Llega un momento en la vida de todo hombre en el que es justo y necesario saldar cuentas con aquellas personas a las que te sientes agradecido por haber contribuido de una u otra manera a que tu paso por ese Valle de Lagrimas que es nuestra existencia sea más llevadero.
Aunque algunos de ellas están muertas, y otras – por su escaso dominio de la lengua de Cervantes o cosas mejores que hacer – no se molestarán en leerlo no quiero dejar pasar la ocasión de rendirles el tributo que sobradamente se han ganado, un tributo que en última instancia tiene como destinatarios a los culpables – a los benditos culpables – de que, el 22 de Abril de 2011, los generales al mando de mis tropas tuviesen sobrados motivos para dar luz verde a la operación “Conquista a sangre y fuego de los dominios de «La Doncella Guerrera que surgió del frío de Bochum»”.
Empezando por el final de la lista, la primera persona a la que el Rosendo que hay en mí le esta inmensamente agradecido expiró su último aliento en Cross Plains, (Texas) 41 años antes de que yo viese la luz una noche de Julio de 1977 en el Hospital de Cabueñes.
Esa persona – la cual respondía al nombre de Robert Ervin Howard – seguramente, abandono este mundo cruel sin imaginar ni por un momento que, décadas después de su muerte, sus “hijos artísticos” más famosos - “Conan, el Bárbaro” y “Solomon Kane” - seguirían proporcionando gozosas horas a los amantes del subgénero «espada y brujería».
Aunque la fama de dichos personajes empezó a labrarse en los relatos de aventuras históricas y fantásticas publicados durante los convulsos años 30 en la revista Weird Tales, es justo reconocer que – entre finales de los 80 y principios de los 90 - el guionista Roy Thomas y el dibujante John Buscema, nacido como Giovanni Natale Buscema, tuvieron buena culpa de que gracias a sus comics protagonizados por el cimmerio nacido de la misma sangre de la guerra, un servidor disfrutase de algunas de las horas más deliciosas de su “infancia / adolescencia”, horas estas durante las que – allá en las lejanas e inhóspitas tierras de Hyboria – conseguía olvidar que los pérfidos brujos que me daban clase en el colegio habían invocado a “Los Dioses del Suspenso” para que me amargasen las vacaciones estivales.
Puestos a agradecer a cuenta del personaje más famoso de Robert E. Howard, sería yo merecedor de ser decapitado por La Espada Salvaje de Conan si no dedicase unas palabras de agradecimiento a Oliver Stone, guionista de la extraordinaria película dirigida en 1982 por John Milius, y culpable de que de la boca del Conan al que dio vida Arnold Schwarzenegger saliese la más memorable respuesta que se ha dado y se dará a la pregunta ¿Qué es lo mejor de la vida?: Aplastar enemigos, verlos destrozados y escuchar el lamento de sus mujeres.
Ser un niño en la década de los 80 – a pesar de ese trauma que suponía tener que irse a la cama por culpa de los dos rombos que indicaban que una película no era tolerada para menores – tuvo como gran ventaja permitirme disfrutar de series de televisión por cortesía de las cuales me reí con las aventuras de “El Gran Héroe Americano”, vibre con las andanzas de “El Equipo A” y comprobé que ser un hortera vistiendo no era impedimento para ser uno de los mejores polis de la brigada antivicio que luchaba contra la “Corrupción en Miami”.
No obstante a pesar de todas las gratas horas que les debo, y que, llegado el verano, me sea imposible pasear por El Muro San Lorenzo sin que suene en mi cabeza la sintonía de cabecera de la serie que hizo mundialmente famosas las camisas floreadas que con tanta clase y estilo lucia Sonny Crockett (Don Johnson), sin duda alguna, fue “MacGyver” el show televisivo cuyo recuerdo quedo marcado a fuego en mi memoria sentimental.
Ante tal tesitura, en mi lista de agradecimientos varios no podía faltar Lee David Zlotoff, el hombre que convenció a la cadena CBS para poner en marcha la serie protagonizada por Angus MacGyver, el agente secreto a sueldo de la Fundación Phoenix que nos enseño a los crecimos con el ruido y la furia de los disparos de los fusiles de asalto M – 16 empuñados por Anibal, Fénix, Murdoch y M.A. Baracus que se podía vencer a los malos empleando únicamente la inteligencia.
Gracias al personaje encarnado por Richard Dean Anderson, ese guaperas cuyas bellas facciones tantas capetas adolescentes forro, aprendimos entre otras cosas que con unas cuantas chocolatinas se podía evitar una fuga radiactiva, que un bolic bic bien podía servir para hacer un laser y que valiéndose de la tiza empleada para obtener un buen agarre entre un taco de billar y la bola a golpear se podían conseguir las huellas digitales de una persona, en fin cosas muy útiles para nuestra vida diaria y motivo más que suficiente para justificar que dejase yo de hacer los deberes al segundo de ser mis oídos agasajados por la magistral intro compuesta por Randy Edelman.
Dada mi afición al cine no podía faltar mi agradecimiento a todos aquellos que con sus obras consiguen que durante unas horas nos olvidemos de la dura realidad y lleguemos a creer que son posibles los finales felices.
Aunque estoy seguro de que muchos pensarán que son Chuck Norris, Sylvester Stallone y Jean Claude Van Damme los que a mi juicio engrandecen a El Septimo Arte, lo cierto es que si tuviera que decantarme por una de las personas que con su trabajo dignifica a la industria cinematográfica esta sería Ridley Scott.
Dado que sería imposible abarcar en un solo blog la obra del inglés de Tyne y Wear, me conformare con agradecerle simplemente que fuese el artífice de “Blade Runner”, “Gladiator”, “Black Hawk Down” y “Robin Hood”.
Si la primera me emociono con la muerte de uno de los replicantes que tuvieron la fortuna de ver naves de guerra ardiendo más allá de Orión o Rayos – C, y la tercera me inspiro a la hora de lanzarme al cortejo - Haces que me sienta tan bravo como los DELTA FORCE que rescataron a los RANGERS del infierno en el que se habían convertido las calles de Mogadiscio (Somalia) - la película sobre el general Máximo Décimo Meridio, a parte de provocar que perdiese la poca cordura que me quedaba, motivo que antes de ordenar a mis legiones que carguen a la señal “Ira y Fuego” las arengue con la soflama: Manteneos firmes, no os separéis de mí. Si os veis cabalgando solos por verdes prados, el rostro bañado por el sol, que no os cause temor. Estaréis en el Elíseo y ya habréis muerto. ¡Hermanos! Lo que hacemos en la vida tiene su eco en La Eternidad.
Por desgracia hacerse mayor tiene como consecuencia descubrir que este mundo en el que habitamos es un mundo salvaje debido en buena medida al empeño que tenemos los humanos en matarnos unos a otros por las más nimias razones.
Fruto de tal circunstancia los telediarios tienen por desgracia que dedicar demasiados minutos a glosar lo acontecido en aquellos países donde ese gran fracaso que es la guerra permite triunfar a La Dama de La Guadaña, dama esta que – hace 20 años – puso sus huesudas y frías zarpas sobre miles de yugoslavos, sobre aquellos infelices victimas de las atrocidades cometidas por los tres bandos que se enfrentaron durante La Guerra de Los Balcanes, el sangriento conflicto del que tuvimos noticias gracias a profesionales de la información como Arturo Pérez - Reverte.
Es precisamente el murciano de Cartagena el que ocupa el siguiente lugar en la lista de agradecimientos, lista en la que tiene cabida por ser el autor de las novelas sobre las andanzas de El Capitán Alatriste, aquel que, enrolado en Los Tercios de Flandes, sirvió a reyes sedientos de avaricia que, debido a su ansia por expandir sus dominios, no dudaron en sumir a sus vasallos en la miseria, una miseria que se codeaba con la grandeza de las obras de Lope de Vega y Carpio o Francisco de Quevedo, escritores estos con los que el militar mencionado anteriormente compartió jarras de vino y vivió aventuras en aquellos días en los que en los callejones de La Villa y Corte no ser diestro con la espada era la forma mas rápida de conseguir que, por cortesía de medio palmo de acero metido entre pecho y espalda, fueses al encuentro de El Creador antes de tiempo.
Como no podía ser menos, La Música - esas siete notas clásicas que forman cualquier clase de combinación – también ha sido importante en mi vida pues, a parte de hacerme mágico, me ayudo en mi batalla contra “Mis Demonios&Mis Fantasmas” esas fuerzas oscuras a las que tantas veces hice frente con el ruido y la furia de IRON MAIDEN.
Aunque llegaron a mi vida demasiado tarde lo cierto es que Steve Harris, Bruce Dickinson, Dave Murray, Adrian Smith, Janick Gers y Nicko McBrain no tardaron en hacerse imprescindibles.
Y es que a pesar de que me hicieron tener “Miedo a la oscuridad” - los que, al ver llegar a Los Soldados Azules del otro lado del mar, gracias al grito “Corre a las colinas” salvaron la vida del "piel roja" que hay en mí - bien se merecen mi mas sincero agradecimiento por hacerme ver que “Puedo jugar con la locura”, y por conseguir que la simple escucha de su himno – homenaje a La Brigada Ligera – además de transportarme en el tiempo hasta el 25 de octubre de 1854, el día en el que, en las llanuras de Balaklava, los 661 soldados de dicho cuerpo perdieron la vida tras lanzar una carga suicida contra la artillería rusa – me proporcione el coraje que, a parte de permitirme enfrentarme sin temor en la mirada a los golpes de la vida, impide que los lamentos y la autocompasion consigan que mi existencia sea una sucesión de “Años perdidos”.
No obstante, a pesar de que las gratas horas que me proporcionaron la escucha de sus discos y lo grandiosas que fueron las noches durante las cuales los vi en vivo y en directo son motivos más que sobrados para que los seis caballeretes oriundos de La Pérfida Albión ocupasen el primer lugar en mi lista de agradecimientos – son cuatro españolitos de a pie, concretamente Daniel Écija, Juan Carlos Cueto, Pilar Nadal y Ernesto Pozuelo - los creadores de “Águila Roja” - los que ocupan el puesto de honor en detrimento de los miembros de la banda que, desde hace más de treinta años, consigue que los heavys del mundo nos estremezcamos de alegría ante la idea de ser atrapados por «La Doncella de Hierro».
Fue el 19 de febrero de 2009 cuando – por cortesía del exquisito gusto de los responsables de programación de Televisión Española – tuve el inmenso placer de ver el primer episodio de la mencionada serie, serie a la cual aquella bendita noche me enganche sin imaginar por un momento que el éxito que cosecharían tiempo después las andanzas de su protagonista principal iban a conseguir que – dos año, dos meses y tres días después – en la sala de los Cines YELMO donde fue proyectada su adaptación a la pantalla grande se pondría en marcha la maquinaría militar gracias a la cual cambio mi vida.
Mi fascinación nunca ocultada por la serie ambientada en El Siglo de Oro de España (s. XVII) y que narra las andanzas de Gonzalo de Montalvo (David Janer) – maestro de escuela que en su tiempo libre, enfundado en el traje de “Águila Roja”, se dedica a evitar que el vulgo sea victima de las injusticias y desmanes de los poderosos que durante el reinado de Felipe IV hacían y deshacían a su antojo – fue culpable de que alguna que otra vez fuese yo objeto de chanza, befa y mofa por parte de mis queridos aliados en la batalla, aliados a los que, el 5 de Febrero de 2011, se unió «La Doncella Guerrera que surgió del frío de Bochum»”.
Aunque bien sabe Dios que, ante el temor de agotar las prorrogas por estudios, baraje seriamente la posibilidad de fingir un embarazo para evitar convertirme en uno de los reclutas que, por cortesía del servicio militar obligatorio, se levantaban al son de “Quinto Levanta / Tira de la manta / Quinto Levanta / Tira del mantón / Que viene el sargento con el cinturón”, la amena conversación gracias a la cual, aquella bendita noche, descubrí que, al igual que yo, la mencionada dama se emocionaba y vibraba con las andanzas del mencionado justiciero enmascarado fue la culpable de que – dos meses y doce días después – me metiese en el uniforme y la piel de un miembro del Special Air Service (SAS), y siguiendo a rajatabla el lema de dicho Regimiento - Who Dares Win: "Quien arriesga gana" – me decidiese a proponerle que me acompañase el 22 de Abril de 2011 a ver el estreno de la película protagonizada por “nuestro héroe”.
Si bien en un principio la tamaña osadía de la que, mensaje de Facebook mediante, había hecho gala me hizo temer que la destinataria de la invitación contratase a un cosaco para que este con un certero sablazo separase mi cabeza de mi cuerpo, vivido lo vivido junto a ella desde el día en el que accedió a acompañarme a ver la pequeña obra maestra dirigida por José Ramón Ayerra estoy en condiciones de afirmar que mi mayor hazaña bélica en el plano personal tuvo lugar la bendita Hora Zulu en la que me lance al asalto de sus posiciones con el ardor guerrero de Las Ratas del Desierto que a las ordenes del mariscal de campo Bernard Law Montgomery se enfrentaron en las ardientes arenas del desierto africano al Deutsches Afrikakorps (DAK) comandado por Erwin Rommel “El Zorro del Desierto”.
Aunque la tinta de la entrada para la película “Águila Roja” – que desde aquel día guardo como oro en paño – mas pronto que tarde se deshará como lágrimas en la lluvia, por muchos años que pasen, jamás olvidaré que fue un 22 de Abril cuándo «La Hacedora de Lluvia que desencadeno la tormenta perfecta que sello y borro las grietas de mi vida» consiguio que se pusiese en marcha la maquinaría militar que provoco que el corazón del que en aquellos días se sentía como un miserable cobarde fuese poseído por el valor del héroe embozado que, desde los tejados, vela por la seguridad de los habitantes de La Villa y Corte.
Como no podía ser menos, no quiero poner fin a este testamento sin recordarle a «La Doncella Guerrera que surgió del frío de Bochum» que, ya sea con greñas o con pelo corto, con camisetas heavy de IRON MAIDEN o vestido como “una persona normal”, “Aquí estaré” pues se bien que junto a ella – aunque el viento duro de Poniente empuje a mi drakkar vikingo contra los arrecifes, y el acero de las espadas con las que “Mis Demonios&Mis Fantasmas” arremetan contra mí sea tan duro como el de las piezas que se mecanizan en los talleres de FCP (FELGUERA CALDERERIA PESADA S.A.) - ni mi alma se quebrara ni la llama del valor que arde en mi interior se apagara.
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