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sábado, 11 de mayo de 2013

Cuando truene la voz de Cayo Lara me acordaré de Frau Barbara


Sir Winston Leonard Spencer Churchill (1874 - 1965) – el militar y político inglés que el 13 de mayo de 1940, tras ser proclamado Primer Ministro, durante el demoledor discurso de investidura que lanzo al pueblo británico proclamo que lo único que podía ofrecerles era sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor – fue el que dijo que el desigual reparto de bienes era el vicio inherente a El capitalismo; el sistema socioeconómico defendido por aquellos para los que las frías cifras macroeconómicas justifican las millonarias cifras de parados que ha dejado los fallos del invento atribuido a Adam Smith (1723 - 1790), y que, por otra parte, en el país del que es dueño y señor provoca que hoy en día los millares de jóvenes que desean salir de Las Cocinas del Infierno que jalonan el inmenso y mal llamado “Paraíso terrenal” en el que malviven solo tengan ese par de alternativas que en 1958 se presentaron en el humilde apartamento del barrio del  Bronx en el que vivía Colin Powell, General de Cuatro Estrellas y Secretario de Estado de los Estados Unidos entre 2001 y 2005: Salir vestidos con el reluciente uniforme del que solo son dignos aquellos que han conseguido superar el duro entrenamiento militar gracias al cual los hombres se convierten en esas máquinas de matar que son los Infantes del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos de América; o dentro de uno de los trajes de pino hechos a medida en los que son metidos aquellos a los que les metieron unos cuantos balazos por querer conquistar El Sueño Americano por la vía criminal.


Ese líder político que si no es elegido presidente de la hipotética III República seguramente estará todos los días de manifa para conquistar con "la fuerza de la calle" lo que no conquisto con la fuerza de sus votos, por mucho que de el Cayo no conseguirá que el sistema político del que es un decLarado defensor seduzca a los que saben que en la hoja de servicios escrita por los iluminados por La Estrella Roja tienen cabida atrocidades como por ejemplo las que, entre 1975 y 1979, cometieron en los campos de reeducación camboyanos Los Jemeres Rojos que espoleados por Pol Pot aplicaron con saña la máxima “la letra con sangre entra”, o las que en los campos de trabajos forzados estalinistas situados en las frías tierras siberianas ejecutaron los miembros del KGB (Komitet Gosudárstvennoy Bezopásnosti / Comité para la Seguridad del Estado) para meter en vereda a las ovejas descarriadas del rebaño amamantado por La Madre Rusia.


Como todo el mundo sabe, el bloque occidental - capitalista liderado por los Estados Unidos de América y el bloque oriental - comunista comandado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, fueron los contendientes que intervinieron en la denominada Guerra Fría, ese conflicto que, entre 1947 y 1991, mantuvo al mundo en vilo, y durante el cual, a falta de grandes choques militares en el campo de batalla, ambos bandos – además de apoyar a brutales dictaduras siguiendo la máxima el enemigo de mi enemigo es mi amigo – se enfrentaron políticamente, tecnológicamente, socialmente,  deportivamente e incluso a través de El Séptimo Arte.

Buena muestra del último “campo de batalla” citado anteriormente son esos cantos al maniqueísmo títulados  Odinochnoye Plavanie (1985) y Rambo III (1988), película esta última ambientada en la Guerra de Afganistán (1978-1992), el conflicto durante el cual la patria a la que Matt Hunter (Chuck Norris) salvo de los invasores bolcheviques  se cubrió de gloria el día que – con objeto de conseguir que El Ejército Rojo tuviera “su particular Guerra de Vietnam” – puso en marcha la Operación Ciclón, operación esta durante cuyo desarrollo la División de Actividades Especiales de la CIA adiestro militarmente y proporciono misiles FIM-92 STINGER a los guerreros muyahidines entre los que se encontraba Osama Bin Laden, el auto proclamado sucesor de Saladino que el infame día que ordeno el derribo de Las Torres Gemelas que tocaban el cielo sobre Nueva York  provoco que sobre el gran tablero de ajedrez geopolítico - internacional, con más brío que nunca, volviera a cabalgar el caballo a lomos del cual cabalga el tristemente famoso Jinete del Apocalipsis cuyo nombre de guerra es La Guerra.


Dado que la actualidad es lo que manda, hoy toca centrarse en los efectos que tuvo La Guerra Fría en Alemania, el país que – tras la finalización del conflicto militar que aniquilo a Das Großdeutsches Reich - durante el banquete que entre el 4  y el 11 de febrero de 1945 se celebro en un antiguo palacio imperial ubicado en Yalta (Crimea), las potencias vencedoras, lideradas por Winston Churchill (Reino Unido), Franklin D. Roosevelt (EUA) y Iósif Vissariónovich Dzhugashvili (URSS), partieron y se repartieron como si fuera un Flammkuchen (Torta flambeada) hecho por Das Krieger Mädchen; la hermosa mujer junto a la cual, durante cinco inolvidables meses, viví en una ciudad perteneciente a Renania del Norte -Westfalia, uno de los diez Länder (Estados alemanes) del que fuera uno de los muchos países que, el Día de Navidad de 1985, se alegraron de que los puñetazos de “El potro Italiano” nacido en Filadelfia  al que apoyaban en bloque consiguieran que la blanca lona del cuadrilátero de boxeo se tiñera de color “rojo comunista” con los litros de sangre que el noqueado Iván Drago “El Toro Siberiano” escupió para desgracia de las miles de personas que llenaron las gradas del Criterium de Moscú, y de la madre que pario a los valientes soldados que por La Patria y por El Hombre de Acero (en ruso: Stalin o человек стали), el 10 de febrero de 1943, en El Infierno Helado en el que se convirtió Krasny Bor (Bosque Rojo) conocieron la ferocidad de los divisionarios españoles que los apodaban “ruskis” y que luchaban por Dios y por La Esvástica.


Sin lugar a dudas unas de las más lamentables hazañas bélicas del bloque soviético en el campo de batalla europeo fue Der eiserne Vorhang (El Telón de Acero) de 3 metros de altura y 155 kilómetros de largo que el 13 de agosto de 1961 levanto alrededor del Berlín Occidental para evitar que sus habitantes, siguiendo las huellas dejadas por las botas militares del soldado Hans Conrad Schumann, huyeran hacía el bloque capitalista; y es que Die Mauer fue el desencadenante de la “incruenta guerra civil” que libraron los alemanes hasta el día que, gracias a el “Viento de cambio” que lo derribo y permitió que Oriente conociera a Occidente, descubrieron que eran hermanos.




El director y guionista Christian Petzold es el que le ha pagado a la actriz Nina Hoss el billete gracias al cual, máquina del tiempo mediante, ha viajado hasta la Alemania Oriental de 1980 para meterse en la coraza de frialdad que protege a “Barbara”, una joven doctora nacida bajo “El cielo sobre Berlin” y que no quiere saber nada “La vida de los otros” por culpa de la señal de advertencia que, ante la entrada en escena de personas desconocidas para ella, se activa en su cabeza para decirle: STASI y esta también son agentes de Das Ministerium für Staatssicherheit (Ministerio para la Seguridad del Estado), el eficaz servicio de inteligencia de la mal llamada Die Deutsche Demokratische Republik (República Democrática de Alemania) que puso fin a tu carrera profesional en el prestigioso Hospital la Charité de Berlín Este y te desterró a este maldito pueblo cuyas costas son bañadas por las embravecidas aguas del Mar Báltico.


Barbara, temerosa de que todos y cada uno de los habitantes del pueblo lleven un espía dentro, prescinde del transporte público y se decanta por una bicicleta a la hora de recorrer los kilómetros que hay entre el hospital al que fue trasladada forzosamente y el apartamento que cada pocos días y por sorpresa es registrado de arriba a abajo por las fuertes manos masculinas de los agentes de la STASI cuyo objetivo es encontrar documentos comprometedores, documentos estos que, en un alarde de eficiencia y perseverancia por parte de dicha Policía Secreta, son también buscados por las delicadas manos femeninas de la agente encargada de inspeccionar las partes intimas de Barbara.


En la sección de cirugía pediátrica de su nuevo destino será donde el camino de Barbara se cruzará con el del doctor André Reiser (Ronald Zehrfeld) – jefe del departamento en el que ella trabaja – y que, emulando a Nicoales Tulp, el médico forense al que inmortalizo Rembrandt Harmenszoon van Rijn, intentará por todos los medios abrir en canal la mortaja emocional que su huraña subordinada tejió para dar atea sepultura a sus sentimientos y emociones.


La vida de Barbara y la del doctor que hasta en su día libre sigue atendiendo a enfermos aunque estos sean unos cabrones al servicio de la STASI, se verá seriamente afectada cuando entra en escena Stella (Jasna Fritzi Bauer), una adolescente que ha llegado de un Centro de detención, el eufemístico nombre que se daba a esas pequeñas sucursales de El Infierno construidas por la maquinaría represiva de la RDA, y cuyas puertas de salida solo se abrían para aquellos que, gracias al trabajo duro y a  persuasivas técnicas “coercitivas”, accedían a cruzar las puertas de acceso a El Paraíso Comunista.


Ha pesar de que un análisis objetivo de la historia del Siglo XX nos enseña que a lo largo de él se cometieron innumerables atrocidades por parte de regímenes totalitarios del más diverso pelaje, en esta España mía, en esta España nuestra en la que se ha convertido en un deporte nacional empaquetar al personal en esos dos bloques que son “Fascistas católicos que maúllan de alegría mientras ven INTERFACHA” y “Maricones matacuras que son fanáticos de LaSecta”, a día de hoy son muchos los que a la hora de juzgar a las dictaduras, por regla general, utilizan una doble vara de medir.

Y es que los que ríen las gracias y Korean las bravatas de los dictadores que mueven las caderas al son del ritmo sabrosón “Arriba, parias de la Tierra. En pie, famélica legión. Atruena la razón en marcha, es el fin de la opresión” son los mismos que al oír “Volverán banderas victoriosas al paso alegre de la paz, y traerán prendidas cinco rosas, las flechas de mi haz” ponen en duda la catadura moral de la madre que pario a El Novio de La Muerte que, para ser franco, dirigió una aborrecible y sanguinaria dictadura militar que – ¡sorpresa, sorpresa! – despierta las simpatías de muchos de los que por otra parte son partidarios de que El Tío Sam haga buen uso de una batería de misiles MIM-104 PATRIOT y les meta un pepino por el recto a los dictadores que, sin respeto alguno, ellos apodan El Coma Andante y El Gordito Coreano.


Abrir bien los oídos para escuchar a los desafectos al sistema, cerrar la boca para no ser oído por los chivatos al servicio del sistema, sospechar de todos y no fiarse de nadie, sentir un escalofrió cuando un coche frena cerca de nosotros o preferir morir antes que vivir bajo El Yugo y Las Flechas o La Hoz y El Martillo son algunas de los “puñales” que han sido y aún son clavados en el corazón de los pueblos que sufrieron o sufren actualmente lo que implica vivir sometidos por un régimen totalitario como por ejemplo el que juega un importante papel en la película hoy reseñada y que debería ser de obligado visionado para todos esos “demócratas” que están en contra de todas las dictaduras siempre y cuando no sean dirigidas por un dictador que les mola a ellos, y que, a diferencia de lo que les ocurre a aquellos que son subyugados por “sus ídolos” tienen esa inmensa suerte que supone vivir en un sistema en el que a la libertad de opinión no la han “Desaparecido”, y cuyos “beneficiarios” cuando a intempestivas horas pican a la puerta de su casa pueden abrirla con total tranquilidad a sabiendas de que al otro lado se encontraran a un Agente comercial de una compañía energética en constante crecimiento y no a miembros de un Cuerpo Policial Represor que esta al servicio de un dictador y cuyo objetivo es encerrar en “Los campos de exterminio a las ovejas descarriadas que, en lugar de estar tranquilas y en silencio como los corderos que esperan al cuchillo ejecutor del carnicero, se alzan como leones contra el “amo” del rebaño.


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