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miércoles, 23 de mayo de 2012

War & Love


Fue el 14 de Julio de 2011 cuándo, coincidiendo con la Fiesta Nacional de Francia, tras ignorar “la máxima napoleónica” - "Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo" – mis generales tomaron la sabia decisión de impedir que, toque de retirada mediante, mis “casacas azules” abandonaran el campo de batalla como el 14 de Diciembre de 1812, perseguidos por los sanguinarios e infatigables Cosacos del Don al mando de Matvéi Ivánovich Plátov, lo hicieron los 10.000 soldados franceses supervivientes de los 420.000 que integraban La Gran Armée que a las ordenes del General Napoleón Bonaparte, siete meses antes, había penetrado en los territorios del Zar Alejandro.


Aunque fueron 208 días los que tuve que esperar para que tuviese éxito la operación de acoso y derribo llevada a cabo por nada y nada menos que cien regimientos y un batallón, el hecho de que al fin y a la postre, entre otras cosas, uno de los botines de guerra capturados haya sido el libro “Breve Historia de la guerra antigua y medieval” hace que merezca tener su eco en La Eternidad la bendita Hora Zulu en la que desenfunde mi “Arma secreta”.




Francisco Xavier Hernández Cardona - director del Departamento de Didáctica de las Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona (2008) y especialista en Historia Militar – y Xavier Rubio Campillo - ingeniero informático e investigador en la Universidad de Barcelona, especializado en análisis de conflictos bélicos a partir de la inteligencia artificial, sistemas de información geográfica y teoría de juegos – de forma muy amena y con gran rigor histórico, a lo largo de 255 páginas, nos muestran como desde la época de los homínidos hasta la aparición de las primeras armas de fuego evoluciono la tecnología militar empleada en La Guerra, lo que el escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski definió como: “Una derrota para la humanidad porque, además de poner en tela de juicio la bondad y la inteligencia, manifiesta el fracaso del ser humano: su incapacidad de entenderse con otros, de ponerse en su piel".

Aunque las razones por las cuales, al grito “Devastación”, fueron liberados “Los Perros de La Guerra” que tanto daño están causando en Afganistán e Irak se fundamentaron en mentiras de destrucción masiva, en el primer capítulo del libro se muestra como los más remotos enfrentamientos humanos de los que se tiene constancia y que datan del Paleolítico Inferior tenían como objetivo la simple supervivencia, circunstancia esta que - tal como muestran los restos óseos descarnados y fracturados hallados en la Sima de los Huesos de la sierra burgalesa de Atapuerca – dio lugar a que el denominado Homo antecessor recurriese incluso a la práctica del canibalismo.

Tal como bien apuntan los autores, el mito del «buen salvaje» prefigurado en el siglo XVIII por el pensador suizo Jean-Jacques Rousseau y la teoría del «comunismo primitivo» que, a finales del siglo XIX, defendió el materialismo histórico encabezado por Friedrich Engels pierde la batalla ante evidencias arqueológicas como las halladas en la fosa de Talheim (Baden-Wurttemberg, Alemania), lugar donde reposan los esqueletos de 34 varones que, dadas las señales que presentaban de haber recibido diestros golpes en la bóveda craneal, en la nuca y en los temporales, a parte de dar fe de la brutalidad con la que hace 7.000 años, durante el periodo Epipaleolítico, los hombres primitivos empleaban sus hachas de piedra pulimentada denominadas «horma de zapato», demuestran que las tribus de aquellos días no eran tan pacificas como hasta la fecha se creía.


La influencia que tuvo y tiene la tecnología a la hora de decantar la victoria por uno u otro de los bandos enfrentados queda patente gracias al capítulo que muestra como los pueblos de Oriente Próximo que gracias al uso de armamento realizado con bronce se habían impuesto a sus vecinos, a raíz del desarrollo de la metalurgia del hierro, sucumbieron ante aquellos que por cortesía de su dominio de sofisticadas tecnologías metalúrgicas dotaron a sus ejércitos de novedosas armas férreas mucho mas eficaces que las de bronce.


En estos días que “La prima de riesgo”, con el inestimable apoyo del fuego de cobertura de “Los Mercados”, esta a punto de hacer morder el polvo a Grecia es justo y necesario recordar que fue en ese país mediterráneo donde, durante el siglo VIII a.C. – a parte de nacer La Democracia, lo que Winston Churchill definió como "El menos malo de los sistemas políticos" – surgió un nuevo modo de combatir que revolucionaría la guerra durante los siglos venideros: la infantería ligera.

Con el nuevo modelo de soldado – el Hoplita – surgió un nuevo sistema de combate – la falange – sistema este que era ideal para la organización social de las polis griegas dado que permitía que los ciudadanos que no eran guerreros profesionales se midiesen a los mercenarios del resto de potencias de la época.


Además de una lanza de madera de aproximadamente dos metros y medio con punta y contrapeso y punta de bronce los hoplitas iban provistos de un hoplon, un gran escudo redondo hecho de madera y recubierto de bronce que podía llegar a pesar hasta ocho kilos de peso, y que gracias a sus dimensiones - un metro de diámetro – les protegía desde el cuello hasta las rodillas.

A parte del desarrollo de eficaces tácticas los autores dejan constancia de que la hegemonía militar de los griegos a lo largo y ancho del globo terráqueo a partir de la Edad Moderna fue debida también en parte al echo de que, antes de comenzase la batalla, ya habían conseguido minar la moral de combate de sus enemigos gracias a sus escudos pintados con motivos que buscaban infundir el miedo y a sus cascos con agresivos diseños y coronados con penachos que les hacían parecer mas altos.


Como no podía ser menos en el capitulo dedicado a las polis griegas hay una mención especial a Esparta, ciudad regida por un sistema militarista y cuyos ciudadanos libres varones llevaban al extremo las virtudes tradicionales del hoplita: el honor, el valor y el culto al físico.

Tal circunstancia hacia que durante el combate los espartanos no cediesen ni un palmo del terreno conquistado en el campo de batalla, campo este el que habían llegado tras dejar a atrás a sus madres y esposas, mujeres tan duras como ellos que con la frase de despedida “Vuelve con tu escudo o sobre él” les recordaban que para ellas el dolor que supondría verlos regresar al hogar muertos sobre su escudo sería mucho más soportable que la vergüenza que supondría verlos llegar sanos y salvos gracias a la cobardía que les impulso a arrojar el escudo y salir corriendo.



Las tres décadas de dominio espartano tocaron a su fin en el año 371 a.C. concretamente el día en el que su temible falange fue aniquilada durante la batalla de Leuctra por el ejército tebano al mando de Epaminondas (418 – 362 a.C.).

La máxima no escrita “La guerra es cosa de hombres heterosexuales” es desmentida a través de las líneas dedicadas a “El Batallón Sagrado” una de las mejores unidades del ejército de la ciudad de Tebas y que se destacaba por el hecho de estar integrada por ciento cincuenta parejas de hombres. Tal como nos hacen saber los autores tan curiosa decisión estaba basada en la idea de que dado el amor que las parejas se profesaban entre ellas – ante el miedo a perder a su amante - todos y cada uno de los miembros de dicha formación lucharía de forma más feroz que el resto de soldados.

Para hombres de la misma tribu o familia hay poco valor de uno por otro cuando el peligro presiona; pero un batallón cimentado por la amistad basada en el amor nunca se romperá y es invencible; ya que los amantes, avergonzados de no ser dignos ante la vista de sus amados y los amados ante la vista de sus amantes, deseosos se arrojan al peligro para el alivio de unos y otros. - Plutarco

Al finalizar la batalla de Queronea, en el 338 a. C.,, en la que encontraron la muerte 254 de sus 300 miembros tras resistir valientemente los ataques de las abrumadoras fuerzas de Filipo II de Macedonia y su hijo Alejandro Magno, según cuenta la leyenda el primero de ellos impresionado ante tamaña gesta exclamo: «Perezca el hombre que sospeche que estos hombres o sufrieron o hicieron algo inapropiadamente»


Gracias a las extraordinarias hazañas que llevo a cabo guiado por su obsesión por conseguir estar a la altura de Aquiles – el héroe griego por antonomasia - Alejandro Magno ocupa un buen número de páginas, páginas en las que, entre otras, se relata lo acontecido el 1 de octubre de 331 a. C. en la batalla de Gaugamela, batalla que supuso el principio del fin del Imperio persa y durante la cual el dueño de Bucéfalo, empleando una táctica militar que los expertos consideran una obra maestra, consiguió que sus falanges macedonias con el apoyo de la caballería pesada derrotasen al ejercito de Dario a pesar de que este les superaba en número y contaba con el apoyo de elefantes de guerra y un arma tan poderosa como los carros escitas, vehículos estos que al ser lanzados a toda velocidad contra formaciones cerradas de infantería conseguían provocar el pánico gracias a las afiladas hojas metálicas de unos dos metros de longitud con la que estaban provistas sus ruedas.


La construcción de potentes murallas cuyo objetivo era proteger las ciudades trajo consigo que durante el siglo V a.C. tuviesen cada vez más protagonismo las máquinas de guerra. Durante la época en la que tuvo lugar el florecimiento de las artes del asedio se crearon infinidad de máquinas lanzadoras, máquinas entre las que destacaron las gastraphetes, los oxybeles, los katapeltes (perforador de escudos) y las inventadas por Arquímedes – la catapulta y un sistema formado por espejos cóncavos de gran tamaño mediante los cuales la luz solar reflejada en ellos se concentraba sobre los barcos enemigos hasta hacerlos arder.


La evolución que desde su origen experimento “La Legión”, la fuerza militar gracias a la cual el Imperio Romano consiguió ser dueño y señor de buena parte del mundo conocido, es debidamente detallada por los autores, los cuales centran su interés en las reformas impuestas por el general Cayo Mario (157 – 86 a.C.), un firme defensor de la democracia que, a parte de romper el vinculo entre propiedad y ejercito, abrió las puertas de la milicia a los pobres a cambio de un sueldo y de la ciudadanía.

Además de lo mencionado anteriormente, los cambios introducidos por Mario convirtieron a La Legión en una fuerza autónoma, circunstancia que implicaba que cada combatiente debía ser capaz de transportar su impedimenta: el capote militar, las raciones de comida, potas y ollas, y en algunos casos un par de estacas para la empalizada del campamento y un pico, una pala o un hacha.

Gracias a la férrea disciplina, el constante entrenamiento y la fortaleza adquirida durante las largas marchas en las que debían acarrear hasta cuarenta kilos de peso, los legionarios – conocidos también como “las mulas de Mario” – se convirtieron en soldados de elite de primera categoría.


Entre los imperios que surgieron tras la caída de Roma, cabe destacar el bizantino, el cual, como no podía ser menos, también impuso su hegemonía mediante la fuerza de las armas, armas estas entre las que se encontraba el terrible fuego griego, un liquido inflamable de difícil extinción hecho a base de nafta, pez, cal, azufre, salitre y petróleo, y que era “disparado” por un mecanismo de proyección a modo de lanzallamas.


La increíble expansión árabe fue debida en buena medida a los logros del profeta Mahoma (570 - 632), el cual gracias a su disciplinado ejercito de soldados y arqueros, y a la utilización de camellos – la mejor montura para atravesar las ardientes arenas del desierto – consiguio dominar buena parte de la península arábiga y expandir el Islam mas alla de sus dominios.

En estos tiempos en los que los fanáticos islamistas que llaman a La Guerra Santa no dudan en pedir que se derrame la sangre de mujeres y niños, es justo recordar que en aquellos lejanos días, el ejercito de Mahoma practicaba la guerra respetando lo establecido por la siyad, una serie de estrictas reglas que entre otras cosas prohibían el saqueo indiscriminado y el asesinato de civiles.


Gracias al libro protagonista del día descubrimos que Stamford Bridge, además de ser nombre del estadio del equipo que el pasado Sabado alzo al cielo sobre Munich la Copa de Europa, es también el nombre de una batalla que tuvo consecuencias decisivas para la historia de La Perfida Albión dado que gracias a la victoria del ejercito comandado por Harold Godwinson (1022-1066), el último rey sajón de Inglaterra, sobre la flota vikinga del rey Harald III Haardrade (1015- 1066), tocarón a su fin las incursiones de los fieros guerreros que surgierón del frío de Escandinavia.


Sin duda alguna los vikingos bien merecido tienen ocupar un lugar en la historia militar por su espíritu aventurero y sus extraordinarias dotes como guerreros, dotes estas que les permitieron servir como mercenarios a sueldo del emperador bizantino (La Guardia Varega) y Basilio II de Constantinopla, el cual contrato a seis mil guerreros escandinavos – Los Portadores del Hacha – para formar lo que seria la elite de su ejercito durante los siguientes trescientos años.


A pesar de que en Occidente y Oriente Próximo se libraron innumerables guerras fue en la lejana China donde hacía el siglo III a.C. se redacto “El arte de la guerra”, libro este que a día de hoy se sigue estudiando en las academias militares de todo el mundo, y en el que – a lo largo de trece capítulos – Sun Tzu, general, estratega militar y filósofo, da una serie de consejos para lograr la victoria en el campo de batalla, consejos como por ejemplo: utilizar el factor sorpresa o llevar la guerra a territorio enemigo para economizar los daños en la propia sociedad.


A parte de Sun Tzu, en el campo militar, en China, durante la época de Los Reinos Combatientes, tuvierón gran importancia para la historia las aportaciones de Qin Shi Huang, el cruel y totalitario emperador bajo cuyo mandato, además de unificarse en el año 211 a.C. el primer Estado chino, se finalizo la construcción de La Gran Muralla China y se esculpieron las esculturas de los seis mil guerreros del denominado El Ejercito de Terracota, el cual tenia como finalidad protegerlo en la otra vida como en esta lo habían hecho La Guardia Imperial, una unidad de elite cuyos aguerridos miembros eran sometidos a un brutal entrenamiento durante siete años seguidos.


Por cortesía de los autores de este libro somos también destinatarios de una mena lección de historia sobre lo acontecido hace siglos en la isla bañada por los rayos del Sol naciente, en la tierra donde a día de hoy sigue estando muy presente el espíritu de aquellos guerreros que caminaban por la vida siguiendo el camino del samurái, un estricto código ético de conducta que rezaba que la muerte era una salida mas honrosa que ser capturado por el enemigo.

Aunque fueron muchas las batallas en las que se vieron envueltos esos fieros guerreros que se protegían con vistosas armaduras y cascos provistos de mascaras que les dotaban de una apariencia terrible, casi inhumana, las que al fin y a la postre acabaron dejando su huella en la historia de Japón fueron las que tuvieron lugar durante el conflicto que a lo largo de más de una década enfrento a los poderosos daimyos Uesugi Kenshin “El Dragón de Echigo” (1530 - 1578) y Takeda Shingen “El Tigre de Kai” (1521 – 1573).

Si bien en la planicie de Kawanakajima - La Tierra entre Ríos – se libraron hasta cinco batallas entre los ejércitos de los mencionados “señores de la guerra” fue la cuarta la más importante y recordada de todas ellas.

La que ha sido definida como una de las mayores batallas entre samuráis de la Historia, tuvo lugar el 10 de septiembre de 1561, y como buena prueba de su magnitud y brutalidad basta mencionar que al final de la misma quedaron tendidos sobre el campo de batalla los cadáveres de más de 19.000 hombres, 10.000 de los cuales formaban parte del ejercito de Shingen, el cual a pesar de las terribles bajas sufridas acabo proclamándose vencedor.


Sin abandonar Asia, viajamos hasta la patria de “los mongoles”, los fieros guerreros endurecidos por el frio de la estepa que, a lo largo del siglo XIII, al mando de líderes tan brillantes como Genghis Khan («Príncipe Universal») – desde Polonia hasta el océano Pacifico, y de Siberia al Imperio Bizantino – sembraron el terror a su paso.

Los que dado al pánico que infundían a sus enemigos eran conocidas en Europa como “Los Jinetes del Diablo” lograron salir victoriosos en cientos de batallas gracias en buena medida a sus letales arcos compuestos, un arma construida con madera de bambú, cuernos de yak y tendones, que los arqueros mongoles eran capaces de disparar desde sus caballos, los cuales, dado su pequeño tamaño y resistencia, les permitían moverse con rapidez tanto en el campo de batalla como en las largas marchas que, como pueblo nómada que eran, realizaban frecuentemente en busca de nuevos horizontes de grandeza.


De regreso a Europa - coincidiendo con la cristalización del feudalismo (segundo tercio del siglo XI) – seremos testigos de la época dorada de La Caballería, un arma suprema y total que junto a los avances de la tecnología militar consiguió que países como Inglaterra impusieran su hegemonía en los campos de batalla de La Vieja Europa.

No obstante, a pesar de la huella que sus hazañas bélicas dejaron en la historia militar, los caballeros feudales, al fin y a la postre, han acabado dejando su marca en la cultura occidental europea gracias a ese código suyo en el que se daba gran importancia al valor, humildad, generosidad, templanza, lealtad, nobleza o defensa de la justicia, en resumen, una serie de principios que todo hombre de bien debería seguir a rajatabla.


Carlos I el Grande, llamado Carlomagno (768 - 814), a parte de ser el padre de Europa fue junto a otro rey franco Luis el Piadoso (814 - 840) desarrollo un importante esfuerzo militar que, al fin y a la postre, consiguio que La Caballería, durante los siglos VIII, IX y X, se impusiese a eslavos, húngaros, musulmanes y vikingos, culturas militaristas que una y otra vez eran frenados por el muro de guerreros a caballo que defendían las fronteras del Imperio franco.


Dado que todo tiene su fin la invencibilidad de La Caballeria empezó a ponerse en tela de juicio a raíz del “nacimiento” de la ballesta una de las innovaciones militares mas importantes que vieron la luz durante el siglo XII y que, plenamente arraigada en el siglo XIII, fue la culpable de que muchos caballeros no volvieran a ver a su dama por culpa de los potentes dardos que atravesaron sus cotas de malla.


Paradójicamente fue a finales del siglo XV y principios del XVI cuando - mientras la caballeria perdia el dominio en el campo de batalla a raíz de la irrupción de nuevas armas – empezarón a gozar de gran prestigio las novelas que a través de personajes ficticios como Tirant lo Blanc y Amadis de Gaula ensalzaban las hazañas de caballeros andantes.


Entre las armas que, al fin y a la postre, acabarón con los días de gloria de la caballería cabe destacar el arco, el cual acabo convirtiéndose en un artefacto muy popular durante el siglo XVI, especialmente en la Inglaterra feudal.

El denominado “arco largo” estaba hecho de madera de tejo o de olmo, y podía tener prácticamente dos metros de altura. Aunque su alcance era inferior al de las ballestas, las flechas de punta de hierro podían alcanzar fácilmente los doscientos cincuenta metros. El hecho de que la cadencia de tiro de un arco fuera diez flechas por minuto y que en el espacio ocupado por un ballestero se pudieran posicionar hasta tres arqueros hizo que dicha arma fuera capaz de dar el triunfo en una batalla.


Como prueba de lo determinante que llego a ser el buen hacer de los arqueros – tropas muy bien consideradas y bien pagadas – cabe destacar la batalla que el 26 de Agosto de 1346 se libro cerca de la aldea de Crecy, y durante la cual las quince feroces cargas lanzadas por la caballeria al servicio del rey francés Felipe VI fueron desbaratadas por los arqueros enrolados en la tropa de Eduardo III de Inglaterra.


Como colofón al magno texto sobre la evolución experimentada por “el arte de la guerra”, los autores incluyen un capítulo en el que dan parte de cómo durante los dos últimos siglos de la Edad Media europea adquirieron gran importancia nuevas propuestas militares tales como la armadura blanca, la revalorización de la infantería y el desarrollo de armas de fuego como los arcabuces que permitierón a los Landsknecht, (servidores del país) – la infantería mercenaria suiza y alemana – cobrar gran protagonismo en los campos de batalla europeos a finales del siglo XV y principios del XVI.


Finalizada la lectura de este libro que el 8 de Marzo llego a mis manos para conmemorar el primer mes transcurrido desde el día en el que sin disparar ni un solo tiro me rendi a las hordas germanas comandadas por «La Amazona que cruzo el Ruhr a galope tendido», yo que más de una vez tuve la tentación de coger la fregona y hacer “el molinete” emulando a los infantes de la 101ª División Aerotransportada espero y deseo que nunca jamás me vea obligado a emboscarme en una misión suicida, y, “Mirando al cielo”, suplicar a Los Dioses de La Guerra que me licencien como “un mal soldado” para regresar junto a la que cabo una trinchera en su corazón para hacerme un Huecco.










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