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domingo, 18 de marzo de 2012
También John Carter contribuyo a que me sintiera tan feliz como un niño otra vez
Uno de los recuerdos más gratos de mi niñez es aquel en el que cogía a doce de mis Playmobils y, tras formar dos equipos, hacía mi “versión libre” del partido que Mi Estimado Progenitor veía en la tele.
Aquellos partidos – narrados por José Ángel de la Casa (de la Casa Blanca) con la profesionalidad y sapiencia futbolística que siempre le caracterizo – cobraban especial interés para el autor de mis días cuándo uno de los equipos contendientes estaba formado entre otros por Schuster, “Talín” Alexanco, “Lobo” Carrasco, Gary Archivald y Miguel Bernardo Bianquetti, jugador este último que dado el coraje y pundonor del que hacía gala en el terreno de juego fue bautizado por la afición culé con el apodo “Tarzán Migueli”, apodo este que consiguió despertar el interés en mí hacía su figura debido en buena medida al echo de que dicho sobrenombre lo emparentase con el personaje que 1912 salió de la pluma de Edgar Rice Burroughs, y que años mas tarde protagonizo un buen número de películas de aventuras, películas estas que fueron las culpables de algunas de mis horas más felices durante aquellos días en los que un servidor moraba en “Los paraísos perdidos”.
Con el transcurrir del tiempo, a medida que aquellos maravillosos años - durante los cuales la seguridad y felicidad, por cortesía de los cuidados de mama y papa, eran mis compañeras de juego – daban paso a malos tiempos para lirica, un servidor cada vez tenía más claro que nunca jamás volvería a ser tan dichoso como el niño que con los ojos como platos veía aquellas películas en las que el inolvidable Johnny Weissmüller, metido en el traje y la piel de “El rey de los monos”, protagonizaba apasionantes aventuras, aventuras durante las cuales era acompañado por la fiel Chita, aquella mona tan mona que en realidad era un chimpancé macho.
Casi tres décadas después, un servidor – el cual, “Sesión de tarde” mediante, aprendió que la frase “pobre diablo” era la forma más educada para despedir a un porteador negro cuándo este caía a un precipicio o acababa entre las fauces de un león - recordó todos aquellos momentos llenos de alegría mientras esperaba el comienzo de “John Carter”.
Y es que dicha película – a parte de por el echo de tener como protagonista absoluto a otro personaje creado por Burroughs – entronca bien con aquellos tiempos en los que el pequeño salvaje que yo era profería el distintivo grito de Tarzán, debido a que ha llegado a mi vida justamente cuándo - como cantaría la banda creada por Axel Rudi Pell – me siento “Como un niño otra vez” por cortesía de una doncella guerrera surgida de Bochum, ciudad germana de la que es oriundo el guitarrista mencionado anteriormente.
En una sala abarrotada por “tiernas criaturas”, mientras me preguntaba ¿Dónde esta Herodes cuándo lo necesitas?, y mi corazón latía henchido por la felicidad que embargaba el de los caballos salvajes que corrían libres por las praderas de Arizona, y sobre cuyos lomos cabalgaban los indios apaches contra los que – enrolado en Séptimo de Caballería de los EE. UU. – combatió Edgar Rice Burroughs, a lo largo de 132 minutos tuve el placer de visionar un más que aceptable divertimento que toma como base “Under the Moons of Mars” (Una princesa de Marte), la novela con la cual, en 1917, el de Chicago comenzó la serie marciana, su serie más extensa y famosa después
de Tarzán.
Andrew Stanton, guionista y director de cine de animación que en 2003 y 2008 gano el Oscar a la Mejor Película de Animación por “Buscando a Nemo” y “WALL•E” – películas que fuerón hechas para niños y que, al final y a la postre, conquistaron el corazón de los mayores – ha sido el elegido por Walt Disney para poner en marcha una nueva franquicia revientataquillas, franquicia que – dado la escasa taquilla que hasta la fecha esta cosechando – va camino de tener una muy corta vida, y de paso poner fin a la carrera de Stanton dentro del cine de imagen real.
A raíz de la muerte de su tío – el millonario John Carter (Taylor Kitsch) – el joven Edgar Rice Burroughs (Daryl Sabara) se traslada hasta la mansión de este para asistir a su sepelio. Una vez allí descubrirá que es la persona elegida por su pariente para leer el diario que este escribió durante sus últimos años de vida, años en los que dedico su esfuerzo y su inmensa fortuna en buscar todo lo relacionado con una extraña civilización.
A medida que pasa las paginas del diario – con una mezcla de fascinación e incredulidad – descubre que su tío – un veterano de la Guerra de Secesión Norteamericana – como tantos otros miles de hombres cayo victima de la fiebre del oro, fiebre esta por culpa de la cual acabo recorriendo peligrosos e inhóspitos territorios, territorios en los que – a diferencia de otros buscadores – en lugar de encontrar la muerte encuentra la puerta de entrada a un maravilloso universo, un universo a millones de años luz de la tierra.
Tras despertarse del viaje alucinante que lo ha llevado desde una fría cueva hasta un inmenso y ardiente desierto, Carter descubre para sorpresa suya que nada tiene que ver con su patria ese lugar donde, por cortesía de la diferencia gravitacional, su fuerza muscular ha aumentado, y con un simple salto puede desplazarse centenares de metros.
Por si fuera poco tan sorprendente acontecimiento, Carter vera aumentada su estupefacción al contactar con los Tharks, unos extraños seres de cuatro metros de altura y color verduzco liderados por Tars Tarkas, personaje este al que da vida Willem Dafoe, el veterano "actor de caracter" que gracias a su extraordinaria composición del compasivo sargento Elias Grodin en “Platoon” (1986), consiguio que fuéramos muchos los que deseáramos morir hincando las rodillas en tierra y alzando los brazos al cielo mientras a nuestro alrededor las palmeras de la selva vietnamita eran agitadas por las hélices de los helicópteros de transporte Bell UH-1 Iroquois.
Sin lugar a dudas la llegada de Carter al campamento de los Tharks nos brinda los momentos más memorables de la función por retrotraernos a esas películas del oeste de nuestra infancia en las que los rostros pálidos se jugaban su cabellera al hacer entrada en los campamentos donde moraban los salvajes pieles rojas.
Cabe destacar también que – todo aficionado al cine bélico de los 80, sección Guerra de Vietnam – verá en el duelo entablado entre Tars Tarkas (Willem Dafoe) y Tal Hajus (Thomas Haden Church) un velado “homenaje” al que en su día protagonizaron el anteriormente mencionado sargento Elias Grodin y el sargento Bob Barnes (Tom Berenger) en el oscarizado film de Oliver Stone.
Carter, gracias a sus captores, descubrirá que en Barsoom – nombre dado al planeta Marte por sus habitantes – se esta librando una guerra civil entre los Heliumitas y los Zodangans, raza esta última que cuenta con el apoyo de los Therns, una especie de brujos que actúan en la sombra.
Aunque a raíz del conflicto militar en el que combatió bajo la bandera de los Estados Confederados de América, y durante el cual perdió a las personas que más amaba, John Carter se ha convertido en un tipo solitario que no tiene a nadie por quien merezca la pena luchar y morir, la amenaza que se cierne sobre sus nuevos “amigos” y, sobre todo y ante todo, la Princesa Dejah Thoris (Lynn Collins) le empujarán a tomar partido por los Heliumitas, los compatriotas de esta última.
A parte de los cientos de millones invertidos para poner en marcha este colosal espectáculo visual en el que interactúan actores de carne y hueso con criaturas creadas con la técnica CGI (Animación Gráfica Digital), cabe destacar del film el echo de que sea inevitable entablar paralelismos con “StarWars”, la saga creada por George Lucas, y que – a pesar de saltar a la pantalla grande 35 años antes que John Carter – debe mucho al “universo marciano” creado por Burroughs.
Además de los combates entre naves espaciales y la irrupción en escena de monstruos cuyo plato preferido es la carne humana, “John Carter” se puede definir como un “revival” de la del creador de ILM (Industrial Light & Magic) debido a que los protagonistas principales de esta última tienen su particular “avatar” en la cinta de Stanton.
Si bien sería simplemente impresentable afirmar que el sustituto natural del “duro” Harrison Ford es ese guapito de cara llamado Taylor Kitsch, no lo sería asegurar que a Han Solo sólo lo diferencia de John Carter la criatura junto a la cual reparte mamporros puesto que, al fin y a la postre, ambos son unos buscavidas, sin patria ni bandera, que únicamente velan por sus propios intereses y saben defenderse de cualquier enemigo independientemente de la raza a la que pertenezca este.
A pesar de las claras diferencias entre las “ensaimadas” con las que - por aquella galaxia muy, muy lejana - la Princesa Leia se paseo del brazo de los defensores de La República, y la melena “Porque yo lo valgo” que luce la Princesa Dejah Thoris, ambas damas son un par de mujeres de armas tomar muy alejadas de aquellas otras que, en tantos films, a golpe de grititos de auxilio pedían al machito de turno que las salvase.
Aunque Sab Than, el villano de la función al que da vida Dominic West – el cual en “Centurión” (2010) encarno al General Titus Flavius Virilus al que sus hombres veneraban por ser “su anfitrión en el banquete, su maestro en la instrucción, su hermano de armas en las filas y el Dios al que encomendaban sus almas cuándo luchaban por su vida en el campo de batalla” – esta a años luz de Darth Vader, guarda en común con este su nula empatía por el prójimo y la cruzada emprendida para gobernar sobre el universo conocido, cruzada durante la cual no dudará en reducir a cenizas todas aquellas civilizaciones que se nieguen a vivir bajo su yugo.
Por último, si en la saga “La Guerra de Las Galaxias” gracias a Lord Sith era el encargado de inocular en el corazón negro de Darth Vader el odio necesario para mantener a este cautivo de El Lado Oscuro, en “John Carter”, Sab Than tiene como consejero espiritual a Matai Shang (Mark Strong), miembro este de una orden de monjes que desde tiempos inmemoriales tienen por cometido gestionar la destrucción de los planetas.
Finalizado el extraordinario divertimento que es “John Carter”, a raíz de la dicotomía en la que este se ve inmerso – volver a La Tierra - al planeta al que pertenece y donde para él la ilusión y la esperanza murieron cuando lo que mas amaba murió - o quedarse en Marte, un extraño lugar donde todo le es desconocido y en el que puede volver a apreciar el significado de lo que muchos ilusos afirman que hace girar alrededor de su eje a los planetas del sistema solar – se puede extraer como conclusión que la patria de un hombre no es ese trozo de tierra en el que nació y por el que – si fuera preciso – debería morir cantando a voz en grito el himno nacional, la patria de un hombre – tarde o temprano – es ese lugar donde mora la persona amada, y al que, antes de marcharse ya quiere volver, a sabiendas de que allí aunque sea un simple soldado raso aterrorizado y desarmado, gracias a ella, se sentirá como si fuera un general capaz de vencer a sangre y fuego a cualquier enemigo en el campo de batalla.
"Nuestro amor es el hogar, y el hogar pueden abandonarlo nuestros pies pero nunca nuestros corazones." (Oliver Wendell Holmes)
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