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sábado, 3 de agosto de 2013

弱い私たちは私たちが一番好き、もっと嫌い私たちに強くなります (Lo que más amamos nos hace más débiles, lo que más odiamos nos hace más fuertes)


En 1980, décadas antes de que “El pájaro espino” confesara que era devorado por el fuego de la pasión al ver volar a los gavilanes, las féminas españolas cuyos oídos habían sido agasajados con el dulce canto del trovador que no sabia si era “Gavilán o paloma” se derretían al ver reflejados en sus ojos al actor californiano que en la pantalla grande fue en busca del oro que albergaba las entrañas de “Las minas del rey Salomón” tras ganar un buen puñado de dólares gracias a su intervención en la adaptación televisiva de las novelas más famosas de Colleen McCullough y James Clavell.


El escritor australiano que moro durante una temporada en una sucursal de El Infierno construida por los japoneses contra los que combatió y que nos llevo hasta “El último valle” para mostrarnos a través del objetivo de su cámara cinematográfica como un pequeño trozo de cielo era mancillado por Perros de La Guerra que mataban y morían en nombre de Dios, dio vida en 1975 a John Blackthorn, el navegante ingles al que años después encarno Richard Chamberlain y a través de cuyos ojos, a parte de ver el sufrimiento de un hombre que limpio su honor con la sangre que tiño de rojo el blanco papel de arroz que envolvía la hoja del tantō con la que atravesó su abdomen de lado a lado, derrame lagrimas de dolor mientras el fuego devoraba el cadáver de Mariko Buntaro – Toda.



A pesar de que han transcurrido treinta años desde entonces, como si fueran cicatrices que recuerdan la poco cariñosa caricia de la afilada hoja de una Katana, en mi memoria sentimental aún están grabadas esas dos escenas, escenas estas que tuvieron buena culpa de que tiempo después recorriera la senda del samurai para saber mas del país que impacto tanto al protagonista de Shogun, serie esta gracias a la cual – en aquellos días en los que Wikipedia no existía – los de Occidente aumentaron sus conocimientos sobre la historia, la cultura y las tradiciones del país que fue fundado en el siglo VII a. C. por Kamuyamato – iwarebiko – no – mikoto, el simple mortal al que apodaron como Jinmu - Tennō (Guerrero Divino) los escribanos que con tinta negra trazaron sobre un papiro los enrevesados caracteres que dieron forma al Kojiki (Historia de cosas antiguas, 712) y el Nihon Shoki (Anales de Japón, 720).


Cinco meses antes de la batalla que libraré junto a los “47 Ronin” liderados por “El pequeño Buda”, y que será precedida por el canto de guerra ¡Desperta ferro, la espada cara al Sol Naciente! Soy un samurai sin amo y es mí camino la senda del honor - acompañado por «La Filóloga Hispánica que se licencio con honores en la patria del lobo estepario», y agarrado a una de las afiladas garras de Lobezno – he regresado al país donde, seppuku mediante, murio “El último samurai”, más concretamente a la inmensa urbe en la que, mientras mi rostro era bañado por las luces de neón que se reflejaban en los charcos que había dejado la “Lluvia negra”, perseguí a un peligroso y sanguinario soldado tatuado de la “Yakuza”, esa ancestral y poderosa organización criminal cuya garra de hierro, “Ataque frontal” mediante, fue cercenada en 1991 por un duro policía que evito que abriera una sucursal en Los Ángeles.


Tras mostrarnos – trilogía X – Men mediante – que era un buen jugador de equipo, Marvel Enterprises y Twentieth Century Fox Film Corporation decidieron multiplicar las ganancias obtenidas con dicha saga llevando a cabo la realización de una serie de películas sobre los días en los que vagaba como un lobo solitario el personaje de comic que fue creado en 1974 por Len Wein, Herb Trimpe y John Romita Sr., y que cuarenta años después sigue estando en plena forma y sediento de sangre.


Mientras que “Lobezno” arrojaba luz sobre los acontecimientos que precedieron a la unión de James Hudson Howlett con los X – Men, “Lobezno Inmortal” se centra en la nueva y tormentosa etapa vital que dicho mutante comenzó tras esa dramática decisión final que provoco que – haciendo buen uso de sus afiladas garras de adamantium – partiese la cadena de acero que le unía a la asociación sin animo de lucro que el Profesor Charles Francis Xavier creo con dos objetivos bien distintos: proteger a los humanos de mutantes malvados, y defender a los mutantes del odio que sentían hacía ellos todos esos humanos que los veían como peligrosas y extrañas criaturas que deberían estar encerradas.


Dado que en 2009 Gavin Hood no dio en la diana y ni al público ni a la critica les convencio la película que realizo sobre los origenes del mutante que ha hecho inmensamente rico a Hugh Jackman, con la esperanza de que la segunda si fuera buena el elegido para llevarla a cabo ha sido James Mangold, un versátil y reputado director que anteriormente ya había tenido delante de su cámara al actor australiano de Sidney (“Kate & Leopold”), y que, a parte de provocar que Joaquín Phoenix cayera de la cuerda floja y acabará en brazos de el Tío Oscar, consiguió que, en tierra de policías, el actor que encarno a un duro Boina Verde para el que El Infierno creado por La Guerra era un calido hogar, demostrase que también podía dar vida a un tipo vulnerable en cuyo alma había una herida que – a diferencia de las que formaban parte del botín de guerra de John Rambo – no cicatrizaría nunca a pesar de que se apretara sobre ella la hoja de un cuchillo de combate calentada al rojo vivo.


Christopher McQuarrie, autor material del guión de la extraordinaria “Sospechosos habituales” – tomando como base la miniserie de comics realizada por el escritor Chris Claremont y el dibujante Frank Miller en la que Lobezno afirmaba “Soy el mejor en lo que hago, pero lo que hago no es muy agradable” – ha escrito una historia que nos muestra al mencionado mutante librando una encarnizada guerra contra los demonios que le atormenta desde el día que puso fin a la vida de su amada y que se han unido a los que desde hace siglos le acompañan por El Valle de Las Sombras, ese inhóspito lugar que en el que ha descubierto que La Vida Eterna tiene un precio, un precio que no merece la pena pagar tal como comprobó en sus carnes Connor MacLeod, el guerrero escocés al que - antes de que perdiera la cabeza y encerrara en una “Fortaleza Infernal” a su prestigio profesional - encarno Christopher Lambert.



Y es que ¿quién quiere vivir para siempre si a cambio de ello debemos enterrar a los que nunca quisiéramos ver morir?



Décadas antes de participar en la guerra civil que enfrento a los superhéroes del Universo Marvel a raíz de la Ley de Registro de Superhumanos promulgada por el Gobierno de los Estados Unidos de América, Lobezno fue uno de los cientos de miles de soldados norteamericanos que intervinieron en la campaña del Pacifico, ese crucial capítulo de la II Guerra Mundial que toco a su fin el 2 de Septiembre de 1945, el día que, a bordo del acorazado USS Missouri (BB-63), "Por Orden y en nombre del Emperador del Japón y del Gobierno Nipón", el General Yoshijirō Umezu, Jefe del Mando General Militar y el Ministro de Relaciones Exteriores Mamoru Shigemitsu firmaron el Acta de Rendición de Japón; documento este con el que acataban su derrota frente al país cuyo presidente en aquellos días – tras llegar a la conclusión de que no podría soportar sobre su conciencia esa terrible carga que sería enterrar a miles de infantes del Cuerpo de Marines – decidió que la única forma de aplastar a la nación que vio nacer y morir a los kamikazes a los que el viento divino empujo hacia una muerte segura era desatar El viento de Dios, nombre este que un dentista japonés dio a las detonaciones que acabaron de un plumazo con el conflicto armado mencionado anteriormente.


El 9 de agosto de 1945, El Fuego del Infierno que alberga en su panza el dispositivo nuclear apodado Fat Man y lanzado sobre Nagasaki por el bombardero B-29 Bockscar, por fortuna para un joven oficial japonés llamado Yashida (Haruhiko Yamanouchi) será frenado por la hercúlea espalda de Lobezno, uno de los prisioneros de guerra a los que custodiaba y al que, tras sobreponerse del impacto que le ha provocado ver como se regenera su carne abrasada, le hace saber que hasta el día de su muerte su lealtad hacía él será tan inquebrantable como el acero de la hoja de su sable.


Casi setenta años después del día que volvió a nacer gracias al hombre que respondía al nombre de Logan, Yashida, consciente de que le queda poco tiempo de vida, encarga a la joven Yukio (Rila Fukushima) que encuentre a su salvador y lo lleve hasta Tokyo para que él allí pueda darle el mayor regalo que puede recibir un hombre cuya inmortalidad, debido a todo lo que ha sufrido, se ha acabado convirtiendo en una maldición.


Lo que empieza siendo una visita de cortesía se acabará convirtiendo en una peligrosa aventura cuándo se desencadenen una serie de acontecimientos que, entre otras cosas, provocarán que el antihéroe protagonista de la función sea poseído por la furia de Los Berserkers, esos fieros guerreros vikingos que según la mitología nórdica combatían con sus fornidos cuerpos cubiertos con pieles de oso y sus facultades mentales alteradas por culpa del consumo de hongos alucinógenos mezclados con cerveza.


"Estoy cansado de cómo me miran mis hijos, y estoy cansado de que tú no me mires" esta frase disparada ante el objetivo de la cámara de James Mangold y mediante la cual el granjero Dan Evans (Christian Bale) explicaba a su esposa la razón por la cual iba a tomar parte de esa misión de audaces que supondría para un tullido como él llevar al peligroso pistolero Ben Wade (Russell Crowe) hasta la estación donde esperan a este los servidores de la ley que, a bordo de “El tren de las 3:10”, lo llevarán hasta la prisión de Yuma donde será ahorcado, sintetiza en pocas palabras como un pequeño “objetivo” puede conseguir que el soldado que todos los hombres llevamos dentro salga al campo de batalla para conseguirlo o al menos morir con honor.


Dado que, a pesar de que es tan veloz como un lobo hambriento, es incapaz de huir del dolor provocado por los actos cometidos – al igual que le ocurrió a Evans cuándo Wade hizo parada y fonda en Contention City (Arizona) - Lobezno, bajo el cielo sobre esa inmensa y luminosa urbe diametralmente opuesta a la oscura cueva en la que le encerró su autocompasión, a parte de demostrar sus letales habilidades durante los encarnizados combates cuerpo a cuerpo que librará contra los guerreros fantasmas que visten de negro, tendrá la oportunidad de derrotar a sus propios fantasmas, esos que le torturan valiéndose de una dulce voz femenina que le susurra al oído que nunca ha sido un héroe y que jamás podrá impedir que sufran los que osen amarlo o darle razones para dejar de ser un lobo solitario.


En resumen, una película “diferente” que dejo sin palabras a mi acompañante, a La mujer maravilla que cierta noche de Abril de 2011 – bajo la luna llena a la que aullaban los lobos – provoco que me sintiese tan fuerte y valiente como el héroe al que ambos admiramos, y, sobre todo y ante todo, que Los Demonios & Los Fantasmas que me atormentaban fueran decapitados por la afilada hoja de una espada samurai…


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