Fue un día de 1980 cuando José Luis Fernández Lozano - gracias a las monedas que gano con el sudor que derramo en las instalaciones del astillero Naval Gijón - compro en la taquilla del Cine María Cristina el par de entradas que le permitieron cruzar las puertas de la sala cinematográfica donde pudo ver el contraataque de El Imperio junto al niño que estaba sentado a su diestra, y cuyos pies, separados por dos palmos de altura del suelo, estaban dentro de los zapatitos que minutos antes, con mucho cariño, le había puesto Pilar Gancedo Alonso, la santa mujer por cortesía de la cual, tres años antes, El nacido el 3 de Julio empezó a vivir “Al filo del mañana”.
Mientras las cuatro patas de los enormes AT-AT (All Terrain Armored Transport) dejaban sus huellas en la superficie del remoto y helado planeta Hoth, y Mi Estimado Progenitor se preguntaba de que Zoo habrían sacado al bicho verde de cuyos labios Luke Skywalker oyó "Miedo, ira, agresividad, el lado oscuro ellos son. Si algún día rigen tu vida, para siempre tu destino dominarán", el que esto escribe – hechizado por la magia de la técnica de proyectar fotogramas de forma rápida y sucesiva para crear la impresión de movimiento - metido en el vestido y la piel de Escarlata O´Hara, y poniendo a Dios por testigo, se juro a si mismo que lo que para Alfred Hitchcock era “cuatrocientas butacas que llenar” para él sería el material con el que construiría sus sueños durante el rodaje de esa película de arte y ensayo que es su vida, y durante la cual, el 25 de marzo de 1988, constato que tras las cuatro paredes de su casa los pantalones los llevaba la mujer tras cuyas faldas se escondía cuando el miedo le poseía.
Y es que fue durante la noche de aquel lejano día cuando - tras colgar el teléfono rojo que le permitió hablar con La mujer que me dio La Vida - El casin de Bezanes junto al que vi mi primera película en una pantalla grande, y que durante la reconversión naval, sin temor en la mirada, tantas veces se enfrento a las unidades antidisturbios del Cuerpo Nacional de Policía acato sin rechistar las ordenes que la mencionada colunguesa de Coceña le dio desde decenas de kilómetros de distancia, y que tenian por objetivo que, para evitar mis miedos nocturnos, en lugar de ser El noveno pasajero del transbordador comercial U.S.C.S.S. Nostromo fuera yo El único pajero de mi cama, ese mueble para dormir bajo el cual, tras tener noticias del percance que “El hombre sin sombra” sufrió en el campamento abandonado ubicado en Crystal Lake, tantas veces busque a Jason Voorhees.
Ante tales antecedentes, y conocedora de mi pasión por El Séptimo Arte, y aún a riesgo de que fuera a provocar que me entrenara duramente para convertirme en un Caballero Jedi, el día de mi trigésimo sexto cumpleaños, «La Filóloga Hispánica que domina la lengua materna de Fritz Lang» creyó pertinente que, con R de Regalo, “Diccionario de Películas: El Cine de Ciencia - Ficción” formará parte de La Biblioteca de Gladiador de la que es dueño y señor el empedernido lector que la conoció el año durante el cual este último leyó “El libro de Eli”, y junto al que protagoniza una hermosa novela de caballería que, sobre cientos de hojas en blanco, es escrita con la tinta negra que llena el tintero en el que ambos mojan la roja pluma que dejo tras de si el valiente héroe enmascarado que los unió.
Dado que aún no ha dejado de ser El niño que jugaba con Playmobils y algunas de las Figuras de Acción de 3.75 pulgadas de altura que, por cortesía de Kenner Products, representaban a héroes y villanos llegados de una galaxia muy lejana, para este fan de IRON MAIDEN ha sido un auténtico placer la lectura del mencionado diccionario, el cual, a parte de entretenerme y aumentar el arsenal de relaciones cinematográficas gracias al cual tantas veces he ganado la batalla Seis grados de separación cinematográficos, ha conseguido que, con E de Emoción, rememorase algunos de los momentos vitales que protagonice mientras era atrapado en algún lugar del tiempo por fantásticas películas fantásticas.
Los amantes de la ciencia – ficción – gracias a las 1738 fichas técnicas archivadas en las 408 páginas de las que consta el que hasta la fecha es el libro más extenso y exhaustivo que se ha publicado sobre el genero que irrumpió en el cine el día de 1902 en el que un cohete capitaneado por George Meliès se estrello contra uno de los ojos de La Luna – podrán informarse y reírse con las reseñas firmadas por Ramon Alfonso, un critico cinematográfico que escribe habitualmente en Miradas de cine y Versión Original, y que, yuxtaponiendo información y comentarios críticos, hace las pertinentes valoraciones de las películas analizadas, valoraciones estas que son claramente subjetivas y que provocarán que entre el lector y el autor del monográfico “Quentin Tarantino: el Samurai cool” surja el contraste de pareceres, el cual – tal como bien apunta Carlos Aguilar en el prologo del libro hoy reseñado - es algo muy sano dado que de él brota el enriquecimiento personal y cultural.
La primera letra del nombre del director que – gracias a la mítica escena cinematográfica cuyos 52 planos se rodaron a lo largo de una semana de 1960 – provoco que Janet Leigh, hasta el fin de sus días, tuviera pánico a ducharse, da pie al autor para conseguir que – con A de "¡Asta el infinito... Y más allá!" - a bordo de la nave espacial USS Palomino viajase yo hasta aquella lejana tarde de Sábado en la que, entre otros, tuve como compañero de viaje a Alex Durant, el doctor al que dio vida el actor que, por estar en Nueva York preparando una obra de teatro, no empuño en su día el cuchillo con el que Norman Bates nos dio la oportunidad de comprobar que la sangre de Marion Crane era más espesa que el agua.
“El abismo negro” – la película que 1979 protagonizo el que cinco años después se metió en la sotana y la piel del reverendo psicótico y drogado que quería redimir a la diseñadora de moda que al caer la noche, con “Fuego en el cuerpo” y con nombre de guerra China Blue, satisfacía las fantasías sexuales mas oscuras de los hombres que durante unas horas alquilaban sus servicios – a pesar de que estaba producida por los Estudios Walt Disney, y tenia un marcado tono infantil consiguió que el niño que yo un día fui tuviera pánico al robot cuyos brazos estaban armados con potentes cuchillas giratorias que, sin lugar a dudas, habrían hecho un sabroso picadillo con mis tripas si estas últimas hubieran sido extraídas de mis entrañas por las manos de Leatherface, el enloquecido matarife que protagonizo la película cuyo anuncio en televisión, finales de los 80, provoco que, durante unas cuantas semanas, me tapara la cabeza con las sabanas blancas de mi cama con la esperanza de que tan poderoso escudo evitara que mi carne fuera fileteada por la motosierra empuñada por Gunnar Milton Hansen, el fornido islandes nacionalizado estadounidense cuyo rostro se ocultaba bajo la mascara que su alter - ego había hecho con piel humana que había curtido hasta conventirla en cuero.
Dado que creció siendo ciudadano del bloque Occidental, El que tantas veces lleno la caja registradora de la juguetería Peláez con las monedas con las que compraba cómics de Dan Dare no tubo ocasión de disfrutar de obras maestras surgidas del frío de la Unión Soviética, y de las que cabría destacar “Aelita”, película dirigida en 1924 por Yakov Protazanov, y que – décadas después de ser prohibida por el brutal régimen de Josef Stalin – fue recuperada por los amantes del cine, los cuales, tal como bien apunta Ramon Alfonso, tuvieron ocasión de comprobar que es una pieza fundamental para la evolución de la ciencia – ficción cinematográfica gracias a la utilización del propio genero para dibujar un alegórico retrato político o psicológico que en efecto prologa buena parte del cine USA de los cincuenta.
Alexander O'Loughlin – el culpable de que, bajo la luz de la luna, yo estuviera pegado a la pequeña pantalla como si fuera una adolescente crepuscular – es el encargado de dar vida a Steven "Steve" McGarrett, el ex Navy SEAL que podría ser definido como un chulo piscinas que esta encantado de conocerse, y que lidera la unidad especial de la policía que da título a la serie televisiva que el australiano de Canberra protagoniza junto a Scott Andrew Caan, y de la que se podría decir que bebe de las fuentes de las que – durante la década de los 80 – bebieron los creadores de las Buddy movies, aquellas películas de cuyo visionado tanto disfrute, y que estaban protagonizadas por policías de caracteres contrapuestos que, con objeto de resolver los crímenes cuyo investigación se les había asignado, se veían obligados a entenderse.
Siguiendo la exitosa estela de fuego que en 1987 dejo tras de si la bala que con atronador sonido salio del caño del “Arma letal” cuyo gatillo fue apretado por Richard Donner (Ricardo Trueno), Graham Baker, un año después, repitió la formula introduciendo una modificación que consistió en emparejar a un alíen con un duro policía humano al que dio vida el jugador de “Rollerball” al que desde el día que aprendió a hablar llama “papa” el que desde 2010 encarna al detective Danny "Danno" Williams.
El autor de la novela en la que en 1993 se baso el guión de lo que, con muy buen juicio, Ramon Alfonso califica como “una trivial exhibición de las habilidades del departamento de efectos especiales”, en 1973 – dirección y guionización mediante – dio cuerpo a “Almas de metal”, película esta en la que Yuli Borisovich Bryner encarno a un cyborg que homenajeaba al magnifico vaquero que lo hizo mundialmente famoso y al que tantas veces yo imite, y que es definida por el autor del libro hoy reseñado como “Sobresaliente cinta que prologa esa máxima tan apasionante del genero que es la toma de conciencia de los robots y el levantamiento contra sus creadores, acuñada maravillosamente por el checo Karel Čapek en su visionaria obra de teatro R.U.R. (Rossumovi univerzální roboti)”.
Sobre los lomos del tiempo, espoleado por el personaje interpretado mecánicamente por el ruso de Vladivostok, recorrí a galope tendido la senda horadada por las pezuñas de los caballos de “Los siete magníficos”, y que me llevo hasta más allá de las estrellas, allí donde se libro la batalla que una tarde de Sábado de la década de los 80 fue retransmitida por la primera cadena de Televisión Española, y durante la cual los habitantes de un pequeño planeta de una lejana galaxia fueron defendidos por “Los siete magníficos del espacio” que fueron contratados como en la tierra lo eran esos cuatro hombres del ejercito norteamericano que formaban el comando liderado por el cowboy que “Desayuno con diamantes” y con la encantadora y sofisticada Audrey Hepburn.
Gracias a Ramon Alfonso me entere de que The Cannon Group Inc. - la mítica productora gracias a la cual yo tuve ocasión de disfrutar de esas Obras Maestras del Séptimo Arte que son “El guerrero americano” (1985), “Missing in Action 2: The Beginning” (1985), “Cobra” (1986) y “Kickboxer” (1989) - tuvo un triste final en 1993, el año en el que distribuyo su última película, película esta que llevaba por título “American Cyborg: Steel Warrior”, y cuya reseña, barnizada por el fino humor del autor de la misma, provoco que se dibujara una sonrisa en mi rostro al llegar al fragmento en el que hace acto de presencia la demoledora afirmación: Este postrero trabajo copia tranquilamente de la inevitable “Mad Max 2, el guerrero de la autopista” y “Terminator”. Claro que por comparación, George Miller y James Cameron son cineastas a la altura de John Ford mientras que Mel Gibson y Arnold Schwarzenegger son dignos herederos de Henry Fonda. Horrorosa.
Fue el 16 de Marzo de 2002 cuando – con objeto de asistir a la clausura de la Bienal Española de la Máquina - Herramienta (BIEMH) - desde Gijón a Bilbao, y con la falda remangada y luciendo la pantorrilla, recorrí la costa cantábrica a bordo del autocar en el que – gracias a “Armageddon” (1998) – desee fervientemente que el impacto de un gigantesco asteroide contra el mencionado vehiculo de transporte pusiese punto final al sufrimiento que para mi estaba suponiendo el visionado de lo que El nacido en Valencia en 1977 destroza con las impías y certeras frases que transcribo a continuación: Majadero mamotreto característicos de los hiperbólicos Bruckheimer & Bay, que en su afán patriotero nos recuerda por enésima vez que menos mal que los bravos norteamericanos siempre están velando por todos nosotros dispuestos a salvarnos cuantas veces sean necesarias de los más variados males.
Aun a sabiendas de que al día siguiente – durante el examen final de la asignatura Lengua y Literatura Española – tendría que meterme en el traje y la piel del asesor matrimonial de “La Regenta” o en el de los trovadores que alegraban al vulgo con el “Cantar de Mio Cid”, una noche de Domingo de 1993, sentado en el sofá y sin ningún cargo de conciencia, divise al pálido caballo sobre cuyos lomos escapo de El Infierno el jinete cuyo nombre era Muerte, y que fue encarnado por el que - tras comprobar en 1965 que “La muerte tenia un precio” – en 1972 hizo parada y fonda en un “Infierno de cobardes”, y en 1976 se convirtió “El fuera de la ley” al que – “Por un puñado de dólares” – gustosamente habrían cazado los pistoleros sin escrúpulos liderados por Tucker, el alguacil que – durante el tramo final de la versión libre que, en 1985, Clint Eastwood hizo del clásico “Raíces profundas” – murió en el duelo en el que se enfrento a “El Jinete Pálido” que estaba “Solo ante el peligro”.
Precisamente la película dirigida en 1952 por Fred Zinnemann, y gracias a la cual Gary Cooper será recordado “De aquí a la eternidad” por haber encarnado al sheriff Will Kane, fue La Musa que en 1981 inspiro a Peter Hyams durante la escritura del guión de “Atmósfera cero”, y es que, a pesar de que la acción de la mencionada película, dirigida por él mismo, se desarrolla en una colonia humana situada a millones de años luz de La Tierra no sería descabellado afirmar que el honesto y valiente servidor de la ley que velaba por la seguridad de los habitantes de un pequeño pueblo llamado Hadleyville es un antepasado de William T. O´Neil, el sheriff al que dio vida Sir Thomas Sean Connery, y que arriesgando su vida no dudo en enfrentarse a la corporación que, con objeto de aumentar los beneficios obtenidos con la venta de titanio, con un potente droga destroza – cerebros estimulaba a los hombres que en las entrañas de la tercera luna de Júpiter trabajaban duramente para extraer el elemento químico de símbolo Ti y número atómico 22, y que La Wikipedia define como metal de transición de color gris plata.
El nacido en las frías tierras de Fountainbridge (Edimburgo) que en 1975 rugio en las ardientes arenas del desierto marroqui, y seis años después protagonizo la que – según Ramon Alfonso – es la mejor obra del que en 1999 nos relato los sucesos acaecidos durante “El fin de los días”, por diversos motivos esta vinculado a mis recuerdos cinematográficos, tres de los cuales hicieron acto de presencia en mi memoria durante la lectura de las reseñas de otras de las películas de ciencia – ficción que protagonizo.
Fue en 1974 cuando John Boorman, once y veintiún años antes de meternos en “La selva esmeralda” y llevarnos hasta “Más allá de Rangún”, nos traslado en una maquina del tiempo hasta finales del Siglo XXIII, una época en la que la humanidad esta dividida en dos clases bien diferenciadas y muy mal avenida Los Inmortales (científicos e intelectuales que viven en El Paraíso) y Los Exterminadores (brutales cazadores que sobreviven en condiciones miserables y que adoran al dios “Zardoz”). Aunque a mediados de la década de los 90 – para no quedar mal ante mi buen amigo Francisco Molinero, dueño de la cinta de VHS en la que estaba grabada la película a la que da título la mencionada divinidad – dije que me había gustado, tras leer la reseña de Ramón Alfonso, ya me atrevo a confesarle a El que me presto la novela gracias a la cual viaje hasta el planeta Arrakis (tambien conocido como Dune) que, "En honor a la verdad", el mencionado film me pareció un auténtico peñazo. Y es que, aunque ahora sea una película de culto, volver a ver lo que el mencionado critico cinematográfico define como una obra presa de una pasmosa pedantería para mi sería peor que recibir un tiro "A quemarropa" del duro comandante que ejecuto una misión suicida junto a doce indisciplinados soldados a los que, a la hora de morir, entre la apretada corbata de cañamo que les esperaba en el patibulo y las balas de los soldados de la Wehrmacht se decantarón por estas últimas.
La vergüenza ajena que provocaba el impudico taparrabos que lucia el que vestido con un elegante traje llego “Desde Rusia con amor”, fue superada a finales de los 80 por la que embargo a mis dos hermanas pequeñas aquella tarde de Sábado durante la cual vieron como el que esto escribe suplicaba a Dios que no se estrellara contra La Tierra el “Meteoro” que daba titulo a la película que en 1979 – formando parte de uno de esos repartos de lujo que daban empaque a los melodramas de salón exhibidos durante Sesión de tarde – protagonizo El que de labios de su esposa oyo “Nunca digas nunca jamás” cuando a la susodicha le dijo que nunca jamás volvería a interpretar a Bond, James Bond.
El que una noche de Domingo, gracias a “El último hombre…vivo”, se entero de que cuando el destino nos alcance nos alimentaremos de “Soylent Green”, gracias a el último libro leido por él – al igual que el jefe de "Los mercenarios" que viajarón a bordo de el último tren a Katanga – ha tenido “El tiempo en sus manos” y ha podido volver a acariciar los bíceps de “Flash Gordon”, el fornido jugador de futbol americano que en el planeta Mongo protagonizo la que, según Ramon Alfonso, es una space opera cuya autoria se podría atribuir a una estrella del rock enloquecida y que – a pesar de estar a medio camino entre la horterada y el show discotequero – bien merece ser aclamada por ser una desenfadada exaltación colorista de la imaginación, y una extranaria ocasión para volver a escuchar a la Reina, o Reinona, que en 1986 - durante los ciento diez minutos de metraje de la inmortal obra maestra en la que “El hombre que pudo reinar” encarno al inmortal Juan Ramírez Sánchez de Villalobos – rindio pleitesia a la Princesa del Universo mientras se preguntaba ¿Quién quiere vivir para siempre?.
Aunque son miles ya los carteles cinematográficos que he visto durante mi dilatada trayectoria como aficionado al cine, hasta la fecha ninguno ha conseguido superar el efecto que causo en mi el de “Los Inmortales”, la película durante la cual Chistopher Lambert se metió en el kilt y la piel de Connor MacLeod, El Highlander emparentado con Duncan MacLeod, el inmortal al que encarno Adrian Paul, el actor cuyo musculoso cuerpo vi con los ojos de la adolescente enamorada que, a mediados de la década de los 90, me poseyó durante el visionado de la serie televisiva basada en la película que en 1986 protagonizo El protagonista de la segunda película que vi en pantalla grande.
A pesar de que la espada empuñada por El Kurgan le separo la cabeza del cuerpo en la primera de las cinco películas que integran la saga creada por Russell Mulcahy, Juan Ramírez Sánchez de Villalobos – por pura avaricia del actor que lo encarno, Ramón Alfonso dixit – hace acto de presencia en “Los Inmortales II: El Desafío”, la cual – al igual que para el periodista citado anteriormente – para mi es una mamarrachada gimnástica de la que solo cabe mencionar la intervención de Michael Ironside, el canadiense de Toronto nacido como Frederick Reginald Ironside que siempre tendrá un lugar en mi corazoncito por haber encarnado a Ham Tyler, el duro veterano de Vietnam que con “V” de Valiente se enfrento a los invasores extraterrestres liderados por una lagartona llamada Diana.
Con V de Vergonzoso se podría definir mi comportamiento si no recordara que las verdaderas y siniestras intenciones Los Visitantes fueron descubiertas por Mike Donovan, el corresponsal de guerra al que dio vida Marc Singer, el canadiense de Vancouver que el fue el culpable de que yo deseara ser el mejor vasallo de “El Señor de Las Bestias”, y que en 1995 puso su decadencia física y artística al servicio de “Cyber Zone”, un bodrio destinado al mercado domestico y en el que tuvo como compañero de reparto a Matthias Hues, el fornido germano de Waltrop que cinco años antes encarno al rubio y cruel Ángel de la muerte que tras decir “Vengo en son de paz” oyó “Y te iras en pedazos” del duro policía que segundos después le voló la cabeza, y que fue interpretado por Dolph Lundgren, el sueco de Spånga que - gracias a la amistad que, metido en el calzón corto y la piel de Ivan Drago, entablo con Rocky Balboa – sin duda alGunnar, se ha convertido en uno de “Los prescindibles” mercenarios de los que Barney Ross no podría prescindir.
Al igual que todos los españolitos que nacieron a finales de la década de los 70, la serie televisiva gracias a la cual – entre el 18 de marzo de 1981 y el 3 de febrero de 1983 – fuimos testigos de la guerra que La Resistencia Humana libro contra los lagartos de dos patas que se alimentaban con ratones y carne humana esta archivada en nuestra memoria sentimental, esa que se abre cuando oímos las sintonías de las intro de “El Equipo - A”, “MacGyver” y “Corrupción en Miami”, o cuando suena en la radio Believe It Or Not, el tema musical compuesto por Joey Scarbury, y que anunciaba el comienzo de la serie que – entre el 26 de octubre de 1984 y el 22 de marzo de 1985 – protagonizo el torpe profesor universitario que gracias a un mágico traje se acabo convirtiendo en “El Gran Héroe Americano”.
Pena y tristeza me embargo al comprobar que ese rubio californiano de Los Ángeles que responde al nombre William Katt y que en su día fue mundialmente famoso por encarnar a Ralph Hinkley - pasados los años - acabo formando parte del reparto de bodrios de la talla de “AVH: Alien VS Hunter”, película esta en la que comparte protagonismo con Dedee Pfeiffer – la hermana de “Lady Halcón” – y que esta producida por Asylum, una compañía cuyo nicho de mercado es el mercado domestico, y cuya especialidad – tal como bien apunta Ramon Alfonso – es plagiar con bastante mal gusto éxitos de taquilla de los grandes estudios.
La entrada en acción del “Castigador” al que en 1983, dentro del marco del Programa Fulbright, el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) le concedió una Beca en Matemáticas, y que un año antes – tras los muros de la Universidad de Estocolmo - supero con nota las asignaturas del grado académico Máster en Ingeniería Química, es la excusa perfecta para hablar de los “Masters del Universo”, la adaptación a la gran pantalla de las andanzas protagonizadas por los muñecos de MATTEL Inc., la segunda mayor compañía de juguetes del mundo, y de cuyas instalaciones en El Segundo (California - Estados Unidos) salieron He – Man, Skeletor, Man - E faces, Stratos, Hordak y Webstor “El escalador que era el niño de mis ojos”, los protagonistas de las películas que guiado por mi mente infantil rodaba en el salón de mi casa, y a los que me hubiera gustado que se uniera Blade, el tuerto guerrero que representaba al personaje que en 1987 Anthony de Longis encarno en la película que, un día de ese año, se proyecto en el Robledo, el cine sito en el número 48 de la calle Corrida, y tras cuyas cuatro paredes Marta y María, María y Marta – en definitiva, mis hermanas – pensaron: Si un Juez de menores viera este engendro auspiciado por los temibles Golan & Globus nos absolvería si hiciéramos tragar a José Luis esas figuras articuladas que, armadas hasta los dientes, intentan conquistar los metros cuadrados del salón que gracias a nuestras Barbies son sinónimo de glamour, elegancia y buen gusto.
Jean Claude Van Damme, el protagonista de “Cyborg” – ese bodrio en el cual "¡Vengo de allí!" era la respuesta que el sádico forajido Fender Tremolo (Vincent Klyn) daba a la invitación "Vete al infierno…" que segundos antes le había hecho el personaje al que encarno Los músculos de Bruselas – en 1992 – tres años después de “eso” que la productora Cannon financio para convertirlo en el nuevo héroe de acción – tanto dentro como fuera del set de rodaje tuvo sus mas y sus menos con Dolph Lundgren, el encargado de dar vida al que quería matar al guapito de cara que al que encarno el mencionado “Blanco humano”, y que, igual que este último, era un “Soldado Universal”, es decir, una de esas máquinas de matar sin sentimientos de cuya creación fui testigo un día de Septiembre de 1996, aquel en el que para celebrar que tras aprobar una asignatura de primero podría seguir siendo alumno de la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Industrial, en lugar de escuchar las melodías que a volumen brutal los BARÓN ROJO arrancaban a las Cuerdas de acero de sus guitarras, preferí sintonizar mi televisor en Tele 5 para ver un clásico del “cine de guantazos con chulescos ciclados”, triunfal subgénero de los ochenta – noventa que, como bien apunta Ramon Alfonso, urgentemente debería ser estudiado por sociólogos.
Dado que el 17 de junio de 1991 el cine mencionado anteriormente con “Delta Force II” puso el broche de oro a la película que empezó a rodar el día 2 de mayo de 1917, es buen momento para recurrir a los servicios de ese tipo duro que es el Major Scott McCoy, y recordar que Chuck Norris – junto a Jean Claude Van Damme y Dolph Lundgren – contribuyeron a que Sheila valorase seriamente desertar de la fuerza de choque al frente de la que estaba el que - al grito “Marchar o morir”, y metido en el uniforme y la piel del Comandante de la fuerza expedicionaria de elite en la que Alain Lefevre sirvió como “Soldado de fortuna” - la llevo hasta la sala de los Cines Yelmo en la que se proyectaba la segunda parte de las andanzas de los héroes de acción achacosos liderados por “Demolition Man”, el Spartano y expeditivo policia cuyo apodo daba título a la película que vi un día de 1993, y que, finalizados sus 115 minutos de metraje, provoco que - embargado por el cargo de conciencia que suponía para mi saber que había gente pasando hambre mientras yo pagaba para ver semejante bodrio – el primer mendigo que encontré tras cruzar la puerta de salida del Cine Hernan Cortes fuera el receptor de una moneda extraída por mi de la cartera en la que guardaba el dinero que me daba papa.
Fue durante las décadas de los 80 y los 90 cuando el neoyorquino nacido el 6 de julio de 1946 y que se crío en “La cocina del Infierno” fue el enemigo a batir por el austriaco nacido el 30 de julio de 1947 en Graz, y que para mi siempre será el bárbaro cimmerio que daba título a la novela gráfica que, sin lugar a dudas, fue para mi uno de los mayores tesoros de mi adolescencia, y que plasmaba en papel todas y cada una de las escenas de la película que en 1982 John Milius rodó basándose en el guión que Oliver Stone escribió tomando como referencia los comics protagonizados por el personaje creado en 1932 por Robert E. Howard.
El que nueve años antes de protagonizar ese momento dramático durante el cual con la frase “Sayonara, baby” se despidió de mi mientras se hundía en una lengua de acero fundido, tiene el honor de haber protagonizado dos películas fantásticas cuya calificación artística – Digna – se escribe con D de Discurso didáctico, nombre este último que se podría dar al que pronuncio en los lejanos días durante los que recorrió La senda del acero, y con el que hizo saber a los amantes del genero cinematográfico “espada y brujería” que el mayor placer de la vida era Aplastar enemigos, verles destrozados y oír el lamento de sus mujeres.
A pesar de las cientos de películas de acción que he visto desde la noche en la que me intento cazar un “Depredador” llegado del espacio exterior, y aunque – tal como bien apunta Ramon Alfonso – esta distorsionada a favor de una hazaña militarista muy acorde con aquellos días en los que La Madre Rusia parió a “Soviet” para que dicho Rambo soviético frenara a El bravucón Boina Verde que estaba al servicio del Tío Sam, y para el cual El infierno de la guerra era su hogar, la misión cinematográfica que en 1987, metido en el uniforme y la piel del Delta Force Mayor Alan "Dutch" Schaeffer, Arnold Schwarzenegger protagonizo ante la cámara cinematográfica tras la que estaba John McTiernan sigue siendo para mi una de las mejores películas que he visto, y una clara muestra de que para El Séptimo Arte fue una tragedia que, por culpa de las mentirijillas que en 2006 contó al FBI durante la investigación por escuchas telefónicas (caso Pellicano), no volviera a gritar “3...2...1...Action!” El que en 1999 dirigió la película durante cuyo tramo final tuve la tentación de levantarme de la butaca para convertirme en el guerrero numero catorce y clamar: He aquí que veo a mi padre, he aquí que veo a mi madre, a mis hermanas y mis hermanos. He aquí que veo el linaje de mi pueblo hasta sus principios. Y he aquí que me llaman, me piden que ocupe mi lugar entre ellos, en los atrios de Valhalla, el lugar donde viven los valientes para siempre.
Las vacaciones escolares que durante mis tiempos de EGB fueron sinónimo de Vacaciones Santillana, el día de Junio de 1992 en el que finalice 1º BUP en el Instituto de Educación Secundaria Nº 7 se transformaron en vacacioNES consoladas, y es que fue ese año cuando – mientras en la Ciudad Condal Sergei Bubka con ayuda de una pértiga se elevaba unos metros sobre el suelo – yo hice saltar a Mario en el colorido universo creado por Shigeru Miyamoto.
Dado que el cartucho “Mario Bross" no era suficiente alimento para mi Nintendo Entertainment System, tiempo después, con gran avidez, pudo devorar “Total Recall”, videojuego este del que – a parte de la frase lapidaria “En este juego, o matas o te matan” con la que deje yo a Mi Estimado Progenitor estupefacto y anonadado – cabe destacar que esta basado en la película que adapto a la pantalla grande el cuento de Philip K. Dick We can remember if for you Wholesale (Podemos recordarlo todo por usted), y durante la cual, ante la atenta mirada de Paul Verhoeven, “El último gran héroe” tuvo unas palabras con una criatura cuyos creadores deberían pagar derechos de imagen a Jordi Pujol.
Precisamente el holandés de Ámsterdam dirigió en 1985 una película durante cuyo rodaje la afilada hoja de una espada empuñada por uno de “Los señores del acero” quebró los eslabones de la cadena que, laboral y personalmente, lo unía a ese compatriota suyo nacido Breukelen que a sus ordenes fue un “Soldaat van Oranje” al servicio de la Reina de Holanda, y que tres años antes tubo un destacado papel en la película que protagoniza el siguiente fragmento…
La semana que viene van a echar una película en la que sale el de “Corrupción en Miami”, esta bomba informativa que Mi Santa Madre lanzo sobre mis posiciones fue la culpable de que el Viernes 2 de Septiembre de 1988 me sentara ante el televisor para ver "Blade Runner", película dirigida por Ridley Scott, y en la que tenia un pequeño papel Edward James Olmos, el actor mexicano-estadounidense que encarno a Martin Castillo, el frío y estricto exagente de la DEA reciclado en teniente de la División Antivicio del Departamento de Policía de Miami, y cuyos elegantes y sobrios trajes contrastaban con los pantalones blancos y las camisas de vivos colores que el agente Sonny Crockett guardaba en su ropero.
Dado que con 11 años de edad “Película de ciencia - ficción” era para mi sinónimo de “duelos con estada láser y duros combates entre naves espaciales”, tengo que reconocer que no me gusto nada la que Ramon Alfonso define como una fascinante adaptación de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas mecánicas? (Philip K. Dick), llena de significados y reflexiones sobre la condición humana y la deshumanización a partir del imparable avance tecnológico.
Afortunadamente, mi creciente pasión por El Séptimo Arte y la vitola de clásico de la ciencia – ficción que acompañaba a una de las mejores películas del que nos mostró como durante Las Cruzadas en “El Reino de Los Cielos” se abrió una sucursal de El Infierno, pasados los años han conseguido que sea para mi una obra maestra la que siempre será recordada por ese bello tramo final en el que el replicante Nexus - 6 que salio de fabrica con el nombre Roy Batty - llegada su hora de morir, y ante la atenta mirada del que, antes de ser humillado por Steven Spielberg y George Lucas en El Reino de la Calavera de Cristal, junto a su fiel compañero Chewaka piloto la nave a bordo de la cual surcarón el espacio exterior los protagonistas de la trilogia galactica que Han Solo visto cientos de millones de personas - demostro que dentro de su esqueleto metálico había algo parecido a un corazón humano.
Afortunadamente, mi creciente pasión por El Séptimo Arte y la vitola de clásico de la ciencia – ficción que acompañaba a una de las mejores películas del que nos mostró como durante Las Cruzadas en “El Reino de Los Cielos” se abrió una sucursal de El Infierno, pasados los años han conseguido que sea para mi una obra maestra la que siempre será recordada por ese bello tramo final en el que el replicante Nexus - 6 que salio de fabrica con el nombre Roy Batty - llegada su hora de morir, y ante la atenta mirada del que, antes de ser humillado por Steven Spielberg y George Lucas en El Reino de la Calavera de Cristal, junto a su fiel compañero Chewaka piloto la nave a bordo de la cual surcarón el espacio exterior los protagonistas de la trilogia galactica que Han Solo visto cientos de millones de personas - demostro que dentro de su esqueleto metálico había algo parecido a un corazón humano.
El relato cinematográfico de lo acontecido durante los turbulentos “Días extraños” que precedieron a la entrada del año 2000 es motivo más que suficiente para que los oídos de Kathryn Bigelow fueran agasajados con la letra y la música de Simplemente la mejor directora de cine de acción, la sui generis versión de una de las canciones más famosas de La Pantera del Rock a la que en 1993 encarno la actriz que, dos años después, a la ordenes de la dama mencionada anteriormente, dio vida a Lornette 'Mace' Mason una tía dura que alberga en su interior un tierno corazón cargado con sentimientos afectivos cuyo destinatario es Lenny Nero, ese amigo suyo por el que se preocupa e incluso arriesga la vida mientras él se hunde en la mierda aferrado a los discos en los que guarda las grabaciones de los momentos vividos junto a Faith Justin, ese residuo tóxico de tía que “El paciente inglés” que se enamoro de “La Condesa Rusa” habría borrado de su disco duro sentimental si - al igual que El general corso que dirigió a los soldados de La Grande Armée que, el 21 de julio de 1798, derrotaron a Los Mamelucos ante la atenta mirada de los cuarenta siglos de Historia que le contemplaban desde lo alto de estas Pirámides – hubiera sabido lo beneficioso que es seguir al pie de la letra la máxima vital: Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo.
Es la página 92 del libro donde se alcanza el “Punto de quiebra” en el que mi opinión discrepa totalmente con la que el autor tiene sobre la película dirigida por la californiana nacida en San Carlos en 1951, y que valiéndose de una cámara cinematográfica filmo en 1991 esa obra maestra de El Séptimo Arte protagonizada por el atracador de bancos que “Con su propia ley” cabalgaba sobre las olas del mar que bañaba las costas californianas, y que fue encarnado por el que en 1985 – dos años antes de que consiguiese convertirse en un sex symbol “Bailando sucio” en la pantalla grande – en la pequeña pantalla dio vida a uno de los personajes de la serie que por derecho propio se convirtió en un clásico.
Dado que el recuerdo de “Norte y Sur” le marco como el látigo marcaba a los esclavos negros que de sol a sol trabajaban en la plantaciones de algodón, El que tantas veces de espaldas se lanzo sobre la cama tras ser alcanzado por el disparo de un cañón imaginario tan poderoso como el que escupió la bala que a Orry Main una pierna le destrozo, la presencia de Patrick Swayze en el reparto fue la única razón por la cual, siguiendo las huellas que en la arena dejaron las botas de “El guerrero del amanecer”, llegue hasta el pueblo que estaba anclado en un futuro post-apocalíptico, y habitado por pobres desgraciados que albergaban la esperanza de un que hombre tan valiente como Shane “El pistolero” combatiera a su Laddo y evitara que fueran masacrados por salvajes de la autopista tan brutales como los que años antes conocieron la ira y la furia del policia que los persiguio a bordo de un Intenceptor, y que llego hasta “Más allá de la cúpula del trueno”, allí donde no se necesitaba otro héroe.
Aunque fueron muy placenteras e inolvidables las jornadas de cine durante las cuales tuve como compañero al que una tarde de 1987, tras una agotadora jornada de trabajo, sacrifico su tiempo de descanso para acompañarme a ver las andanzas de “Los Bárbaros”, llegado el año 1990, El timido adolescente que para no ser visto se sentaba detrás del mas alto de la clase, en un alarde de osadía por su parte, tomo la decisión de ir con tres compañeros de pupitre a ver una película al cine.
Transcurridos veinte años desde entonces, aún tengo fresco en mi memoria el recuerdo de aquella mañana durante la cual, con la vista clavada en la cartelera cinematográfica anunciada en el periódico local, comenzó el debate durante el que tuvimos que elegir entre: regresar al futuro junto a Marty McFly, ir tras las huellas dejadas por los taconazos calzados por una hermosa mujer de dudosa catadura moral o ser algo más que amiGhost de aquel en cuya tarjeta de presentación se puede leer “De profesión duro” y dejar que nuestros cuerpecitos adolescentes fueran prisioneros de sus musculos brazos.
Transcurridos veinte años desde entonces, aún tengo fresco en mi memoria el recuerdo de aquella mañana durante la cual, con la vista clavada en la cartelera cinematográfica anunciada en el periódico local, comenzó el debate durante el que tuvimos que elegir entre: regresar al futuro junto a Marty McFly, ir tras las huellas dejadas por los taconazos calzados por una hermosa mujer de dudosa catadura moral o ser algo más que amiGhost de aquel en cuya tarjeta de presentación se puede leer “De profesión duro” y dejar que nuestros cuerpecitos adolescentes fueran prisioneros de sus musculos brazos.
Visto lo visto, no cabe duda que fue un gran acierto ir a ver la tercera entrega de las aventuras protagonizadas por el joven de 1990 al que dio vida el que fue un “Hombre lobo adolescente”, y de cuyos labios los que en 1885 vivían en Hill Valley oyeron que se llamaba como el actor que a tantos pistoleros sin nombre encarno, y que para el que esto escribe siempre será el forajido Josey Wales.
Fue siendo un Santo Varón del Santa Olaya cuando, cierta mañana, podría haber salido de mis labios una sui generis versión del discurso más famoso de Martin Luther King, y es que durante la noche que precedió a otro día de colegio, al igual que el pastor de la iglesia bautista nacido en Atlanta el 15 de enero de 1929 y asesinado a balazos en Memphis el 4 de abril de 1968: Yo tuve un sueño.
Soñé que un día La Tierra era lo más parecido a El Infierno gracias al fuego que devoraba las ciudades que habían sido arrasadas durante la cruenta guerra que contra un ejército de cyborgs libraban los humanos que habían decidido que su líder fuera el que esto escribe, el que, gracias a los galones que daban fe de que era un inútil total, siempre era el último en ser llamado a filas durante el proceso de selección que era llevado a cabo por dos de mis compañeros de clase, y cuyo objetivo era formar las plantillas de los equipos de futbol que se enfrentarían en la pista en la que el delantero matador que yo era siempre estaba en orsay (out side / fuera de juego), y en la que estaban terminantemente prohibidos los bucos y los trallos.
Soñé que un día La Tierra era lo más parecido a El Infierno gracias al fuego que devoraba las ciudades que habían sido arrasadas durante la cruenta guerra que contra un ejército de cyborgs libraban los humanos que habían decidido que su líder fuera el que esto escribe, el que, gracias a los galones que daban fe de que era un inútil total, siempre era el último en ser llamado a filas durante el proceso de selección que era llevado a cabo por dos de mis compañeros de clase, y cuyo objetivo era formar las plantillas de los equipos de futbol que se enfrentarían en la pista en la que el delantero matador que yo era siempre estaba en orsay (out side / fuera de juego), y en la que estaban terminantemente prohibidos los bucos y los trallos.
Ante tales antecedentes, como bien supondrán los lectores que hayan visto “Terminator Salvation”, el bonito sueño de grandeza anteriormente confesado hizo acto de presencia mientras veía como las máquinas gobernadas por Skynet eran derrotadas por ese pequeño y valiente grupo de humanos liderados por el Gales nacido Haverfordwest que puede presumir de que toda su filmografía Bale mucho la pena, y que – junto a El forajido al que llevo detenido hasta la estación de donde saldría “El tren de las 3:10” que tenia como destino la prisión de Yuma – forma parte de mi lista de actores favoritos.
Unas desagradables escenas que vi en un programa de cine emitido antes de la segunda edición del telediario, y que tenían por objeto presentar en sociedad a “La Mosca” fueron las culpables de que una noche de 1986 a punto estuviera yo de vomitar la cena, y es que, por culpa de una mala pasada de mi mente trastornada, el amarillo liquido que salio de la yema del huevo frito que yo quebré con trozo de pan se convirtió ante mis ojos en las blancas y acidas babas con las que el científico Seth Brundle atacaba a aquellos que querían acabar con la monstruosa criatura en la que se había transformado al mezclarse sus atomos con los de la mosca que entro en la máquina con la que quería demostrar que era posible teletransportar la matería, y en la que, ya en 1958 – por culpa de George Langelaan y del que nos llevo hasta “El último valle” - se había colado otro miembro de la orden de los dípteros, el cual, al igual que su congenere, provoco que el hombre que en aquellos días jugaba a ser Dios acabará suplicando a este último que evitará que acabase siendo comida para arañas.
Una buena prueba de que El que es hoy en día uno de los mayores fans de IRON MAIDEN siempre fue un cobardica es el echo de que no perdiera el Miedo a la oscuridad hasta el día en el que, obligado por su padre, tuvo que cruzar a oscuras la cocina para rescatar al revolver de cowboy que en la terraza había escondido El que tras un muro formado por neumáticos ocultaba su fornido cuerpo para evitar que lo encontrasen las trayectorias de las pelotas de goma disparadas por los miembros de las Unidades de Intervención Policial.
Por culpa de la cobardía anteriormente reconocida, paso lo que paso…
Aunque hoy en día vergüenza ajena sería lo que su visionado me provocaría, pánico y pavor “Metamorphosis” me provoco aquella noche durante la cual la estuve viendo hasta el momento en el que, a altas horas de la madrugada, corriendo fui a meterme en la cama al creer que el loco doctor transformado en monstruo que la protagonizaba era el que había provocado el ruido que en realidad había sido fruto del contacto metálico entre la cerradura de la puerta de casa y la llave que en ella había sido introducida por el calderero de Naval Gijón que regresaba a su hogar tras las horas extras hechas en El Musel para poner a punto uno de los quimiqueros rusos construido en el astillero anteriormente mencionado.
Por culpa de la cobardía anteriormente reconocida, paso lo que paso…
Aunque hoy en día vergüenza ajena sería lo que su visionado me provocaría, pánico y pavor “Metamorphosis” me provoco aquella noche durante la cual la estuve viendo hasta el momento en el que, a altas horas de la madrugada, corriendo fui a meterme en la cama al creer que el loco doctor transformado en monstruo que la protagonizaba era el que había provocado el ruido que en realidad había sido fruto del contacto metálico entre la cerradura de la puerta de casa y la llave que en ella había sido introducida por el calderero de Naval Gijón que regresaba a su hogar tras las horas extras hechas en El Musel para poner a punto uno de los quimiqueros rusos construido en el astillero anteriormente mencionado.
Con mucho cariño guardo el recuerdo de aquellos Sábados de mi infancia que pase en casa de mi tía paterna, allí donde tantas veces tuve que hacer frente a los ataques de mis dos hermanas y mi prima, las que actualmente, al igual que las “Chicas de hoy en día”, son mujeres independientes y sofisticadas, y que en aquellos lejanos tiempos eran unas inocentes criaturas a las que cierta tarde torture con una película que, con muy discutible criterio, elegí entre todas las que llenaban las estanterías de uno de los videoclubs a los que hundió la piratería, y de la que bien se podría decir que Fernando Colomo rodó tras fumarse de una tacada las decenas de porros preparados con los kilos de hachis que había conseguido tras “Bajarse al moro”.
Y es que – tal como bien apunta Ramon Alfonso – el hecho de que el mencionado director estuviera totalmente perdido fuera de los terrenos de la comedia madrileña, al fin y a la postre, fue lo que provoco que la apasionante historia desarrollada en el guión que tubo a su servicio y que era una inaudita mixtura entre fantastique y ciencia – ficción acabará convirtiendose en un ridículo y tedioso bodrio, bodrio este en el que, protegido por la armadura de “El Caballero del Dragón”, El Amante bandido que intento impedir que el que consiguió escapar de “La isla del Doctor Moreau” descubriera “El secreo del Sahara” compartió protagonismo con La cólera de Dios cuya lengua materna era el idioma que se habla en el país en el que, durante cinco maravillosos e inolvidables meses, viví junto a la mujer que me regalo el libro hoy bloggeado.
La casa de Carrandi (Colunga) donde pase los veranos de mi infancia fue el punto de partida del viaje que me llevo hasta la Isla Catrona, “La tierra olvidada por el tiempo” que estaba habitada por las criaturas prehistóricas a las que me tuve enfrentar apoyado por los supervivientes de un naufragio a los que conocí en el canal televisivo que en aquellos días también me brindo la oportunidad de ser compañero de armas de “Ator, el poderoso”, ese fornido guerrero que, con la inestimable ayuda de mi muy desarrollada imaginación, tuvo buena culpa de que valiéndome del palo que mi mente transformo en una poderosa espada decapitara a los gigantescos dragones en los que se habían convertido los geranios que había plantado la mujer que años antes – en la salita donde se desarrolla la historia que será narrada a continuación – fue testigo de las aventuras que – entre los años 1962 y 1971 – “El Virginiano” vivió junto a El rubio trampero que en 1966, enrolado en La legión Extranjera protagonizo una “Bella gesta”, y en 1980, un lustro después de escapar de la isla mencionada anteriormente, fue el culpable de que Los Humanoides que habían surgido de las profundidades del abismo fueran devorados por el fuego de El Infierno.
Dado que pasar la noche viendo a “La cosa” era para mi mucho más agradable que hacerlo escuchando por enesima vez el canto de amor que Emilio "El Moro" le hizo a la cartagenera cuya boca era para él tan sabrosa como la guayaba madura, una veraniega noche de Domingo – mientras cientos de personas, en la explanada que rodea al templo de culto en el que en Coceña se honra a Santa Lucia de Siracusa, danzaban al son de la cumbia que pone música y letra a los problemas maritales de “El orangután y la orangutana” - El que tanto disfrutaba leyendo – viendo “Los cuentos del mono de oro”, tras las cuatro paredes de la casa de sus abuelos paternos, sintonizo el televisor en el canal donde se emitía la película que en 1982 John Canperter dirigió, y que para mi desgracia tuve que dejar de ver cuando El anciano que se sentaba a mi diestra, y que había visto demasiadas cosas desagradables durante la guerra que termino para él tras ser herido en combate durante la Batalla del Ebro, me pidió que buscara un programa en el que no se vieran escenas tan escabrosas como las que mostraban los estragos causados por la criatura alienígena que se ocultaba en la estación de investigación ubicada en la Antártida y en la que en mala hora aterrizo el helicóptero pilotado por el que se metio en el uniforme militar de ese soldado de elite Kurtido en mil batallas que el año pasado en Los Ángeles una peligrosa operación de rescate ejecuto.
Con S de Snake Plissken fue escrita la nota con la que fue calificado mi Proyecto Fin de Carrera, ese Sobresaliente trabajo de calculo y diseño mecánico que implico que con V de Victorioso definiera al 2006, el año en el que consegui escapar de la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Industrial que en mis sueños mas salvajes tantas veces converti en cenizas con una tonelada de explosivos tan potentes como los que formaban parte del arsenal de El enmascarado heredero del conspirador Guy Fawkes que con “V de Vendetta” firmo el atentado en el que volo por los aires la impresionante construcción arquitectonica cuyos muros, de labios de Winston Churchill, escucharon la frase “No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” y que simbolizaba el poder del ultraconsercador y fascista Fuego Nórdico que con Furia, Ira y Fuego, entre 1982 y 1988, intento apagar en las páginas de la serie de diez novelas gráficas firmada por Alan Moore (guión) y David Lloyd (ilustraciones), y cuya adaptación cinematografica yo vi semanas antes de que con tinta negra mi animo se tatuara la I de Inmensa satisfacción personal por el extraordinario trabajo realizado.
Fue precisamente en la película dirigida por James McTeigue donde acabarón empapadas por la lluvia las alas del “Cisne Negro” que danzo en el lago en cuya cristalina superficie se reflejo el bello rostro de «La Hacedora de Lluvia» que, a parte de provocar la tormenta que sello las grietas del alma atormentada de este fan de IRON MAIDEN, me ha permitido escribir este blog que cierro a continuación con una cariñosa referencia a ella.
Martin Scorsesese - el neoyorquino criado en el barrio de Queens, y que es descendiente de italianos de Catania que gracias a su trabajo duro, al igual que los 655.888 compatriotas suyos que entre 1890 y 1900 llegaron a Estados Unidos, pueden afirmar con orgullo que fueron las manos que construyeron América – en 2012 – una década después de mostrarnos que su ciudad natal en el año 1846 era el campo de batalla en el que, liderados respectivamente por El que fue el presidente norteamericano que en años mozos se dedico a cazar vampiros y El que metido en los ropajes de Maestro Jedi Qui-Gon Jinn se enfrento a “La amenaza fantasma”, se enfrentaron "Los nativos" ingleses y "Los Conejos Muertos" irlandeses – volvió a ganarse la admiración del respetable público con ese sincero y bellísimo homenaje al invento de los hermanos Lumière que llevaba por título “La invención de Hugo”.
Dado que en el blog El cine es un gran invento ya hice la pertinente critica de esa obra maestra que Elizabeth Weitzman (New York Daily News) definió como "Una carta de amor al cine y al público, una invitación a soñar” solo me queda decir de ella que fue la primera que vi siendo la pareja sentimental de la que, a pesar de que el 8 de Febrero de ese año me prometió que cogida de mi mano recorrería junto a mi las “Malas calles” de esa inmensa urbe que es La Vida, llegado el estreno de “John Carter” no dudo en afirmar que emular a Jesucristo y recibir mil latigazos en su cuerpo hecho para el pecado le parecía un plan mucho más apasionante que ver como el que encarno al judío de Nazaret malgastaba su talento interpretativo en esa película que Ramon Alfonso define como “otra de las grandes decepciones del cine lúdico yankee de principios de siglo que significativamente se descalabro en taquilla”, y que yo vi con la sonrisa que cincelo en mi rostro saber que finalizados sus 132 minutos de metraje volvería a tener entre mis brazos a la que llego de Bochum, la ciudad germana que vio nacer al guitarrista que da nombre a la banda que hizo una extraordinaria versión de la canción que desde hace tiempo es la banda sonora original de mis días.
Finalizada la lectura del extraordinario trabajo literario firmado por Ramon Alfonso me veo en la obligación de decir Gracias por elegirme a «La admiradora de la obra musical de “Los Secretos”» que, extraordinario regalo de cumpleaños mediante, me permitió volver a ser el niño que soñaba despierto con que, en una galaxia muy, muy lejana, era uno de los valerosos miembros de La Sagrada Orden de los Caballeros Jedi que luchaban contra los ejércitos de El Imperio Galáctico teniendo siempre presente que El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento...y el sufrimiento lleva a El Lado Oscuro de La Fuerza.
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