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sábado, 21 de abril de 2012

Narco sevillano, soy del GRUPO 7 y como a un saco de boxeo te tratare, de puñetazos y patadas te cubriré


Los que nacimos a finales de los 70, por fortuna o por desgracia, durante nuestra infancia – a la hora de llenar nuestras horas de ocio con lo que “ponían” en “La caja tonta” – a diferencia de los niños de ahora que tienen un gran abanico de canales, solo teníamos dos cadenas, La Primera y La Segunda.

Dado que “La Segunda” siempre fue vista con malos ojos por los amantes del entretenimiento que no requiere pensar mucho, era mayormente TVE – 1 el canal que mayor índice de audiencia tenía, índice este que alcanzaba niveles estratosféricos cuando - programas de variedades mediante – hacían acto de presencia José Luis Perales, Juan Pardo, Bertín Osborne y ese “Bandido” que responde al nombre de Miguel Bose, y que – dados sus “viriles” bailes y las pintas con las que aparecía en los platós de Televisión - más de una vez sirvió a los padres de aquella época – nada amigos de lo políticamente correcto – para advertir a sus hijos varones que si un día se les pasaba por la cabeza aparecer por casa ataviados con “faldita” era muy probable que amablemente les invitasen a irse con sus “mariconadas” a otra parte.


Aunque sea muy discutible el gusto que tenía el muchacho a la hora de elegir su indumentaria hay que reconocer que – a pesar de las represalias que puedan tomar contra mí mis estimados hermanos de La Hermandad Heavy – la música pop de los 80, cantada en la lengua de Cervantes, le debe mucho.

Gracias al que estremeció a ellas y a ellos al cantar - Seré el amante que muere rendido / Por amor por amor malherido – fuimos muchos los que, en 1984, tuvimos las primeras noticias sobre las bondades de “Sevilla”.



Fue precisamente en la ciudad andaluza a la que – cautivo de amor – el hijo del torero Luis Miguel Dominguín estaba dispuesto a cubrir de oro y diamantes, donde – a principios de 1986, y con objeto de limpiar las calles de gente poco recomendable que pudiese empañar la imagen de España durante la celebración de Exposición Universal de Sevilla 1992 - se puso en marcha un dispositivo policial que dio lugar a la formación de unidades especiales como el “Grupo 7” sobre el cual el director Alberto Rodríguez ha fijado el objetivo de su cámara.


Antonio de la Torre – periodista deportivo que un buen día dejo su trabajo estable en Canal Sur Televisión para, en un alarde de osadía por su parte, empezar de cero en el inestable negocio del cine – da vida a Rafael un policía de métodos expeditivos que – a consecuencia de la muerte de su hermano toxicómano – cual ángel exterminador, dedica todo su empeño en acabar con los traficantes de droga que con esa letal mercancía con la que tantos pobres diablos olvidan sus penas se hicierón dueños y señores de las barriadas sevillanas más deprimidas.


Para llevar a cabo tal misión, a la veteranía de sus compañeros Miguel (José Manuel Poga) y Mateo (Joaquín Núñez) se unirá la sangre nueva que aporta Ángel, un joven y ambicioso policía al que encarna el “guapito” Mario Casas, arquitecto de esos sueños en los que las adolescentes que llevan sus carpetas forradas con fotos suyas se ven conversando con él sobre lo divino y lo humano.

Partiendo de la premisa “Grupo Salvaje policial vs Narcotraficantes” Alberto Rodríguez ha construido un vibrante film que no tiene nada que envidiar a los thrillers policiacos Made in USA, impresión esta que queda reforzada gracias a las espectaculares escenas de acción.


A lo largo de 90 minutos – muy bien aprovechados – somos testigos de cómo, a medida que avanzan las espectaculares obras de ingeniería que requirió La Expo ´92, aumenta el prestigio del “Grupo 7” gracias a las grandes cantidades de droga que decomisan durante sus espectaculares redadas, redadas que – en buena medida – son fruto de “las traviatas” cantadas por aquellos que son cubiertos de puñetazos y patadas por Rafael y los suyos.


A través de Don Julián (Carlos Olalla) – superior jerárquico del “Grupo 7” – ante los métodos poco ortodoxos empleados por este y que tan jaleados fueron en los 80 en films como “Cobra”, “El justiciero de la noche” y “Harry El Sucio”, se retrata de esos políticos de doble moral que cuando las cosas van bien son los primeros en dejar que su pétreo rostro sea retratado, y que por el contra, cuando ven que la sangre puede salpicar sus impolutos trajes, son los últimos en enterarse de las “travesuras” de sus subordinados.

A parte de lo bien resuelta que esta la parte del film que muestra al “Grupo 7”, caben destacar esos momentos en los que se muestra el lado más humano de los miembros del grupo.

Rafael, un tipo solitario que al acabar la jornada busca en la bebida una forma de escapar de la soledad, encontrará en Lucía (Lucía Guerrero) la mejor forma de redimir sus pecados, y de llenar el vacio dejado por la muerte de su hermano.


Mateo – un tipo cuyas orondas formas no encajarían en las pelis de polis americanas – a través de su relación con La Caoba (Estefanía de los Santos) – una veterana prostituta que hace las labores de “informadora” – da fe de que es muy fina la línea que hay entre los buenos y los malos, y que llevar pistola y una placa de policía no es impedimento para tener cierta afinidad y un poco de compasión con los que están al margen de la ley.

A este respecto cabe también señalar la relación que se entabla entre Ángel y Joaquín (Julián Villagrán) un chivato que para ver a sus amigos tiene que ir al cementerio en el que están enterrados y que sirve para poner rostro a todos aquellos desgraciados podridos por dentro y por fuera que un maldito día, por cortesía de la heroína – ese diablo vestido de ángel - comenzaron a transitar su particular camino hacía El Infierno.



En definitiva nos hayamos ante una película que – por sus espectaculares escenas de acción, por su cuidada ambientación que nos muestra tal como éramos, y por sus bien dibujados personajes – a parte de merecer ocupar un puesto de honor en los altares del cine patrio – al igual que “No habrá para los malvados” – deja claro que el cine español puede ser también sinónimo de calidad.

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