Aunque El que se sentía más triste que un torero al otro lado del Eiserner Vorhang (Telón de Acero) dijo “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”, lo cierto es que - sin dudarlo ni un segundo, y con permiso de Bochum – a Dortmund gustosamente volvería El que, metido en el traje y la piel del pirata cojo, con pata de palo, con parche en el ojo y con cara de malo, le robo la expresión “metido en el traje y la piel” al cantautor que fue Legionario en Melilla y pintor en Montparnasse.
Y es que fue en la urbe que los romanos bautizaron como Tremonia donde, el 11 de Enero de 2013, mientras recorría las limpias calles de “La metrópoli verde de Renania del Norte - Westfalia” metido en la gabardina y la piel de «El Ángel que recorrió “Los sucios callejones del cielo”», mi corazón bailo de felicidad al son de Das Vorstellungsgespräch Sheila (La entrevista de trabajo a Sheila), esa dulce melodía que la directora de la Volkshochschule der Stadt Dortmund (Escuela Superior Popular de Dortmund) toco emulando a “El violinista de Mauthausen”, y siguiendo las extraordinarias notas académicas escritas en esa partitura musical que lleva por título Der Lebenslauf von «Das Krieger Mädchen» (El Curriculum Vitae de «La Doncella Guerrera»).
Como bien saben todos aquellos que, haciendo eslalon (párrafo si, párrafo no), leyeron las andanzas de Zwei spanichen Abenteuerliche unter dem Himmel über Bochum (Dos aventureros españoles bajo el cielo sobre Bochum), el último día del mes que precede al que para este junta letras y voraz lector es El mes del libro, el aeropuerto internacional de la séptima ciudad más grande de Alemania fue el punto de partida del viaje de retorno a España que realizaron «La dueña de Dicky» y «El admirador de Bruce Dickinson», y durante el cual ambos tuvieron como compañeras de viaje a la tristeza y a la amargura que en 1934 acompañaron a la familia McCourt durante la travesía en barco que – tras la pesadilla en la que se convirtió su aventura en La tierra prometida – regreso a Irlanda con la certeza de que en su patria natal su futuro sería tan negro como “Las cenizas de Ángela”.
Como no podía ser menos, el pasado 11 de Enero – el día que “La ladrona de libros” me robo 125 minutos de mi vida – no pude evitar recordar los momentos vividos en Dortmund, esos que quedaron tatuados en mi prodigiosa memoria con la tinta negra con la que “El Dragón Rojo” fue tatuado en la espalda del cruel asesino cuya humanidad solo fue vista por la ciega a la que dio vida la madre del joven que, sobre los lomos de un “Caballo de guerra”, cabalgo por los campos de batalla en los que se libro el conflicto bélico que termino el 11 del 11 del año 18, el día que se firmo en Versalles el tratado de paz que Lord Curzon (Secretario Británico de Relaciones Exteriores) definió como “Una tregua por veinte años”, y que fue en cierta medida el culpable de que Las bestias pardas crecieran y se multiplicarán dentro de las fronteras del país bajo cuyo cielo, en la adaptación cinematográfica de la novela escrita por Markus Zusak, «La londinense del municipio de Islington que en la pantalla grande dio vida a la mujer que dio La Vida a Frank McCourt» vivió junto a «El que en 2001 se metio en el traje y la piel del que le hizo un traje a medida al elegante irlandés que encarno a Valeri Petrofsky», el agente del KGB encargado de ejecutar el terrible complot que violaba “El cuarto protocolo”, y que fue creado por «El inglés de Ashford que me golpeo con “El puño de Dios”, y que firmo “El manifiesto negro”», esa apasionante novela que forma parte de La biblioteca digna de un gladiador que bien se podría decir que empecé a edificar el día que “La chica del tambor” y yo empezamos a jugar a “Nuestro juego”, ese divertimento durante el cual el CNIzo que hoy juega a ser un caballero andante tomaba nota de los pasos a seguir para ser admitido en el MI6, la agencia de inteligencia exterior que tubo en nomina a «El inglés de Dorset que me presento a Smiley», el agente del contraespionaje inglés que se enfrento “El espía que surgió del frío” de Alemania Oriental, y que era camarada de aquel al que interpreto el que cruzo las puertas del establecimiento comercial regentado por “El sastre de Panamá”.
Fue en 2005 cuando el australiano de Sidney nacido como Branko Cincovic plasmo en papel la historia que construyo en su cabeza tomando como base las narraciones que escucho siendo niño, y gracias a las cuales supo que, entre 1939 y 1945, La Muerte – sin hacer distinciones de edad, sexo o religión - atrapo con sus frías garras a las decenas de miles de personas que murieron en los campos de concentración nazis y durante los bombardeos que castigaron sin piedad a los habitantes de Alemania, el país en el que, con la fuerza de los votos obtenidos en las elecciones celebradas el 5 de marzo de 1933, los enloquecidos miembros del NSDAP (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei / Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores) construyeron el III Reich, El Imperio que el 1 de septiembre de 1939 - Blitzkrieg (Guerra relámpago) mediante – desencadeno “Los vientos de guerra” que apagaron de un soplido “La llama de La Vida” de entre 50 y 70 millones de personas.
Teniendo en cuenta que la novela, publicada en 2005 en Australia, y en 2006 en el resto del mundo, ya ha vendido hasta la fecha alrededor de 8.000.000 de ejemplares y ha sido traducida a más de 30 idiomas era inevitable que se llevará a cabo su adaptación cinematográfica, adaptación esta que, al fin y a la postre, se ha hecho realidad gracias a los 35 millones de dólares aportados por las productoras Fox 2000 Pictures (EEUU) y Studio Babelsberg GmbH. (Alemania), y que en estos tiempos en los que las pantallas de cine son tomadas por superhéroes divinos y hormonados nos da la oportunidad de comprobar que admirable fue el comportamiento de todas aquellas personas normales y corrientes que – sin perder La Humanidad, y a cientos de kilómetros de los campos de batalla donde, regadas con la sangre bombeada por Corazones Púrpura, crecieron sanas y fuertes las Cruces de Hierro – demostrarón que, tal como bien afirmo el novelista Victor Hugo: El infortunio, el aislamiento, el abandono y la pobreza son campos de batalla que tienen sus propios héroes.
Heike Makatsch es la encargada de dar vida a una mujer que – a sabiendas de que caerá cautiva del tremendo dolor que, cuando las circunstancias lo requieren, abrazan las madres para salvar a sus hijos – decide dar en adopción a Werner (Julian Lehmann) y a Liesel (Sophie Nélisse), ese par de inocentes criaturas a las que con dolor dio La Vida, y a las que quiere evitar el sufrimiento que implicara para ellos recorrer el “Camino a la perdición” que ella, debido a la militancia comunista que la convierte en enemiga de los nazis, se verá obligada a recorrer con un miedo en el cuerpo similar al que embargo a Michael Sullivan Sr. (Tom Hanks) y a Michael Sullivan Jr. (Tyler Hoechlin) mientras huían de Connor Rooney, el frío asesino al que encarno el que, entre 1994 y 2001, fue pareja sentimental de la alemana de Düsseldorf mencionada anteriormente, y al que, en la adaptación cinematográfica de la novela grafica firmada por Max Allan Collins (guión) y Richard Piers Rayner (ilustraciones), llamo hijo "El zurdo" de profundos ojos azules que disparo la ya inmortal frase: Esta es la vida que elegimos. Y una cosa está clara, ninguno veremos el cielo.
Bajo el cielo sobre un pueblo cercano a Munich, concretamente en la Himmelstrasse (calle del cielo), es donde viven los Hubermann, el matrimonio que – adopción mediante – brindará a Liesel Meminger la oportunidad de cruzar las puertas de su casa, una edificación que, a pesar de haber sido construida para ser habitada, para la mencionada adolescente no es un hogar debido a que tras sus cuatro paredes no tendrá ni el calor de su madre biológica ni la compañía de ese hermanito suyo cuyo cuerpecito – al igual que el de tantos niños a los que mato el hambre y la enfermedad – esta bajo la tierra cubierta por la nieve que El General Invierno lanza desde el cielo sobre Alemania.
Sin lugar a dudas, la inicial incomodidad de Liesel será debida en buena medida a la poco cordial bienvenida que le da Rosa Hubermann, una mujer de fuerte carácter a la que da vida Emily Watson, y que da fe de que no siempre se cumple la máxima “La cara es el espejo del alma”. Y es que, a pesar de su cara de hierro, la que es encarnada por la dueña del rostro que fue acariciado por las fuertes manos de “El boxeador” alberga en su pecho un tierno corazón cargado de buenos sentimientos, buenos sentimientos estos que, bien se podría afirmar, protege con una coraza ante la certeza de que mostrarlos no es algo muy pertinente en esos duros tiempos que a ella y a los suyos les ha tocado vivir, y que están marcados por las estrecheces económicas que implica el echo de que su trabajo como lavandera sea el único sustento de la familia.
Hans Hubermann, por su parte, es un pintor con corazón de acordeón que – durante esa negra página de La Historia Universal en la que buena parte de sus compatriotas fueron más partidarios de destruir que de construir – malvive borrando los carteles de las tiendas cuyos dueños son comunistas o practicantes de la fe que profesaba el hombre que, durante la I Guerra Mundial, sacrifico su vida para salvarle la suya, y que era dueño del instrumento musical de viento de origen polaco al que, sin demasiado éxito, intenta arrancar bellas melodías sirviéndose de las manos que a su servicio puso Geoffrey Rush, y con las que este último, en 1996, presionando las teclas de un piano como el utilizado por David Helfgott, puso música a la marcha que el día 24 de marzo de 1997, tras los muros del Shrine Auditorium de Los Ángeles, le llevo desde la butaca en la que estaba sentado hasta el escenario en el que, iluminado por “El resplandor de un genio”, sostuvo los casi cuatro kilos de peso de la estatuilla bañada con una capa de oro de 24 kilates y fabricada con una aleación metálica cuya composición es un 92,5% de estaño y un 7,5% de cobre.
Las Xs que traza con tiza blanca cuando, durante su primer día de colegio, la profesora le pide que escriba su nombre en la pizarra unidas al echo de que su madre sea una de las cientos de miles de personas que en aquellos días, con el puño izquierdo cerrado y levantado, cantaban la letra de la canción que Eugène Pottier compuso y que la famélica legión ha convertido en su himno de batalla, provocarán que Liesel sea señalada por el dedo acusador de sus compañeros de clase, esos que mientras la insultan llamándola Dumm kopft (cabeza hueca) dan fe de la crueldad infantil, la cual, por fortuna para ella, no ha contagiado a Rudy Steiner (Nico Liersch), un adorable niño de pelo rubio como el limón que va corriendo a todas partes, y al que poco a poco dejará entrar en su particular universo, ese que esta marcado por la tristeza que supone para ella haber sido abandonada por su madre.
Agobiada y descolocada por el brusco cambio que ha experimentado su vida y que ha provocado que sea una extraña en un lugar extraño, Liesel se aferra a su vida pasada apretando con fuerzas “El manual del sepulturero” que encontró allí donde lo perdió el hombre que recientemente dio sepultura a ese hermanito suyo que un día fue inmortalizado en la foto que ella guarda entre las páginas del mencionado libro.
Lo que los libertinos latinos nombrarían con la palabra con la que denominaban a la parte interior de la corteza de los árboles – a parte de certificar que, tal como bien afirma un Proverbio hindú, abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; y destruido, un corazón que llora – será también la pala con la que la mencionada adolescente, ayudada por Hans, dará sepultura a su analfabetismo.
Sin lugar a dudas, uno de los momentos más bonitos de la película tiene lugar cuando La canadiense de Ontario que fue testigo de “El efecto de Monsieur Lazhar sobre las crisálidas de mariposa” consigue llegar a la última pagina de su primer libro, la cual, al igual que las que la han precedido, esta llena de palabras cuyo significado ella aprenderá gracias a El que encarno a un pirata tan fiero como aquellos junto a los cuales recorrió “La isla del tesoro” el niño que aún lleva dentro el que, a bordo de un galeón llamado TIERRA SANTA, con diez cañones por banda, y con viento en popa y a toda vela, surca los mares cada vez que escucha “La canción del pirata”.
Si el 17 de febrero de 1856 Die Dame von der Sense (La Dama de La Guadaña) hubiera ignorado a Christian Johann Heinrich Heine, y hubiera permito que este último viviera durante el periodo histórico comprendido entre 1933 y 1945, sin lugar a dudas, El nacido en Düsseldorf el 13 de diciembre de 1797 se habría estremecido al comprobar como el fanatismo y la locura que durante esos años poseyó a decenas de miles de sus compatriotas provoco que se hiciera realidad la frase que él un día de 1821 incluyo en su tragedia "Almansor": Dort, wo man Bücher verbrennt, verbrennt man am Ende auch Menschen (Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres).
A pesar de que no alcanzara la magnitud de la que el 10 de mayo de 1933 cubrió de cenizas los adoquines de la plaza situada frente a ese centro de sabiduría que es Die Humboldt - Universität zu Berlin (la Universidad más antigua de Berlin, y hogar de 29 ganadores del Premio Nobel) la hoguera alimentada por libros en torno a la cual se reunieron los habitantes del pueblo donde se desarrolla la acción de la película es igual de estremecedora que la anteriormente mencionada dado que – al igual que la que fue promovida por la Nationasozialistischer Deutscher Studentenbund (Unión Estudiantil Nacionalsocialista) – fue encendida por el odio irracional, odio este que provocara que Hans Hubermann sienta que - mientras su rostro es calentado por el fuego que devora las obras escritas por marxistas, judíos y pacifistas - su corazón es helado por el miedo ante lo que pueden hacer sus compatriotas.
Si bien en un principio Liesel se niega a tomar parte del infame divertimento promovido por el Bürgermeister Hermann (Rainer Bock), finalmente, presionada por el matón de la clase, arroja al fuego a “El hombre invisible”; el cual, como no podía ser de otra manera, una vez que la plaza queda vacía de fanáticos pirómanos ella misma rescata del abrazo de las llamas empujada por el amor a la literatura que se ha hecho dueño y señor de su corazón.
Aunque es difícil saber las verdaderas razones por las cuales Herbert George Wells era un peligro para los nazis, bien se podría afirmar que pertenecer a La Sociedad Fabiana - movimiento socialista británico cuyo propósito es avanzar en la aplicación de los principios del socialismo democrático mediante reformas graduales – fue seguramente lo que provoco que fuera quemado metafóricamente el creador de “La máquina del tiempo”, ese prodigioso artilugio que, por brindar la posibilidad de realizar viajes temporales, gustosamente habría comprado Ilsa Hermann (Barbara Auer).
Y es que, La esposa del hombre que con soflamas fascistas encendió las antorchas que prendieron fuego a la versión muniquesa de la hoguera que se celebro bajo el cielo sobre la plaza donde hoy en día se encuentra „Die Versunkene Bibliothek“ (La Biblioteca perdida) - al igual que el científico que protagoniza la novela que en 1895 firmo el londinense nacido el 21 de septiembre de 1866 en el condado de Kent - desea regresar al pasado, a ese tiempo tan feliz en el que, en la biblioteca cuyas puertas abrirá a la ladrona de libros que la conmovió al salvar de la quema a uno de los libros condenados a arder por ser antialemanes, pasaba las horas junto a su hijo Johann, un joven cuya pasión por la lectura es tan grande como la que siente Liesel, y que, gracias a los libros que esta última tendrá ocasión de leer, vivió apasionantes historias cuyo final feliz no se parece en nada al que tuvo él en una de las miles de trincheras que abrieron en canal a La Vieja Europa, esa buena señora que – entre el 28 de julio de 1914 y el 11 de noviembre de 1918 – estubo atrapada “En tormentas de acero” que con ruido y furia descargaron los centenares de miles de lagrimas que formaron el mar de tristeza en el que se ahogarón las madres de los millones de jóvenes que, a diferencia del oficial alemán Ernst Jünger, con sangre escribieron su nombre en la lista de muertos en combate que se empezó a escribir el día que el archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa Sofía Chotek fueron abatidos por las balas disparadas por la pistola que el nacionalista serbio Gavrilo Princip empuñaba con su Crna Ruka (Mano Negra).
La inocencia que a Liesel le impide entender porque Hans dice que es peligroso que “El hombre invisible” sea visible a los ojos del vecindario, provocara también que James Cleveland "Jesse" Owens sea el personaje mas admirado por Rudy, el cual, cubierto con barro que consigue que su blanca piel sea casi tan oscura como la del ganador de cuatro medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Berlín (1936), emulara al estadounidense de Oakville en la pista de atletismo del colegio, allí donde – gracias a sus extraordinarias marcas – provocará que uno de los dirigentes locales del Partido Nazi apunte su nombre en la lista de seleccionados para ser adiestrados militarmente en las Nationalpolitischen Erziehungsanstalten, las Escuelas Políticas Nacionales tras cuyos muros – tal como en Bochum pudieron comprobar los que durante cinco meses vivieron bajo el cielo sobre dicha ciudad del Estado de Renania del Norte -Westfalia – se cumplía la igualdad Der Triumph des Willens = Die Niederlage der Menschlichkeit (El triunfo de La Voluntad = La derrota de La Humanidad).
Teniendo en cuenta las decenas de miles de niños alemanes que murieron durante la II Guerra Mundial es triste e impactante ver como – ignorantes del dolor y el sufrimiento que les provocaría el mencionado conflicto bélico – la alegría embargo a muchos de ellos cuando vieron que Frankreich und England haben zwar Deutschland den Krieg erklärt (Francia e Inglaterra también han declarado la guerra a Alemania) era el titular con el que Die Zeitungen (la versión alemana de The Newspapers ingleses) resumían el brillante discurso que el 3 de septiembre de 1939 el rey Jorge VI de Inglaterra consiguió pronunciar gracias a la ayuda de Lionel George Logue, el logopeda nacido Adelaida (Australia) al que en 2010 encarno ese compatriota suyo que nació bajo el cielo sobre La Ciudad Jardín (Toowoomba), y que, bajo el cielo sobre el pequeño pueblo muniques en el que se desarrolla la acción de la película hoy reseñada, demostrará a su hija adoptiva lo importante que es para él cumplir lo prometido.
Dado que, al paso que vamos, llegará pronto el día en el que palabras como Honradez y Honor solo significarán algo en el diccionario publicado por La Real Academia que Limpia, fija y da esplendor a La Lengua Castellana, sin lugar a dudas, es inevitable desear que en el país donde más que nunca esta vigente el refrán “Prometer y prometer hasta meter; y una vez metido, olvidar lo prometido” hubiera millones de personas como Hans Hubermann, un tipo este que, consciente de que “un hombre vale lo que vale su palabra”, arriesgara su vida para salvar la del hijo del hombre que tiempo atrás se interpuso entre él y una bala.
La entrada en escena de Max Vanderburg (Ben Schnetzer) – un joven judío berlines que fue testigo de excepción de Die Kristallnacht (La Noche de los cristales rotos) que entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938 tuvo lugar en varias ciudades de Alemania y Austria – provocará que Liesel y los Hubermann den fe de un admirable comportamiento que bien se podría afirmar es el espejo en el que podrían verse reflejados Viktor Kugler, Johannes Kleiman, Elisabeth Voskuijl y el matrimonio formado por Jan Gies y Hermine "Miep" Santrouschitz, las cinco personas que – bajo el cielo sobre Ámsterdam (Países Bajos), teniendo presente la certera máxima acuñada por Edmund Burke e ignorando los peligros que suponía desobedecer a los que querían conseguir que La Vieja Europa se arrodillara ante Die Fahne hoch (La bandera en alto) – ocultaron a ocho judíos durante dos años y medio que para todos ellos estuvieron marcados por el miedo y el sufrimiento que en un diario fueron plasmados por Annelies Marie Frank Hollander, la alemana nacida el 12 de junio de 1929 en Frankfurt am Main, y que el 12 de marzo de 1945 - pocos días entes de que Bergen - Belsen fuera liberado por la 11ª División Blindada del Segundo Ejército Británico (15 de abril de 1945) – victima del tifus murió en el mencionado campo de concentración nazi.
Dado que Max - para evitar acabar encerrado tras las alambradas electrificadas de uno de los mataderos que eufemísticamente se denominaban Konzentrationslager (campo de concentración) - se ve obligado a convertirse en un búho sin alas encerrado en una jaula delimitada por las cuatro paredes de la casa de los Hubermann, Liesel accede gustosamente a aplacar su soledad y a mantenerle informado de los acontecimientos que transcurren bajo el sol que poco a poco se esta olvidando de cómo es el rostro del mencionado joven.
“Los libros son compañeros dulces para el que sufre, y si no pueden llevarnos a gozar de la vida, al menos nos enseñan a soportarla”, la verdad y la sabiduría que encierra esta frase acuñada por el escritor británico Oliver Goldsmith (1728-1774) quedan patentes en la película gracias a los momentos en los que Liesel, valiéndose de las herramientas que le ha dado La Literatura, construye un muro que evita que la desesperación y el miedo hiera a los que le han enseñado el significado de palabras como: compasión, amistad, amor…
Y es que, a parte de los parte metereológicos que narra a Max valiéndose de las palabras aprendidas en los libros que han leído juntos, caben destacar esas historias que - tras los muros de un refugio antiaéreo y alzando la voz paulatinamente para superar al ensordecedor volumen de las bombas que sin piedad los aliados lanzaban sobre pueblos alemanes habitados por civiles inocentes – narra a sus vecinos para conseguir que en las mentes de estos últimos no tengan cabida el miedo y otros malos pensamientos, esos escribanos que no hace tanto tiempo, con una tinta tan negra como mi alma, escribieron esa novela vital mía de la que – cuando miraba dentro de mi el abismo al que tantas mire en mis peores momentos – conseguí escapar gracias a la lectura de novelas que sujetaba fuertemente con mis manos mientras mis pabellones auditivos era recorridos por el heavy – metal a volumen brutal con el que intentaba acallar a Mis Demonios & Mis Fantasmas.
Y es que, en estos tiempos en los que somos victimas de las decisiones de hombres poderosos cuyas palabras tiempo atrás fueron dignas de esa confianza nuestra que actualmente – día si y día también – traicionan sin rubor alguno, sin lugar a dudas impacta y conmueve la historia narrada en la película hoy reseñada, y que nos recuerda que en una de las páginas más negras de La Historia Universal hubo renglones que fueron escritos por personas que vivían y actuaban teniendo siempre presente que su palabra era ley, y que, por muy mal que fueran las cosas, siempre había que comportarse como se deben comportar las buenas personas.
Si bien la película dirigida por Brian Percival, guionizada por Michael Petroni y musicada por John Williams, cumple con creces sus objetivos (emocionar y entretener al respetable público) es justo y necesario indicar que tiene un grave fallo que impide que los directivos de Studio Babelsberg GmbH. y del que nos permitió ser testigos de “La vida de Pi” puedan afirmar, sin faltar a la verdad, que su última producción es una película redonda.
Y es que, a pesar de que la extraordinaria ambientación consigue que el espectador se sienta como un habitante de uno de los bellos pueblos alemanes que fueron borrados de la faz de la tierra por los bombardeos aliados, cabe destacar que - tal como bien apunto «La que desea que alguien le evite ser testigo de cómo el Imperio Griego se levanto sobre la sangre de los héroes que se mezclo con las aguas que bañaban la isla de Salamina» - la brillantez del expediente del equipo técnico se ve mermada por ese gran borrón que es el echo de que los libros que lee la protagonista – en lugar de estarlo en la lengua materna de la sajona de Algermissen que encarno a la princesita por culpa de la cual se armo la de “Troya” – están escritos en la de la británica nacida en las Islas Bermudas que con la petición "Espartano, vuelve con tu escudo o sobre él" se despidio del más fiero de los "300" que cenaron en El Infierno la noche que siguio al día en el que murierón en El Paso de las Termopilas.
Conclusión final
Visto lo visto, sin lugar a dudas, bien se puede afirmar que “La ladrona de libros” tiene dos lecturas.
Mientras que por una parte es un bello homenaje a El Libro, ese hermoso invento de los hombres que José Luis Borges definio como una extensión de la memoria y de la imaginación, y que esta hecho de páginas cuya lectura marca el ritmo de los latidos del corazón que albergamos en nuestro pecho los amantes de La Literatura; por otra, nos recuerrda que aunque no todo lo del tiempo pasado fue mejor, si hubo cosas que deberían formar parte de nuestra realidad, y no estar solo en las novelas de caballeria y en películas como la hoy reseñada.
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