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miércoles, 24 de octubre de 2012

El blog del hasta pronto…


Suele suceder que – a pesar de que no hayan tenido una extensa y exitosa carrera cinematográfica – hay actores que nunca olvidaremos por haber sido los protagonistas de series y películas que amenizaron unas cuantas horas de nuestra vida en aquellos lejanos días en los que fuimos moradores de ese paraíso perdido que es La Infancia.

Para mí – aunque nunca jamás estará en la lista de candidatos al Oscar como Mejor Actor – William Katt ocupa un puesto de honor en el particular paseo de la fama de mi memoria sentimental dado que, gracias a «El gran héroe americano» al que dio vida, «El pequeño malandrín» que yo fui disfruto de algunas de las horas más gratas de su infancia, horas estas que – en honor a la verdad – también eran muy dichosas para la mujer que me dio la vida dado que los primeros compases de la inolvidable banda sonora compuesta por Joey Scarbury suponían el principio del fin de las brillantes ocurrencias que pasaban por mi cabeza: coger a El increible Hulk e irme con él a practicar buceo a pulmón libre en un duerno para las vacas o armarme con un palo que, por cortesia de mí mente trastornada, se convertiría en la espada salvaje utilizada para decapitar a los geranios que ella con cariño cultivaba en el jardín y que, para su desgracia, eran dragones para mí.


Como si el destino lo tuviese preparado, hace unos días, “la caja tonta” mediante, volví a ver los rubios cabellos del alter – ego de Ralph Hinkley en «El gran Miércoles», una película que habría sido indiferente para mí si no fuera porque al igual que Jack Barlow (William Katt), Leroy Smith (Gary Busey) y Matt Johnson (Jan-Michael Vincent) yo también viviré mí particular gran Miércoles, y es que – mientras que los jóvenes mencionados anteriormente vieron como ese día les llego la oportunidad de cabalgar a lomos de La Gran Ola – el que esto escribe, hoy Miércoles 24 de Octubre – a bordo de un Boeing 737 - 800 de la compañía aérea AirBerlin – recorrerá las miles de millas que le separan de Alemania, la tierra donde – a parte de comenzar un capítulo de mi existencia que supondrá el «Punto de quiebra» entre mi vida pasada y mi vida futura – protagonizare grandes hazañas bélicas gracias a “La Filóloga Hispánica que surgió del frío germano”, la mujer que por muy mal que vayan las cosas conseguirá con su fuego de cobertura que me sienta tan bravo como los guerreros sajones y turingios que, el 10 de agosto de 955 al mando del emperador Otto I., der Große, derrotaron a los fieros magiares comandados por el harka Bulcsú durante el transcurso de La Batalla de Lechfeld, la cual es considerada por muchos expertos como una de las más decisivas de la historia europea.


Ante tal tesitura, antes de que mis Kommando Spezialkräfte enfilen «La calle del adiós» que les llevara al campo de batalla bajo «El cielo sobre Bochum» es justo y necesario que, a través de este espacio de divulgación, haga saber a las personas que tengo en muy alta estima que las horas que compartí con ellas cuando «Fuimos soldados» fueron para mí la vara y el callado gracias a las cuales fue mucho más llevadera mi travesía por El valle de la sombra de la Muerte.


Dado que si no fuera por ellos sería imposible para mí escribir el que será el capítulo más fascinante de mi particular novela de caballería, “Los autores de mis días” – Mi Santa Madre y Mi Estimado Progenitor son las primeras personas a las que quiero dedicar unas palabras antes de irme.

Aunque en demasiadas ocasiones mi comportamiento con ellos fue manifiestamente mejorable lo cierto es que faltaría a la verdad si no reconociera que son los que mas se merecen mis palabras de agradecimiento puesto que estoy seguro de que si no hubiera sido por el adiestramiento que me dieron no habría llegado a ser una de esas personas que cae bien a casi todo el mundo.

Mis hermanas de sangre, Marta & María o María & Marta, merecen saber que siempre estaré en deuda con ellas por haber estado a mi lado y tener siempre unas palabras de animo para mí, palabras de animo que – ya fueran dichas cara a cara o por el teléfono que hacía mas corta la distancia entre La Villa de Jovellanos y la ciudad donde los pájaros visitan al psiquiatra – dejaban claro que, pasará lo que pasará - tanto en el fragor de la batalla como en lo mas crudo del frío invierno - nuestra alianza sería tan inquebrantable como la que unía al pequeño D'Artacan con Amis, Pontos y Dogos, «Los tres mosqueteros» cuyas hazañas, más de mil, nunca tenían fin.


Como no podía ser menos, el macuto de “El chico que llevaba la carpeta forrada con caratulas de películas de Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger y Chuck Norris” va cargado con el grato recuerdo de las vivencias compartidas con los que desde hace veintiún años le honran con su amistad. Y es que si gozosas fueron "las horas adolescentes" durante las que comprobaron que soy un inútil total para la práctica del fútbol, y surfearon junto a mí y al que llamaban Bodhisattva más aún lo fueron los días en los que me iba junto a ellos lejos del mundanal ruido de Gijón, ciudad esta en la que, tras las cuatro paredes del Triskel, en calidad de miembros de ese grupo terrorista sin animo de lucro que responde al nombre SPROVNA exponíamos nuestras particulares recetas para solucionar los problemas del país.


Aunque es menor el numero de años que fue testigo de la alianza militar que establecí con los colegas que conocí en la magna Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Industrial, huelga decir que también su recuerdo viajara conmigo debido en buena medida a que en esos momentos en los que la “Resistencia de materiales” amenazaba con romper en mil pedazos mi moral de combate unas horas en su compañía conseguían devolverme las fuerzas para continuar en el campo de batalla, un campo de batalla en el que gracias a uno de ellos mis tropas se lanzaron a la carga espoleadas por el ruido y la furia del heavy – metal.


Si bien convertirme en un «Ronin» que eligió una senda del samurái que no atravesaba «La jungla humana» donde se dan cita «Los demonios de la noche» provoco que ciertas personas me compararan con aquel pastor espartano cuyo acto de traición provoco que «300» compatriotas suyos fueran masacrados por los persas en El Paso de Las Termopilas, lo cierto es que para mi fue un placer combatir junto a ellas y junto a otros muchos legionarios con los que, al alzarse la luna en el cielo sobre Gijón, a la señal “Ira y Fuego”, conquistamos los antros de perdición de La Villa.


Aunque la frase “cuando un amigo se va algo se muere en el alma” es sin duda una de las frases más hermosas que se han escrito sobre ese poderoso sentimiento que es La Amistad, lo cierto es que para bien o para mal, al final - como cantaría mi admirado Julio Iglesias - “La vida sigue igual”. Ante tal tesitura se que, cuando me llegue la hora de meterme en la parka y la piel del “Capitán Lawrence” y emprender una aventura vital durante la cual disfrutaré de la mejor compañía, todos aquellos que sirvieron junto a mí seguirán con su vida, una vida durante la cual me gustaría que – a parte de no cambiar nunca y protagonizar gestas dignas de ser cinceladas en La Eternidad – me recuerden mejor de lo que fui…

2 comentarios:

  1. José, mucha suerte. De todo se aprende y de esta que te viene encima mucho más. Habrá momentos más duros, y habrá momentos más agradables. Todas las mananas ven salir el sol, y te aseguro que la primavera al norte del paralelo 43 reconforta.
    Un abrazo,
    J.

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  2. Mucha suerte en tus andanzas y no te preocupes que no hay distancia demasiado grande, estás a tiro de piedra, y quizá otros soldados acaben en tal destino al paso que va la burra.

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