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domingo, 16 de junio de 2013

La venganza solo es dulce para aquellos a los que el rencor les ha tergiversado el gusto - Jaime Tenorio Valenzuela


Fue hace unos cuantos años cuando los ojos del que esto escribe vieron una película en la que la dueña de los "Labios ardientes" que en 1990 hicieron perder la cabeza a Don Johnson encarnaba a Gena, una joven que, tras ver morir a su hijo en sus brazos, comienza un viaje sin retorno cuyo objetivo es matar a un Yakuza que luce un tigre azul tatuado en el pecho y que fue el autor del disparo que por desgracia para ella provoco que el dolor se hiciese dueño y señor de su corazón de madre y que su alma de mujer fuese atrapada por las zarpas de la furia asesina.




El hecho de que fuera emitida en Antena3 a altas horas de la madrugada da fe de la calidad cinematográfica de "la criatura" de Norberto Barba, no obstante ello no fue impedimento para que se grabase a fuego en mi memoria, circunstancia esta que tuvo buena culpa ese momento en el que un tatuador le dice a Gena: Dicen que soy hay una cosa peor que un tigre herido, una mujer con deseos de venganza.


Sin lugar a dudas, "Furia en la piel" fue un soplo de aire frescos en aquellos días en los el cine norteamericano nos había convencido que la venganza, al igual que el brandy Soberano, es cosa de hombres.



Y es que, como bien sabrán todos los cinefilos de exquisito paladar, el cine, especialmente el cine de acción, esta en deuda con el arquitecto Paul Kersey (Charles Bronson), el granjero Josey Wales (Clint Eastwood), el ex - policía Frank Castle (Dolph Lundgren) y el rockero Eric Draven (Brandon Lee), cuatro hombres con diferentes circunstancias personales a los que el asesinato de sus seres queridos igualo al convertirlos a todos ellos en Ministros de La Muerte cuyo única razón para vivir era ver morir a los que ejecutaron a los que junto a ellos iban a bordo de El carro de la vida al que empujan los años y del que tiran los días.

Quince años después de que Gina Hayes ejecutará su venganza, para sorpresa de propios y extraños, hizo acto de presencia en la pantalla grande Lisbeth Salander, esa extravagante y dura mujer de armas tomar que dio su merecido a "Los hombres que no amaban a las mujeres" y a la que seguramente le habría gustado tener algo más que una bonita amistad con la madre coraje citada anteriormente.

Noomi Rapace, la sueca de Hudiksvall que se metió en la cazadora de cuero y la tatuada piel de la justiciera creada por el escritor Stieg Larsson, es precisamente la encargada de dar vida a Beatrice, la protagonista secundaria de la película analizada a continuación.


Niels Arden Oplev – el director danés que durante el rodaje de “Millenium I” capturo con su cámara los movimientos de La hija del cantaor de flamenco - dirige a esta última en una historia escrita por J.H. Wyman y cuyo hilo conductor es la venganza llevada a cabo por El macho irlandés que en 2010, a las ordenes del poeta cinematográfico por cortesía del cual pase una terrorífica noche “En compañía de lobos”, protagonizo “Ondine”, ese precioso cuento de hadas moderno que visione durante una de aquellas tormentosas noches en las que, a bordo del buque fantasma que dio origen a “La leyenda del holandés errante”, buscaba la forma de capturar con mis redes a «La Sirena que surgío del frío de Bochum» y cuya simple compañía conseguía que me sintiera tan bravo y valiente como Los Caballeros de La Orden del Temple que lucharon en TIERRA SANTA.





Colin Farrel, es el encargado de dar vida a Victor, uno de los guardaespaldas de Alphonse, un mafioso neoyorquino que desde hace meses vive bajo la amenaza de un asesino que esta aniquilando a sus esbirros, y gracias al cual gustosamente accedería a que su ejercito de matones dotado con armas de grueso calibre fuera reforzado por War Machine, el aliado de IRON MAN al que dio vida Terrence Howard, el actor que encarna precisamente al delincuente armado y peligroso citado anteriormente.



La solitaria existencia que lleva Victor y que esta marcado por un terrible suceso de su pasado se verá seriamente alterada al entrar en escena Beatrice, una joven francesa que vive justo enfrente de él y que le propone un trato que no podrá rechazar debido a las nefastas consecuencias que tendría para él que ella diera parte a la policia de lo que - metida en el pijama y la piel del fotógrafo L. B. Jefferies - vio a través de “La ventana indiscreta” del apartamento en el que vive junto a su madre.


Lo que empieza como una tensa relación sustentada por el chantaje se convierte en algo más cuando El hombre que no sonrie mientras asesina fríamente y por motivos personales descubre que, al igual que él, La chica que llora de dolor cada vez que intenta cincelar una sonrisa en su rostro desfigurado espera y desea que la ejecución de su venganza consiga que se vuelva a poner en marcha el reloj de su vida, ese cuyas agujas se detuvieron cuando se cruzaron en su camino los que en una fracción de segundo les destrozaron sus vidas.


Y es que a medida que avanza la trama la amistad de La mujer que huye de los espejos para que en sus ojos no se reflejen las cicatrices por culpa de las cuales los niños la llaman monstruo se convierte en un bálsamo para El hombre al que daban por muerto, el cual, a parte de dejar de ser un muerto en vida encerrado en una prisión custodiada por Los Demonios de El Dolor, se dará cuenta de la certeza de la frase Incluso el corazón más herido se puede curar, frase esta salida de los labios de la madre de Theo, el niño del que es padrino y cuyo padre es el único miembro de la banda que merece su amistad y compasión.


Durante el visionado de esta película de la que cabe destacar la oscura y melancólica fotografía de Paul Cameron queda claro que, en las calles neoyorkinas que a principios de los 80 el vigilante John Eastland (Robert Ginty) limpio con el fuego purificador de su lanzallamas, hoy en día el trafico de drogas ha quedado en segundo plano con respecto a la especulación inmobiliaria, sucio negocio este que, por culpa de Chanquetes que se niegan a moverse del lugar donde hacen escala al acabar su travesía diaria por los mares de La Vida, provoca que en ocasiones sea necesario recurrir a las técnicas coercitivas de bandas de sicarios llegados de Europa del Este y que matan por los puñados de dolares que les pagan mafiosos cuya indumentaria les hace pasar por respetables hombres de negocios. 

Buen ejemplo de hombre en cuyo armario hay guardados elegantes trajes y unos cuantos cadáveres es Lon Gordon, el superior jerárquico de Alphonse al que da vida Armand Assante, el veterano actor italo – irlandes que estuvo entre los fogones de “La cocina del infierno” y que para el que esto escribe siempre será el pequeño gran General corso que compartió su lecho con Josefina de Beauharnais y que gracias a su profundo conocimiento e inteligente aplicación de las tácticas militares consiguió entre otras cosas que 21.000 soldados de la Grande Armée agotados por el calor y por la sed derrotaran a 40.000 mamelucos durante la batalla que el 21 de julio de 1798 se libro bajo la atenta mirada de piramides de cuarenta siglos de antigüedad.



En resumen, a lo largo de sus 110 minutos de metraje, a parte de darnos sobradas razones para certificar que – tal como bien apunto Sir Francis Bacon - Una persona que quiere venganza guarda sus heridas abiertas, la película, durante la tregua que le dan al espectador el ruido y la furia de los disparos de fusiles de asalto, nos hace ver que no podemos permitir que el dolor provocado por las heridas que sufrimos durante nuestro caminar por ese Valle de las sombras que es La Vida nos impida seguir hacía adelante y capturar esos pequeños instantes de felicidad que consiguen que, aunque solo sea durante unos minutos, escapemos de las garras del odio y del rencor, esos impuros sentimientos que nos tergiversan el gusto y provocan que para nosotros sea muy dulce la venganza, ese plato que se sirve frío pero que, según los paladares mas exigentes, sabe mucho mejor caliente.

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