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lunes, 5 de marzo de 2012

El cine es un gran invento


Si a finales de los 60, enfundado en el traje y la piel del alcalde de un pequeño pueblo de Aragón, el inolvidable Paco Martínez Soria descubrió que “El turismo es un gran invento”, yo, a mediados de los 80 – cuando supuestamente empecé a tener uso de razón – me di cuenta de que el cine es un gran invento.

Aunque los hermanos Auguste Marie Louis Nicolas Lumière y Louis Jean Lumière - inventores del proyector cinematográfico – dijerán en su día que «el cine es una invención sin ningún futuro», lo cierto es que el 22 de 1895 “La sortie des ouvriers des usines Lumière à Lyon Monplaisir” («Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir») dio el pistoletazo de salida a una carrera durante la cual – a lo largo de los últimos 117 años – los aficionados al Séptimo Arte nos hemos reído con las andanzas de Bud Spencer y Terence Hill; nos hemos emocionado al ver como el Terminator T-800 se despedia de su protegido con la frase “Sayonara, baby”; hemos deseado estar en los campos de Bannockburn y acompañar a los Highlanders que en el año 1314 de Nuestro Señor, tras luchar como poetas guerreros conquistaron su libertad; en definitiva, hemos tenido la ocasión de vivir otras vidas, y de paso olvidar esa dura realidad nuestra en la que los golpes duelen de verdad, y las balas de los cargadores de nuestras armas automáticas no son ilimitadas…

Martin Scorsese - uno de los directores que con las películas que dirigió hasta la fecha ya hizo sobrados meritos para que su nombre se escriba con letras de oro en la historia del cine – con “La invención de Hugo”, su última obra maestra, ha pretendido, y logrado, realizar lo que Elizabeth Weitzman (New York Daily News) definió como: "Una carta de amor al cine y al público, una invitación a soñar”

Paris, años 30: A la muerte de su padre, el pequeño Hugo Cabret (Asa Butterfield) acaba viviendo con su tío, un borracho que malvive en la estación de trenes de Paris, y cuyo cometido es asegurarse de que los relojes de la misma funcionen satisfactoriamente.


Solo y triste por la ausencia de su progenitor, Hugo dedica todo en su empeño e intentar resucitar a un autómata que un buen día el autor de sus días encontró abandonado.


Lo que en principio comienza como una apuesta personal – un tributo al hombre que le enseño todo lo referente al maravilloso mundo de las máquinas, y junto al cual, gracias a las lectura de novelas de Julio Verne, viajo hasta lejanas latitudes – se convertirá en una apasionante aventura, una aventura durante la cual tendrá una fiel aliada en Isabelle (Chloë Grace Moretz), una niña cuyos sueños son alimentados por los libros.


Durante la aventura protagonizada por Hugo e Isabelle, tendrá un protagonismo fundamental Georges Méliès (Ben Kingsley), tío de esta última, un viejo huraño que regenta una juguetería, y que vive atormentado por la tristeza que supuso para él no conseguir que las risas e ilusión que arrancaron las fantasías que creo para entretener al gran público no pudiesen hacer nada ante la tristeza y las lágrimas que dejo tras de sí la I Guerra Mundial, ese salvaje conflicto bélico durante el cual lugares como Verdún se convirtieran en sucursales de El Infierno en La Tierra.


A parte de los personajes mencionados anteriormente, en ese pequeño universo que es el hábitat de Hugo, tendremos ocasión de encontrarnos con personajes secundarios que hacen que la trama sea aún más deliciosa.

Personajes tan entrañables como la pareja formada por un par de ancianos que en el otoño de su vida, como si fueran un par de adolescentes, buscan, el uno en el otro, algo de calidez que haga más llevadera su solitaria existencia; el inspector de la estación (Sacha Baron Cohen) un hombre de carácter rígido e inflexible que esta empeñado en capturar a Hugo, y cuya minusvalía derivada de una herida de guerra le hace perder su templanza ante Lisette (Emily Mortimer), una florista que con sus flores trata de llevar a la estación la alegría que ella en parte perdió cuando su hermano murió en La Gran Guerra; por último, pero no por ello menos importante, esta Monsieur Labisse, un bibliotecario al que da vida el veterano y siempre extraordinario Christopher Lee, y que sirve al director de la función para rendir un sentido homenaje a los libros, los que son un amigo que espera cuando están cerrados y que al abrirlos unas veces nos enseñan cosas que nos sabíamos, y otras nos ayudan a olvidar cosas que no querríamos saber.


Hecha la pertinente crítica, es más que pertinente recurrir a la filmografía de Martin Scorsese para realizar mi particular homenaje a la dama gracias a la cual tome la acertada decisión de pasar por taquilla para ver la adaptación a la pantalla grande del libro escrito por el guionista e ilustrador estadounidense Brian Selznick.

No hace tantos amaneceres rojos, al mirarme al espejo, no podía evitar pensar que el hombre que me devolvía la mirada no era el buen hombre que un día quise ser. Con tan gratos pensamientos, emulando a un “Taxi Driver”, me ponía al volante de mi vida y me adentraba en mí particular Valle de Las Sombras, allí en cuyas “Malas calles” me esperaban con la bayoneta calada Mis Demonios & Mis Fantasmas.

Tienes 34 años y vives con tus padres, hace más de dos años que estas en paro y no es descartable que una banda de albanokosovares contratados por la discográfica NUCLEAR BLAST te partan las piernas a consecuencia de las deudas contraídas con ella, este panorama desde del puente fue el causante de que encontrará de lo más tentadora la oferta que me hacían aquellos que me decían: Únete a nosotros, se “Uno de los nuestros”, uno de esos que al levantarse arengan a sus tropas con la soflama: Abandonad toda esperanza, no hay salvación.

Hoy Domingo 4 de Marzo, el día después de disfrutar de la última obra maestra de Scorsese en compañía de las más gratas de las compañías, aunque hace décadas que fije mi residencia lejos de “La edad de la inocencia”, y se de sobra que El Bien solo triunfa en las "pelis" del chico Americano donde el guapo es el bueno y los malos son muy malos, para sorpresa del cenizo que un día fui, puedo afirmar sin temor a equivocarme que los finales felices también son posibles fuera de la pantalla grande.

Y es que si fuera al “Casino” y – ante la certeza de que mi futuro es tan negro como mis camisetas heavy – metaleras – apostase “todo al negro”, y, por cortesía de los “caprichosos” giros de la ruleta, consiguiese hacer saltar la banca, “El color del dinero” con el que podría ir al Wacken Open Air o asaltar unos cuantos países de La Vieja Europa no sería lo más bonito de mi vida, pues bien sabe Dios que bien merecido tendría ser encerrado a perpetuidad en “Shutter Island” si no gritase a los cuatro vientos que lo más bonito de mi vida es Das Krieger Mädchen, esa mujer que - a parte de conseguir que me sienta capaz de aguantar todos los ganchos de izquierda del destino aunque este golpee con la furia de Jake “Toro salvaje” La Motta – provoca que exclame: “Jo, ¡qué noche!” cada vez que recuerdo aquella deliciosa velada del 26 de Junio de 2010 durante la cual, bajo el oscuro manto de la madrugada, vi por primera vez su oscura melena.

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