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miércoles, 24 de julio de 2013

Alien voló sobre el nido de El Mal


Como hacía siempre que llegaba de Carrandi (Colunga) tras pasar allí el fin de semana junto a mi familia, un Domingo de finales de los 80, tras cruzar la puerta de casa, raudo y veloz me dirigí hacía la televisión para ver cual era la película que no podría ver por ser “no tolerada para menores”.

Tras conseguir la cuadratura del circulo – es decir, que Mi Santa Madre no viera los dos rombos que indicaban que era para mayores de 18 años - los ojos del niño que era yo vieron los primeros minutos de una película en la que, bajo la Luna llena que brillaba en el cielo sobre la campiña inglesa, dos jóvenes excursionistas eran brutalmente atacados por un hombre – lobo.



Aunque décadas después un segundo visionado de la misma provoco que no pudiera reprimir una sonrisa al ver sus rudimentarios efectos especiales, lo cierto es que durante las semanas que siguierón a su primer encuentro con "Un hombre lobo americano en Londres”, un niño asustado en Gijón, ante el mas mínimo ruido sospechoso, se tapaba la cabeza con las sabanas de blanco satén de su cama con la esperanza de que tan “sofisticado sistema defensivo” impidiese que las mandíbulas de un licántropo le destrozasen la garganta a dentelladas, y/o que fuera descuartizado por El carnicero tejano que protagonizo la película cuya promoción a cargo de la segunda cadena de televisión española provoco que, mientras millones de telespectadores se limpiaban las salpicaduras de sangre provocadas por las embestidas de la motosierra empuñada por el mencionado matarife, él permaneciese encadenado al pánico aquella lejana noche de Jueves de finales de los 80 en la que empezó a dormir lejos de ese par de niñas que seguramente habrían deslumbrado al respetable público si hubieran tenido un papel en “El resplandor”.


Llegada la década de los 90, coincidiendo con la época en la que al llegar el periódico a casa no leía única y exclusivamente la página en la que se daba parte de la programación televisiva del día, comprendí que, en lugar de preocuparme por lo que pudieran hacerme Depredador, Alien y otras criaturas fantásticas, debería temer a La Raza Humana, y es que gracias a las secciones de sucesos e internacional tuve noticias de los aberrantes crímenes que era capaz de cometer esa cruel especie a la que pertenecían Jeffrey Lionel Dahmer "El Carnicero de Milwaukee" o las bestias de dos patas que formaban parte de Los Chetniks, Los Ustaše y los Islamski Golubovi, las milicias serbias, croatas y bosnio – musulmanas respectivamente que a sangre y fuego consiguieron que entre el 6 de Abril de 1992 y el 14 de Diciembre de 1995 los territorios pertenecientes a la República Federal Socialista de Yugoslavia se convirtieran en una sucursal de El Infierno.


Las noches que han seguido a estos últimos días durante los que las andanzas de Juan Carlos Aguilar "El falso monje Shaolin" y José Bretón han provocado que deseará que Los Humanos fuéramos tan civilizado como Los Animales, han sido amenizadas con el visionado de "American Horror Story: Asylum", una escalofriante serie creada por Brad Falchuck y Ryan Murphy, y en la que han hecho acto de presencia una serie de personajes que, siguiendo lo estipulado en inquietantes y aterradores guiones, han ejecutado aborrecibles y repugnantes crímenes que, por desgracia y por increíble que nos parezca, palidecen ante los que protagonizan las noticias de sucesos que leo mientras esquivo los zarpazos de Maruja.


Mientras que en Murder House – primera temporada de American Horror Story – los espectadores y la familia Harmon, tras fijar nuestra residencia en una gran mansión bañada por el sol de Los Ángeles, convivimos con los espíritus de aquellos que quedaron atrapados tras sus cuatro paredes tras morir en ella en extrañas circunstancias, en la segunda, tras viajar en el tiempo hasta el año 1964, nos convertimos en residentes de Briarcliff, una siniestra mansión ubicada en el Estado de Massachusetts, y que, tras ser comprada por la Iglesia Católica, ha sido convertido en un manicomio para criminales dementes en el que bajo un manto de oscuridad conviven el horror, la injusticia, la demencia, el trato inhumano y el dolor.


En estos días en los que ya no sorprende a nadie que el fruto de la mezcla racial entre un negro keniano y una blanca estadounidense sea el encargado de gobernar el destino del mundo libre desde el Despacho Oval sito en el ala oeste de la Casa Blanca, sigue sorprendiendo que hace medio siglo, en el país de las barras y estrellas, el amor entre personas de distinta razas fuera atacado violentamente por bestias de dos patas como por ejemplo Los Caballeros Blancos cuya negra alma era devorada por el fuego de El racismo, esa lacra social que el teólogo judío Abraham Joshua Heschel definió como “El máximo odio con el mínimo de razón”.


Dado que haber sucumbido frente a ese poderoso sentimiento que no entiende de diferencias raciales les ha convertido en criminales, Kit Walker (Evan Peters) y Alma Walker (Britne Oldford) viven ocultos en una apartada casa que – a pesar de sus precauciones – ha recibido la visita de los racistas del lugar, y que cierta noche se convertirá en el objeto de deseo de una nave alienígena. Tras ser utilizado como conejillo de indias por los hombrecillos verdes llegados del espacio exterior, Kit, tras contar su aterradora experiencia a las autoridades verá como estas, a parte de tomarlo por loco, le acusan de haber asesinado a su esposa y de ser Bloody Face (Cara Sangrienta), un sádico psicopata que ha asesinado a varias mujeres tras despellejarlas vivas.


A la espera de determinar si las facultades mentales de Kit estan lo suficientemente serenas como para permitir que sea ético y estético que el brazo ejecutor de la ley, alto voltaje mediante, le ase en la silla eléctrica, el mencionado joven es encerrado en Briarcliff, lugar este al que, siguiendo las rodadas dejadas por el furgón policial que lo traslado hasta allí, llega también Lana Winters (Sarah Paulson), una ambiciosa periodista que, harta de alimentar su carrera profesional redactando recetas para el periódico en el que trabaja, decide saciar su apetito de gloria y fama entregando a su jefe en bandeja de plata un reportaje sobre el supuesto criminal mencionado anteriormente. Por desgracia para ella su agudo olfato periodístico provocara que se acabe quemando al tocar los siniestros secretos ocultos tras las paredes de el Hospital Psiquiátrico, allí donde, para su desgracia, y al igual que su entrevistado, acabará compartiendo un miserable destino con el grupo de desgraciados que a parte de ser prisioneros de la locura son prisioneros de personas cuerdas que no dudan en dar rienda suelta a sus bajas pasiones.


Joseph Fiennes, el hermano pequeño de El jardinero fiel, es el encargado de dar vida al Monseñor Timothy Howard, un santo varón que, haciendo gala de La Ira Divina que empleo su jefe contra los que probaron el fruto del pecado que germino en uno de los árboles de El Jardín del Edén, esta dispuesto a cortar de raíz las malas yerbas que crecen en La Viña del Señor, y entre las que se encuentran los locos cuyas almas endemoniadas desea salvar para conseguir que los altos dirigentes de la Iglesia Católica le permitan calzar sus pies con Las sandalias del pescador y sentar sus posaderas en La silla de San Pedro.


Mientras que en Tierra Santa Los Soldados del Cielo ejecutaron su santa misión enfundados en ropajes que combinaban el blanco virginal y el rojo sangre, en Briarcliff el éxito de la salvación de las almas emprendida por Monseñor Timothy Howard esta asociado al negro color del habito de La Hermana Jude, una cruel mujer que desea limpiar su impuro pasado con el dolor de los pecadores bajo su yugo y que esta encarnada por La rubia de Cloquet (Minnesotta) que ablando el corazón que latía dentro del duro pecho de King Kong, y que fue embargada por la decepción y la pena al descubrir que su progenitor había colaborado en la composición de La Danza de La Muerte que se bailo en los campos de concentración nazis, y cuya siniestra melodía encerrada en La caja de música no consiguieron acallar los golpes en la puerta dados por el que siempre llama dos veces.


Mildred Ratched, la estricta enfermera que, con objeto de aplacar a los pájaros locos encerrados en el nido del cuco, no dudaba en recurrir a la aplicación de descargas eléctricas y a la practica de lobotomías, sin lugar a dudas, vería con buenos ojos a esa Madre Superiora que recurre a despiadados métodos para aplacar a Los Descarriados Hijos del Señor, muchos de los cuales acabarán deseando que se les aparezca Shachath “El Ángel de La Muerte” (Frances Conroy) y que con un dulce beso en sus labios ponga fin al daño provocado en sus mentes por la locura y en sus cuerpos por la varas con las que sádicamente les golpea esa religiosa que confirma que arrepentidos los quiere Dios y que no hay peor Fe que la de los conversos.


A Dios rogando y con la Sierra de Gigli trepanando cráneos, visto lo visto, no sería una osadía afirmar que dicho refrán fue el que provoco que Monseñor Timothy Howard, a parte de recurrir a los servicios de Una mujer de Fe, metiese en nomina a Arthur Arden, Un hombre de Ciencia que, por desgracia para aquellos que según la Iglesia Católica son seres poseídos por El Demonio, disfruta jugando a ser Dios.


James Cromwell, el veterano actor que, metido en el uniforme y la piel del condecorado General Joseph Campbell, antepuso el honor de unos miembros del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos de América al de la capitana cuyo cuerpo fue mancillado por ellos y que era el bendito fruto del vientre de la mujer con la que en el lecho conyugal él mantuvo encarnizados combates cuerpo a cuerpo; metido en la bata blanca y la piel de un neurocirujano, deja claro que su corazón no alberga ningún tipo de compasión, y que la moral y la ética médica no tienen cabida en la sala donde tortura a sus pacientes durante los experimentos cuyo objetivo es conseguir crear una raza de superhombres capaz de morar en la arrasada y radioactiva tierra en la que se podría convertir La tierra de La Libertad si finalmente caen sobre ella los misiles armados con cabeza nuclear que alberga en su vientre La Madre Rusia.


A parte de por la subtrama alienígena, la huella de Tim Minear y James Wong – guionistas de “Expediente X” – queda claradamente patente gracias al oscuro pasado de Arthur Arden, y es que, tras analizar con Rayos X a El Doctor Muerte, se puede apreciar que su estructura ósea se ha formado a partir de los fragmentos de la Operación Pisapapeles, operación esta sobre la que arrojaron luz Mulder y Scully, y durante la cual, a lo largo de la década de los 50, el Gobierno EEUU recluto a cientos de criminales de guerra nazis para que estos últimos, utilizando sus conocimientos científicos adquiridos gracias a siniestros experimentos realizados con judíos, les ayudasen a ganar la guerra que entre 1947 y 1991 libraron contra La Bestia Roja que surgió del frío de la estepa rusa.


Zachary Quinto, segundo de abordo de la nave Enterprise, es el encargado de encarnar a Oliver Thredson, el especialista en psiquiatría al que el Estado de Massachusetts ha encargado evaluar a Kit, y cuyos sofisticados y avanzados métodos chocaran frontalmente con la brutalidad que caracteriza a los que son empleados en su nuevo lugar de trabajo.


Si bien es cierto que hay ciertos aspectos de la vida moderna que justifican que se afirme Cualquier tiempo pasado fue mejor hay que reconocer que no es aplicable a la medicina psiquiatrica, y es que, gracias a los herederos de Sigmund Freud “El padre de la Psiquiatría Moderna”, dicha disciplina ha experimentado un salto cualitativo que entre otras cosas ha conseguido que sean encerrados bajo siete llaves los salvajes métodos curativos que se empleaban en las Casas de locos donde eran encerrados los enfermos mentales, grupo este en el que en 1964 estaban incluidos los homosexuales.


El echo de que Lana y otra mujer duerman juntas bajo las mantas de algodón de la cama que comparten junto al amor que las une es la excusa a la que recurren los creadores de la serie para mostrar como, además de las personas de raza negra, otro blanco contra el que dirigió su ira la conservadora sociedad estadounidense fue el grupo formado por los gays y las lesbianas, los cuales, con objeto de mantener su puesto de trabajo o no perder su libertad tras los muros de un manicomio, debían evitar a toda costa que el humo desprendido por las llamas de las hogueras de la pasión fuera visto por los ojos de los defensores de la moral que gustosamente les habrían quemado en una hoguera siguiendo el ejemplo de los fanáticos puritanos que siglos atrás, con su odio e ignorancia, alimentaron el fuego que devoro el cuerpo de las mujeres acusadas de brujería.


"Dominique (nique nique)", la perturbadora y alegre canción compuesta por Soeur Sourire (Sor Sonrisa) y que sonó en la sala del Schauspielhaus Bochum donde una mujer parió lamentos de tristeza provocados por ser su vientre una tierra Yerma en la que jamás germinaría la simiente de su esposo, es la elegida por la Madre Superiora para perforar a todas horas los oídos de los perturbados mentales que residen en ese psiquiátrico en el que germinan las flores del mal cuyo embriagador y nauseabundo perfume conseguirá que se marchite la pureza carnal y espiritual de Sor Mary Eunice (Lily Rabe).


En definitiva, todos aquellos que, durante diez horas, estén dispuestos a convertirse en residentes del Hospital Psiquiátrico sobre el que vuela una nave tripulada por miembros de una Raza Alienígena, tendrán ocasión de comprobar la magnitud que puede alcanzar El Horror cuando los actos de La Raza Humana son guiados por la maldad que alberga en su interior El corazón de las tinieblas.


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