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sábado, 28 de julio de 2012

Sheila y José Luis tras las huellas de El CID Campeador


Fue el pasado 7 de Enero cuando – a raíz de la llamada del Departamento de Recursos Humanos de FAGOR EDERLAN TAFALLA, S.COOP. – me vi haciendo la maleta con sentimientos encontrados, y es que si por una parte me alegre ante la posibilidad de rescindir mi contrato con el Instituto Nacional de Empleo por otra me embargo un profundo sentimiento de tristeza derivado del hecho de que el puñado de euros con el que serían recompensados mis servicios como Técnico de Prevención de Riesgos Laborales implicaría poner tierra de por medio entre mi persona y Sheila, la mujer frente a la cual - llegada la hora de emular a Víctor García y cantar “El más triste adiós” antes de dirigirme al campo de batalla que me esperaba en El Reino de Navarra – tendría que recurrir a la rectitud y fortaleza de los guerreros de la polis donde no había lugar para la ternura ni la debilidad para evitar que la parte de mi ser que no quería ser su amigo que quería ser algo más sucumbiese ante el dolor que suponía saber que nunca sería el hombre digno de decirle “Adiós amada mía”.



Tres días después, tras regresar de la patria de los MAREA con “Plomo en los bolsillos” y el pertinente “no das el perfil que estamos buscando”, vacié la mencionada maleta sin imaginar por un segundo que seis meses después en el interior de la misma, además de para los polos con los que demuestro que en mi armario hay algo más que horrendas camisetas heavy, habría lugar para la inmensa felicidad que me proporciona “La Amazona que cruzo el Ruhr a galope tendido”, esa hermosa y noble dama que en Febrero se enrolo en mis unidades de choque y que entre el 11 y 16 de Julio pateo junto a mi las calles de la capital de la provincia castellano - leonesa que en 1528 vio nacer a Juan de Garay, el explorador y conquistador que durante el reinado de Felipe II, concretamente el 11 de Junio de 1580, fundo la ciudad de Buenos Aires.


Aunque en un principio – como buen amante de todo lo concerniente a La Reconquista – lo que más me atraía de Burgos eran los lugares que habían sido horadados por los cascos de Babieca - el majestuoso caballo sobre cuyos lomos Rodrigo Díaz de Vivar, afligido por la pena que supuso para el ser desterrado por Alfonso VI, atravesó la mencionada ciudad bajo la atenta mirada de los afligidos y llorosos burgaleses de cuyas bocas salía el mismo lamento: “¡Oh Dios, qué buen vasallo si tuviese buen Señor!" – lo que al fin y a la postre provoco que el viaje fuera de lo más fascinante y enriquecedor poco tuvo que ver con El CID Campeador y todos aquellos hombres de armas que hace siglos se metieron en las brillantes armaduras que hoy en día hacen guardia ante las tiendas de souvenirs mientras tratan de asumir que su triste final es ser fotografiadas por las doncellas guerreras que combaten junto a aquellos a los que les habría gustado ser uno de los 70.000 señores del acero que el 16 de Julio de hace 800 años, a las ordenes de Alfonso VIII de Castilla, Sancho VII de Navarra y Pedro II de Aragón, durante el transcurso de la legendaria Batalla de Las Navas de Tolosa derrotaron a los 120.000 soldados que procedentes de todos los rincones del Islam respondieron a la llamada a La Guerra Santa lanzada por el Califa almohade Muhammad An-Nasir.


Sin lugar a dudas una de las sorpresas más gratas que Burgos brindo a un servidor y a la dama que protagoniza junto a mí mi particular novela de caballería fue el Museo del Libro Fadrique De Basilea el cual debe su nombre al impresor nacido en las frías tierras germanas que en el siglo XV, durante más de treinta años, regento en la mencionada ciudad castellana un taller de impresión del que salieron 91 libros, libros entre los cuales están algunos de los incunables más afamados, como por ejemplo la primera edición de ‘La Celestina’ (1499).


Y es que en el interior del sobrio edificio ubicado en el Nº 3 de la Travesía del Mercado – gracias a una iniciativa de la editorial Siloé, arte y bibliofilia – se muestra una fascinante exposición didáctica que es de visita obligada para todos aquellos que saben apreciar como se merece uno de los mayores placeres de la vida, la lectura de un libro, ese instrumento avalado por siglos de historia del que el gran José Luis Borges dijo: De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: es una extensión de la memoria y de la imaginación.


En la 4ª planta del edificio, lugar donde comienza nuestro viaje, se muestra la evolución de la escritura desde las primeras manifestaciones rupestres hasta el codex romano. Entre las joyas que encontramos a nuestro paso se haya una reproducción de La Piedra de Rosetta, el fragmento de una antigua estela egipcia de granodiorita que fue hallado en 1799 por el soldado Pierre-François Bouchard durante la campaña francesa en Egipto, y que veintitrés años después permitió a Jean-François Champollion descifrar los textos jeroglíficos egipcios, hazaña esta gracias a la cual paso a la historia como “el padre de la egiptología”.


Tras bajar las escaleras que nos llevan hasta el penúltimo piso entramos de lleno en la Edad Media, una época oscura donde las haya, de la que desconocemos muchos datos debido en buena medida a la devastación causada por Los Perros de La Guerra en los territorios de La Vieja Europa.

Afortunadamente para los amantes de la historia el daño fue menor gracias a la labor de los scriptores, los escribas monásticos que encerrados en las habitaciones de los monasterios de la Europa medieval, con objeto de evitar que la destrucción nos privase de disfrutar de textos en los que se daban cita el arte, el misterio y la religiosidad, realizaban copias manuscritas de biblias, libros de nobleza, sociedad y caballería e incluso de textos sobre medicina como el que en su día, siglo X, redacto el cordobés Abul Qasim al Zahrawi, el primer cirujano de la historia.


Si bien fue muy loable el trabajo llevado a cabo por los hombres de Dios mencionados anteriormente, sin duda alguna, yo que siguiendo la máxima “el saber no ocupa lugar” pongo remedio a mi ignorancia leyendo las decenas libros que integran mi particular Biblioteca de Alejandría y que amenazan con reventar las baldas de la estantería en la que están apilados – al igual que millones de personas – estoy en deuda con Johannes Gütemberg, el alemán de Maguncia que hacia 1450 invento la imprenta de tipos móviles gracias a la cual – además de cambiar radicalmente la forma de elaborar los libros - el poder de la cultura dejo de estar en manos de la Iglesia.

Las 26 letras del abecedario hechas en moldes de plomo que formaban parte del invento que fue definido por su creador como “Un ejército de veintiséis soldados de plomo con el que se puede conquistar el mundo” tuvieron su bautismo de fuego en 1454, año en el que vio la luz “La Biblia de 42 líneas”, la primera versión impresa de La Vulgata (traducción de la Biblia al latín).

Como no podía ser menos, en la parte del museo dedicada a “El universo Gütemberg”, el visitante podrá encontrar una copia del mencionado libro, el cual, al fin y a la postre, supuso el comienzo de «Edad de la Imprenta». Junto a dicho ejemplar, entre otros, podremos ver una exquisita reproducción de “Beowulf” – el famoso poema épico anglosajón – y una versión en inglés de “Crónicas de El Cid”.


Con el agradable sabor de boca que nos dejo el Museo del Libro en cuya primera planta pudimos ver los utensilios gracias a los cuales, por cortesía de la compañía creada por el fallecido Steve Jobs, el “Homo modernis” ha cambiado su forma de leer, el Viernes emprendimos un apasionante viaje en el tiempo hasta los días en los que los tigres dientes de sable formaban parte de la fauna de La Piel de Toro.

Fue a finales del siglo XIX cuando – con intención de no perder el tren de la Revolución industrial – el gobierno de España encargo a “The Sierra Company Ltd.” la construcción de un ferrocarril minero que permitiese abastecer de carbón a las zonas industriales del Norte de España.

El hecho de que a la hora de unir las localidades burgalesas de Monterrubio de la Demanda y Villafría, la mencionada compañía inglesa cambiase el trazado original por uno mucho más complicado provoco que fuera necesario atravesar la ladera Este de la Sierra de Atapuerca. A raíz de la gran Trinchera de 480 m. de largo por unos 18 m. de altura que se abrió quedaron a la vista un gran número de cuevas, cuevas estas en las que se han encontrado casi el 83 % de los restos prehistóricos que nos han permitido saber algo más sobre nuestros antepasados.


Mientras veíamos como “los CSI de la prehistoria” removían tierra en busca de minúsculos fragmentos de hueso fuimos receptores de una amena e interesante lección sobre la evolución de la raza humana, una evolución de la que sabemos mucho gracias a los restos humanos encontrados por el equipo dirigido por el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga en el Yacimiento 
de la Sierra de Atapuerca. Y es que, en el complejo arqueológico que en 1997 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, y en el año 2000 fue declarado Patrimonio de la Humanidad, hasta la fecha, se han encontrado, al menos, restos de cuatro especies distintas de homínidos: Homo SP (especie no determinada) de la Sima del Elefante, Homo antecessor, Homo heidelbergensis y Homo sapiens.


Si gracias a explicaciones que recibimos durante nuestra visita al Yacimiento de la Sierra de Atapuerca descubrimos como fue el proceso evolutivo de la raza humana, lo que aprendimos en el Parque Arqueológico nos despertó un profundo sentimiento de admiración hacía los “hombres primitivos”, y es que, en estos tiempos modernos en los que el progreso ha provocado que todos nosotros, en mayor o menor medida, tengamos la piel muy fina ante las adversidades, merecen ser recordadas como se merecen todas y cada una de las especies de homínidos que sin ningún tipo de tecnología ni conocimientos académicos consiguieron salir adelante en aquellos tiempos en los que con cada nuevo amanecer comenzaba una lucha feroz por la supervivencia.

Hoy en día en los que los avances tecnológicos han conseguido que con solo apretar un botón sean aniquiladas cientos de miles de personas por cortesía del fuego del infierno que encierran en sus siniestras panzas los misiles nucleares, no deja de ser sorprendente que hace dos millones de años los seres humanos tuvieran como mejor arma de defensa rudimentarias hachas cuya hoja era una lasca, esto es, una piedra a la que habían conseguido extraer dos filos tras golpearla incansablemente con otra piedra.

El hecho de que, a pesar de las extremas condiciones de vida propias de aquellos tiempos, entre los restos hallados en el Yacimiento de la Sierra de Atapuerca estén partes del esqueleto de una adulto de más de sesenta años de edad ha hecho que los investigadores afirmen sin ningún genero de dudas que las tribus primitivas seguían la máxima: es mejor vivir juntos que morir solos.

Ante tal circunstancia es lógico que se hayan encontrado restos de enterramientos, restos estos que confirman que la preocupación por el bienestar de los más débiles que mostraban los mas fuertes fue la causante de que estos últimos, cuando fallecía algún miembro del grupo, hicieran todo lo posible para impedir que su cadáver fuera alimento para las fieras.


Dado que en aquellos tiempos prehistóricos el General Invierno era uno de los peores enemigos de las tribus nómadas estas tuvieron que poner todo su empeño en evitar que las bajas temperaturas acabasen con la vida de sus hijos. Puesto que “el frío agudiza el ingenio” no tardaron en aparecer las primeras viviendas unifamiliares, viviendas en las que - gracias a la protección dada por las pieles curtidas que cubrían su estructura, y las hogueras que ahuyentaban a los animales salvajes – los hombres primitivos podían descansar sin miedo a morir de frío o entre las fauces de un lobo hambriento.


El progresivo aumento de las relaciones sociales entre las diversas tribus dio lugar a la aparición de las primeras formas de comunicación: las pinturas rupestres. Dichas pinturas, a medida que evoluciono el hombre, pasaron de ser simples trazos informes a exquisitas representaciones de animales.

Como no podía ser menos, entre las pinturas rupestres que pudimos ver durante nuestro apasionante viaje en el tiempo estaba la que representa a un grupo de hombres intentando dar caza a un búfalo.


Dada la peligrosidad que suponía enfrentarse a descomunales y fieros animales salvajes, los hombres primitivos emprendieron su particular carrera armamentística, una carrera que, gracias a las experiencias extraídas durante sus cacerías, fue perfeccionándose hasta conseguir armas tan letales y seguras como el arco.


Por último, como punto final de la lección sobre técnicas de supervivencia de la que fuimos destinatarios y que no tuvo nada que envidiar a las impartidas por el aventurero británico Bear Grylls “El último superviviente”, tuvimos oportunidad de ver el proceso gracias al cual nuestros más lejanos antepasados dominaron el fuego y consiguieron hacer muchas más acogedoras sus viviendas, esas que en tiempos remotos tenían la forma de frías y húmedas cavernas y que con el transcurrir del tiempo y la consiguiente evolución intelectual de sus moradores sufrieron una sustancial modificación de su estructura.


El viaje que a primeras horas de la mañana nos llevo hasta el Yacimiento de la Sierra de Atapuerca tuvo su punto y final en el espectacular edificio de nueva planta obra del arquitecto Juan Navarro Baldeweg que acoge en su interior al Museo de la Evolución Humana, el cual, según palabras de sus responsables, tiene como objetivo traducir el conocimiento científico sobre la evolución humana en un discurso riguroso pero asequible, en una experiencia única, emocionante e impactante, pero también reflexiva acerca del futuro del hombre y de su entorno.



Si bien el Museo cumple con creces el fin con el que nació el 13 de julio de 2010 lo cierto es que, aquel que haya estado previamente en el Yacimiento de Atapuerca y el Parque Arqueologico, no podrá evitar tener la sensación de que el nivel ha caído un poco.

No obstante, a pesar de lo anteriormente mencionado, merece la pena recorrer con calma las cuatro plantas del edificio, sobre todo aquella en la que tiene cabida “La evolución en términos biológicos”, exposición esta en la que tienen especial protagonismo Charles Robert Darwin (1809 – 1882) y Santiago Ramón y Cajal (1852 - 1934).

Si dentro de la replica de uno de los camarotes del HMS Beagle nos sentimos como por un momento como el naturalista inglés que, tras sus cuatro paredes y a la luz de un candil, desarrollo la teoría que demostró que todos los seres vivos evolucionan por selección natural, gracias a una reproducción a gran escala de un cerebro humano nos vestimos la bata que en su día llevo el neurólogo navarro que, por cortesía de sus estudios sobre el sistema nervioso y las conexiones celulares y neuronales, fue galardonado en 1906 con el Premio Nobel de Medicina.


Llegados a este punto del camino es de justicia dar parte en este blog de mi más sincero agradecimiento a mi compañera de viaje por el bello gesto que tuvo conmigo, un gesto este con el que echo leña al fuego que a medida que pasan los días va “Devorando el corazón” del que cada amanecer rojo bendice la Hora Zulu en la que “Das Krieger Mädchen” entro en mi vida y, como si fuera un rayo de sol, aniquilo a mi oscuridad.



Y es que la noble y lozana dama que se gano las más altas condecoraciones el día del pasado mes de Mayo en el que destino parte de su fortuna a sufragar la cruzada cuyo objetivo era que un servidor entrase en TIERRA SANTA para corear la canción dedicada al “Legendario” guerrero nacido en Vivar que conquisto para su rey la tierra que estaba en manos del invasor que llevaba Media Luna en su estandarte, consiguió superarse a si misma gracias al tiempo que dedico a bucear en las procelosas aguas de la red en busca de uno de esos antros de perdición en los que por cortesía mía acaba enterándose de todo lo que nunca quiso saber sobre el heavy – metal.

Gracias a su labor de investigación, llegada la noche del Viernes, hicimos parada y fonda en “Contra Punto Heavy Pub”, en el mencionado local, situado a unos pocos metros de esa inmensa casa de Dios que es la Catedral de Burgos, desde hace cuatro años aquellos a los que les hierve la sangre cada vez que IRON MAIDEN toca “El Número de La Bestia”, mientras son atendidos por unos simpáticos camareros que gracias a sus tatuajes y a sus pintas bien se merecen ser definidos como auténticos “Heavy Metal Warrior”, disfrutan de agradables veladas durante las cuales escuchan “dulces” melodías heavy – metaleras a volumen brutal bajo la atenta mirada de los posters que forran las paredes y el techo del local.


Sin lugar a dudas, si visitara la ciudad alguno de esos grupos de epic – metal cuyas canciones versan sobre bravos caballeros que por el amor de una lozana dama están dispuestos incluso a arriesgar su vida frente a un fiero dragón, el lugar más idóneo para que hicieran parada y fonda sería el Castillo de Burgos.


Dicha fortaleza – que fue levantada por el conde Diego Rodríguez Porcelos en los tiempos de la Reconquista, año 884, y que el 13 de junio de 1813, durante las guerras napoleónicas, sucumbió durante los duros combates entablados entre las tropas francesas y las tropas angloportuguesas al mando de Wellington – dada su privilegiada ubicación - 75 m sobre el nivel de la ciudad – nos brindo la oportunidad de ver Burgos en toda su totalidad y marcharnos con una espectacular foto que amablemente nos saco "El américano tranquilo", un joven tejano que - al igual que cientos de extranjeros - llego hasta allí siguiendo la senda marcada por El Camino de Santiago.


Dado que no visitar la Catedral de Santa María de Burgos habría sido un pecado tan grande como ser heavy y no ir al menos una vez en la vida al festival Wacken Open Air, el Día del Señor fue el elegido para cruzar las puertas del espectacular templo católico dedicado a la Virgen María.


Mientras recorremos la superficie de la catedral fundada por Fernando III el Santo (Obispo Mauricio) y declarada en 1984 Patrimonio de la Humanidad, es inevitable poner en duda la catadura moral de los sectores de la Iglesia Católica que promulgan el voto de pobreza y la ayuda económica del Estado mientras a lo largo y ancho de La Piel de Toro tienen edificios cuyo valor en el mercado bien podría paliar el hambre de cientos de miles de corderos de Dios que carecen de lo más básico.

Dejando a un lado lo anteriormente mencionado – no sin artes pedir a Dios que vele por los misioneros católicos que en los rincones más inhóspitos ayudan a los más necesitados mientras son criticados por los progres de salón – el visitante – ya sea católico, agnóstico o seguidor de Los Hijos del Séptimo Día – estupefacto y anonadado se quedara ante la inconmensurable belleza que se encuentra a su paso, belleza que esta presente en las vidrieras, las tallas, los retablos, las columnas…

Huelga decir también que como admirador de los ingenieros de antaño que consiguierón levantar impresionantes estructuras en aquellos lejanos tiempos en los que no había ni AutoCAD ni grúas capaces de elevar a cientos de metros de altura piezas de miles de kilos fue inevitable para mí acordarme de los miles de hombres que entre los años 1221 y 1260 trabajaron de sol a sol para construir la casa de Dios, casa esta que seguramente fue el último hogar para muchos de ellos teniendo en cuenta que en aquellos días ni Dios tenía en cuenta las medidas de seguridad a seguir para evitar accidentes laborales.


Dado que no fue posible para mi disfrutar de una visita guiada por las herrerías donde fueron forjadas las espadas Tizona y Colada con las que Rodrigo Díaz de Vivar, en los tiempos de la Reconquista – en calidad de mercenario a sueldo de los dos bandos en conflicto – derramo sangre tanto cristiana como musulmana, el broche de oro a mi periplo por Burgos junto a “La Filóloga Hispánica que surgió del frío de Bochum”, fue visitar el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, un hermoso edificio en cuyo interior los amantes de todo lo concerniente a la lengua de Cervantes podrán ver 'Los Orígenes del Español', una exposición cuyo núcleo central gira en torno a los documentos escritos relacionados con la figura de El Cid.


Ego Ruderico (“Yo, Rodrigo”) – la firma empleada por Rodrigo Díaz – aparece en la carta de arras que concedió a su mujer – Doña Jimena – y en el testamento mediante el cual dono buena parte de su fortuna a la iglesia Mayor de Valencia, dos de los varios documentos gracias a los cuales conocemos un poco más del hombre que había detrás de la leyenda que llego a nosotros a través del inmortal poema medieval “Cantar del Mío Cid”.


A pesar de que durante el transcurso de mi primer e inolvidable viaje en compañía de mí particular Doña Jimena, esta última - además de tener cada amanecer la tentación de tirarme por la ventana el móvil por haberlo programado para que RAMMSTEIN nos despertase con “Feuer frei” () - comprobó que para mí un lugar céntrico es aquel al que se llega en media hora marcando el paso legionario, que mis exquisitas maneras rayanas con la pedantería pueden aburrir a los conserjes de hotel más curtidos y que en un alarde de mala educación y metido en el traje y la piel del grumete Rodrigo de Triana, señalo con el dedo y digo “¡monumento / museo / restaurante / hotel a la vista!” espero y deseo que se venga conmigo y parta junto a mí hasta algún lugar perdido, allí donde, mientras devoramos libros de bolsillo como por ejemplo “El cantar del Mío Cid”, estoy seguro de que pase lo que pase conseguirá que me sienta tan fuerte y valiente como aquel guerrero que después de muerto una batalla gano con una flecha clavada en su corazón.



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