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jueves, 24 de octubre de 2013

El testigo de la historia que sirvio una relaxing cup of café con leche a ocho de los cuarenta y cuatro poderosos hombres que gobernarón el mundo desde El ala oste de la Casa Blanca


Aunque la nave llamada “Monarquia”, y cuyo timon es manejado por ese tipo campechano cuyo apellido rima con “Bribón”, ya tenia suficientes motivos para hundirse gracias a la via de agua que en su casco abrieron los colmillos del elefante que al caer muerto hizo temblar la tierra bajo el espacio aéreo de Botswana, en honor a la verdad, fue la larga mano de un jugador de balonmano la que consiguió que el Palacio de La Zarzuela este envuelto por una capa de suciedad cuyo nauseabundo hedor no podría ser disimulado ni con miles de litros de los mejores perfumes creados por “Coco” Channel

No obstante, a pesar de lo anteriormente mencionado y aunque a mi también me provoquen arcadas las golfadas reales, una frase extraída de “El discurso del rey” es la mejor forma de introducir el blog de hoy.


Y es que, como diría el que ostenta la jefatura del Estado español, me llena de orgullo y satisfacción saber que una de mis lectoras más fieles es la mujer que oyó de mis labios “Mama, quiero ser escritor”, declaración de intenciones esta que, con el pelo alborotado y los calcetines de color, pronuncie emulando a esa muchachita de Valladolid que protagonizo “Las que tienen que servir”, película esta en la que, con toques de comedia, se analizaba la no siempre cordial relación entre “Criadas y señoras”, señoras estas últimas que, además de a las chicas del servicio domestico, tenían también a su disposición a chóferes tan eficientes como Hoke Colburn, el hombre que condujo el automóvil Chrysler a bordo del cual la Señora Daisy Werthan recorrió el Estado de Georgia mientras con tristeza contemplaba como muchos de sus compatriotas eran victimas de esa lacra social contra la que, en El país del Arco Iris al que miles de kilómetros le separan de El país de las barras y estrellas, lucho el político sudafricano que, tras los barrotes de la pequeña celda en la que paso veintisiete años de su vida, gracias a la constante repetición del par de versos con los que finaliza el poema “Invictus” - Soy el amo de mi destino / Soy el capitán de mi alma – consiguió que su corazón negro no fuera hecho prisionero por el odio hacía los hombres blancos al servicio de ese brutal sistema de segregación racial que fue el Apartheid.


Es precisamente la segregación racial una de las patas que sostienen la mesa sobre la cual fueron colocadas las relaxing cups of café con leche con las que, por cortesía de “El mayordomo” que se las sirvió, remojaron sus gaznates el que jugaba con los “Masters del Universo” y la santa mujer a la que no le habría importado que la luna la hubiera sorprendido “Bailando con lobos” y con el guapito de cara que lidero la “Intocable” unidad policial que imponía la ley en aquellos días en los que imperaba la ley seca por culpa de la cual las calles de Chicago fueron mojadas por los litros de sangre derramados durante violentos ajustes de cuentas protagonizados por bandas de gángsters.


Andy García, el actor que en 1987 dio vida a uno de esos agentes de la ley que se enfrentaron a los matoNess a las ordenes de Al Capone, tres años después se metió en el uniforme y la piel de un miembro de “Asuntos internos”, la unidad policial a la que perteneció Jon Kavanaugh, el Teniente que intento impedir que el Detective Victor Samuel "Vic" Mackey y su Equipo de Asalto fueran los “Dueños de la calle”, y que fue encarnado en la pequeña pantalla por Forest Whitaker, el inmenso interprete afroamericano que siguiendo “El camino del samurai” que atraviesa la tranquila localidad tejana que fue testigo de “El último desafío” al que se enfrento el sheriff Ray Owens, y que recientemente cruzo las puertas del blanco edificio sito en el Nº 1600 de la Avenida Pensilvania, y en el que moraron los ocho poderosos hombres a los que, a lo largo de treinta y cuatro años (1952 – 1986), con gran profesionalidad y discreción sirvio Eugene Allen Gaines / Cecil Gaines, en la ficción.


Lee Daniels, el hombre que siguió las rodaduras dejadas en el asfalto por la bicicleta de “El chico del periódico” gracias al cual los habitantes de un pequeño pueblo de Florida pudieron leer noticias protagonizadas por personas tan desgraciadas como "Precious" Jones, es el director de la función en la que el tejano de Longview recorre con una bandeja en la mano los pasillos de la fortaleza que alberga en su interior la “Habitación del pánico” diseñada para que, durante situaciones de emergencia, pueda estar a salvo el ocupante del Despacho Oval en el que un día de 1952, por primera vez en su vida, entro Cecil Gaines para servir un café a Dwight David "Ike" Eisenhower.


Robin Williams, el actor que encarno al locutor radiofónico que empezaba su programa matinal gritando “¡Good morning Vietnam!” es el encargado de dar vida al general que planifico el Desembarco de Normandía, una de las operaciones militares más espectaculares y decisivas que tuvieron lugar durante la II Segunda Guerra Mundial, el conflicto armado durante el cual, el 13 de mayo de 1940, los hijos de la Gran Bretaña oyeron de labios de Sir Winston Leonard Spencer Churchill el discurso en el que este último les hacia saber que solo les podía ofrecer sangre, improbo esfuerzo, sudor y lágrimas, cuatro valores estos que desde hacia siglos marcaban la vida de los estadounidenses cuya negra piel contrastaba con el blanco color del algodón que arrancaban durante duras jornadas de trabajo.


Fue el 14 de Julio de 1919 cuando, tras germinar la semilla que Earl Gaines (David Banner) nueve meses antes planto, Cecil Gaines vio por primera la luz del sol que bañaba con sus rayos los campos de algodón de Scottsville (Virginia) allí donde, siete años después, el bendito fruto salido del vientre de Hattie Pearl, por cortesia del violento y sádico Thomas Westfall (Alex Pettyfer), recibirá una dura lección, lección esta que le enseñará de la peor forma posible que él y los de su raza, durante las jornadas de viaje que les llevaran a través de ese Valle de Las Sombras que es La Vida, deberán enfrentarse a la maldad de hombres blancos que con ese látigo de nueve colas que es el odio irracional les golpearán y les obligarán a que, para sobrevivir, saquen de su corazón la garra y la fuerza de la que hizo gala el “Héroe” que protagoniza una de las composiciones musicales más famosas de Mariah Carey, la cantante estadounidense que tras dejar en su armario sus elegantes vestidos se ha metido dentro de las sucias ropas de la madre de Cecil.


A raíz del despreciable acto cometido por el brutal capataz mencionado anteriormente, la mujer que parió a este último, y a la que da vida la actriz que dio la vida a “La condesa rusa” y que responde al nombre de Vanessa Redgrave, tomará bajo su protección al niño que un día fue el hombre al que encarna el que el 25 de febrero de 2007 atrapo esa estatuilla hecha con una aleación metálica formada por cobre, estaño y regulo de antominio, y posteriormente bañada con una capa de oro tan puro como el que, según la leyenda, cubría el inodoro en el que se sentaba el dictador que se autoproclamo como “El último rey de Escocia”, y que entre 1971 y 1979 regó las tierras de Uganda con la sangre de los cientos de personas que ordeno asesinar, y entre las que estaban algunas de las que formaron parte del menú del que decían que tenia la conciencia más negra que la piel.


Tras las cuatro paredes de la casa de Annabeth Westfall aprenderá todo lo que deben saber los que eran etiquetados por sus amos como “negro domestico”, apodo este último que Cecil no volverá a emplear para definirse a si mismo tras recibir un buen tortazo de Maynard, un veterano mayordomo que le enseña todo los trucos que ha aprendido durante su dilata trayectoria profesional, y al servicio del cual se puso Clarence Williams III, el veterano actor secundario que tomo parte de la “Conspiración militar” en a que se vio involucrado el agente secreto David Wolfe (Cuba Gooding Jr.).


Años después, gracias en buena medida a las clases magistrales de Maynard, el bueno de Cecil es elegido para formar parte del ejercito de sirvientes que esta al servicio del Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, y del que forman parte Carter Wilson y James Holloway, personajes estos que son encarnados respectivamente por el oscarizado neoyorquino que a las ordenes de Lee Daniels boxeo en las sombras, y por el patriota rockero que responde al nombre de Lenny Kravitz y que, guitarreos mediante, dejo claro que no quería envejecer junto a una Mujer americana tan brava como Gloria Gaines.


El hecho de que hoy en día Oprah Winfrey sea una de las mujeres mas poderosas de los Estados Unidos de America es un claro ejemplo de la gran evolución que ha experimentado la sociedad en la que tienen tanta influencia las opiniones de la periodista de Kosciusko (Misisipi); y es que el hecho de que una mujer negra haya ganado una multimillonaria fortuna y el respeto de sus compatriotas de raza blanca podría calificarse de increíble teniendo en cuenta que, no hace tanto tiempo, las mujeres que tenían la piel tan oscura como la del personaje a la que encarna en la película hoy reseñada eran despreciadas por los racistas blancos con alma negra cuyas execrables acciones, al fin y a la postre, y tal como podrá comprobar el respetable público, quebraran la tranquilidad del hogar de los Gaines.


Mientras que con paso firme y seguro Cecil recorre los pasillos de la Casa Blanca dentro de un elegante traje tejido con el respeto y el correcto trato del poderoso hombre blanco al que sirve, su primogénito, Louis – aprovechando su estancia en Nashville (Tennessee) para estudiar en la Fisk University – decide recorrer la peligrosa senda que recorren todos aquellos cuya meta es conseguir que, sin distinción de raza, todos los estadounidenses tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades, y en cuyos márgenes yacen los cadáveres de decenas de activistas a los que la vida les fue arrabatada por el Ku Klux Klan, la criminal organización formada por fanaticos racistas que encendían sus antorchas con las llamas de la hoguera alimentada por el odio, y que hoy que en día, tras perder el poder que llego a tener, es un nefasto recuerdo de aquellos días en los que – tal como pudo comprobar Rosa Parksnegarse a ceder el asiento a un blanco implicaba meterse en un jardín.


El personaje encarnado por David Oyelowo sirve al director de la función para lograr el principal objetivo de su obra, este es: mostrar al espectador la dura y dramática lucha de todos aquellos jóvenes de color que lo único que querían era conseguir ser tratados como seres humanos y no como basura.

Y es que, hace menos de 50 años, aunque visto lo visto nos parezca increíble, en el país que actualmente es gobernado por un hombre cuya piel es tan oscura como la de aquellos que fueron esclavos en la tierra de la libertad, el hecho de que los dueños de pieles tan negras como el carbón dijeran “Yes, we can tomar a bottle of Coca - Cola” y acto seguido, tras cruzar las puertas de una hamburguesería, se sentaran en un lugar reservado a los que no eran de su raza, a parte de provocar que fueran brutalmente agredidos por “respetables ciudadanos blancos”, les garantizaba que pasaran una temporada tras las rejas de la prisión del condado.


Con marcado tono pedagógico, el nudo de la pajarita de “El mayordomo” se centra en dar parte de los episodios más destacados que durante la década de los 60 y 70 tuvieron lugar en el sur de Estados Unidos; episodios estos entre los que estuvo el que tuvo como desgraciados protagonistas a James Earl Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner, tres activistas pro derechos civiles que la noche del 21 al 22 de junio de 1964 fueron torturados y asesinados por algunos de los caballeros blancos del KKK que imponían la ley del terror en Neshoba, el condado del Estado del Mississippi al que para resolver tan execrable crimen se desplazaron más de un centenar de miembros del FBI tan eficientes como Alan Ward, el agente yankee al que en la reconstrucción cinematográfica de uno de los mejores trabajos de investigación de la oficina federal de investigación dio vida Willem Dafoe, el actor que, metido en la piel y el uniforme caqui del sargento Elias Grodin, estuvo al frente del "Pelotón" de Infantes de Marina entre los que se encontraba el soldado Big Harold, y cuya juventud e inocencia se consumieron en El infierno verde cuyas calderas El Horror en cuyo pecho latía el corazón de las tinieblas alimento con las palmeras que crecían bajo el cielo sobre Vietnam, el país del sudeste asiático en el que, entre 1965 y 1975, se libro un conflicto armado por culpa del cual las puertas de 60.000 familias estadounidenses fueron golpeadas por los mensajeros de desgracia que les informaron de la muerte de esos seres queridos suyos que combatían a las ordenes de Lyndon Baines Johnson, el político demócrata que tras el magnicidio más famoso de la historia se convirtió en el trigésimo sexto presidente de los Estados Unidos, y al que, bajo una gruesa capa de maquillaje, encarna "El mensajero del miedo".


El que el 22 de noviembre de 1963 juro su cargo en el Air Force One que cubrió las millas aéreas que hay entre Dallas y Washington, y a bordo del cual iban los restos del berlines de adopción cuyas apariciones en el film hoy reseñado dan lugar a que la inmensidad de Whitaker se refleje en los azules ojos de James "Ciclope" Marsden, teniendo en cuenta su gran legado, en mi humilde opinión, queda retratado como un burdo personaje y no como el gran estadista que fue.

Y es que durante su mandato (1963 - 1969) – a parte de poner en marcha numerosos programas sociales que permitieron entre otras cosas que aumentará el número de visados de inmigración para países extraeuropeos, y que fueran una realidad el seguro de salud para los ancianos (Medicare) y para los pobres (Medicaid), y las viviendas de bajo coste destinadas a los más desfavorecidos - el duro tejano de Stonewall firmo la Ley de Derechos Civiles de (1964) y la Ley de Derecho al Voto (1965).


John Cusack, el actor al que le sorprendió la “Medianoche en el jardín del bien y del mal” en el que, junto a la madre de la hija del alter ego de James Holloway, estaba escuchando clásicos del jazz en una cadena musical de "Alta fidelidad", pone su gran talento al servicio del político republicano que, tras el estallido del escándalo Watergate, la tarde del la del 8 de agosto de 1974, haciendo un alarde de vergüenza torera y ante la atenta mirada de los millones de estadounidenses a los que defraudo, conjugo la primera persona del singular de ese verbo que no forma parte del vocabulario de los sinvergüenzas que con sus fechorías han dado una estocada mortal a la reputación de la clase política de La piel de toro.


Gracias al fragmento del film que abarca la legislatura del jefe de los hombres a los que pusieron nombres y apellidos los periodistas del The Washington Post a los que Jeremiah Johnson y un “Pequeño gran hombre” dieron vida en la gran pantalla, comprobaremos que, debido en buena medida al fracaso de la pacifica resistencia gandhiana defendida por Martin Luther King, los puños cerrados que bajo un guante negro reivindicaba el poder de los afroamericanos se acabaron convirtiendo en las garras con las que los Panteras Negras empuñaron las armas con las que dieron al hombre blanco una milésima parte del sufrimiento que, desde hacia siglos, como si fuera el tatuaje dejado por las nueve colas del látigo de uno de los brutales capataces de las plantaciones de algodón, marco a aquellos cuya piel eran tan negra como la de Tommie Smith y John Carlos, los atletas olímpicos que el 16 de octubre del 1968, tras recorrer los 200 metros lisos que les separaban del podio donde les fueron colgadas al cuello la medalla de oro y bronce respectivamente, protagonizaron uno de los momentos extradeportivos más recordados de los Juegos Olímpicos de México.


Mientras lucha por conseguir que las jornadas de trabajo de él y de aquellos con los que tiene en común el color de la piel tengan sea recompensadas con el mismo dinero que reciben los empleados blancos, Cecil Gaines será testigo de cómo Ronald Reagan recibe la Cartera que contiene los documentos secretos referentes a la Seguridad Nacional y que en su día, colocados sobre el escritorio sito en el Despacho Oval, fueron revisados por Gerald Ford y Jimmy “El Pacificador”.


El gAlan inglés que encarno al terrorista alemán que a sangre y fuego se convirtió durante unos horas en el rey de la “Jungla de cristal” da al vida al cowboy que a galope tendido llego a la Casa Blanca y que durante todo su mandato trabajo a pico y pala para conseguir que mordieran el polvo los que construyeron El telón de acero que dividía en dos una de las ciudades más bellas de la patria de Helmut Köhl, el político que entre 1982 y 1998 fue Canciller de Alemania, circunstancia esta última que, entre otras cosas, le permitió sentar sus posaderas en una de las sillas colocadas en torno a la mesa donde en su honor se celebro una cena a la que Eugene Allen Gaines fue invitado por La primera dama que tenia nombre de muñeca ochentena y a la que encarna la que dio vida a la alocada fémina que junto a “El candidato” formo la pareja de enamorados que, tras andar “Descalzos por el parque”, hacían parada y Fonda en un quinto piso sin ascensor.


Gracias a la generosidad de Laura Ziskin Productions, Windy Hill Pictures y la productora que crearon los hermanos Weinstein y que permitió a Quentin Tarantino contratar al cazador de recompensas King Schultz para que quebrara las cadenas de un esclavo llamado Django, Lee Daniels ha tenido a su disposición un presupuesto de veinticinco millones de dólares con el que - a parte de presentar en sociedad a “El mayormo” al que, en 2008, artículo en el Wahington Post mediante, puso nombre y apellido el periodista Wil Haygood – ha conseguido extraordinarios resultados tanto artísticos como económicos.


Y es que, debido en buena medida a ese gran plantel de estrellas que recita muy bien el guión escrito por el mismo y Danny Strong, a parte de reventar las taquillas y conseguir que el público y la crítica cinematográfica le hayan servido grandes elogios en bandeja de plata, ha provocado que el espectador sea esclavizado por el profundo sentimiento de admiración que despertó en ellos la lucha de los que tenían una piel tan oscura como la de ese anciano al que el 20 de enero de 2009 le embargo la emoción cuando en esos ojos suyos que durante casi noventa años fueron testigos privilegiados de cómo se fraguo la historia de los Estados Unidos de America se reflejo el rostro de ese joven afroamericano que, elecciones mediante, se gano el derecho a ser el cuadragesimocuarto ocupante del Despecho Oval, esa sala en la que se decide el destino del mundo y cuyas puertas tantas veces cruzo ese mayordomo al que Harry S. Truman llamaba Gene, y al que, tras cruzar las puertas de su humilde apartamento, le esperaba una mujer cuyo nombre era Helene y que, según su marido, no tenia nada que envidiarle a las primeras y elegantes damas con las que él que se cruzaba a diario.


Dado que el cine a parte de ser una forma de entretenimiento, a veces, también es una extraordinaria excusa para reflexionar sobre lo divino y lo humano, visto lo visto, hay que reconocer que – a pesar de que, como todos los seres humanos, son imperfectos – los estadounidenses, por mucho que les cueste reconocerlo a aquellos que simplemente los ven como unos cowboys analfabetos cuyo mayor entretenimiento es hacer turismo invadiendo países, son admirables por haber contribuido todos ellos a que sus discrepancias políticas y las heridas dejadas por el pasado no impidan que su amado país consiga vencer todas las adversidades.

Por desgracia, por otros lares, el empecinamiento en no abandonar el pasado, a parte de provocar debates estériles nada útiles para superar la crisis, esta consiguiendo que los habitantes de cierto país europeo, hasta el fin de los tiempos, jamás se enfrenten unidos a los problemas comunes.




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