Vistas de página en total
lunes, 9 de abril de 2012
Viaje al corazón de las tinieblas en compañía de «La hija del “Cowboy de medianoche”»
Dos años antes de que un servidor, como integrante del equipo de fútbol del C.P. Santa Olaya, demostrase que era un inútil total para la práctica del balompié, enrolado en el equipo de baloncesto del C.P. Sagrado Corazón, certifico que habría sido una BLASfemia por su parte afirmar que había nacido para ser el relevo natural de Juan Antonio San Epifanio “EPI”.
Si bien mi poco productiva trayectoria profesional como jugador de baloncesto me impidió ganar un puñado de euros por cortesía de esas pedradas mías que hacían temblar el tablero, le estoy muy agradecido por el echo de haberme “descubierto” – partidos retransmitidos por Ramón Trecet, mediante – que el país del que había surgido ese gigante de esponjosos cabellos que respondía al nombre de Dražen Petrović se llamaba República Federal Socialista de Yugoslavia.
Tuvieron que pasar cuatro años para que esa bendita tierra volviera a captar mi atención, “una atención” que consiguió gracias al estallido de La Guerra de los Balcanes.
Yugoslavia - un país que hasta la fecha era conocido por las soberanas palizas que los bigardos nacidos allí les metían a los equipos españoles de baloncesto – a raíz del final de la Guerra Fría y el posterior desmoronamiento del régimen comunista que durante 35 años había dirigido con mano de hierro el Mariscal Josip Broz "Tito" a medida que pasaba el tiempo se convirtió en un polvorín en el que a la siempre tensa convivencia entre musulmanes, serbios y croatas se añadieron factores políticos y religiosos: exaltación nacionalista, crisis políticas y problemas sociales y de seguridad que al fin y a la postre dieron lugar a una escalada de tensión que alcanzo su punto álgido el 6 de Abril de 1992, el día en el que sobre el pavimento del Puente de Vrbanja (Sarajevo) cayeron abatidas Suada Dilberovic y Olga Sucic, las dos primeras víctimas de los francotiradores serbios.
Lo que en un principio fue calificado como un incidente aislado por los más optimistas, a parte de ser la mecha que hizo saltar por los aires el polvorín balcánico, dio a lugar a que en el bello país centroeuropeo se abriese una sucursal de El Infierno gracias a las atrocidades llevadas a cabo por Los Chetniks (milicia serbia nacionalista); los sucesores de “Los Ustaše” (milicias croatas pronazis) que durante la II Guerra Mundial, al grito Za dom (Para la patria) masacraron a judíos, gitanos y serbios cristianos ortodoxos; y los grupos paramilitares Bosnio – Musulmanes - “The Mosque Doves” (Los Santos de La Mezquita) o “Dzamijski Golubovi” – los cuales, en nombre de Ala, llevaron a cabo auténticas barbaridades junto los "guerreros santos" (Muyahidines) llegados de países islámicos, y que en aquellos días en los que El Comunismo era El Satán Rojo al que había que aniquilar eran para EEUU unos chicos muy simpáticos cuyo único defecto eran sus descuidadas barbitas.
Mientras los miles de litros de sangre roja que se derramaban en aquellas latitudes amenazaban con convertirse en un río tan caudaloso como el Miljacka - “El Río de Sarajevo” - Europa - esa señora tan culta y divina de la muerte – se la cogía con papel de fumar y se negaba a solucionar por la fuerza sus problemas domésticos para así evitar ser comparada con “los putos yankees” esos tipos tan brutotes y con tan poco clase que si tres años después, cientos de matanzas y miles de violaciones después, no hubiesen intervenido, seguramente, a día de hoy, entre loas y loas a las hazañas deportivas de Leo Messi y el poligonero Cristiano Ronaldo, los noticieros seguirían dando el parte de lo acontecido en la patria del FK Partizan Belgrado gracias al buen hacer los profesionales (cámaras, reporteros, productores, montadores) que en busca de la noticia se jugaban la vida en “Territorio Comanche”, lo que Arturo Pérez-Reverte definió como: “El lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. El suelo de las guerras está siempre cubierto de cristales rotos. Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando."
20 años y un día después del comienzo de la sangrienta guerra civil ha sido un buen momento para visionar “En tierra de sangre y miel” (2011), película que nos lleva hasta el corazón de las tinieblas y nos da sobradas razones para comprender porque a día de hoy no hay motivos para creer que en aquellos lares vuelva a ser posible la convivencia pacifica entre las tres comunidades.
Y es que tendrán que pasar muchos años para que las buenas intenciones que, bombardeos mediante, el 14 de Diciembre de 1995 en París (Francia), fueron plasmadas por Slobodan Milošević (Serbia), Alija Izetbegović (Bosnia-Herzegovina) y Franjo Tudjman (Croacia) en los llamados Acuerdos de Dayton consigan que los 100.000 muertos y más de 2,2 millones de refugiados y desplazados que dejo la guerra dejen de ser un lastre para la construcción del futuro, y es que como bien apunto el analista político Momir Dejanovic: "La inexistencia de una verdad sobre la guerra, la falta de disposición a juzgar los crímenes, la continuación del saqueo son las consecuencias más serias del conflicto bélico que tienen impacto en nuestra actualidad y en nuestro futuro".
Antes de proceder a la crítica es pertinente destacar que el film supone el debut como guionista y directora de Angelina Jolie, la cual, para sorpresa de propios y extraños, ha realizado un extraordinario trabajo, trabajo con el que - a parte de conseguir una nominación a los Globos de Oro en la categoría Mejor película de habla no inglesa – se hizo justa merecedora del Corazón de Sarajevo, premio honorífico que le fue entregado durante la última edición del Festival de Cine de Sarajevo, y con el que, según palabras de Mirsad Purivatra, director del certamen, se le reconocía su gran impacto en el mundo del cine, y su participación activa en las complejidades del mundo real en el que vivimos.
No obstante a pesar de las loas que se ha granjeado por parte de la critica especializada, seguramente lo que más ha satisfecho a la protagonista de “Tomb Raider” fue los aplausos de las 5.000 personas que, el pasado 14 Febrero, abarrotaron el pabellón olímpico de Sarajevo 'Juan Antonio Samaranch', lugar donde tuvo lugar el estreno de su Opera prima, estreno que tal como expuso uno de los allí presentes - el intelectual francés Bernard-Henri Lévy – provoco un torrente de emociones: Durante su proyección en Sarajevo, la víspera de su presentación en París, “En tierra de sangre y miel” fue acogida por una multitud que dudó por espacio de varios minutos entre las lágrimas y los vítores. Normal. Esas mujeres violadas que callaban desde hacía veinte años, los hijos de esas violaciones que, a punto de llegar a la edad adulta, vivían su genealogía como un oprobio, esa sociedad bosnia que tenía en tales hechos su secreto más doloroso... Y de pronto una gran actriz, que además es una gran dama, pone su prestigio a su servicio y, por primera vez, les permite volver a levantar un poco la cabeza.
Sin duda alguna tamaño éxito hará que Jolie se olvide de los obstáculos y furibundos ataques a los que se tuvo que enfrentar cuándo - jugándose su dinero e incluso su seguridad personal – puso en marcha tan arriesgado proyecto, el cual, desde un principio, no fue ajeno a la polémica.
La película – cuyo reparto esta integrado por actores procedentes de diversas partes de la antiguaYugoslavia, muchos de los cuales eran supervivientes de la guerra – se enfrento a su primer escollo cuando ultras serbios amenazaron con atentar durante su rodaje en Sarajevo, a consecuencia de ello el equipo de rodaje se vio obligado a trasladarse a Hungría, más concretamente a Budapest y Esztergom, ciudades estas donde, rodeado de un importante dispositivo de seguridad, se desarrollo la filmación durante Octubre y Noviembre de 2010.
Por si fuera poco lo anteriormente mencionado la propagación del falso rumor que afirmaba que la historia versaba sobre una mujer bosnia que se enamoraba de su violador serbio provoco el frontal rechazo de la Asociación de Mujeres Bosnias Víctimas de la Guerra, y la consiguiente revocación del permiso de rodaje. Finalmente tras presentar el guion al Ministerio de Cultura de Bosnia el permiso fue restableció inmediatamente y se pudo llevar a cabo del rodaje de escenas en el país.
Ajla (Zana Marjanovic) es una joven musulmana que como tantos otros bosnios solo pretende vivir en paz y hacer realidad sus sueños, en su caso conseguir ganarse la vida como pintora. Por desgracia para ella, el estallido de la contienda, a parte de aniquilar sus sueños y esperanzas, la convertirá en una de las miles de “esclavas sexuales” que, a lo largo de todo el país, llenan los campamentos del bando serbio, bando este que – al igual que los otros dos (musulmanes y croatas) – siguiendo una perversa táctica militar utilizaron la violación como arma de guerra.
En el campamento al que ha sido destinada será donde se cruce en su camino Daijel (Goran Kostić) un joven serbio al que – antes de que empezase a sonar la siniestra Danza de La Muerte – conoció en una de esas discotecas de Sarajevo donde los jóvenes yugoslavos, dejando de lado al Dios al que rezaban y sus ideas políticas, bailaban abrazados.
Daijel, con objeto de librar a Ajla del tormento al que son sometidas sus desgraciadas compañeras de cautiverio, decide convertirla en su compañera. De esta forma, al caer la noche, mientras los hombres a su mando dan rienda suelta a las depravadas bestias que llevan dentro, Daijel inicia una extraña alianza con Ajla, la cual, en lugar de ser para él un objeto sexual para uso y disfrute, se convierte en el clavo ardiendo al que se agarra para conservar la humanidad que aún no ha perdido durante su participación en la operación de limpieza étnica que, con objeto de construir La Gran Serbia, han emprendido patriotas tan fanáticos y sanguinarios como su padre, el general Vukojevich (Rade Šerbedžija)
A medida que la guerra avanza imparable aplastando a su paso todo lo bueno que hace que este mundo sea más habitable, en el corazón de los protagonistas de tan peculiar historia de amor se desatara un conflicto moral.
Ajla, verá como el asco que le invade por compartir la cama con un asesino lucha contra un inevitable sentimiento de agradecimiento al hombre que evito que fuese mancillada y que desease morir con la misma fuerza con la que lo desean sus compañeras, muchas de las cuales además de sufrir a consecuencia del dolor causado por sus captores sufren ante la idea de ser repudiadas por sus maridos.
Por la otra parte, en el interior de Daijel - mientras sus compañeros de armas, durante el fragor de la batalla, se ríen histéricamente y disfrutan cada vez que sus balas arrebatan una vida - se libran encarnizados combates entre el buen soldado que quiere llenar de orgullo a su padre y el hombre que al otro lado del cañón de su fusil de asalto en lugar de ver enemigos ve a personas junto a las cuales creció y vivió en paz.
«La hija de Jon Voight», a parte de provocarnos escalofríos con la exposición del terrible sufrimiento que experimentaron todas y cada una de las 50.000 mujeres que fueron violadas durante el conflicto, nos muestra claramente que la guerra es fea y desasosegante.
Cabe en este punto destacar que a pesar de que - a diferencia de las películas bélicas Made in Hollywood – no ha suavizado en ningún momento los horrores de la guerra en ningún momento ha recurrido a la violencia gratuita y a imágenes escabrosas.
A la hora de afrontar el espinoso de las violaciones da fe de un exquisito tacto y sensibilidad. En lugar de mostrarnos desagradables escenas se ha decantado por transmitirnos el horror vivido por las victimas a través de los gritos y suplicas que estas realizan cuando, en mitad de la noche, son despertadas para satisfacer las más bajas pasiones de hombres convertidos en despiadadas bestias.
Además de lo anteriormente mencionado consigue que la emoción nos embargue con escenas como esa en la que el silencio es quebrado por los llantos de las mujeres que, al oír el tableteo de los fusiles de asalto empuñados por los escuadrones de la muerte, comprenden que nunca jamás volverán a abrazar, besar o compartir sus días con sus esposos, hermanos, hijos, novios…
En resumen, una estremecedora película que, una vez más, deja patente que - tal como definió el cantautor argentino León Gieco – la guerra es un monstruo grande que pisa fuerte y al que esperemos que algún día – ya sea gracias a las suplicas a Dios o Ala – podamos aniquilar para así evitar que siga llevándose por delante toda la pobre inocencia de la gente.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario