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miércoles, 15 de agosto de 2012
Que grande es el cine y todo lo que acontece detrás de las cámaras
Fue en Septiembre de 2010 cuándo, hallándome en Valdeteja (Valdelugueros, León), más concretamente tras los muros de «La última casa a la izquierda», durante el transcurso de «Una gran noche» descubrí el juego "Los Seis Grados de Separación” gracias a uno de «Los mercenarios» con los que establecí una alianza militar en aquellos días en los que, para vergüenza ajena de mis compañeros de instituto, llevaba mi carpeta forrada con caratulas de películas protagonizadas por Sylvester Stallone, Chuck Norris y Jean Claude Van Damme.
Dicho juego surgió a raíz de la teoría "small world", la cual parte de la tesis de que cualquier persona del mundo puede estar conectada a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios.
Tomando como base tal teoría y unas declaraciones de Kevin Bacon en las que afirmaba que él había trabajado con todos los actores de Hollywood o con alguien que hubiese trabajado con cualquiera de ellos, surgió “El número de Bacon”, un juego que consiste en, películas mediante, relacionar a parejas de actores.
Durante los minutos que dedicamos al número de Bacon fueron innumerables las exclamaciones de sorpresa que salieron de las bocas de mis compañeros de armas al comprobar como el que esto escribe una y otra vez conseguía relacionar a todas y cada una de las parejas de actores que ellos proponían, parejas estas que – para sorpresa suya – más de una vez enlace recurriendo a clásicos del cine de acción de los 80…Y es que no es tan complicado relacionar al inocente santo al que dio vida Alfredo Landa con el duro lobo solitario encarnado por Chuck Norris.
Quien me iba decir aquella agradable velada durante la cual conseguí salir «Invicto» de tan entretenido juego, que meses después, con la llegada del «Amanecer Rojo» del 22 de Abril de 2011, mi particular Legión Extranjera, a la orden «Marchar o morir», emprendería la larga marcha que al fin y a la postre le brindo la suerte de degustar las deliciosas aguas que emanaban de «El manantial de la doncella» junto a la cual, sesiones de cine mediante, fui testigo de cómo «Águila Roja» velaba por la paz y seguridad de los habitantes de La Villa y Corte, me metí en la cota de malla y la piel de un «Templario» para demostrar que es más noble morir en defensa de unos pocos que matar a cientos en hombre de Dios, y acompañe a Tintín en la excitante aventura que supuso descubrir «El secreto del Unicornio».
Gracias al Séptimo Arte y a las numerosas conversaciones que, durante «El año que vivimos peligrosamente», al calor de una hoguera alimentada con leña de «Ébano», mantuve con “La Amazona que cruzo el Ruhr al galope tendido”, por cortesía de esta última, «El guerrero del amanecer» que esto escribe – a parte de volver a sentirse tan feliz como el niño que jugaba con Playmobils durante el transcurso de la «Operación soldados de juguete» - disfruto de la lectura de ''Curiosidades, gazapos y anécdotas de Hollywood'', un interesante libro que detalla las peculiaridades, las virtudes y las miserias de todos aquellos que, de una u otra manera, forman parte de los engranajes que mueven la industria más glamurosa.
Fue el 19 de septiembre de 1995, a las diez en punto de la noche, cuando Félix Linares arrancaba con “La noche de...”, programa que – junto a la emisión de una película de éxito – desde hace ya casi diecisiete años, ofrece los datos más curiosos del mundo del cine a todos aquellos que cada martes sintonizan el segundo canal de Euskal Telebista.
Animados por el éxito que, once años y 604 emisiones después, había cosechado el programa que – a día de hoy – es el más longevo y más rentable de ETB, Eduardo Llorente y David Erauskin publicaron en el año 2007 un libro en el que recogen buena parte de las historias que incluyeron en los guiones que escribieron para el programa, y que - entre otras cosas – dejan claro que las películas las hacen gentes que no siempre aciertan, que las casualidades existen, que el dinero ha movido más fotogramas que el talento, que las chicas se marchan con el malo, que no hay plazas de aparcamiento para los secundarios y que los sueños no siempre son verdad.
Verdad o mentira - el primero de los seis capítulos de los que consta el libro – arroja luz sobre la veracidad de ciertas historias que, con el transcurrir de los años, han acabado convirtiéndose en leyendas, y que tienen como protagonistas a algunos de los actores y actrices que han contribuido con su trabajo a la grandeza de esa Fabrica de Sueños que es Hollywood.
A parte de confirmar que Errol Flynn («La carga de la brigada ligera») dada su afición a tocar las teclas del piano con su considerable lanza se gano el apodo “El pianista de los once dedos”; y que Johnny Weissmuller, victima de la demencia senil, acabo sus días confinado en un geriátrico por cuyos pasillos deambulaba gritando como si fuera en realidad «Tarzán de los monos», en el mencionado capítulo se explican el curioso origen de la última palabra pronunciada en su lecho de muerte por el «Ciudadano Kane», y las razones que provocaron que descarrilase La Vida de Buster Keaton «El maquinista de la General»
"El señor Kane era un hombre que tuvo todo lo que quiso y que lo perdió todo. Rosebud fue algo que no pudo obtener o que perdió. De todas formas, no lo habría explicado todo. Creo que una palabra no basta para explicar la vida de un hombre. No, para mí Rosebud no es más que una pieza de un rompecabezas, una pieza que falta", estas palabras pronunciadas por Jerry Thompson, el periodista al que dio vida William Alland, fueron las causantes de que Orson Welles se convirtiera en el enemigo número uno de William Randolph Hearst, el multimillonario magnate de los medios de comunicación que, según la leyenda, provoco personalmente la guerra entre España y Estados Unidos para vender más ejemplares de sus periódicos.
Y es que si por si fuera poco la descarada y cruel caricatura que «El tercer hombre», sirviéndose del protagonista principal de «Ciudadano Kane», hizo de Hearst, lo que desato la ira de este último fue el echo de que “Rosebud” – el apelativo cariñoso con el que se refería al clítoris de su amante, la aspirante a actriz Marion Davies – fuese la palabra elegida por Welles para dar nombre al trineo con el que jugaba el niño que un día fue Charles Foster Kane.
Aunque es muy considerable la cantidad de dinero que cobran las actuales super – estrellas de Hollywood lo cierto es que ninguna de ellas alcanza las cifras que en su día alcanzo Buster Keaton, y es que «El héroe del río» que durante los alocados años 20 fue un auténtico revienta – taquillas cobraba dos mil dólares de la época a la semana, y se quedaba con el veinticinco por ciento de la recaudación de sus películas.
Joseph Frank Keaton – apodado Buster (porrazo) cuando, con tan solo tres años de edad, tras caer por las escaleras no soltó ni una lágrima – a parte de por jugarse la vida en todas y cada una de las escenas peligrosas que jalonan sus películas, entro en la historia del cine por la inexpresividad de la que hacía gala.
Gracias en buena medida a la inexpresividad que le valió ser conocido también como “El Gran cara de Palo”, Keaton cosecho un gran éxito de taquilla hasta el día en el que, en una de sus películas, cincelo una sonrisa en su rostro. Fue tal el fracaso de dicha película que la productora le obligo a firmar un contrato que le prohibía reírse en el cine.
Lamentablemente para Keaton, las sonrisas que no podía exhibir en la pantalla grande tampoco tuvieron cabida en su vida privada, y es que – mientras veía con tristeza y dolor como el cine sonoro le robaba al gran público que tantas veces había pagado para verlo sufrir toda clase de peripecias sin mover un solo musculo de su cara – un divorcio ruinoso, la bancarrota económica, el alcoholismo y una depresión de caballo acabaron provocando que acabara sus días compartiendo una caravana con la más absoluta miseria.
Para todos aquellos interesados en saber como se cuecen las escenas con las que, una y otra vez, somos engañados los amantes de El Séptimo Arte, será un verdadero placer la lectura del segundo capítulo del libro, Lecciones de cine.
Tal como apuntan los autores, los espectaculares avances que los efectos digitales han experimentado a lo largo de los últimos años – a parte de conseguir que, sin movernos de nuestra butaca, viajemos hasta una galaxia muy, muy lejana cuya última esperanza ante «El ataque de los clones» eran los caballeros Jedi – han provocado que el respetable público que tantas veces rio y lloro gracias a actores de carne y hueso se emocione también con las historias protagonizadas por actores digitales como los que intervinieron en «Final Fantasy: la fuerza interior», la película animada más perfectamente "real" de la historia.
No obstante, a pesar de todo lo que los amantes del Séptimo Arte debemos a los técnicos de efectos especiales que, programas informáticos mediante, crean de la nada espectaculares ciudades y letales cyborgs de metal líquido, no hay que olvidar que fue Georges Méliès el que, un lejano día de 1896, de forma accidental, creo el primer trucaje cinematográfico.
El ilusionista y cineasta francés que siempre será recordado como el “mago del cine” que, «Viaje a la Luna» (1902) mediante, consiguió que sus coetáneos disfrutaran de una surrealista y fantástica experiencia, estaba rodando una escena callejera cuando de repente su cámara se atasco un instante. Lo último que filmo antes de atascarse era un carruaje, y lo primero que filmo a ponerse en marcha de nuevo fue un coche fúnebre. Al proyectar la película, Méliès descubrió, asombrado, que el carruaje que estaba filmando desaparecía de repente, y surgía en su lugar ¡el coche fúnebre!. Había nacido así el truco: sustitución de elementos mediante el parado de la cámara.
Aunque jamás aparecerá en una de esas listas que dan fe de las mejores películas de la historia del cine, «Star Trek II: La ira de Khan» (1982) merece ser recordada por ser la primera en la que se utilizo la infografía.
Y es que en aquella película en la que el fallecido Ricardo Montalban lucia un peinado tan hortera como el que, a mediados de la década de los 80, llevaba ese guapito de cara llamado Jon Bon Jovi, se mostraba como en breves segundos, gracias al “Proyecto Génesis”, un planeta desértico se convertía en un vergel. A pesar de que hoy en día no parece gran cosa, generar la escena cinematográfica en la que los tripulantes de la Enterprise son testigos de tamaño milagro puso al límite de su capacidad a los ordenadores de la época.
Gracias a los conocimientos y la extraordinaria capacidad didáctica de Eduardo Llorente y David Erauskin, dentro del vocabulario de los cinéfilos entra la expresión “Dry for wet” (seco por mojado), nombre de la técnica que se emplea a la hora de rodar escenas que se desarrollan bajo el agua.
A la hora de rodar dichas escenas se filma en un plato vacio al actor que las protagoniza, actor a cuyos pies se ponen un par de potentes ventiladores para que el aire mueva sus ropas y su cabello. Una vez hecho esto se añaden, ordenador mediante, los “efectos de agua”: distorsiones de la imagen, un color azulado, burbujas de aire…Finalmente, la escena se proyecta a cámara lenta para que los movimientos del actor parezcan tan lentos y tan torpes como si estuviera, realmente, debajo del agua.
El hecho de que los efectos digitales encarezcan notablemente dicha técnica ha provocado que los directores de películas de bajo presupuesto, con objeto de evitar verse con el agua al cuello, se decanten por rodar las escenas submarinas con agua de verdad.
Un buen ejemplo de película de bajo presupuesto con escena bajo el agua incluida es «Snatch: cerdos y diamantes». Dado el buen puñado de dólares que costaba utilizar la técnica “Dry for wet”, Brad Pitt – por exigencias del guión, más concretamente por culpa de la escena en la que, potente puñetazo mediante, se ve asimismo hundido bajo el agua – se vio obligado a sumergirse realmente en un tanque de agua.
Por fortuna para Pitt, Guy Ritchie tuvo el detalle de poner a su entera disposición un equipo de submarinistas para asegurarse de que en ningún momento le faltara aire. Por desgracia, no todos los actores tienen la suerte de trabajar con directores a los que les preocupa más la seguridad de su equipo que el realismo de la película.
Buen ejemplo de director peligrosamente perfeccionista es James Cameron, el cual, durante el rodaje de «The Abyss» – gracias a su empecinamiento en rodar escenas bajo el agua sin las medidas de seguridad pertinentes – puso en peligro la vida de Ed Harris y Mary Elisabeth Mastrantonio, actores que tan “grata” experiencia juraron que nunca jamás volverían a trabajar con él.
Cabe destacar en este punto que el club “Personas damnificadas por James Cameron” cuenta también entre sus filas con Jordi Casares, un especialista madrileño que a lo largo de su dilatada trayectoria ha doblado entre otros a Robert de Niro («La Misión»), Arnold Schwarzeneger («Desafio Total») y Pierce Brosnan («Muere otro día»), y que tras ser testigo de la insensibilidad mostrada por Cameron ante los numerosos accidentes sufridos por él y los otros ochenta y nueve miembros del equipo de especialistas que intervino en «Titanic», dio por “tocada y hundida” su relación laboral con el mencionado director.
A pesar del glamour que acompaña a todo lo relacionado con El Séptimo Arte, lo cierto es que Hollywood no deja de ser otra jungla humana en la que la avaricia, la envidia y demás sentimientos poco edificantes no tienen precisamente un protagonismo secundario.
El dulce sonido provocado por las millones de monedas de dólar que, por cortesía de las películas protagonizadas por las estrellas de la época, llenaron las alforjas de los productores en los primeros años del cine mudo dio origen al nacimiento del Star System, una gran maquinaría diseñada para producir películas en cadena y por culpa de la cual las estrellas se convirtieron en simples piezas, simples piezas que cuando se estropeaban o dejaban de ser productivas eran sustituidas y arrojadas al olvido, circunstancia esta última que fue la causante de que Florence Lawrence – la primera estrella del cine – acabase suicidándose, sola y olvidada por todos, incluido Carl Laemmle, el pionero de la industria cinematográfica que gracias a ella consiguió buena parte de la fortuna que años después le permitiría fundar los estudios Universal Pictures.
Sin lugar a dudas uno de los momentos de la historia de Hollywood que mejor refleja lo mejor y lo peor del ser humano tuvo lugar en la década de los años 50, más concretamente en los tristes días en los que el senador republicano Joseph Raymond McCarthy, durante el transcurso de la cruzada anticomunista emprendida por el Gobierno de EEUU, puso en marcha una autentica “caza de brujas” contra todos aquellos que simpatizaban con las ideas del Partido Comunista.
Durante el proceso seguido para elaborar “La Lista Negra”, el documento en el que constaba el nombre de las personas que por sus relaciones con “los rojos” tenían prohibido trabajar en Hollywood, muchas de las estrellas de aquellos días que por su fortaleza moral habían conquistado el corazón de los espectadores de todo el mundo, al meterse en el traje y la piel de “simple mortal” hicieron gala de un comportamiento tan sucio como el del inspector de policía Harry Callahan.
Aunque por haber encarnado a uno de los miles de brigadistas internacionales que lucharon junto a los republicanos contra las tropas franquistas, muchos consideraron a Humphrey Bogart una persona con simpatías por los movimientos de izquierdas lo cierto que, como muchos otros, no era más que “un progre de salón“, circunstancia esta de la que da fe el echo de que – a pesar de que en un primer momento apoyo a los compañeros que habían sido detenidos por sus ideas políticas – cuando vio que manifestarse podía poner en peligro su carrera profesional no dudo en poner fin a la bonita amistad que le unía a ellos.
Si manifiestamente mejorable fue el comportamiento de Bogart, simplemente impresentable fue el que tuvo Gary Cooper, actor que en lugar de emular al protagonista de «Casablanca» y dejar a «Solo ante el peligro» al colectivo de artistas perseguido, no dudo en comportarse como un vulgar “chivato” y contribuir a arruinar la vida de unas cuantas personas.
Mientras que Humphrey Bogart (por omisión) y Gary Cooper (por acción) fueron cómplices del fascistoide McCarthy, Kirk Douglas aprovecho la situación en beneficio propio.
Yo que siempre creí que el protagonista de «Espartaco», haciendo gala del carácter libertario y solidario del gladiador tracio que hizo temblar al Imperio Romano, y a sabiendas de las negativas consecuencias que podría acarrearle - había contratado al “marcado” Dalton Trumbo para mostrar su rechazo a La Lista Negra, experimente una gran decepción al enterarme de que “El hijo del trapero” le dio trabajo al mencionado guionista con un par de condiciones: cobrar la mitad de lo estipulado en el convenio y firmar bajo seudónimo.
Dado que – tal como decían en «Con faldas y a lo loco» - “nadie es perfecto”, por mucho cuidado que se ponga durante el rodaje de una película es inevitable que entren en escena los temidos Gazapos de cine.
A pesar de que Alfred Hitchcock es conocido por todos los cinéfilos que se precien como “El Maestro del Suspense” lo cierto es que – a lo largo de su carrera – cometió errores propios de un aprendiz, errores como el que no paso desapercibido ante los ojos de un oftalmólogo.
Por muy famosa que sea la escena de «Psicosis» en la que la joven a la que da vida Janet Leigh es salvajemente apuñalada por Norman Bates (Anthony Perkins) lo cierto es que tiene un pequeño fallo: en el primer plano del ojo de la apuñalada bajo el agua de la ducha se ve claramente que su pupila – en lugar de estar dilatada – están contraída. Por fortuna para Hitchcock, en la carta en la que un puntilloso oftalmólogo le advirtió que tuviera mucho ojo a la hora de rodar muertes encontró también el nombre de la sustancia mediante la cual es posible conseguir artificialmente la dilatación de las pupilas.
Aunque, en mayor o menor medida, todas y cada una de las películas históricas tengan imprecisiones o errores como por ejemplo decantarse por un bigardo de casi dos metros (Peter O´Toole) para encarnar al bajito militar inglés Thomas Edward Lawrence (1,65 m.) que paso a la historia como «Lawrence de Arabia», lo cierto es que todos aquellos que nacimos en el siglo equivocado y tenemos complejo de caballero andante o de general de las legiones de Roma, gracias a ella hemos tenido ocasión de recorrer «Senderos de gloria».
Sin lugar a dudas todo aquel que un día soñó meterse en la armadura y la piel de uno de los caballeros de La Orden de la Tabla Redonda tiene entre sus películas imprescindibles la extraordinaria «Excalibur», la película dirigida en 1981 por el siempre genial John Boorman tomando como base la historia de «El rey Arturo», personaje este que – a pesar de que al fin y a la postre forma parte de la cultura occidental – según los historiadores más prestigiosos jamás existió…
Y es que “el rey Arturo” fue una invención de Enrique II, rey de Inglaterra en el siglo XII. En una época durante la cual la conquista del trono dio lugar a numerosas y encarnizadas luchas, el mencionado monarca llego a la conclusión de que mentir era la forma más rápida y efectiva de afianzarse en el poder. Asi que ordeno a un clérigo que escribiera una falsa historia de los reyes de Bretaña, según la cual él era descendiente directo de Arturo de Camelot: rey único de todas las islas británicas y parte de Europa.
Aunque la treta urdida por Enrique II no fue suficiente para que consiguiera todo el poder pretendía, la leyendo que invento se hizo mucho más poderosa de lo que ni él mismo habría imaginado.
Si 'No dejes que la realidad te estropee un buen titular' es la máxima seguida por aquellos periodistas deshonestos cuyo mayor interés es vender miles de periódicos y no informar a los lectores, son muchos los directores de cine que han conseguido autenticas obras maestras siguiendo a raja tabla el consejo: 'No dejes que la verdad histórica te estropee un buen película'.
Aunque sea una de mis películas favoritas y su visionado sea siempre una auténtica gozada es justo y necesario dar parte de los numerosos errores históricos que contiene en su metraje esa obra maestra de El Séptimo Arte que es: «Braveheart».
El asesinato de la esposa de William Wallace a manos de los soldados ingleses que en la película dirigida y protagonizada por Mel Gibson es el detonante de la revuelta de los Highlanders en realidad se produjo tiempo después de que estallase el conflicto, y tuvo como objetivo castigar al líder rebelde por los ataques llevados a cabo por sus poetas – guerreros contra las tropas invasoras a las ordenes de Eduardo I.
El mencionado monarca que, por su crueldad y sed de sangre, se gana con creces el título “malo malísimo de la función” en honor a la verdad destaco por su sensatez y no por las tropelías que, por cortesía de las licencias históricas que se tomo el que fuera un salvaje guerrero de la autopista, provocan que el espectador desee decapitarlo y ensartar su cabeza en una pica clavada en la montaña más alta de Escocia.
Si bien es verdad que – tal como se muestra en la película – los verdes prados escoceses fueron teñidos con el color rojo de la sangre derramada por los cientos de hombres que combatieron en la batalla de Stirling (11 de septiembre de 1297), es una flagrante mentira el hecho de que estuvieran pintados de azul los rostros de los bravos guerreros que cargaron contra el enemigo al oír a Wallace gritar: Puede que nos quiten la vida… ¡pero jamás nos quitarán la libertad!. Y es que la costumbre de pintarrajearse llevaba en desuso más de doscientos años.
Si a Mel Gibson pasarse por el forro la verdad histórica le valió cinco premios Oscar, hubo otros directores que por atenerse a los hechos reales y dejar de lado la épica cosecharon un rotundo fracaso de taquilla.
Un buen ejemplo de esto fue lo que le ocurrió en 2004 a John Lee Hancock con «El Alamo: La leyenda». Y es que esa película en la que se muestra como durante la lucha por la independencia de Texas ochenta y cinco voluntarios atrincherados en el fuerte El Alamo hicieron frente a los siete mil soldados mejicanos dirigidos por el general Santa Ana, fue objeto de furibundas criticas por parte de muchos patriotas americanos a los que no les gusto ver en pantalla grande el lado oscuro de Jim Bowie y David Crockett, dos de los héroes más admirados en EEUU.
Mientras que por una parte Bowie queda retratado como un despiadado traficante de esclavos, por otra se muestra como Crockett – en lugar de morir épicamente en combate – cae frente a un pelotón de fusilamiento tras haber sido denegada la petición de clemencia que, con las rodillas hincadas en tierra, realizo a Santa Ana.
Mejor suerte que John Lee Hancock la tuvo John Wayne en 1960, año en el que estreno su particular homenaje a ese episodio histórico, un homenaje que llevaba por título «El Alamo» y cuyo tono de leyenda épica quedaba claro en su eslogan: “La misión que se convirtió en una fortaleza, la fortaleza que se convirtió en un sepulcro”.
A parte de un final poco riguroso históricamente en el que todos los defensores de la fortaleza caen como héroes tras luchar hasta su último aliento, de esta película cuyos caros decorados (tres millones de dólares ¡de la época!) fueron costeados íntegramente por Wayne cabe destacar la amistad que este “machote” entablo con el “menos macho” Laurence Harvey.
Y es que la declarada bisexualidad del mencionado actor británico encargado de dar vida al antipático coronel William Travis provoco que muchos pensaran que el ultraconservador director de la función mostraría hacía él una antipatía tan grande como la que mostraba hacía las tribus indias Nathan Brittles, el veterano capitán del 7º Regimiento de Caballería que las combatió sin descanso al mando de «La legión invencible».
Para sorpresa de propios y extraños el echo de que Harvey demostrara desde el primer día de rodaje ser un gran bebedor dio lugar a que se ganase el respeto de «El hombre que mató a Liberty Valance», el cual tenia entre sus máximas vitales “nunca me fio de un hombre que no bebe”.
Si la amistad de Wayne se la granjeo gracias a su afición a empinar el codo, la admiración y respeto de sus compañeros, Harvey los consiguió el día que – sin mostrar ni el más mínimo gesto de dolor – termino una de las escenas más importantes de la película a pesar de tener su pie derecho destrozado a consecuencia de la caída sobre el mismo del cañón que, haciendo buen uso de un puro, su personaje enciende para disparar la bala que da comienzo a los enfrentamientos con las tropas mexicanas a las ordenes del General Santa Ana.
El penúltimo capítulo – El lado oscuro de Hollywood – da parte de algunos de los episodios más escabrosos que han acontecido en La Meca del Cine y que tuvieron como protagonistas a grandes estrellas, grandes estrellas que a pesar del glamour y los millones de dólares que les rodean – al igual que todo hijo de vecino – también lloran de puertas para adentro de sus mansiones.
De todas las «Vidas borrascosas» es preciso destacar la de Lana Turner, todo un símbolo sexual de los años cuarenta y cincuenta cuya actuación más brillante y dramática tuvo lugar en el Tribunal en el que se juzgo a su hija, Cheryl, la cual – la noche del 4 de Abril de 1958 – a la edad de catorce años cogió un cuchillo de veintitrés centímetros de hoja y apuñalo hasta la muerte al gánster Jhonny Stompanato, un tipejo que a parte de tener muy largo su miembro viril (de ahí su apodo “Oscar”) tenia muy larga la mano, circunstancia esta de la que dan fe las numerosas palizas que durante años dio a la mencionada actriz y que tocaron a su fin la noche de autos. Finalmente, tras deliberar menos de veinte minutos, el veredicto del jurado fue: homicidio justificado.
“Todos para uno y uno para todos” este lema usado por D'Artagnan y «Los Tres Mosqueteros» para demostrar su unión y lealtad común no tuvo ninguna validez durante el rodaje en Viena de la adaptación cinematográfica que Stephen Herek realizo de la inmortal novela de Alejandro Dumas. La inquebrantable amistad que Charlie Sheen, Kiefer Sutherland y Chris O'Donnell – metidos en el uniforme y la piel de Aramis, Athos y D'Artagnan, respectivamente – mantenían delante de las cámaras saltaba en pedazos nada más que el director de la función gritaba: ¡corten!. Y es que el hecho de que O'Donnell fuera un muchacho modosito y responsable provoco que se llevara a matar con ese par de reconocidos truhanes que son Charlie Sheen y Kiefer Sutherland, los cuales según las malas lenguas acabaron con buena parte de las existencias de cerveza de toda Austria.
Un golpe en la cabeza contra una mesilla de noche a consecuencia de un resbalón unido a una elevada concentración de alcohol en sangre que le impidió coger el teléfono que estaba a su lado y llamar a urgencias fue lo que acabo con la vida de William Holden, el cual seguramente – mientras rodaba la épica escena en la que el pistolero Pike Bishop y su «Grupo salvaje» caen acribillados a balazos por el ejercito mejicano – no imaginaba que su muerte sería tan absurda.
Aunque «En tierra peligrosa» encarno a un militar que era una máquina de matar perfectamente entrenada, y al que si se le dejaba totalmente desnudo y solo con un cepillo de dientes era capaz de aparecer al día siguiente con un maletín con un millón de dólares, en la vida real Steven Seagal no tuvo más remedio que envainarse su “chulería” y pagar cuatro millones de dólares a Julius Nasso, un tipo junto al cual había fundado una productora y que, con objeto de conseguir que fructificara el chantaje a su ex – socio, recurrió a los servicios de su intimo amigo Anthony Ciccone, capo de la Mafia neoyorquina y miembro de la todopoderosa familia Gambino.
Ethan Hawke, el actor que «Antes de amanecer» robo el corazón a muchas de las pasajeras del tren que cubría el trayecto Budapest-París, y que mientras nevaba sobre los cedros consiguió emocionarnos con su interpretación de un joven inmerso en una bella y melodramática historia de amor no correspondido, hizo saltar en pedazos su impoluta imagen de “chico que en su vida ha roto un plato” cuando durante el rodaje de una película en Canadá se paso por el arco del triunfo los sentimientos de su esposa, Uma Thurman, y se lio con una modelo canadiense de veintidós años.
Aunque “la Thurman” se abstuvo de recurrir a los conocimientos de artes marciales que le permitieron «Matar a Bill», Hawke no debe dormir muy tranquilo sabiendo que los tres tiarrones de casi dos metros de altura que la mencionada dama tiene por hermanos se lanzarían sobre el con la furia asesina de la que hicieron gala los pandilleros que llevaron a cabo el «Asalto al distrito 13».
En resumen, ''Curiosidades, gazapos y anécdotas de Hollywood'' es sin lugar a dudas un libro de lectura obligada para todos aquellos que – al igual que un servidor - si tuvieran que elegir entre «Matar a un ruiseñor» o salvar lo que Antonio Machado definió como “ese invento del demonio” raudos y veloces se meterían en el traje y la piel de Marion Cobretti «Cobra» y, sin pensarlo ni un segundo, del gancho de un puente grúa colgarían a «El pequeño ruiseñor».
El cine nos ha dado muchas alegrías y algunas tristezas. El cine nos ha abierto los ojos a mundos que de otra manera no conoceríamos. El cine nos ha emocionado, divertido, asustado, excitado y mentido. El cine nos ha dicho que los buenos ganaban siempre, que el amor era eterno, que las personas podían volar, que el caballo del malo era lento, que siempre se encuentran plazas para aparcar. Y nosotros nos hemos dejado engañar, porque el ser humano, como dijo el clásico, es “un rey cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona”. – Félix Linares
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