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miércoles, 12 de septiembre de 2012
El Amor: Un juego de niños al que juegan los adultos
El 3 de Marzo de 1996, horas antes de que las gaviotas peperas gritarán ¡Victoria! desde el balcón del edificio sito en el número 13 de la calle Génova, este hijo de Caín, en compañía de su buen amigo Abel Molinero Rodríguez, tuvo el inmenso placer de ver una de las mejores películas de acción de todos los tiempos: «HEAT».
Aunque la tensa historia basada en un guión escrito por Michael Mann – director de la función – y los impactantes minutos durante los cuales tiene lugar uno de los tiroteos más memorables que hasta la fecha se han podido ver en la pantalla grande, son los principales motivos por los cuales dicho film se ha ganado con creces ser considerado una obra maestra del Séptimo Arte lo que a un servidor más le marco fue la escena en la cual Robert de Niro, metido en el traje y la piel del atracador de bancos Neil McCauley, le da el siguiente consejo a su compinche Chris Shiherlis (Val Kilmer): "Nunca admitas nada en tu vida que no puedas dejar en menos de cinco minutos si la poli te pisa los talones".
Si bien faltaría a la verdad si no reconociera que hubo un momento de mi existencia durante el cual me pensé seriamente seguir a rajatabla semejante máxima vital, con el paso del tiempo – y a sabiendas de que ello me impediría unirme a los tipos duros que integran el comando «Los Mercenarios» - comprendí que no servía de nada ir por la vida en plan «McQuade, Lobo Solitario» dado que, tal como dijo el genial Gustavo Adolfo Bécquer: "La soledad es muy hermosa... cuando se tiene alguien a quien decírselo”.
Dieciséis años después de aquella lejana tarde de Domingo, el que esto escribe ha tenido el placer de visionar «Jeux d'enfants» (Quiéreme si te atreves) una película en la que, a través de una historia en la que convergen romance, drama y realismo mágico, se da otro punto de vista sobre “El Amor”, ese juego de niños al que, por fortuna para mí, juego desde hace meses con “Das Krieger Mädchen” que me demostró que - a pesar de que mi héroe John Rambo dijera a cierta guerrillera sur vietnamita que todos somos prescindibles – lo cierto es que, a la hora de la verdad, hay “Boinas Verdes” sin cuyo apoyo la derrota esta asegurada en el campo de batalla.
Dentro del ciclo “De niños buenos a Enfants Terribles” con el que se han puesto en marcha los actos conmemorativos del 50 Aniversario del Festival Internacional de Cine de Gijón el pasado 2 de Septiembre aquellos que aparcamos nuestras posaderas en las cómodas butacas del majestuoso Teatro Jovellanos tuvimos ocasión de disfrutar de la proyección del film dirigido por Yann Samuell y que en 2003 fue merecedor del Premio del Jurado Joven al Mejor Largometraje.
Inmersos en esa etapa vital que según Mario Benedetti a veces es un paraíso perdido y otras un infierno de mierda, los pequeños Julien Janvier (Guillaume Canet) y Sophie Kowalsky (Marion Cotillard) unen sus caminos el día que comienzan un curioso juego a raíz de la entrada en escena de una pequeña caja de hojalata que al enfant terrible mencionado anteriormente le ha regalado su madre.
El juego de niños que da título a la película y que consiste básicamente en lanzarse desafíos el uno al otro a la señal “¿eres capaz o no?”, a medida que pasa del tiempo se convertirá para ellos en una válvula de escape que les permitirá evadirse de la dura realidad que les espera en sus respectivos hogares. Y es que mientras que Julien ve como poco a poco el cáncer devora a su madre, Sophie – hija de inmigrantes polacos - crece en un ambiente en el que convergen los problemas propios de aquellos que intentan labrarse un futuro mejor en tierra extraña.
Con la llegada de la adolescencia, y tal como cabría esperar, “la pequeña caja de hojalata” empezara a compartir protagonismo con los sentimientos de afecto que cada vez con más fuerza empiezan a germinar dentro de Julien y Sophie y que acabarán provocando que, al son de Édith Piaf, vean la vida en rosa cada vez que – entre prueba y prueba – se abrazan y hablan en voz baja.
La película que fue definida por Ann Hornaday (The Washington Post) como “una fábula tóxica sobre dos jóvenes psicópatas enamorados”, es sin lugar a dudas una de las mas interesantes visiones que se han dado en los últimos años sobre ese “juego” durante el cual las que un día fueron niñas que jugaban con una muñeca vestida de azul con su camisita y su canesú siempre consiguen que se dejen ganar los que siendo unos niños – dando fe de su mal perder en la pista de fútbol – acababan jugando a “Rocky Balboa VS Ivan Drago” cuando les anulaban un gol por culpa de reglas tan polémicas como “no vale alta” y “no vale buco”.
Hecha la pertinente critica sui generis de la película solo me queda recomendar que todos aquellos que aún no lo han hecho se arriesguen a jugar a ese juego de niños al que juegan los adultos puesto que tal como puede confirmar el que esto escribe: atreverse a querer a la mujer por la que uno atravesaría Las Puertas del Infierno – a parte de permitirnos morar en El Reino de Los Cielos – consigue que nos sintamos tan poderosos como Thor y tan alegres, optimistas e ilusionados como el niño que jugaba tranquilamente a Los Playmobil mientras sus mayores temblaban ante el holocausto nuclear que se podría desencadenar si a la URSS y a EEUU se les iba de las manos el juego de guerra “¿A que no te atreves a tirarme un cohete equipado con una cabeza nuclear?”.
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