Fue el pasado 10 de Agosto cuando, durante el transcurso de una agradable velada, la bella Xana junto a la que deguste un delicioso cachopo salido de la cocina de El trasgu fartón me invito a que abriera La caja de Pandora en la que guardo mis conocimientos sobre chorradas varias que jamás me darán de comer, e hincara mis dientes en ese apasionante tema que es para mi todo lo relacionado con los servicios secretos.
Y es que, a raíz del parte de guerra que la mencionada dama me dio sobre la trama de "Pandora” y “Avalancha”, decimoquinto y decimosexto episodio de la cuarta temporada de la serie Castle - sin encomendarme ni a Dios ni a El Diablo y a riesgo de aburrir a mi interlocutora – empecé a hablar de las misiones reales llevadas a cabo por el CESID y de las misiones ficticias llevadas a cabo por oscuras organizaciones como aquella a la que pertenecía “La asesina” encarnada por la actriz que - “Hasta que llego su hora” – llamo abuelo a ese grande del cine que dio la vida a la que años después anduvo descalza por el parque con el rubio y atractivo galán en cuyos ojos azules se reflejo el rostro de Tom Bishop, el joven francotirador al que – metido en el traje y la piel del instructor Nathan Muir – le enseño como sobrevivir en el tablero político internacional, ese peligroso escenario en el que – recurriendo al juego sucio – ha ganado tantas partidas la CIA, agencia esta entre cuyos mayores éxitos se encuentra la operación encubierta puesta al descubierto por “Argo”, la película que durante la 85ª Edición de los Premios Oscar fue galardonada con el Oscar a la Mejor Película.
Aunque el hecho de que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas Le(e) concediera el Oscar al Mejor Director al artífice de “La vida de Pi” impidió que la noche del 24 de febrero fuera redonda – o mejor dicho, circular – para Ben Affleck, lo cierto es que haber conseguido que el publico salga muy satisfecho de las salas cinematográficas tras haber permanecido atornillado a la butaca por la emoción y la tensión que ha sabido imprimir a todos y cada uno de los ciento diez minutos de duración de su tercera incursión tras la cámara debería llenar de orgullo y satisfacción al californiano de Berkeley que durante la mañana del 16 de Marzo de 2002 contribuyo notablemente a que yo deseará fervientemente que llegará el “Armageddon” que me ahorrará el sufrimiento derivado del visionado de la película con la que, junto a otros estudiantes de la EUITI (Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Industrial), fui “torturado” dentro del autocar a bordo del cual, con la falda remangada, fuimos desde Gijón a Bilbao, ciudad esta en la que, tras cruzar las puertas del recinto de la antigua Feria de Muestras, nos maravillamos con el visionado de las maravillas de la ingeniería mecánica expuestas en la 22ª Edición de la Biemh (Bienal Española de la Máquina-Herramienta).
Tras haber empezado con muy bien pie en la industria del cine gracias al Oscar que Matt Damon y él recibieron en 1997 por el guión que permitió a Gus Van Sant domar a "El indomable Will Hunting”, en 2003 la carrera como actor del alter – ego de “Daredevil” estuvo a punto de fracasar estrepitosamente debido en buena medida a la ceguera que le impidió ver que "Gigli" se estrellaría contra la taquilla al igual que los aviones empujados por el Viento Divino se estrellaban contra buques de guerra como los que la mañana del 7 de diciembre de 1941 estaban amarrados en el puerto de “Pearl Harbor”.
Quizás espoleado por la máxima vital “Reinventarse o morir”, cuatro años después, tras decir “Adiós pequeña, adiós” a La Diva Latina a la que le unió una turbulenta relación sentimental y una muy poco satisfactoria relación profesional, Ben Affleck sorprendió a propios y extraños con la adaptación cinematográfica de “Gone, Baby, Gone”, novela esta protagonizada por Patrick Kenzie y Angela Gennaro, una pareja de detectives cuyo lugar de trabajo son los bajos fondos de Boston, la “Ciudad de ladrones” en la que, con el ruido y la furia de las balas vomitadas por sus rifles de asalto, imponía su ley El grupo salvaje del barrio Charleston cuyas correrías son narradas en “El príncipe de los ladrones” y que tomo a sangre y fuego los cines durante los ciento veinte minutos de metraje del soberbio y violento thriller con el que en 2010 el mencionado actor – director comprobó con gran satisfacción que su talento tras la cámara era capaz de conseguir el respeto y las alabanzas de muchos de esos críticos a los que una película protagonizada por él les daba más pánico que la posibilidad de que un misil armado con una cabeza nuclear cayera en manos de esos fanáticos religiosos que con El Corán en una mano y el Kalashnikov en la otra combaten en La Guerra Santa del Siglo XXI cuyo objetivo es aniquilar a Occidente.
Tras los dos notables éxitos que logro gracias a las películas basadas respectivamente en la novela escrita en 1998 por Dennis Lehane, y en la que siete años más tarde provoco que Chuck Hogan se llevara a su casa el Premio Hammett a la mejor novela policiaca, Ben Affleck creyó pertinente que su tercera incursión tras la cámara tuviera como objetivo plasmar en imágenes la trepidante historia real que tuvo lugar en Irán en 1979 y que se detalla en la documentación que veinte años después fue desclasificada por el inquilino de la Casa Blanca cuyas "relaciones inapropiadas" con una becaria provocaron un escándalo que dejo patente la mojigatería e hipocresía de buena parte de la sociedad estadounidense.
A finales de la década de los 70, durante la llamada Revolución Islámica, el pueblo iraní tomo las calles del país para mostrar su descontento con la mala situación económica, política y social. Lo que en principio eran manifestaciones pacificas, poco a poco, gracias en buena medida a los incendiarios discursos que el Ayatolá Seyed Ruholá Musavi Jomeini (1902 - 1989) lanzaba desde su exilio en Neaufle-le-Château (Francia), se convirtieron en violentos levantamientos que acabaron provocando que el 16 de enero de 1979 la Tierra de los Arios fuera abandonada aprisa y corriendo por Mohammad Reza Pahlevi (1919 - 1980) un "títere" de Estados Unidos cuyo nombre artístico era Shahanshah (Rey de Reyes) y que durante treinta y ocho años vivió junto a su familia a cuerpo de rey en el Palacio de Niavarán debido en buena medida al sanguinario Régimen del terror impuesto por su marioneta, la SAVAK (Sazeman-e Ettela'at va Amniyat-e Keshvar), la Organización de Seguridad e Inteligencia Nacional que, asesorada por la CIA y el MOSSAD, y recurriendo al asesinato y a salvajes torturas, aplasto a todos aquellos que se oponían al gran proyecto del llamado Aryamehr (Luz de los Arios): transformar Persia y convertirla en un país moderno mediante un proceso denominado “revolución blanca” y que incluyo una serie de reformas socioeconómicas entre las que estuvieron la expropiación de latifundios, el sufragio femenino, la occidentalización de la sociedad y el recorte de la influencia del Islam.
El hombre de blancas barbas al que siendo niño tantas veces vi arengar a los enfervorecidos miembros de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica y de la milicia Basij que en El Infierno que fueron los campos de batalla donde se libro la guerra entre Irán e Irak (1980 - 1988) ansiaban demostrar que merecían disfrutar de los placeres de El Paraíso, tras el triunfo de la Revolución Islámica y el posterior establecimiento de la República Islámica de Irán, en calidad de Líder Supremo de Irán, tomo como primera medida la creación de los comités de pasdarn (guardianes de la Revolución), auténticos escuadrones de la muerte que, durante las semanas posteriores a la caída del Shah, ejecutaron a los asesinos al servicio de este último, a oficiales del ejercito y políticos afines al antiguo régimen, y a delincuentes comunes y ciudadanos cuya conducta moral se desviaba de la ruta marcada por El Coran.
En ese insoportable clima de ajuste de cuentas, el pueblo iraní, deseoso de que los que habían sido verdugos hasta 1979 pagaran con su vida por los execrables crímenes cometidos, dirigió su ira contra los Estados Unidos de América, la tierra de la libertad donde, con las entrañas devoradas por el cáncer, ese sanguinario dictador que fue El Shah de Persia encontró un agradable refugio que El país de las barras y estrellas puso a su disposición para cumplir así esa “discutible” regla que es expuesta en la película por Hamilton Jordan: Refugiamos a los capullos que están de nuestro lado para que el resto de capullos en sus tronos de capullos sepan que cuando los echen no les quitara el puto bazo un veterinario de camellos del Sinaí.
Cabe señalar en este punto que Kyle Chandler - el actor que da vida al que fuera Jefe de Gabinete de la Casa Blanca durante la primera y única legislatura de Jimmy Carter - encarno también a Joseph Bradley, uno de los personajes principales de «La noche más oscura (Zero Dark Thirty)», película esta que fue una de las ocho derrotadas por “Argo” en la categoría Mejor Película y que arroja luz sobre las “técnicas coercitivas” que, tras las cuatro paredes de oscuras salas de interrogatorio y con el fin de extraer información para capturar a Osama Bin Laden, fueron utilizadas por personal a sueldo de La Agencia nacida el 18 de septiembre de 1946 por orden de Harry S. Truman, el político del Partido Democráta que desde 1945 hasta 1953 ocupo el Despacho Oval de la Casa Blanca.
La tensión entre Irán y el país que el Ayatola Jomeini definió como "El Gran Satán" alcanzo su punto álgido el 4 de Noviembre de 1979, el día que miles de estudiantes iraníes asaltaron la embajada de Estados Unidos en Teherán. Es en mitad del caos que sigue al asalto cuando, tras imponerse la regla de supervivencia “sálvese quién pueda”, seis ciudadanos estadounidenses consiguen escapar dejando atrás a cincuenta y dos compatriotas.
Los seis fugitivos - Bob Anders (Tate Donovan), Mark Lijek (Christopher Denham) y Cora Lijek (Clea DuVall), Lee Schatz (Rory Cochrane) y Joe Stafford (Scoot McNairy) y Kathy Stafford (Kerry Bishé) – pondrán fin a su huida al cruzar las puertas de la casa de Ken Taylor, el embajador de Canadá en Irán al que da vida Víctor Garber, el actor al que Ben Affleck podría llamar “padre político” por haber sido en la pequeña pantalla el padre biológico de Sydney Bristow, la camaleónica agente doble que trabaja para el SD-6 y la CIA y que fue encarnada por Jennifer Anne Affleck “Alias” Jennifer Garner.
Cuando son ya sesenta y nueve los amaneceres que han visto el tronco de los árboles de EEUU rodeados por lazos amarillos con los que el pueblo estadounidense muestra su deseo de que “los suyos” vuelvan a casa sanos y salvos, los responsables del Departamento de Estado marcan el numero de teléfono de Antonio J. Méndez (Ben Affleck), un agente de la CIA experto en extracción y rescate de rehenes al que piden asesoramiento para elaborar un plan que permita a los seis fugitivos mencionados anteriormente escapar de Irán.
Tras oír un montón de planes disparatados entre los que se incluye proporcionar bicicletas a los seis fugitivos para que estos recorran los cientos de kilómetros que hay hasta la frontera entre Irán y Turquía, Tony Méndez encuentra una posible solución a la crisis de los rehenes mientras ve la televisión.
Y es que durante el visionado de “La conquista del planeta de los simios” empieza a tomar cuerpo en su cabeza un plan que consiste en hacer pasar a los seis fugitivos por miembros de una productora de cine canadiense que dados los paisajes exóticos y desérticos de Irán buscan en este país localizaciones para rodar una película de ciencia – ficción.
Convencido de que dicho plan puede tener éxito debido a que todo el mundo sabe que las productoras hollywoodenses con tal de hacer taquilla estarían dispuestos a rodar con Pol Pot en Stalingrado, Tony Méndez, con la intención de hacerlo realidad, solicita la ayuda de John Chambers (1923-2001), un maquillador a sueldo de la Fox al que da vida John Goodman, y que en 1968 gano el Oscar por el maquillaje de "El planeta de los simios" gracias a los conocimientos que, como protésico dental y corporal, perfecciono en el Fitzsimons Army Medical Center, el hospital en el que creo ojos, manos, piernas y narices para los soldados que durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial sufrieron graves heridas que les desfiguraron y/o provocaron que fuera necesario amputarles partes de su cuerpo.
Dada la importancia capital que tiene el capital monetario a la hora de realizar una producción cinematográfica Tony Méndez y John Chambers unen sus fuerzas para conseguir que un productor les de el dinero necesario para realizar una película que no se filmara pero que podría salvar la vida de seis personas.
Aunque piensa que hay misiones suicidas del ejército cuyas probabilidades de éxito son mucho mayores que las del plan ideado por Méndez, afortunadamente para este último, el productor Lester Siegel pondrá su experiencia y unos cuantos millones de dólares al servicio de la farsa salvadora.
El personaje encarnado por Alan Arkin, según palabras de Chris Terrio, el autor del guión de la película - galardonado con el Premio Oscar e inspirado en el libro “The Master of Disguise” escrito por el propio Méndez y el artículo ‘The Great Escape’ que Joshuah Bearman escribió para la revista Wired Magazine – es “Una composición de muchas personas, desde productores actuales que he conocido a legendarios personajes que llegaron a Hollywood y emplearon su astucia para triunfar”.
Tras recibir el visto bueno del Departamento de Estado, Tony Méndez, con objeto de llevar a cabo su descabellado plan de rescate, toma un avión con rumbo a Turquía mientras retumba en su cabeza “Si sale algo mal La Agencia no te reclamará, y ten por seguro que si te cogen no llegaras vivo a la cárcel”, alentadoras palabras estas que salen de los labios de su buen amigo Jack O'Donnell, el subdirector de la CIA al que da vida Bryan Cranston, el actor mundialmente famoso por da vida al extremadamente inflamable Walter White.
Al llegar al país donde en la actualidad, y como aviso a navegantes los criminales y los pecadores que no cumplen los preceptos de El Corán, son colgadas en grúas ante los ojos de los cientos de personas que se dan cita en la plaza pública, el nacido en la tierra donde hace siglos imperaba “La ley de la horca” deberá emplearse a fondo para conseguir que los seis fugitivos hagan la mejor interpretación de su vida y sigan a rajatabla el guión expuesto en el plan ideado por él y que es lo único capaz de impedir que sean detenidos y posteriormente ejecutados.
El éxito de la misión llevada a cabo por Tony Méndez – a parte de provocar que este último recibiera en 1980 la Estrella al Valor de Inteligencia y que en 1997 John Chambers fuera condecorado con la mayor distinción civil que otorga la CIA a cualquier ciudadano estadounidense – dio la razón a todos aquellos que afirmaban que a la hora de resolver crisis como la que aborda la película hoy reseñada es mejor recurrir a la inteligencia que a la fuerza de las armas, circunstancia esta que había quedado de manifiesto el 5 Septiembre de 1972, el día que ocho miembros del grupo terrorista Septiembre Negro ejecutaron a nueve miembros del equipo olímpico israelí cuando la Policía Federal Alemana intento rescatarlos durante una operación pésimamente planificada que dejo clara la poca efectividad de la policía tradicional y provoco que tiempo después fuera creado el GSG 9 (Grenzschutzgruppe 9; Guardia Fronteriza, Grupo 9) una unidad de operaciones especiales que hoy en día esta entre los mejores grupos antiterroristas del mundo.
En resumen, visto lo visto, dado que en estos días son demasiadas las películas salidas de la maquinaría hollywoodense que consiguen que deseemos lo peor al personal que se encArgo de la producción, la dirección y la interpretación, bien se podría afirmar que sería un crimen no dedicar ciento veinte minutos de nuestra vida a disfrutar del emocionante y entretenido thriller político hoy, el cual - a parte de mostrar brillantemente como decisiones políticas tomadas por gente importante tras la mesa de confortables y seguros despachos puede cambiar para siempre la vida de gente corriente - esta a la altura de “Desaparecido” (1982), “Bajo el fuego” (1983), “El año que vivimos peligrosamente” (1983) y “Los gritos del silencio” (1984).
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