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miércoles, 30 de mayo de 2012
Los monstruos no viven ni en bosques muy frondosos ni en galaxias muy lejanas
Fue un Lunes de a mediados de la década de los 80 cuando siendo yo una de las tiernas criaturas que llenaban las aulas del C.P. Sagrado Corazón, por cortesía de una compañera de clase, me entere que en la película “Viernes 13” que había sido emitida el Viernes anterior y que Mi Santa Madre me había prohibido visionar, uno de los protagonistas veía perturbados sus dulces sueños por culpa de un psicópata que, escondido bajo su cama, haciendo uso de un objeto punzante le perforaba la tráquea.
Ante tamaña revelación durante unas cuantas semanas el que esto escribe, al caer la noche, no se entregaba en los fornidos brazos de Morfeo sin antes comprobar hasta tres veces que bajo su piltra no había ningún elemento sospechoso.
Sin duda alguna una clara muestra de que hemos madurado es el cambio que experimentan los monstruos que a cada uno de nosotros nos asustan, y es que si en aquellos días, atrincherado bajo mis sabanas blancas - mi particular “escudo de protección” - pasaba las noches en vela ante el temor de que fuera a ser pasado a cuchillo por un feúcho matarife con complejo de portero de Hockey o devorado por el Alíen que convirtió la nave NOSTROMO en una sucursal de El Infierno, en la actualidad – a parte de El Paro, Los Mercados, La Prima de Riesgo y mi crisis económica – los monstruos que mas miedo me dan son aquellos que con mas frecuencia de lo deseada hacen aparición en la sección de sucesos de la prensa nacional e internacional.
Aunque hoy en día dentro de la oferta televisiva, todos aquellos a los que nos gusta poner un psyco – killer en nuestra vida contamos con la soberbia “Mentes criminales”, es justo y necesario rendir pleitesía a los creadores de “Durham County”, una producción canadiense que a lo largo de seis episodios desarrolla una historia turbia, siniestra, oscura y perturbadora cuyo trasfondo es la caza y captura de uno de esos monstruos que se ocultan bajo la mascara de “persona normal” y que no viven precisamente ni en bosques tan frondosos como los de Crystal Lake ni en galaxias muy lejanas.
A pesar de que las comparaciones son odiosas, dada la atmosfera opresiva que rodea al pueblo donde transcurre la acción es lógico que la serie creada por Laurie Finstad-Knizhnik, Janis Lundman y Adrienne Mitchell haya sido comparada con “Twin Peaks”, serie esta que a pesar de que a principios de los años noventa – gracias al buen hacer de David Lynch y sus complejas tramas - revolucionó el panorama televisivo no consiguió que a un servidor la muerte de Laura Palmer le impactase más que la muerte de Chanquete.
“Durham County” – cuya secuencia inicial es una de las más desasosegantes de la televisión reciente, y cuyos títulos de crédito son francamente impactantes- tiene como principal protagonista a Mike Sweeney (Hugh Dillon) un detective de homicidios de Toronto que se traslada con su familia a los suburbios del Condado de Durham, un pueblo rodeado de torres de alta tensión donde todos ellos esperan restañar las heridas provocadas por los sucesos que de una u otra manera cortocircuitaron sus vidas: el asesinato del compañero de Mike, y el cáncer de mama que a punto estuvo de acabar con la vida de Audrey (Hélène Joy), la esposa de este último.
La paz y tranquilidad que hasta entonces eran la tónica dominante del lugar se verán alteradas a raíz de la desaparición de dos chicas adolescentes y el asesinato de Nathalie Lacroix (Kathleen Munroe), una profesora de instituto cuya brutal muerte será el detonante del comienzo de la caza al asesino.
Aunque tal premisa podría a ver dado lugar a otra de esas historias en las que las pruebas de balística, los rastros de ADN y los interrogatorios a amigos y conocidos son el eje fundamental de la trama, lo cierto es que la investigación policial es la excusa perfecta para dar paso a una serie de historias adyacentes que muestran cosas tan diversas como la naturaleza del mal, los mecanismos a los que se recurre ante el miedo a la perdida, las secuelas de la enfermedad o como los actos cometidos en el pasado tarde o temprano pasan factura y pueden llegar a condicionar nuestro presente e incluso nuestro futuro…
La frase "Las familias felices son todas iguales; las familias infelices lo son cada una a su manera" que Leon Tolstoi puso en boca de uno de los protagonistas de esas obra cumbre de la literatura universal que es “Anna Karénina” cobra todo su sentido gracias a los Sweeney y los Prager, familias estas que mientras de puertas para fuera ríen de la misma manera al entrar en sus bonitas casas afrontan de diferente forma sus particulares problemas domésticos, problemas estos que dejan claro que hace mucho tiempo que sus sonrisas de felicidad son la fachada a la que recurren para ocultar como poco a poco se derrumba la estructura familiar.
A parte de lo complicado que resulta su relación marital con Mike – un tipo de fuerte carácter que muchas veces parece recurrir al trabajo como vía de escape a sus obligaciones como padre y marido – Audrey debe hacer frente a las secuelas del cáncer, enfermedad esta que además de provocar que el espejo le devuelva la imagen de un cuerpo mutilado por la quimioterapia, ha deteriorado gravemente las células del “cordón materno” que la unía a Sadie (Laurence Leboeuf) una adolescente convencida de que el mundo es una mierda y que parece incapaz de aceptar que haya sobrevivido la mujer que le dio la vida y a la que, ante su muerte anunciada por los oncólogos, un día borro de su mente con la esperanza de soportar mejor así el tremendo dolor que dejaría en ella su ausencia.
Cruzando la calle, en casa los Prager, mientras que Traci (Sonya Salomaa) pone todo su empeño en conseguir que su hijo Ray Prager Jr (Greyston Holt) obtenga la beca que le permita sacar todo su rendimiento a su talento como escritor, Ray, el patriarca de la familia – dominado por la frustración de la que es presa a consecuencia de un accidente que le impidió triunfar como jugador de hockey profesional en la NHL – parece tener como único objetivo en la vida lograr que a base de comentarios despectivos, su soñador hijo vea truncada su trayectoria a la gloria, y al igual que él, acabe viviendo una vida real presidida por la amargura.
Sin duda alguna, a parte de la investigación policial y la disección de los problemas domésticos de las mencionadas familias, cabe destacar también el tratamiento de la relación amor – odio existente entre Mike y Ray – personaje gracias al cual Louis Ferreira obtuvo el premio al Mejor Actor en la edición 2008 de los Geminis (la versión canadiense de los Emmy), edición esta en la que también la serie se llevo los premios Mejor actriz (Hélène Joy), Mejor sonido, Mejor guión (Laurie Finstad Knizhnik) y Mejor dirección (Holly Dale).
A medida que avanza la historia y vamos conociendo mejor a Mike y Ray, descubriremos que además del carácter explosivo del que ambos hacen gala con demasiada facilidad, tienen en común una historia pasada durante la que tuvo lugar un suceso que de una u otra manera les marco a ambos, y que deja claro que aunque abandonemos el lugar de los hechos el pasado siempre vuelve, y a veces incluso puede arruinar nuestro presente.
En resumen, una serie muy recomendable que aborda de forma muy inteligente la naturaleza del mal, y que es una clara advertencia para que, dado que en todos nosotros duerme una pequeña bestia, nos esforcemos en mantener al bien despierto mientras adormecemos el mal.
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