Aunque los lectores de los tochos publicados en este blog tienen sobrados elementos de juicio para afirmar que al juntaletras que los firma - a parte de tener el porte de El caballero en la encrucijada que, pincel y vivos colores mediante, fue inmortalizado por el ruso Víktor Mijáilovich Vasnetsov - le gustaría meterse dentro de la brillante armadura de aquellos que intervenían en torneos medievales como los que se disputaban ante la atenta mirada del rey inglés que empuño a “Excalibur” y en cuya corte – a consecuencia de un golpe en la cabeza – hizo parada y un fonda un yankee procedente del año 1912, lo cierto es que – si tuviera a su disposición “La máquina del tiempo” creada por la fértil imaginación de H.G. Wells, y cuyo uso provoco que, al llegar al año 802.701 y ver a esas monstruosas criaturas llamadas Morlocks, tuviera miedo en el cuerpo el científico que gracias a ella tuvo “El tiempo en sus manos” – este ávido lector que sacia su apetito con las novelas que integran lo que cierta dama definió como “La biblioteca de un Gladiador”, para sorpresa de propios y extraños, no pondría rumbo al 24 de junio del año de nuestro Señor 1314, el día en el que, en los campos de Bannockburn, 3.000 caballeros y 20.000 infantes a las ordenes de Eduardo II de Inglaterra fueron derrotados por los aproximadamente 8.000 hambrientos y mal entrenados Highlanders que formaban el ejercito de Roberto I de Escocia, y que gracias a tan épica e inolvidable victoria, conquistaron la libertad.
Y es que, si pudiera hacer el remake de la película de Arte y ensayo que dirijo y protagonizo, bien sabe Dios que el día de rodaje elegido para volver a gritar ¡cámara y acción! sería el 1 de Noviembre de 2012, el día que, tras las cuatro paredes del 1 A del número 98 de Nordring (Bochum), comenzaron los cinco meses de convivencia que viví intensamente junto a la dama que, justo un año después, vio junto a mí una emotiva y divertida comedia protagonizada por el hijo de “El General” irlandés que, metido en el kilt y la piel de un fornido patriota escocés, grito ¡libertaadddd! junto al poeta guerrero que lidero a los que luchaban por la independencia de Las Tierras Altas, y cuyo corazón bravo latió con fuerza dentro del pecho del neoyorkino de nacimiento y australiano de adopción que dio vida al periodista que durante el año 1965 vivió peligrosamente en El Infierno en el que se convirtió Yakarta por cortesía de la brutalidad con la que el dictatorial régimen indonesio reprimió a los comunistas que intentaron derribarlo con la fuerza de las armas
Ya que estamos, puestos a pedir, si tuviera la certeza absoluta de que el efecto Mariposa no le impediría atravesar El Valle de Las Sombras junto a «La Amazona que cruzo el Ruhr a galope tendido», emulando a Tim Lake y con la firme intención de regresar a 1995 para mejorar la hoja de servicios académica escrita en la magna Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Industrial, tras encerrarse en el armario de su habitación, los puños y los ojos cerraría con fuerza el que gustosamente habría cabalgado junto a Los Jinetes de Rohan que salieron al trote de la pluma de John Ronald Reuel Tolkien, y que en la pieza de orfebrería literaria forjada por este último y en la adaptación cinematográfica de la misma eran liderados por Eomer, el valiente guerrero dentro de cuya armadura se metió Karl Urban, el actor neozelandes que años después, protegido por la coraza de un servidor de la ley que era al mismo tiempo juez, jurado y verdugo, aniquilo a los criminales que habían puesto su poDREDDumbre moral al servicio de la dueña y señora de un edificio cuyas medidas de seguridad eran controladas por un habilidoso hacker al que dio vida el actor que da vida al viajero temporal mencionado anteriormente, y que responde al nombre de Domhnall Gleeson.
Bajo el cielo azul que se refleja en las cristalinas aguas que bañan las costas de Cornualles, tras finalizar sus estudios en la Facultad de Derecho, un simpático joven llamado Tim disfruta de los tres meses de verano tras las cuatro paredes de una casa que esta rodeada por un jardín que con gran esmero y delicadeza cuida la mujer de fuerte carácter que a él y a su alocada hermana Katherine (Lydia Wilson) dio la vida, y que es encarnada por Lindsay Duncan, la actriz inglesa que en 2010 también fue en la pantalla grande la autora de los días de la niña que siguiendo las huellas dejadas por El Conejo Blanco llego al maravilloso país creado por el escritor Lewis Carroll, y en el que, no sería descabellado afirmar, parece estar siempre atrapado el despistado hombre al que el protagonista de la película hoy reseñada llama cariñosamente tío Desmond, y que esta interpretado por Richard Cordery.
La tranquila existencia de Tim, la cual solo es alterada por las ocurrencias de los miembros de su estrafalaria familia y los disgustos que le acarrean sus propias meteduras de pata, cambia para siempre el día que sus oídos son abordados por una noticia salida de los labios de su padre, un profesor universitario jubilado que, sin salir de la habitación en la que están apilados cientos de libros, ha recorrido las calles de Paris y Londres y ha sido testigo de las andanzas de David Copperfield gracias a las novelas escritas por su novelista favorito y que lee con los ojos de Bill Nighy, el veterano actor al que en Enero de 2014 veremos en una película a la que hincaré el diente como si fuera uno de los vampiros del “Inframundo” a los que gobernaba Viktor, y que en 2006 y 2007, tras salir de las profundidades abisales transformado en Davy Jones, marco el rumbo de El Holandés Errante que navegaba con diez cañones por banda y con viento en popa a toda vela, y a bordo del cual él y el ejército de monstruosas criaturas a sus ordenes surcaron los mares del Caribe capturando a su paso las almas de los desdichados que formaban parte de la tripulación de las embarcaciones cuya ruta de navegación se cruzaba con la del mencionado barco pirata.
Y es que, durante la jornada en la celebra su vigésimo primer cumpleaños, Tim descubre que, al igual que el resto de los varones de la estirpe de los Lake, siempre que quiera y encuentre un lugar oscuro en el que encerrarse, podrá realizar viajes en el tiempo, viajes estos que – aunque no le permitirán acostarse con la joven cuyo rapto por parte del conocido como «El de la hermosa figura» provoco que la ciudad del que era príncipe este último fuera asediada por el rey de Esparta al que en la adaptación cinematográfica de la Ilíada de Homero dio vida el padre biológico del actor protagonista de la función, o poner fin a la vida del enloquecido austriaco que fue canciller del Tercer Reich y al que sin éxito intentaron asesinar un grupo de altos mandos de la Wehrmacht (Ejército alemán) entre los que estaba el general que fue encarnado por el padre en la pantalla grande del protagonista de la función – le darán la posibilidad de volver a vivir momentos de su vida, la cual, si utiliza adecuadamente su nuevo don, podrá ser mucho más satisfactoria que la de que aquellos que no tienen segundas oportunidades, y que hasta el fin de sus días tienen que llevar a cuestas esa mochila cargada con el peso de las malas decisiones tomadas a lo largo de su existencia.
Tim, finalizad el periodo estival, con la alegría que supone para él el contrato laboral que le une a un bufete de abogados de Londres, y con el corazón prisionero de la decepción y la tristeza que le acompañaron en el viaje temporal de regreso que lo trajo al presente desde el momento del pasado en el que comprobó que, por muchas veces que cambiara las cosas valiéndose de su nuevo poder, jamás conseguirá que sea posible ese imposible que es que se enamore de él la mejor amiga de su hermana – tras llegar a la urbe donde, desde el 7 de septiembre de 1859, las horas son marcadas por el inmenso reloj situado en el lado noroeste del Palacio de Westminster - fija su residencia en casa de Harry, un cascarrabias y atormentado dramaturgo cuya éxito con las mujeres es tan nulo como el que tiene con ellas el hijo del hombre al que le une una estrecha amistad surgida por necesidades del guión, pero que también, no es descabellado afirmar, se podría haber forjado en aquellos días en los que Tom Hollander, metido en los ropajes de Lord Cutler Beckett (Representante de la Compañía de las Indias Orientales y delegado del rey de Inglaterra), buscaba el cofre en el que estaba guardado el corazón que, tras ser traicionado por la diosa Calipso, se arranco de su pecho el hombre muerto al que dio vida Bill Nighy.
Será en la urbe donde esta el palacio en el que reside la graciosa reina cuyos sueños son vigilados por los miembros del regimiento Coldstream Guards donde, para sorpresa de Tim, una noche de juerga que empieza como otra cualquiera acaba siendo para él tan crucial como lo fue para mi la que precedió al 27 de Junio de 2010, aquella durante la que, bajo la atenta mirada de la luna que brillaba en el cielo sobre La Villa de Jovellanos, «La admiradora de la obra literaria del biografo de “El prisionero del cielo”», de labios de este digno sucesor de Félix Lope de Vega y Carpio, escucho las aventuras protagonizadas por un alocado joven que tenia una tensa relación con un peligroso proxeneta llamado Mihail, y del que, si la velada no hubiera sido interrumpida por la explosión de una carga de TNT, la dama en cuestión, gracias a mi gran capacidad para improvisar historias, habría conocido todas y cada una de las hazañas bélicas que el que surgio del frío vientre de La Madre Rusia había llevado a cabo gracias en buena medida a los duros sargentos instructores que, extraordinario entrenamiento mediante, consiguierón convertirlo en una de esas máquinas de matar que son dignas de vestir el uniforme de los SPETSNAZ.
Y es que, por fortuna para el protagonista de la función, su vida cambiara para siempre al entrar en ella Mary, una encantadora muchacha que tiene los rasgos de Rachel McAdams, la canadiense de London (Ontario) que en 2004 se hizo mundialmente famosa al adoptar la identidad de la bautizada con el nombre que con tinta negra fue grabado en las blancas páginas del diario que, siendo un adolescente enamorado, escribio ese hombre llamado Noa, y que, llegados los amargos días en los que la enfermedad derroto a la salud, le demostro lo puro y verdadero que era el amor que en sus tiempos mozos le arranco de sus labios: Allie, “Todos los días de mi vida” dime lo que quieres que sea, y lo seré por ti.
A raíz de tal encuentro, mientras suena la banda sonora original gracias a la cual nuestros oídos son agasajados por una bonita canción interpretada por Jon Boden, Sam Sweeney & Ben Coleman, Tim protagonizara una apasionante aventura vital que estará marcada por la mujer con la que vive el presente y desea compartir el futuro, y durante la cual los viajes al pasado tendrán un protagonismo que, por el bien de mis lectores, no creo pertinente desvelar…
Todos aquellos que pasen por taquilla para ver esta película cuyo trailer, según mi humilde opinión, es mejor que no vean, pueden estar seguros de que, mientras son testigos de como Tim, ya sea para rectificar los errores cometidos o para volver a disfrutar sus mejores momentos vitales, hace uso de su don, se emocionaran al mismo tiempo que en su rostro una sonrisa será cincelada por la sucesión de situaciones cómicas filmadas por la cámara manejada por Richard Curtis, el cual, a parte de dirigir, también ha escrito el guión en el que esta basada la película, y gracias al cual ha vuelto demostrar la razón por la cual esta totalmente justificado que la siempre exigente critica cinematográfica lo haya definido como "el maestro de la comedia sentimental inteligente".
Y es que, el autor de los libretos por cortesia de los cuales fue posible que, sin movernos de nuestras butacas, asistieramos a “Cuatro bodas y un funeral” y recorrieramos las calles de “Notting Hill” ha dado fe de que con clase y buen gusto se puede conseguir que el respetable público que se da cita en las salas de cine quiebre el silencio que reina en estas últimas con sus carcajas, carjadas estas que, valiendose de la zafiedad y un lenguaje soez que con la fuerza de un torrente se lleva por delante el humor inteligente que guia la pluma de los guionistas nacidos en La Pérfida Albión, también intentan provocar los que firman los libretos de las películas que se presentan como "comedia española" y que, en demasiadas ocasiones, lo único que consiguen provocan es que, prisioneros de un profundo sentimiento de vergüenza ajena y un gran cabreo, sean muchos los que exijan que la producción de tales joyas cinematográficas no vuelva a ser respaldada económicamente con dinero procedente de las arcas públicas del reino que hace siglos fue gobernado por el que no mando a la Armada Invencible a luchar contra los elementos.
Mientras que con “Love actually” hizo un bello canto al amor en todas sus expresiones (amistoso, paterno – filial y por supuesto romántico) con la película hoy reseñada, el artífice de la misma ha sintonizado la “Radio encubierta” en el canal en el que suena una canción que nos empuja a esa pista de baile que es La Vida para que en ella dancemos hasta el agotamiento abrazados a esos buenos momentos a los que – dado que carecemos del don que tiene Tim – no podemos rechazar cuando nos tienden su mano y nos invitan a bailar.
Ante tal tesitura, en lugar de meternos entre pecho y espalda unos cuantos litros de la agria mala leche que en estos tiempos de cabreo permanente llena las ubres de esa vaca llamada España, antes de empezar la jornada durante la cual seguiremos al carnicero al son del doom – metal, deberíamos jurarnos a nosotros mismos que, durante todos y cada uno de los segundos que nos separan de la hora en la que Morfeo nos aprisionara con sus fornidos brazos, a parte de hacer lo imposible para que un día ordinario sea simplemente extraordinario, en nuestra agenda tendrá cabida lo siguiente: disfrutaremos de los pequeños éxitos como si fueran los mayores triunfos; demostraremos a nuestros familiares y amigos que, con cariño y lealtad, cumpliremos las cláusulas establecidas en el contrato con el que ellos y nosotros dimos validez legal a nuestra particular versión de "El pacto de los lobos"; nos embriagaremos con las palabras escritas en las novelas firmadas por los autores vivos que caminan sobre la tierra, y por los muertos que bajo ella duermen el sueño eterno, y en la Historia de la Literatura Universal han grabado sus nombres; y, sobre todo y ante todo, que, con engolada prosa y hechos fehacientes, daremos fe de que es tan resistente como el hierro el vinculo sentimental que nos une a la persona con la que bailamos pegados en el salón del imaginario castillo que hemos construido en la porción de terreno que hemos arrebatado al mundo, a ese planeta viviente que en el espacio sin fin, alrededor de su eje y sin detenerse ni un momento, gira y gira con los amores recién nacidos, con los amores ya acabados, y con la alegría y el dolor que albergan en su interior los corazones que laten dentro del pecho de gente como nosotros.
Dicho esto, damas y caballeros, raudo y veloz me dirijo a mis aposentos a ver si, tras encerrarme en mi armario y cerrar con fuerza los puños y los ojos, consigo que mi mayor deseo se haga realidad y vuelvo a verme pateando las calles de Bochum junto a Sheila mientras mantenemos pequeñas conversaciones sobre lo divino y lo humano, y yo invento historias protagonizadas por el gigantesco turco que regenta el locutorio y El primo Carlo, ese pendenciero ragazzo cuyos continuos problemas con la Polizei provoco que nuestra casera se viera obligada a hacer un hueco en su apretada agenda para sacarlo de la cárcel y conseguir así aliviar la pena de La Nonna, esa buena señora que décadas atrás, a bordo de un barco, llego a Alemania desde un pequeño pueblo italiano que estaba al pie de las montañas.
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