándose entre ellos fé y juramento de sustentarse en la necesidad y en la enfermedad como hermanos. Ponen en esa camareta las pagas reunidas y proveyendo primero a su vivir y después se van vistiendo con el mismo tenor, el cual da satisfacción y lustre a toda la compañía”, llegado el final de esta reseña sobre la novela protagonizada por dos miembros de la unidad militar española cuya fortaleza era debida a ‘eso’ que, a principios del Siglo XVII, un embajador veneciano definió con las palabras anteriormente entrecomilladas, obligado es para mi recomendar fervientemente esta novela, por su calidad literaria, y, sobre todo, por haber provocado que en mi ardiera con fuerza la llama de la antorcha que, siendo yo niño, tras golpear repetidas veces la superficie de una piedra con las garras con las que me dieron un zarpazo cuyo placentero dolor aún siento, encendieron «Los Tigres de Mompracem», y que me calento en los días en los que, mientras el frío de la estepa rusa nos atenazaba a «Miguel Strogoff» y a mí, yo soñaba con ser tan valiente como «El Corsario Negro»

 

Y es que - ya fuera por esgrimir una historia de capa y espada, equiparable a las protagonizadas por “El halcón del mar” que, tiempo después de navegar entre las páginas de la novela escrita por Rafael Sabatini, encarnado fue por aquel vicioso 'Diablo de Tasmania' que hermanos de armas llamo a ‘El soldado de caballería’ y aquellos que "Murieron con las botas puestas" durante “La carga de la Brigada Ligera”, o por hacer referencia al director de cine que encumbro a la fama a quién, siguiendo una “Ruta suicida”, atravesó “La jungla humana”, antes de convertirse en “El fuera de la ley” que con la fuerza con la que pisaban los Botas Rojas dejo huella en mi memoria cinematográficalos «Peones&Damas» a los que conocí gracias a Hector J. Castro consiguieron que me sintiera como el niño que un día fui, y que estoy seguro de que si alguien le hubiera preguntado, hace años, como le gustaría ser de mayor habría respondido:

 
 

Me gustaría ser como el hombre que, “Hasta que llego su hora” de bailar con «El Diablo a Las Puertas del Cielo», con el ímpetu con el que los temibles Tercios españoles llevaron a cabo «El asedio de Haarlem», y dentro de esa replica del majestuoso caballo de “Troya” que es La Literatura, se adentro en esos territorios en los que aplacar el dolor provocado por los golpes de ese “Grupo Salvaje” formado por los momentos más desagradables que nos depara El Destino, es posible conseguirlo metiéndose en el traje y la piel de hombres que eran tan valientes como Martín de la Vega, Afonso Duarte ‘el portugues’, Lorenzo Leone y todos aquellos para los cuales – a lo largo de ‘El Siglo del Acero’ - tan hermoso como las más bellas composiciones de ‘El Fantasma de la Opera’ era el sonido que quebraba silencio cada vez que chocaban entre ellas las respectivas hojas de acero de un Montante García de Paredes y un Yatagán turco como los que, en tan convulsa época histórica, empuñaron Los Jenízaros, que - al igual que los mercenarios que, durante la Guerra de los Cien Años, hasta "El último valle" llegaron siguiendo a 'El Capitán' del que bien podría ser descendiente aquel oficial del Ejército Británico, que, se enfrento, junto a sus subordinados, a un gran ejército "Zulu" - demostraron que eran tan feroces como "Los Perros de La Guerra" a los que, tras gritar '¡Devastación!, libero aquel César romano que, con muy buen criterio, afirmo que mientras que <¡El mal que hacen los hombres les sobrevive! ¡El bien queda frecuentemente enterrado con sus huesos!>...