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miércoles, 25 de abril de 2012

Personas y libros que hacen que la vida merezca la pena ser vivida


Suele suceder que cuando la vida te sonríe y, metido en el traje y la piel del pirata que llaman por su bravura el Temido, navegas en un velero bergantín que va con diez cañones por banda y viento en popa y a toda vela, te olvides un poco de aquellos que estuvieron a tu lado cuando por culpa de los navíos enemigos y la tormenta – ya estuvieras en Asia, Europa o Estambul – te era prácticamente imposible abordar y apresar ese galeón al que “los cursis” han bautizado con el nombre de “La Felicidad”.

Aunque sería muy osado por mi parte recitar a voz en grito Veinte presas hemos hecho a despecho del inglés, y han rendido sus pendones cien naciones a mis pies, lo cierto es que puedo afirmar que soy un hombre muy afortunado por ser dueño de “La Isla del tesoro” en la que un buen día a accedieron a hacer escala todos aquellos que llenaron de significado la palabra “Amistad” gracias por ejemplo a esos SMSs con los que me invitaban a abandonar mi “retiro espiritual”, y a los que tantas veces yo respondí con “mensajes en clave” del siguiente jaez: Con objeto de meditar sobre lo divino y lo humano esta noche un servidor dejará a sus unidades de choque velando armas en sus cuarteles de invierno.



Dado que esa selecta fuerza de elite – de la que forman parte tanto los “Rebeldes” a cuya causa me uní en los tiempos del insti como “Los Lobos del Águila” que me acompañaron en ese “Viaje al fin de la noche” durante el cual hicimos parada y fonda en buena parte de los antros de perdición de La Villa de Jovellanos - ya ha tenido su pertinente homenaje en este espacio de divulgación hoy quiero con las siguientes líneas dejar constancia de mi agradecimiento a otros buenos amigos míos: los libros.

Aunque para mi dentro de la cultura – lo que fue definido por T. S. Eliot como “Aquello que hace que la vida merezca la pena ser vivida” – están tanto mis discos de heavy – metal como mis libros, lo cierto es que – gracias a las deliciosas horas que me brindan estos últimos - en caso de incendio me decantaría por salvar “El triángulo vikingo” en detrimento de los discos de viking – metal con los que a volumen brutal aTHORmento al vecindario.

He buscado el sosiego en todas partes, y sólo lo he encontrado sentado en un rincón apartado, con un libro en las manos, esta frase acuñada por el teólogo alemán Thomas De Kempis (1380-1471) bien podría utilizarla yo pues bien sabe Dios que cuando “Los Pilares de la Tierra” sobre los que se asentaba mi mundo amenazaban con derrumbarse, con la lectura de libros como “Ensayo sobre la ceguera” busque el cristal capaz de conseguir que vivos colores se llevasen por delante el color negro con el que los golpes del destino habían pintado el panorama que yo contemplaba desde el puente.

La frase de Hermann Hesse - Los libros sólo tienen valor cuando conducen a la vida y le son útiles – es la más pertinente para mí a la hora de evaluar los libros de ingeniería a las que tantas horas dedique, y gracias a los cuales – a parte de aprender todo lo referente a motores, engranajes, rodamientos y acoplamientos – descubrí como el acero con el que se forjaron las espadas con las que se cercenaban cabezas , siglos después se utiliza para la realización de los perfiles a partir de los cuales se construyen los puentes con los que se unen países, culturas, pueblos…


Si bien es cierto que, al igual que el poeta y escritor Giovanni Papini (1881 – 1956), Cuando era joven leía casi siempre para aprender; hoy, a veces, leo para olvidar de un tiempo a esta parte, en mis sobrecargadas estanterías, se han hecho un hueco libros que al ser abiertos por mi me recuerdan momentos que me acompañarán “De aquí a la eternidad”.


Sin duda alguna uno de Los Secretos más inconfesables que oculto a mis camaradas de «La Hermandad Heavy» es que es “Gracias por elegirme” la canción que suena en mi cabeza mientras, con el cuchillo entre los dientes, me deleito con la lectura de “La elegida de La Muerte”, la novela que adquirí para celebrar que “la andanada de comentarios fuera de lugar” que solté mientras la acompañaba hasta su humilde morada, y entre los que estuvo “vaya luna llena que hay, solo falta que salga una loba”, no fueron impedimento para que, una bendita tarde de Mayo, «La Amazona que cruzo el Ruhr a galope tendido» accediese a que sus barbarás hordas germanas se volviesen a encontrar en el campo de batalla con mis legiones aún a sabiendas de que, a la señal “Ira y Fuego” - sin encomendarme ni a Dios ni al Diablo y sin pensar ni un segundo antes de abrir mi “bocaza” - volvería a darle el parte sobre las lamentables hazañas bélicas que jalonan mi hoja de servicios, y las bondades de los grupos de heavy – metal con los que aplacaba a “Mis Demonios & Mis Fantasmas”.



Fue el 6 de Septiembre cuando no pude evitar añadir a mi particular Biblioteca de Alejandría la novela “Alexandros”, novela esta con la que pretendía en cierta manera recordar que durante el Verano 2011 – a pesar de que con treinta y cuatro años, dos meses y tres días me sería ya imposible conquistar el mundo a lomos de Bucéfalo - me sentí tan bravo como el hijo de Filipo II, rey de Macedonia, gracias al inmenso botín de guerra que supusieron para mí todas y cada una de las tardes durante las que, sobre las ardientes arenas de la Playa de Poniente, fui compañero de armas de una fémina cuyas hermosas formas bien podrían haber sido obra del escultor Bert Gerresheim, el artífice de “Stadterhebungsmonument”, el espectacular monumento que rinde homenaje a los ciudadanos de Düsseldorf y de Colonia que, el 5 de junio de 1288, comandados por el Conde de Berg vencieron en la Batalla de Worringen a “Los Caballeros del Apocalipsis” al servicio de Siegfried von Westerburg (Arzobispo de Colonia).


Cuando ya prácticamente había perdido la esperanza de que tuviese éxito “El Asedio” de mis tropas al Castillo de Blankenstein, la fortaleza donde estaban acantonadas las huestes de «La Doncella Guerrera que surgió del frío de Bochum», el 8 de Febrero – lo que en principio para mí se antojaba como “Cualquier otro día” – siguiendo las indicaciones dadas por “El mapa del Cielo” empezó mi travesía junto a la mencionada moza, la culpable de que La Luz rasgase el manto de oscuridad que arropaba a “El Fantasma de la Opera” que yo un día fui.



"El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos" esta memorable frase que Ilsa (Ingrid Bergman) le soltaba a Rick (Humphrey Bogart) en esa obra maestra del Séptimo Arte que es “Casablanca” bien podría “fusilarla” yo en estos días en los que por sorpresa para mí mis preocupaciones - el paro, la crisis económica y el mas que factible Holocausto Nuclear – han perdido la batalla ante el amor de esa mujer a la que bien se podría equiparar con “El violinista de Mauthausen” que con las bellas melodías extraídas a su instrumento llego a eclipsar por un momento al horror parido por los nazis.


Dado que el pasado 23 de Abril fue para mí un día muy especial por ser el primer Día del Libro en el que tuve el inmenso honor de escribir mí particular novela de caballería junto a «La admiradora de la obra de Lope de Vega y Carpio», este blog, a parte de servir para homenajear a la lectura, es una excelente excusa para hacerle saber a la mencionada dama que - a pesar de que nunca seré yo digno de inspirar a los trovadores que escribieron el cantar “Ultimas pasiones del caballero Almafiera” – sin temor en la mirada y empuñando “La espada de San Jorge” me enfrentaré a los dragones que la acechen para demostrarle mi valor y de paso agradecerle que consiguiese que volviese a germinar la esperanza en “El Jardín impío” que hasta que llego ella un servidor tenía por corazón.


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