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martes, 25 de diciembre de 2012

La cocina es alquimia de amor - Guy de Maupassant


Que los cinco minutos que tardo en preparar en el microondas un bote de fabada o de callos sea el máximo tiempo que hasta la fecha he pasado entre fogones, sin lugar a dudas, es una de las cosas que más deberían avergonzarme más un teniendo en cuenta que yo fui uno de aquellos niños a los que, mientras estaban haciendo “Vainica Doble”, el cantautor que dio voz a “El hombre del traje gris al que le robaron el mes de Abril” sorprendía siempre “Con las manos en la masa”.



Y es que aunque – Canal Cocina mediante – Jamie Oliver y ese guapito de cara llamado Julius Beniert pusieron todo su interés y esmero para conseguir que hombres como yo aprendieran a cocinar para así no depender toda su vida de “la comida de mama” o de los exquisitos productos de CONSERVAS LA NOREÑENSE lo cierto es que solo Karlos Arguiñano consiguió llamar mi atención gracias a sus chistes y no precisamente a su extraordinarias dotes para conseguir que unas kokotxas pochadas estuvieran ricas, ricas y con fundamento.


Dicho esto, el vago que no tienes huevos para romper los huevos necesarios para hacer una tortilla, y al que al ser reclamado en la cocina le embargan unos deseos de huida tan grandes como los que empujaron a Cosmo Carboni (Sylvester Stallone) a “cocinar” junto a sus dos hermanos un plan que les permitiera escapar de “La cocina del infierno”, hoy – desde el respeto y el cariño – dedica este blog a las mujeres que cocinaron para él.


Y es que esas notables cocineras que son Mi Santa Madre, Mis hermanas de sangre y a “La Filologa Hispánica que surgió del frio de Bochum” – dadas las extraordinarias dotes culinarias de las que me han dado fe - bien merecerían y merecen ser destinatarias de grandes alabanzas, alabanzas estas que, en honor a la verdad, pocas veces salieron y salen de la boca del que esto escribe y que gracias a ellas pudo y puede llenar su estomago con exquisitos platos.

Si bien un “simple cocido” ya requiere un proceso de elaboración que exige la máxima atención para evitar que la legumbre elegida salga dura, en esta entrañable época del año – tal como bien podrán comprobar los “comodones señoritos” que se acerquen a la cocina - es cuando “las amas de casa”, sacrificando unas cuantas horas de su vida, y mezclando con maestría una tonelada de cariño y una pizca considerable de paciencia, consiguen que en la mesa en torno a la cual se reúnen sus seres queridos se den cita manjares tan exquisitos como los que preparo para mí la mujer gracias a la cual mis penas perdieron su sabor.


En este día de Navidad en el que aún me relamo por haber sido el destinatario de “una prueba de amor” que habría conseguido que los estómagos de José, María y Jesús se sintieran tan afortunados como el del Rey Herodes, más que nunca me gustaría ser rico para poder poner un gran presente a los pies de la autora de tal obra maestra culinaria.

Dado que por desgracia para mí soy tan pobre como aquel tamborilero que para ver a su rey recorrió el camino que llevaba a Belén y bajaba hasta el valle que la nieve cubrió, lo único que puedo hacer es hacerle saber a través de este blog que le estaré eternamente agradecido por la inolvidable y deliciosa cena de Nochebuena con la que me agasajo.

Danke schön, liebe Sheila

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