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viernes, 10 de febrero de 2012

Que Manitu proteja a “La Hacedora de Lluvia” hasta el fin de los días


Cuando miras largo tiempo al abismo, el abismo también mira dentro de ti, esta frase acuñada por el filósofo, poeta y filólogo alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche es sin lugar a dudas una de las mayores verdades que se han dicho.

Fue a principios del 2011 cuando – harto de que el abismo me devolviese la mirada – estuve a punto de saltar dentro de él para dar esquinazo a los asuntos internos del más diverso índole que desde hacía unos meses – con el inestimable apoyo aéreo de los helicópteros artillados pilotados por Mis Demonios y Mis Fantasmas – estaban empeñados en conseguir que de mi vida se esfumara todo el color.

Aunque eran (y siguen siendo) muchos los legionarios que, a la señal “¡Manteneos firmes!, ¡No os separéis de mí!”, sin temor en la mirada y con el rostro bañado por el sol, habrían cabalgado junto a mí por los verdes prados del Eliseo, ante lo poco “viril” que me parecía reconocer que mi corazón estaba encogido por el miedo a que llegara un día en el que una horda de lobos y escudos rotos rubricaran la consumación de la Edad de los Hombres, tuve la brillante idea de seguir la táctica Juan Palomo “Yo me lo guiso, yo me lo como”, táctica esta que, al fin y a la postre, dio lugar a que mis amaneces rojos sucumbieran ante la noche más oscura.

Llegado el 5 de Febrero, ante semejante panorama desde el puente, a las 22:00 Horas Zulu, tirado en la cama cuan largo soy, me disponía a emprender otro viaje al corazón de las tinieblas, acompañado de las canciones “más tristonas” de algún grupo cortavenas surgido del frío de Finlandia, cuando de repente la sintonía de “El último mohicano” anuncio la entrada de un SMS en el que uno de mis hermanos de armas más apreciado por mí arengaba a mis Spetsnaz para que abandonasen sus cuarteles y se lanzasen al asalto de los antros de perdición de la villa, un asalto a sangre y fuego durante el cual nos acompañarían tres unidades de choque muy estimadas por mí.

Sin duda alguna, “portarme como un hombre” y regresar al campo de batalla fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida pues gracias a ella, aquella fría noche invernal, mi sangre volvió a hervir al cruzarme de nuevo con las tropas comandadas por una Valkirya de la que – con gran pesar y sin esperanzas de volver a verla – me había despedido la noche que precedió al día de Julio en el que el portero holandés Maarten Stekelenburg fue batido por el que paso a la historia de La Roja como “Iniesta de mi vida”.

Si en “Le llaman Bodhi” al agente del FBI Johnny Utah (Keanu Reeves) le cambiaba la vida al alcanzar el punto de quiebra por cortesía del chute de adrenalina que le metió el surfista y atracador de bancos Bodhisattva (Patrick Swayze), no sería descabellado afirmar que aquella noche que supuso lo que Rick Blaine definiría como “el comienzo de una bonita amistad”, él que, bajo los justicieros rayos de un sol estéril, marchaba a través de las ardientes arenas del desierto buscando la verdad escucho a un coro de ángeles gritando su nombre y anunciándole que, gracias a ella, su vida nunca volvería a ser la misma.

Justo un año después de que en mis campos arrasados volviera a germinar el ardor guerrero propio de aquel legendario soldado que reconquisto para su rey la tierra que estaba en manos del invasor que llevaba media luna en su estandarte, aunque soy consciente de que, como diría John Rambo, “Nadie es imprescindible”, y que – cuando «Die Krieger Mädchen» ponga tierra de por medio y se apague la luz de mi pabellón - ese gran escenario que es mi vida seguirá siendo un volcán que brama con sonido atronador, vivido lo vivido desde aquella deliciosa velada en la que mostrar mi admiración por el “Renegado” Reno Raines quizás no fue mi mejor carta de presentación, estoy en condiciones de afirmar que será muy duro para mí enfrentarme al día – muy lejano espero – en el que me vea obligado a enfilar la calle del adiós y, tras despedirme de ella, adentrarme en una noche tan oscura como fría.

Y es que hasta que llegue el día en el que las estrellas no brillen, los cielos estallen y las palabras dejen de rimar, le estaré inmensamente agradecido por cauterizar con su sonrisa mis heridas de guerra, y - metida en el traje y la piel de una India Cherokee de cabellos oscuros como una noche sin Luna - bailar “La Danza de la Lluvia” que desencadeno la tormenta perfecta que sello y borro las grietas de mi vida.

IRON MAIDEN - RAINMAKER

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