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sábado, 27 de abril de 2013

Un Britanie teroare, construit cu mize bont şi ascuţite săbii (Un reino de terror, construido con espadas romas y afiladas estacas)


Siglos antes de que, bajo el cielo sobre Cluj Napoca (Rumania) y por cortesía de IRON MAIDEN, los miles de True Metal Warriors que nos dimos cita en la explanada del Polus Center Mall tuviéramos “Miedo a la oscuridad”, escalofríos de terror recorrían el cuerpo de los habitantes de aquellas latitudes cuando oían el nombre de Vlad Drăculea (1431 - 1476).





Y es que ese siniestro personaje - que gobernó con el título de Vlad III de Valaquia, y que para unos fue todo un héroe y para otros un auténtico monstruo - acabo con la vida de entre 40.000 y 100.000 personas durante el Reinado de Terror que levanto valiéndose de estacas romas y afiladas espadas, “instrumentos” estos a los que, sin lugar a dudas, si hubiera vivido treinta y nueve años más, habría añadido Die eiserne Jungfrau (La Doncella de Hierro), la siniestra dama forjada en Nürnberg (Alemania) para satisfacer las necesidades de La Santa Inquisición, y que en 1893 fue la protagonista absoluta de «The Iron Maiden», una historia corta escrita por Bram Stoker, el irlandés de Cluain Tarbh que cuatro años después vampirizo la leyenda negra que rodeaba a “El Empalador” para dar vida a El Conde Dracula.


En el gélido invierno de 1431, en el pueblo de Sighisoara, nació un segundo hijo de Vlad Drácul, voivoda de Transilvania. Lo bautizaron como Vlad y al igual que a su hermano mayor le dieron el apellido Drácul - a: “Hijo de Drácul”. En su lengua, la “limba romana” significa “el dragón”. O “El Demonio”. Así que Vlad Drácula era el Hijo del Demonio…

En su vida adquirió otros títulos. Voivoda de Ungro – Valaquia. Señor de Amlas y Fagaras. Hermano de la secreta fraternatis draconem: la Orden del Dragón. Los suyos lo llamaban Vlad Ţepeş. Sus enemigos turcos lo llamaban Kaziklu Bey. Los dos nombres significaban lo mismo: El Empalador.

La tierra que conquisto y perdió y gobernó fue Valaquia, la provincia central de la actual Rumania.

Atrapados entre el reino húngaro en expansión cuyos ejércitos eran dirigidos por János Hunyadi “El Caballero Blanco” y los arrolladores turcos liderados por Mehmed II Fatih “El Conquistador”, entre La Media Luna y La Cruz, se esperaba que los príncipes valacos fueran sumisos vasallos de estos o de aquellos.


Dracula tenía otras ideas. Otras maneras de ejecutarlas.

Muerto finalmente en batalla en 1476, le cortaron la cabeza y se la mandaron de regalo a su más enconado enemigo, Mehmet, sultán de los turcos. La clavaron en una estaca sobre los muros de Constantinopla. Allí se pudrió.

Algunos lloraron su muerte; no la mayoría.

Yo no lo juzgo. Dejo eso en manos de quienes oyeron su última confesión…y, por supuesto, en las tuyas, lector.

Así es como empieza “Vlad: La última confesión de Dracula” novela escrita por C.C. Humphreys, autor canadiense que ha conseguido grandes éxitos de crítica y público gracias a la saga de novelas sobre Jack Absoluteel 007 de 1770 – y a “A Place Called Armageddon”, obra esta que da el parte de guerra del infierno en la tierra que fue el asedio al que, en el año 1453, fue sometida Constantinopla por parte de los 100.000 soldados que integraban el ejercito de Mehmed II Fatih.


Transilvania, 1501, veinticinco años después de la muerte de Vlad Drăculea, en el castillo donde este paso los últimos años de su vida, Janos Horvathy, conde de Pecs, y Domenico Grimani - cardenal de Urbino y representante del Papa Sixto IV en la corte de Matías Hunyadi o Matías I Corvino (Corvín Mátyás o Hunyadi Mátyás en hüngaro) - asisten a un acto durante el cual las tres personas que más cerca estuvieron del Voivoda de Ungro – Valaquia durante su tormentosa existencia dan parte de los actos que este llevo a cabo en vida, y en virtud de los cuales El Representante de Dios en La Tierra deberá decidir si le da el perdón divido y permite que La orden del Dragón vuelva a convertirse en la vanguardia de Cristo, en la fuerza de choque encargada de liderar a los estados de Los Balcanes en La Guerra Santa cuyo objetivo es apartar de la garganta de Roma la cimitarra otomana.


Salido de la oscuridad de una lóbrega y fría mazmorra llega Ion Tremblac, un antiguo caballero que hace cinco años fue encerrado en ella por haber traicionado a Vlad, a su mejor amigo, al hombre al que acompaño desde la infancia, cabalgando con él estribo con estribo en la caza y en la guerra, y con el que compartió el sufrimiento de la tortura y el dulce sabor de la victoria conquistada en el campo de batalla.

La segunda es Ilona Ferenc, una mujer mitad húngara y mitad valaca que tras vivir junto a Vlad una juventud gobernada por los pecados de la carne sufre los rigores de la dura vida monacal tras las cuatro paredes de un convento, convento este en el que, por fortuna para ella, no hay espejos capaces de devolverle la estremecedora imagen que es para ella ver su cuerpo marcado por las cicatrices de las terribles heridas que le dejo en él el hombre que en otro tiempo lo cubrió de caricias.

Por último, tras ser atrapado por los hombres que le persiguieron como una alimaña hasta la cueva en la que vivía como un ermitaño, hace acto de presencia el hermano Vasilie, el santo varón que en calidad de confesor, oyó de labios de Vlad las atrocidades que este cometió en nombre de Dios y gracias a las cuales, a parte de convertir sus dominios en una sucursal de El Infierno en La Tierra, justificaron con creces que fuera conocido como El Hijo del Demonio.

En 1444, a raíz de las buenas relaciones existentes entre János Hunyadi “El Caballero Blanco” húngaro - el mayor enemigo de los turcos – y Vlad Dracul (1390 - 1447), el señor de este último – el sultán Murat II (1404 – 1451) – tras citarlo en Gallipolli y atarlo a la rueda de una carro, consigue que acceda a pagarle un tributo anual en oro y que entregue a sus hijos como rehenes.

Será así como, contando con 13 y 7 años de edad respectivamente, la enderun kolej de Edirne, capital del Imperio turco, se convierte en el hogar de Vlad y Radu cel Frumos (Radu el hermoso), el cual, para desgracia de su hermano mayor, años después será definido por Mehmed II Fatih como un amante capaz de dar mas placer que la más dulce de las prostitutas.

Convencido de que su kismet (destino) es convertirse en el guerrero que aniquilará a las hordas del Imperio Otomano, Vlad dedicara todo su tiempo y empeño en conocer a su enemigo, “táctica” esta cuya “validez militar”, años después, quedo plasmada en la máxima Resulta mucho más fácil defenderse de los turcos a quien esta familiarizado con ellos que a quien no conoce sus costumbres, máxima esta que aparece en las memorias de Konstantin Mihailović, un serbio de Ostrovica que siendo niño, tras la conquista del castillo de Novo Brdo por parte de las fuerzas del sultán Mehmed II Fatih, fue reclutado y adiestrado por los turcos para que formase parte de las filas de Los Jenízaros, las unidades de élite al servicio de La Sublime Puerta.


Por desgracia para Vlad, los días durante los cuales - junto a otros niños cristianos a los que los turcos tienen como rehenes para sofocar el ardor guerrero de sus padres - asiste a clases de aritmética, lee el Corán y se somete a un duro entrenamiento físico, tocan a su fin cuando secuestra a Iliona, una niña destinada a ser una de las mujeres destinadas a complacer sexualmente a Mehmet.


La tamaña osadía por cortesía de la cual la mencionada joven se salva de ver como se consumen sus días bajo la atenta mirada de los eunucos que la vigilan a ella y al resto de concubinas que moran en los lujosos aposentos del Harîm será la culpable de que su salvador sea trasladado a Tokat, una ciudad situada en la región central del Mar Negro (Anatolia) y en la que tiene su sede el kolej donde será receptor de unas enseñanzas de naturaleza más práctica.

Y es que será allí donde, por cortesía de Mahir “el experto” y Wadi “el tranquilo”, aprenderá todo lo concerniente a la filosofía del tormento, la cual – a parte de la obtención de información – tiene como objetivo conseguir que los alaridos de dolor arrancados al torturado dejen claro el alto precio que pagaran todos aquellos que osen negarse a hincar las rodillas en tierra y doblar la cerviz ante el Sultán.

Cualquier imbécil puede infligir dolor, príncipe, pero solo un  hombre hábil lo puede mantener. En eso es como cualquier arte. Se pulsan de tal manera las cuerdas de un laúd que sus armonías vibran en el aire. No puntuamos ni enfriamos las notas, interrumpiendo la maravilla. Tratamos de que se prolonguen. - Wadi “el tranquilo”, dixit

Será en Tokat donde Vlad, un soleado día de primavera, aprenderá “la técnica coercitiva” gracias a la cual grabo su nombre en la historia de la infamia, y que, tal como le indicará el historiador y filosofo que tiene por maestro, en el año 701 antes de Cristo el poderoso Sennacherib, rey de los asirios, práctico con los israelitas tras la caída de Lachish.


En Diciembre de 1448, traumatizado por su estancia en la fortaleza de Tokat, Vlad se convierte en Voivoda de Valaquia, empezando así una etapa de su vida durante la cual, a parte de hacer frente a las cimitarras de los infieles, deberá proteger su espalda de los puñales empuñados por los que cristianos que desean arrebatarle el trono. Por fortuna para él el mencionado guerrero  hallara un merecido descanso entre los brazos de Ilona (Estrella), la mujer cuyo recuerdo fue el luminoso rayo que impidió que fuera devorado por la oscuridad que le rodeo allí donde le inculcaron con sangre la máxima: Torturamos a los demás para que los demás no puedan torturarnos.

Entonces empezó a besarla, a besarla con pasión, con besos de hombre joven. Y ella, a quien habían enseñado mil maneras de complacer al sultán, pronto se olvidó de casi todas. Casi todas. Porque en la casa de la calle Rahiq le habían advertido de la urgencia de los deseos de los hombres, la prisa por satisfacerlos. Le habían dicho que muchos hombres después se sienten tristes, y ella ya había visto suficiente tristeza en los ojos de su príncipe para saber que cuando volviera lo arrastraría de nuevo a su causa: una familia que no había sido vengada, un trono obtenido y perdido. Pero por el momento ella lo mantuvo allí, delante del fuego…

Gracias a la extraordinaria labor de documentación llevada a cabo por C.C. Humphreys, durante el fragor de la lectura de esta apasionante y estremecedora lectura, descubriremos que los mercenarios que hoy en día matan en Irak a sueldo de compañías de seguridad privadas y al morir se reagrupan en El Infierno, son descendientes de los que hace siglos tomaron parte de batallas como la que se libro durante el asedio de Constantinopla, la ciudad que era conocida como La Roma del Este y que el 29 de mayo de 1453 cayo derrotada gracias en buena medida a los estragos provocados en sus murallas por las balas de piedra de hasta 76 centímetros de diámetro y 680 kilos que eran vomitadas por La Gran Bombarda Turca, esa poderosa arma de nueve metros de longitud y dieciocho toneladas de peso que fue forjada en bronce siguiendo las indicaciones de Orban, un reputado artillero húngaro.

Mehmet volvía a ser sultán. Y tenía las manos libres para intentar cumplir el sueño de ser el nuevo Alejandro, el nuevo César. Se preparo bien, durante un largo tiempo, reunió un enorme ejército, hizo traer al mejor artillero del mundo, que construyo el cañón más grande jamás visto…

Y el cañón fue forjado por alemanes de este lado de la frontera, en Sibiu, mientras los serbios mandaban mineros a cavar las murallas de Constantinopla, que los valacos escalaron al compás del tambor kös…


El Empalamiento, la técnica que le enseñaron los turcos y que estos a su vez aprendieron de los alemanes que lo aplicaban siguiendo la Ley de Iglau, y parte de ser utilizado para provocar que la caballería otomana sedienta de sangre cristiana huyera despavorida al ver ese macabro espectáculo que eran Los bosques de empalados que Vlad plantaba a su paso, sirvió al regente de Valaquia para evitar que la que fuera la encrucijada del mundo siguiera siendo saqueada por los boyardos (nobles terratenientes), esa clase de hombres a los que les importaba poco su país y nada su príncipe. Que se arrodillaban ante Dios y después violaban todos sus mandamientos. Que creían que el sacrificio hecho por Jesús en su día era para dar esperanza a los esclavos y así tenerlos tranquilos hasta que llegaran sus amos.


Me gusta que el pueblo viva con certezas. Que sepa su sitio en El Reino de Dios. Que obedezca, sin rechistar, las leyes que yo hago en Su nombre. Y que si deja de obedecer será castigado de tal manera que hará pensar a otros antes de pecar, o no pecar en absoluto. Esta exposición que Vlad hace a su confesor sobre su forma de aplicar justicia da buena Fe de que “la piedad” no tenía cabida en su vocabulario.

Buena prueba de ello fue la suerte que corrió el ladrón que robo La copa de oro que Vlad puso en una fuente de la plaza de Târgovişte (capital de Valaquia) para que todo el mundo bebiera en ella. Y es que meter la dorada y valiosa pieza de artesanía en su alforja provoco que en el cuerpo del ladrón y en el de sus familiares fueran introducidas romas estacas.

Maniobrar para conseguir que la corona que adornaba la cabeza de Vlad pasará a la suya fue lo que motivo que en el año en 1460 el voivoda usurpador Dan fuera decapitado al finalizar una macabra ceremonia durante la cual este último fue obligado a cavar su propia tumba y asistir a sus propios funerales.


El hecho de que fuera un autentico psicópata capaz de las mayores atrocidades no estaba reñido con que fuera un hombre valiente, circunstancia esta que queda clara con el parte de guerra que se nos en el capítulo que narra la batalla librada en el bosque de Vlasia y en que Vlad - a lomos de Kalafat y dando zarpazos a diestro y siniestro con esa poderosa espada de mano y media bautizada como La Garra del Dragón – dirigió a los cuatro mil hombres que, sin temor en la mirada y con total desprecio a la muerte, cargaron contra el campamento de Mehmed II Fatih a pesar de que en el les esperaba una fuerza de combate de hasta cien mil efectivos y entre la que se encontraban unidades tan letales y experimentadas como la infantería yaya de Anatolia, los akincis, invasores llegados de las tierras de Tartaria, los belerbeys de las provincias, los guerreros sipashis de Rumelia, Egipto y las orillas del Mar Rojo, las ortas de Los Jenízaros y los peyks, soldados a los que les han extirpado el bazo para que tengan un temperamento más conciliador.


Una de las mayores atrocidades ejecutadas por Vlad será la causante de que la delgada línea que separa El Amor y El Odio sea cruzada por su hermano de armas, Ion, el hombre cuyo cuerpo esta jalonado de cicatrices que dan fe de las veces que le salvo la vida en callejones y en el campo de batalla.

Las ovaciones, las risas y los brindis continuaron, y los hombres abandonaron la mesa formando un grupo. Ion se unió a las ovaciones y rio. Pero se le revolvía el estomago pese al vino que bebió para convencerse de que se encontraba donde debía, junto al Dracula correcto. Cuando se aseguro de que ninguno de los borrachos lo observaba, abandono la tienda.

Se dirigió a la orilla del río, se inclino y vomito hasta vaciar el estomago, tenia la boca llena de bilis. Era amarga, el sabor de su traición al aparecer, así que no se la quito de los labios.

Transcurridos los años, seremos testigos de cómo Vlad se convierte en un tipo dominado por la amargura que le provocan los panfletos que hablan de atrocidades ejecutadas por él – tanto ficticias como reales – y que han sido distribuidos por Los Dragones que un día fueron sus hermanos y que han acabado traicionándolo.

¿Quién es como La Bestia?, ¿Quién es capaz de hacerle la guerra?. El Apocalipsis. Lo leo constantemente, porque nos dice que si El Diablo queda en libertad, miles le seguirán, lo imitarán, incluso procurarán superarlo. El Diablo…o El Hijo del Diablo. Y todos los que me condenaron en estos escritos con fines propios, también saben que lo siguiente es verdad: cuando La Cruz de La Cruzada se eleva por encima de las hostias, La Bestia acude y se cobija debajo. Y entonces todos hacen cosas que otros quizás…cuestionen.

Asi que me han convertido en una historia para divertir a burgueses gordos durante la cena, y para acallar a sus hijos y asustarlos cuando se niegan a dormir. Todo lo que hice, todas las medidas que tomé por Valaquia contra los ladrones, los traidores y Los Infieles se reduce a esto. Yo, reducido a ser un monstruo chupasangre.

Tras la lectura de las 431 páginas de las que consta la novela, algunas de las cuales contienen párrafos de gran crudeza, se puede afirmar que estamos ante una extraordinaria aproximación al hombre que – a pesar de su leyenda negra – es un héroe para muchos rumanos por su forma de mantener la ley y el orden, “pilares” estos que mantuvo firmes gracias a sus “hazañas”, las cuales consiguieron lo que parecía imposible, superar lo hecho por Gilles de Rais (1404 - 1440), ese otro soldado de Dios cuya negra barba de azulados reflejos hizo que lo llamaran «Barba Azul», y que, a raíz de lo acontecido durante la aciaga hora en la que "La muerte del amor" fue certificada por el fuego de la hoguera que devoro el cuerpo de La Doncella de Orleans junto a la cual combatió contra los ingleses, convirtió el castillo de Tiffauges (Bretaña) en un infierno sin llamas para los 1.000 niños de entre 8 y 10 años que secuestro y torturo tras sus cuatro paredes.




Dicho esto, cabe afirmar que si bien en ocasiones hay que dar la razón a la máxima “Cualquier tiempo pasado fue mejor”, otras veces – sobre todo cuando echamos un vistazo a lo acontecido durante los oscuros días dominados por la brutalidad, la depravación y el fanatismo religioso - es manifiestamente discutible tal afirmación. Y es que, aunque cada amanecer los países de La Vieja Europa, en mayor o menor medida, son sodomizados por Los Mercados, por fortuna para nosotros la raza humana ha evolucionado lo suficiente como para no volver a “parir” a gobernantes que pongan firmes a sus gobernados valiéndose de romas estacas introducidas por el recto.

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