En 1992, seis años después de que James Cameron demostrase que "Las segundas partes no siempre son malas", David Fincher dirigió "Alien 3", película esta que decepciono notablemente al que esto escribe y que provoco que fuéramos muchos los que pensáramos que había llegado el triste final de la sanguinaria criatura diseñada por Hans Ruedi Giger.
Por fortuna para los amantes de la ciencia – ficción, especialmente para los que disfrutaron y sintieron autentico pánico durante la experiencia cinematográfica que a bordo de la nave espacial U.S.C.S.S. Nostromo les llevo a adentrarse en el corazón de las tinieblas, cinco años después la Teniente Ellen Ripley (Sigourney Weaver) resucito de entre los muertos gracias a "Alien: Resurección", película basada en un guión escrito por Joss Whedon y dirigida por Jean - Pierre Jeunet, ese imaginativo artesano que en 2001 obtuvo el reconocimiento mundial gracias a "Amelie", ese precioso y gran canto a la felicidad que proporcionan las pequeñas cosas y que he visionado durante las horas previas al "Amanecer Rojo" que dio comienzo a mi décimo sexto mes junto a «La Infante de Marina que llego de la ciudad que vio nacer a Axel Rudi Pell», y gracias a la cual, a parte de aumentar mis conocimientos sobre las hazañas bélicas que jalonaron la hoja de servicios de los mercenarios que combatieron junto a Alejandro Magno, soy prisionero otra vez de la felicidad que me embargaba cuando era un niño al que su mama le impidió ver la primera parte de la saga Alien.
Tras llevarnos al espacio exterior donde el replicante Roy Batty vio atacar naves en llamas más allá de Orión y Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser, Jean - Pierre Jeunet nos invita a que nos pasemos las penas por El Arco del Triunfo y le acompañemos durante su recorrido por las calles de Montmartre, el barrio parisino donde vive Amélie Poulain, una introvertida joven que ha visto a su padre dedicar todo su afecto a un gnomo de jardín, a su pez de colores deslizarse hacia las alcantarillas, y a su madre morir bajo el peso de una turista canadiense que cansada de vivir se arrojo desde una de las torres de la Catedral de Notre Dame.
Audrey Tautou, la actriz que cinco años antes de lucir los elegantes trajes de la sofisticada y rebelde "Coco Chanel" (2009) se vistió con los harapos de una campesina que durante un "Largo domingo de noviazgo" espero al hombre del que le apartaron el ruido y la furia de la guerra durante la cual la muerte y el sufrimiento de cientos de miles de hombres fue El precio de una milla, es la encargada de dar vida a esa introvertida joven que durante la noche en la que La princesa del pueblo entro en El Reino de Los Cielos a casi 200 Km / h. encuentra una oxidada caja que, al fin y a la postre, provoca que se convierta en una Quijote cuyo objetivo en la vida es derrotar a ese implacable molino que son las miserias humanas.
Mientras prepara cafés y escucha “las batallitas” de Suzanne (Claire Maurier), una mujer a la que no le gusta que un hombre sea humillado en presencia de su hijo, y que es la dueña del "Café des 2 Moulins” (Café de los Dos Molinos), Amélie pone su mente a trabajar para provocar que la felicidad se convierta en fiel aliada de Georgette (Isabelle Nanty), vendedora de tabaco hipocondríaca que odia la frase “el fruto de su vientre”, Hipólito (Artus de Penguern), escritor fracasado que disfruta viendo por televisión como los toreros son corneados, y Joseph, amante rechazado que se pasa el día espiando a la mujer que lo hirió y que esta encarnado por Dominique Pinon, ese pequeño gran actor que ha puesto su peculiar físico al servicio de todas y cada una de las fantasías visuales que hasta la fecha ha realizado Jean - Pierre Jeunet.
A lo largo de sus 122 minutos de metraje son muchas las sonrisas que se cincelan en nuestro rostro gracias a las curiosas situaciones protagonizadas por los personajes salidos de la mente del guionista Guillaume Laurant y cuya vida cambia para siempre gracias a esa admiradora de El Zorro que ante el poco caso que le hace su padre entabla una relación casi paterno – filial con Raymond Dufayel (Serge Merlin), un anciano conocido como “El hombre de cristal” por la debilidad de sus huesos y que durante los 20 años que lleva encerrado en su "fortaleza acolchada" ha alimentado sus horas de soledad con las reproducciones que hace del cuadro "Almuerzo de remeros" (Pierre-Auguste Renoir).
La mala leche y el cabreo permanente del que hacían gala los personajes a los que dio vida el protagonista de "París bien vale una moza" son, sin duda alguna, las peores señas de identidad de los que moramos en La piel de Toro, en este país cuya crisis económica, si bien no nos da motivos para que iluminados por La luz de la mañana, vayamos por La Vida diciendo Don´t worry, be happy al son de alguno de los temas buen rollistas de Facto Delafé y las Flores Azules, tampoco justifica que, escudándonos en nuestros problemas y metidos en el chándal y la piel de José Mário dos Santos Mourinho Félix, nos metamos el dedo en el ojo unos a otros y dediquemos nuestras fuerzas a disparar contra todo lo que se mueve.
Ante tal tesitura, dado que como bien apunto Hipolito - La vida no es sino un proyecto, un interminable ensayo de una obra que jamás se estrenará – estaría bien que encerráramos a nuestras miserias humanas en el camerino, y que, mientras intentamos interpretar dignamente nuestro papel, sacáramos a la quijotesca y soñadora Amélie que hay dentro de nosotros y no dejáramos escapar la ocasión de hacer felices a nuestr@s compañer@s de reparto, y es que, sin lugar a dudas, más valioso que un premio dotado con una considerable gratificación económica es tener la certeza de que gracias a nuestra entrada en escena su vida es mas satisfactoria.
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