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jueves, 22 de marzo de 2012

El hombre es un “caminante” para el hombre


Con el final de “Perdidos”, perdidos y a la deriva estábamos en el proceloso mar televisivo aquellos a los que nos había calado hondo la extraordinaria serie creada por JJ. Abrahams, Jeffrey Lieber y Damon Lindelof. Afortunadamente para los que el 23 de mayo de 2010 al decir adiós a nuestros “amigos perdidos” sentimos que algo se nos moría en el alma, el 5 de Noviembre llego a nuestras vidas “The Walking Dead” serie que consiguió algo que parecía imposible: hacernos ver que había vida más allá de La Isla.


Si bien es muy difícil que algún día las huellas dejadas en las arenas de nuestro corazón por Kate, Jack, Swayer, Hugo y demás pasajeros del accidentado vuelo 815 de Oceanic Airlines lleguen a ser completamente borradas, lo cierto es que, a medida que avanzaba la primera temporada de la serie creada por Frank Darabont a partir de la serie de cómics homónima creada por Robert Kirkman y Tony Moore, aprendimos a respetar, a valorar y a tener en muy alta estima a Rick, Shame, Dale y el amplio abanico de personajes que, de la noche a la mañana, dejando de lado su estatus social, color de piel o creencias políticas se vieron obligados a recorrer el mismo camino huyendo de “Los Caminantes”.


Con motivo del final de la segunda temporada de “The Walking Dead” es este un buen momento para hacer balance de los 13 episodios que la han integrado, episodios estos de los que - parafraseando a Thomas Hobbes – se podría extraer la conclusión: El hombre es un “caminante” para el hombre.

Al final de «TS-19», capítulo con el que se cerro la primera temporada, fuimos testigos de como mientras que unos – presas de la desesperación – se decantaban por dejar que, en solo un milisegundo, Explosivos de Alto Impulso Termoquímico, tras convertir el aire en fuego arrasador, devorasen el CDC (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades) y pusiesen fin a toda tristeza, a todo dolor, a todo lamento, a todo, otros - apelando a Miguel de Unamuno “Jamás desesperes, aún estando en las mas sombrías aflicciones, pues de las nubes negras cae agua limpia y fecundante” – optaban por no perder la esperanza y abandonar el mencionado recinto a sabiendas de que mientras estuviesen vivos – fueran a donde fueran – al menos durante unos días, entre tanto horror y muerte, podrían abrazar a los suyos, entablar relaciones afectivas con un desconocido, en fin sentirse reconfortados por esos bellos sentimientos que son el amor y la amistad, y que, al fin y a la postre, son los que nos hacen verdaderamente humanos y nos diferencian de los muertos vivientes…


Antes de que acabase «Lo que queda por delante», capítulo con el que se abrió la segunda temporada, fuimos conscientes de que la solidaridad y lealtad que hasta entonces habían mantenido al grupo, inevitablemente, más pronto que tarde, serían devoradas entre las fauces del instinto de supervivencia.

A parte de esto último, durante la última temporada en todos y cada uno de los episodios – en mayor o menor medida – se han entablado debates éticos y morales sobre hasta donde esta cada uno dispuesto a llegar para salvar el pellejo, o mejor dicho el pellejo y esas zonas blandas ricas en grasas que tanto gustan a “Los Caminantes”.

Por si fuera poco atractivo lo anteriormente mencionado, el drama se ha reforzado con la entrada en escena de nuevos personajes, personajes que con sus filias y sus fobias han contribuido a hacer aún más atractivo el producto.

Sin duda alguna uno de los mejores personajes de la segunda temporada es Hershel Greene (Scott Wilson) un hombre extremadamente religioso que un bendito día cambio la botella de whisky por La Sagrada Biblia, y que a raíz de ello vive siguiendo los mandamientos de Dios, mandamientos estos que le impiden acabar con la vida de los “no – muertos” dado que según él no son monstruos si no personas enfermas presas de un mal para el que, tarde o temprano, se hallara una cura.


A raíz de la entrada del grupo liderado por Rick Grimes (Andrew Lincoln) en la granja propiedad de Hershel, se darán una serie de enfrentamientos entre los que han llegado huyendo de El Infierno en La Tierra y los que, aislados del mundo exterior por un frondoso bosque, viven en su pequeño Reino de Los Cielos.

Hershel, a parte de ver como su empeño en seguir a rajatabla el Quinto Mandamiento “No matarás” le acarrea enfrentamientos con sus invitados será testigo de como el bendito fruto del vientre de su fallecida esposa se convierte en objeto de deseo de uno de los que ha comprobado que para salvarse, en lugar de rezar, lo que hay que hacer es reventar cabezas con lo que sea.

El romance entre Glenn (Steven Yeun) y Maggie Greene (Lauren Cohan), unido al embarazo de Lori Grimes (Sarah Wayne Callies), sirven a los guionistas para hacer un canto a la esperanza, y mostrar que razón tenía el actor George Chakiris cuando dijo: ‎"Por muy mal que se pongan las cosas, siempre hay un lugar para el amor y la esperanza."


Como no podía ser de otra manera, a medida que avanza la segunda temporada, todos y cada uno de los personajes que conocimos en la primera temporada, poco a poco van mostrando sus claros – oscuros.

Rick Grimes (Andrew Lincoln) como buen agente al servicio de la ley que es sigue sirviendo y protegiendo al grupo al que se ha visto obligado a liderar, grupo que para su desagrado empieza a cuestionarse sus decisiones, decisiones estas que muchas veces toma anteponiendo el bien común al bien de su hijo Carl (Chandler Riggs) y su esposa Lori (Sarah Wayne Callies).


Es Lori precisamente la que muestra su cara menos dulce y amable cuando calienta la cabeza a Rick con afiladas palabras cuyo propósito es convencer a este para que “elimine” a Shane Walsh (Jon Bernthal), su mejor amigo, y con el que ella – durante la desaparición en combate de “su hombre” - mantuvo un affaire ocasional quizás empujada por la necesidad de tener a su lado un “macho alfa” que la protegiese a ella y a su hijo.

Shane Walsh (Jon Bernthal), a parte de rivalizar con Rick por culpa de Lori, lo hará por el liderazgo del grupo circunstancia esta que le llevará a postular su candidatura al mando llevando a cabo una serie de acciones cuyo objetivo es demostrar que su fortaleza y falta de escrúpulos morales garantizarán mejor la supervivencia de todos.

El empeño de Shane en quebrantar las reglas y leyes que, antes del apocalipsis zombi, impedían que los hombres se equiparasen a las bestias, – a parte de enfrentarlo con Rick – le enfrentará con Dale Horvath (Jeffrey DeMunn), un tipo en el otoño de su vida que a diferencia de él no ha nacido para vivir en ese Nuevo Mundo Salvaje, y que se niega a permitir que cuando el mundo se vaya a la mierda le arrastré con él.


Sin duda alguna es en el extraordinario capítulo «Juez, jurado, verdugo» donde Dale Horvath se muestra en estado puro gracias al alegato que hace en defensa de la vida de un “extraño” al que el resto de los miembros del grupo están dispuestos a ejecutar para evitar que este revele a los suyos la existencia de la granja.

Es de agradecer el valor que han tenido los artífices de la serie al utilizar el show para alentar el debate en torno a un tema tan peliagudo y polémico como es la pena de muerte. Y es que pocas veces se había visto en televisión un análisis tan frío de lo que supone jugar a ser Dios y arrebatar a sangre fría la vida a otro ser humano.

Pese a lo atractivos que son todos y cada uno de los roles citados anteriormente, es imposible no quitarse el sombrero ante Daryl Dixon (Norman Reedus), un personaje que en lugar de recorrer el camino que va hasta el corazón de las tinieblas, pone todo su empeño en librarse del lastre que le impedía mantener relaciones cordiales con sus compañeros de infortunio, compañeros entre los que se haya Carol Peletier (Melissa Suzanne McBride).


Será Carol, una mujer débil y destrozada por la desaparición de su hija, la culpable de que Daryl demuestre que - a pesar de la influencia que tuvieron sobre él las enseñanzas de su fascistoide hermano Merle Dixon (Michael Rooker) – no es un alimaña antisocial como este último, e incluso es capaz de empatizar con el dolor ajeno, y, dejando de lado su dureza, mostrarle su lado más sensible entregándole una Rosa Cherokee, la rosa que – según cuenta la leyenda - germino en memoria de los niños que murieron de insolación, hambre y enfermedades durante “El Sendero de Las Lágrimas”, nombre dado al arduo camino que, en el año 1831, a lo largo de 1285 Km. el mencionado pueblo indio se vio obligado a recorrer a pie hasta las reservas donde serían confinados, y que 181 años después bien podría definir al trayecto que Daryl y sus compañeros están recorriendo en busca de un lugar donde tener sentimientos de humanidad sea aún posible.



«Junto al fuego que se extingue», último capítulo de la temporada y durante el cual se desvanece el sentimiento de seguridad que tenía el grupo gracias a esa granja que poco a poco se había convertido en su nuevo hogar, bien podría servir para describir la situación económica mundial, esta desagradable situación que nos ha tocado vivir y durante la que, por culpa de Los Mercados (Los Caminantes), a parte de irse al traste el mundo que conocíamos, seremos testigos de cómo unos pocos - Alemania y Francia (Rick Grimes) - tomaran amargas decisiones que el resto de supervivientes (Los PIGS) nos veremos obligados a acatar a sabiendas de que fuera del grupo nuestra vida no tendrá ningún valor.

domingo, 18 de marzo de 2012

También John Carter contribuyo a que me sintiera tan feliz como un niño otra vez


Uno de los recuerdos más gratos de mi niñez es aquel en el que cogía a doce de mis Playmobils y, tras formar dos equipos, hacía mi “versión libre” del partido que Mi Estimado Progenitor veía en la tele.

Aquellos partidos – narrados por José Ángel de la Casa (de la Casa Blanca) con la profesionalidad y sapiencia futbolística que siempre le caracterizo – cobraban especial interés para el autor de mis días cuándo uno de los equipos contendientes estaba formado entre otros por Schuster, “Talín” Alexanco, “Lobo” Carrasco, Gary Archivald y Miguel Bernardo Bianquetti, jugador este último que dado el coraje y pundonor del que hacía gala en el terreno de juego fue bautizado por la afición culé con el apodo “Tarzán Migueli”, apodo este que consiguió despertar el interés en mí hacía su figura debido en buena medida al echo de que dicho sobrenombre lo emparentase con el personaje que 1912 salió de la pluma de Edgar Rice Burroughs, y que años mas tarde protagonizo un buen número de películas de aventuras, películas estas que fueron las culpables de algunas de mis horas más felices durante aquellos días en los que un servidor moraba en “Los paraísos perdidos”.


Con el transcurrir del tiempo, a medida que aquellos maravillosos años - durante los cuales la seguridad y felicidad, por cortesía de los cuidados de mama y papa, eran mis compañeras de juego – daban paso a malos tiempos para lirica, un servidor cada vez tenía más claro que nunca jamás volvería a ser tan dichoso como el niño que con los ojos como platos veía aquellas películas en las que el inolvidable Johnny Weissmüller, metido en el traje y la piel de “El rey de los monos”, protagonizaba apasionantes aventuras, aventuras durante las cuales era acompañado por la fiel Chita, aquella mona tan mona que en realidad era un chimpancé macho.


Casi tres décadas después, un servidor – el cual, “Sesión de tarde” mediante, aprendió que la frase “pobre diablo” era la forma más educada para despedir a un porteador negro cuándo este caía a un precipicio o acababa entre las fauces de un león - recordó todos aquellos momentos llenos de alegría mientras esperaba el comienzo de “John Carter”.

Y es que dicha película – a parte de por el echo de tener como protagonista absoluto a otro personaje creado por Burroughs – entronca bien con aquellos tiempos en los que el pequeño salvaje que yo era profería el distintivo grito de Tarzán, debido a que ha llegado a mi vida justamente cuándo - como cantaría la banda creada por Axel Rudi Pell – me siento “Como un niño otra vez” por cortesía de una doncella guerrera surgida de Bochum, ciudad germana de la que es oriundo el guitarrista mencionado anteriormente.



En una sala abarrotada por “tiernas criaturas”, mientras me preguntaba ¿Dónde esta Herodes cuándo lo necesitas?, y mi corazón latía henchido por la felicidad que embargaba el de los caballos salvajes que corrían libres por las praderas de Arizona, y sobre cuyos lomos cabalgaban los indios apaches contra los que – enrolado en Séptimo de Caballería de los EE. UU. – combatió Edgar Rice Burroughs, a lo largo de 132 minutos tuve el placer de visionar un más que aceptable divertimento que toma como base “Under the Moons of Mars” (Una princesa de Marte), la novela con la cual, en 1917, el de Chicago comenzó la serie marciana, su serie más extensa y famosa después
de Tarzán.


Andrew Stanton, guionista y director de cine de animación que en 2003 y 2008 gano el Oscar a la Mejor Película de Animación por “Buscando a Nemo” y “WALL•E” – películas que fuerón hechas para niños y que, al final y a la postre, conquistaron el corazón de los mayores – ha sido el elegido por Walt Disney para poner en marcha una nueva franquicia revientataquillas, franquicia que – dado la escasa taquilla que hasta la fecha esta cosechando – va camino de tener una muy corta vida, y de paso poner fin a la carrera de Stanton dentro del cine de imagen real.


A raíz de la muerte de su tío – el millonario John Carter (Taylor Kitsch) – el joven Edgar Rice Burroughs (Daryl Sabara) se traslada hasta la mansión de este para asistir a su sepelio. Una vez allí descubrirá que es la persona elegida por su pariente para leer el diario que este escribió durante sus últimos años de vida, años en los que dedico su esfuerzo y su inmensa fortuna en buscar todo lo relacionado con una extraña civilización.


A medida que pasa las paginas del diario – con una mezcla de fascinación e incredulidad – descubre que su tío – un veterano de la Guerra de Secesión Norteamericana – como tantos otros miles de hombres cayo victima de la fiebre del oro, fiebre esta por culpa de la cual acabo recorriendo peligrosos e inhóspitos territorios, territorios en los que – a diferencia de otros buscadores – en lugar de encontrar la muerte encuentra la puerta de entrada a un maravilloso universo, un universo a millones de años luz de la tierra.


Tras despertarse del viaje alucinante que lo ha llevado desde una fría cueva hasta un inmenso y ardiente desierto, Carter descubre para sorpresa suya que nada tiene que ver con su patria ese lugar donde, por cortesía de la diferencia gravitacional, su fuerza muscular ha aumentado, y con un simple salto puede desplazarse centenares de metros.


Por si fuera poco tan sorprendente acontecimiento, Carter vera aumentada su estupefacción al contactar con los Tharks, unos extraños seres de cuatro metros de altura y color verduzco liderados por Tars Tarkas, personaje este al que da vida Willem Dafoe, el veterano "actor de caracter" que gracias a su extraordinaria composición del compasivo sargento Elias Grodin en “Platoon” (1986), consiguio que fuéramos muchos los que deseáramos morir hincando las rodillas en tierra y alzando los brazos al cielo mientras a nuestro alrededor las palmeras de la selva vietnamita eran agitadas por las hélices de los helicópteros de transporte Bell UH-1 Iroquois.


Sin lugar a dudas la llegada de Carter al campamento de los Tharks nos brinda los momentos más memorables de la función por retrotraernos a esas películas del oeste de nuestra infancia en las que los rostros pálidos se jugaban su cabellera al hacer entrada en los campamentos donde moraban los salvajes pieles rojas.

Cabe destacar también que – todo aficionado al cine bélico de los 80, sección Guerra de Vietnam – verá en el duelo entablado entre Tars Tarkas (Willem Dafoe) y Tal Hajus (Thomas Haden Church) un velado “homenaje” al que en su día protagonizaron el anteriormente mencionado sargento Elias Grodin y el sargento Bob Barnes (Tom Berenger) en el oscarizado film de Oliver Stone.


Carter, gracias a sus captores, descubrirá que en Barsoom – nombre dado al planeta Marte por sus habitantes – se esta librando una guerra civil entre los Heliumitas y los Zodangans, raza esta última que cuenta con el apoyo de los Therns, una especie de brujos que actúan en la sombra.

Aunque a raíz del conflicto militar en el que combatió bajo la bandera de los Estados Confederados de América, y durante el cual perdió a las personas que más amaba, John Carter se ha convertido en un tipo solitario que no tiene a nadie por quien merezca la pena luchar y morir, la amenaza que se cierne sobre sus nuevos “amigos” y, sobre todo y ante todo, la Princesa Dejah Thoris (Lynn Collins) le empujarán a tomar partido por los Heliumitas, los compatriotas de esta última.


A parte de los cientos de millones invertidos para poner en marcha este colosal espectáculo visual en el que interactúan actores de carne y hueso con criaturas creadas con la técnica CGI (Animación Gráfica Digital), cabe destacar del film el echo de que sea inevitable entablar paralelismos con “StarWars”, la saga creada por George Lucas, y que – a pesar de saltar a la pantalla grande 35 años antes que John Carter – debe mucho al “universo marciano” creado por Burroughs.

Además de los combates entre naves espaciales y la irrupción en escena de monstruos cuyo plato preferido es la carne humana, “John Carter” se puede definir como un “revival” de la del creador de ILM (Industrial Light & Magic) debido a que los protagonistas principales de esta última tienen su particular “avatar” en la cinta de Stanton.


Si bien sería simplemente impresentable afirmar que el sustituto natural del “duro” Harrison Ford es ese guapito de cara llamado Taylor Kitsch, no lo sería asegurar que a Han Solo sólo lo diferencia de John Carter la criatura junto a la cual reparte mamporros puesto que, al fin y a la postre, ambos son unos buscavidas, sin patria ni bandera, que únicamente velan por sus propios intereses y saben defenderse de cualquier enemigo independientemente de la raza a la que pertenezca este.


A pesar de las claras diferencias entre las “ensaimadas” con las que - por aquella galaxia muy, muy lejana - la Princesa Leia se paseo del brazo de los defensores de La República, y la melena “Porque yo lo valgo” que luce la Princesa Dejah Thoris, ambas damas son un par de mujeres de armas tomar muy alejadas de aquellas otras que, en tantos films, a golpe de grititos de auxilio pedían al machito de turno que las salvase.


Aunque Sab Than, el villano de la función al que da vida Dominic West – el cual en “Centurión” (2010) encarno al General Titus Flavius Virilus al que sus hombres veneraban por ser “su anfitrión en el banquete, su maestro en la instrucción, su hermano de armas en las filas y el Dios al que encomendaban sus almas cuándo luchaban por su vida en el campo de batalla” – esta a años luz de Darth Vader, guarda en común con este su nula empatía por el prójimo y la cruzada emprendida para gobernar sobre el universo conocido, cruzada durante la cual no dudará en reducir a cenizas todas aquellas civilizaciones que se nieguen a vivir bajo su yugo.


Por último, si en la saga “La Guerra de Las Galaxias” gracias a Lord Sith era el encargado de inocular en el corazón negro de Darth Vader el odio necesario para mantener a este cautivo de El Lado Oscuro, en “John Carter”, Sab Than tiene como consejero espiritual a Matai Shang (Mark Strong), miembro este de una orden de monjes que desde tiempos inmemoriales tienen por cometido gestionar la destrucción de los planetas.


Finalizado el extraordinario divertimento que es “John Carter”, a raíz de la dicotomía en la que este se ve inmerso – volver a La Tierra - al planeta al que pertenece y donde para él la ilusión y la esperanza murieron cuando lo que mas amaba murió - o quedarse en Marte, un extraño lugar donde todo le es desconocido y en el que puede volver a apreciar el significado de lo que muchos ilusos afirman que hace girar alrededor de su eje a los planetas del sistema solar – se puede extraer como conclusión que la patria de un hombre no es ese trozo de tierra en el que nació y por el que – si fuera preciso – debería morir cantando a voz en grito el himno nacional, la patria de un hombre – tarde o temprano – es ese lugar donde mora la persona amada, y al que, antes de marcharse ya quiere volver, a sabiendas de que allí aunque sea un simple soldado raso aterrorizado y desarmado, gracias a ella, se sentirá como si fuera un general capaz de vencer a sangre y fuego a cualquier enemigo en el campo de batalla.

"Nuestro amor es el hogar, y el hogar pueden abandonarlo nuestros pies pero nunca nuestros corazones." (Oliver Wendell Holmes)

jueves, 8 de marzo de 2012

Efemérides: Cuando “Das Krieger Mädchen” se AVALANCHo sobre mis dominios


En el año 1187 de Nuestro Señor Jesucristo, los Caballeros Templarios que tenían la ardua misión de defender las murallas de Jerusalén - minutos antes de que el acero de sus espadas chocase con el de las cimitarras de los casi sesenta mil sarracenos comandados por el bravo Salah al - Din que pretendían recuperar para El Islam el “El Reino de los Cielos” – hincaron sus rodillas en tierra, y, alzando la vista a El Cielo, dejaron que de sus bocas salieran las siguientes palabras:

«Tiñamos el mundo de rojo con el afilado corte de nuestras espadas, haciendo que las heridas del metal en nuestra carne, sean el beso de DIOS en nuestras almas».

Ocho siglos y veinticinco años después – el 8 de Febrero del 2012 - a miles de kilómetros de la tierra que, por desgracia, por cortesía del fanatismo de uno y otro lado ha sido teñida de rojo con la sangre de cientos de palestinos e israelís, cierto caballerete – llegada la ansiada hora en la que nuevamente sus tropas volverían a cruzarse con las comandadas por su buena amiga “Das Krieger Mädchen” - antes de abandonar su humilde morada recito su particular oración antes de la batalla:

«Bruce Dickinson de mi vida, tu que eres heavy como yo, haz que cuando me halle frente a la noble dama junto a la cual, de aquí a La Eternidad, con el rostro bañado por el sol, me gustaría cabalgar por los verdes prados de El Eliseo, de esa bocaza mía no salgan ninguna de esas “gracietas carentes de toda gracia” con las que, en demasiadas ocasiones, en un alarde de osadía por mi parte he tentado a mi suerte».

Aunque ya ha transcurrido un mes desde “El Día – D”, y ya he creído pertinente dejar de buscar al tío de la cámara oculta, lo cierto es que alguna que otra vez me he despertado empapado en sudor por culpa de una pesadilla en la que sueño que fue un simple y dulce sueño esa gran hazaña bélica que fue conseguir que los Kommando Spezialkräfte, con el ruido y la furia de las balas perforantes «KTW» vomitadas por sus fusiles de asalto Heckler & Koch G36, se AVALANCHarán sobre mis dominios con el firme propósito de conquistarlos a sangre y fuego.

A tenor de cómo se desarrollaron los acontecimientos es inevitable rememorar los pensamientos que se agolpaban en mi cabeza meses antes. El 8 de Enero, teniendo por almohada la ventana del ALSA que me llevo hasta El Reino de Navarra para someterme a la selección de personal llevada a cabo por FAGOR EDERLAN TAFALLA, S.COOP., no pude evitar pensar que los “Mil Motivos” para alegrarme que me reportaría volver a ser un mercenario por un puñado de euros, palidecerían frente a uno solo, la tristeza que supondría para mi no volver a verla.



Echando la vista más atrás no sería descabellado pensar que “Vete a reírte de tu Santa Madre…” sería la respuesta que me habría dado a mi mismo si hubiera viajado en el tiempo para darme el parte de tan “gloriosa victoria” justo en el momento en el que - teniendo en mente a la doncella que surgió del frío de Bochum – le escribía a esta la carta del adiós sobre un “Papel roto”, papel cuyos pedazos no eran muchos mas grandes que aquellos a los que se quedaría reducido mi corazón cuando llegase el día que, en aquellos tiempos, yo más temía, el día en el que la susodicha me informaría de que por fin había encontrado al hombre digno de vigilar sus sueños.



Ese momento inicial del día, desde que empieza a aparecer la luz del día hasta que sale el Sol, conocido como “Alborada”, mas de una vez me sorprendió escuchando en mi IPOD esa balada que, en aquellos días extraños que precedieron a la más alta ocasión que vieron los cielos, puso letra y música al mayor de mis deseos: ser capaz de romper el armazón de hielo que protegía el tierno corazón de aquella de la que más de una vez fui el bufón de sus sonrisas, gracias en buena medida a que – en honor a la verdad – es un publico poco exigente capaz de reírse con esos comentarios jocosos míos que más de una vez han provocado sonrojo a esos queridos compañeros de armas míos a los que tengo el inmenso honor de poder llamar amigos.



Ahora que nuestra alianza militar es una realidad – y ya sabe la razón por la cual de vez en cuando me iba de farras con «Mis Demonios & Mis Fantasmas» – seguramente ya habrá captado el “mensaje subliminal” que encerraban los FOTOLOGs que le dedique, los textos que por cortesía de esas metáforas a través de las cuales la comparaba con los comandos de elite del Deutsches Heer, consiguieron que ella – rendida admiradora de la obra del gran Félix Lope de Vega y Carpio – pensase: Ist klar, “Los Poetas Han Muerto”



Uno que siempre tuvo una opinión sobre si mismo manifiestamente mejorable, no faltaría a la verdad si afirmase que desde hace un mes, al alzarse el Sol en el cielo sobre Gijón, aunque vea como a galope tendido se lanzan sobre él las feroces hordas lideradas por el paro y una cuenta corriente que no pasa por su mejor momento, el bravo corazón del “Pelayo” que hay en mí - gracias a tan valeroso y leal “Ángel de Guerra” – jamás será atenazado por el temor, y - hasta el día que la noble dama lo crea pertinente - guiara con precisión al brazo con el que empuñaré mi espada para despedazar con ella a todo aquello que ose atacar esa Santa Tierra que es, y será, la tierra donde ella este.



Dicho esto, dado que la moza en cuestión – al igual que Paco Camps – se puede jactar de tener muchas amiguitas del alma que la quieren huevo, hago saber a estas últimas que si algún día Los Dioses de La Guerra me confunden y provocan que se arrepienta del día en el que ordeno a sus unidades de choque que se AVALANCHasen sobre mí, no les guardare ningún rencor si – sesión de espiritismo mediante – tras conseguir que de las más oscuras tinieblas surja “Torquemada” convencen a este para que provoque que un servidor, tras ser sometido a las más variadas torturas, estremezca al cielo con alaridos de dolor capaces de “enmudecer” a los salidos de la garganta de acero de mi admirado Bruce Dickinson.

lunes, 5 de marzo de 2012

El cine es un gran invento


Si a finales de los 60, enfundado en el traje y la piel del alcalde de un pequeño pueblo de Aragón, el inolvidable Paco Martínez Soria descubrió que “El turismo es un gran invento”, yo, a mediados de los 80 – cuando supuestamente empecé a tener uso de razón – me di cuenta de que el cine es un gran invento.

Aunque los hermanos Auguste Marie Louis Nicolas Lumière y Louis Jean Lumière - inventores del proyector cinematográfico – dijerán en su día que «el cine es una invención sin ningún futuro», lo cierto es que el 22 de 1895 “La sortie des ouvriers des usines Lumière à Lyon Monplaisir” («Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir») dio el pistoletazo de salida a una carrera durante la cual – a lo largo de los últimos 117 años – los aficionados al Séptimo Arte nos hemos reído con las andanzas de Bud Spencer y Terence Hill; nos hemos emocionado al ver como el Terminator T-800 se despedia de su protegido con la frase “Sayonara, baby”; hemos deseado estar en los campos de Bannockburn y acompañar a los Highlanders que en el año 1314 de Nuestro Señor, tras luchar como poetas guerreros conquistaron su libertad; en definitiva, hemos tenido la ocasión de vivir otras vidas, y de paso olvidar esa dura realidad nuestra en la que los golpes duelen de verdad, y las balas de los cargadores de nuestras armas automáticas no son ilimitadas…

Martin Scorsese - uno de los directores que con las películas que dirigió hasta la fecha ya hizo sobrados meritos para que su nombre se escriba con letras de oro en la historia del cine – con “La invención de Hugo”, su última obra maestra, ha pretendido, y logrado, realizar lo que Elizabeth Weitzman (New York Daily News) definió como: "Una carta de amor al cine y al público, una invitación a soñar”

Paris, años 30: A la muerte de su padre, el pequeño Hugo Cabret (Asa Butterfield) acaba viviendo con su tío, un borracho que malvive en la estación de trenes de Paris, y cuyo cometido es asegurarse de que los relojes de la misma funcionen satisfactoriamente.


Solo y triste por la ausencia de su progenitor, Hugo dedica todo en su empeño e intentar resucitar a un autómata que un buen día el autor de sus días encontró abandonado.


Lo que en principio comienza como una apuesta personal – un tributo al hombre que le enseño todo lo referente al maravilloso mundo de las máquinas, y junto al cual, gracias a las lectura de novelas de Julio Verne, viajo hasta lejanas latitudes – se convertirá en una apasionante aventura, una aventura durante la cual tendrá una fiel aliada en Isabelle (Chloë Grace Moretz), una niña cuyos sueños son alimentados por los libros.


Durante la aventura protagonizada por Hugo e Isabelle, tendrá un protagonismo fundamental Georges Méliès (Ben Kingsley), tío de esta última, un viejo huraño que regenta una juguetería, y que vive atormentado por la tristeza que supuso para él no conseguir que las risas e ilusión que arrancaron las fantasías que creo para entretener al gran público no pudiesen hacer nada ante la tristeza y las lágrimas que dejo tras de sí la I Guerra Mundial, ese salvaje conflicto bélico durante el cual lugares como Verdún se convirtieran en sucursales de El Infierno en La Tierra.


A parte de los personajes mencionados anteriormente, en ese pequeño universo que es el hábitat de Hugo, tendremos ocasión de encontrarnos con personajes secundarios que hacen que la trama sea aún más deliciosa.

Personajes tan entrañables como la pareja formada por un par de ancianos que en el otoño de su vida, como si fueran un par de adolescentes, buscan, el uno en el otro, algo de calidez que haga más llevadera su solitaria existencia; el inspector de la estación (Sacha Baron Cohen) un hombre de carácter rígido e inflexible que esta empeñado en capturar a Hugo, y cuya minusvalía derivada de una herida de guerra le hace perder su templanza ante Lisette (Emily Mortimer), una florista que con sus flores trata de llevar a la estación la alegría que ella en parte perdió cuando su hermano murió en La Gran Guerra; por último, pero no por ello menos importante, esta Monsieur Labisse, un bibliotecario al que da vida el veterano y siempre extraordinario Christopher Lee, y que sirve al director de la función para rendir un sentido homenaje a los libros, los que son un amigo que espera cuando están cerrados y que al abrirlos unas veces nos enseñan cosas que nos sabíamos, y otras nos ayudan a olvidar cosas que no querríamos saber.


Hecha la pertinente crítica, es más que pertinente recurrir a la filmografía de Martin Scorsese para realizar mi particular homenaje a la dama gracias a la cual tome la acertada decisión de pasar por taquilla para ver la adaptación a la pantalla grande del libro escrito por el guionista e ilustrador estadounidense Brian Selznick.

No hace tantos amaneceres rojos, al mirarme al espejo, no podía evitar pensar que el hombre que me devolvía la mirada no era el buen hombre que un día quise ser. Con tan gratos pensamientos, emulando a un “Taxi Driver”, me ponía al volante de mi vida y me adentraba en mí particular Valle de Las Sombras, allí en cuyas “Malas calles” me esperaban con la bayoneta calada Mis Demonios & Mis Fantasmas.

Tienes 34 años y vives con tus padres, hace más de dos años que estas en paro y no es descartable que una banda de albanokosovares contratados por la discográfica NUCLEAR BLAST te partan las piernas a consecuencia de las deudas contraídas con ella, este panorama desde del puente fue el causante de que encontrará de lo más tentadora la oferta que me hacían aquellos que me decían: Únete a nosotros, se “Uno de los nuestros”, uno de esos que al levantarse arengan a sus tropas con la soflama: Abandonad toda esperanza, no hay salvación.

Hoy Domingo 4 de Marzo, el día después de disfrutar de la última obra maestra de Scorsese en compañía de las más gratas de las compañías, aunque hace décadas que fije mi residencia lejos de “La edad de la inocencia”, y se de sobra que El Bien solo triunfa en las "pelis" del chico Americano donde el guapo es el bueno y los malos son muy malos, para sorpresa del cenizo que un día fui, puedo afirmar sin temor a equivocarme que los finales felices también son posibles fuera de la pantalla grande.

Y es que si fuera al “Casino” y – ante la certeza de que mi futuro es tan negro como mis camisetas heavy – metaleras – apostase “todo al negro”, y, por cortesía de los “caprichosos” giros de la ruleta, consiguiese hacer saltar la banca, “El color del dinero” con el que podría ir al Wacken Open Air o asaltar unos cuantos países de La Vieja Europa no sería lo más bonito de mi vida, pues bien sabe Dios que bien merecido tendría ser encerrado a perpetuidad en “Shutter Island” si no gritase a los cuatro vientos que lo más bonito de mi vida es Das Krieger Mädchen, esa mujer que - a parte de conseguir que me sienta capaz de aguantar todos los ganchos de izquierda del destino aunque este golpee con la furia de Jake “Toro salvaje” La Motta – provoca que exclame: “Jo, ¡qué noche!” cada vez que recuerdo aquella deliciosa velada del 26 de Junio de 2010 durante la cual, bajo el oscuro manto de la madrugada, vi por primera vez su oscura melena.

viernes, 2 de marzo de 2012

Sangre española derramada allá en tierra de moros

Si bien el genial Jorge Manrique en el poema “Coplas por la muerte de su padre” afirmaba que para el alma dormida cualquiera tiempo pasado fue mejor, lo cierto es que haciendo un análisis frío y desapasionado de la historia mundial en general, y española en particular, la conclusión es que nuestros antepasados tendrían razones más que suficientes para avergonzarse de nosotros por amilanarnos ante un morlaco que para ellos – teniendo en cuenta lo que vivieron y sufrieron – sería no mas que un ternero con mal carácter.

Aunque a tenor de lo expuesto en esas películas de terror que son los noticieros hay motivos mas que suficientes para resucitar el lema “son malos tiempos para la lirica” que Teo Cardalda y German Copini popularizaron en los 80 – también años críticos para la economía española, y durante los que miles de familias sufrieron los estragos de los “Golpes bajos” de la reconversión naval – lo cierto es que la actual situación de España de ninguna manera es comparable a la de 1921, un año en el que de forma trágica empezó a tensionarse la situación política.

Sin duda alguna, el principio del fin de la monarquía liberal de Alfonso XIII, y la posterior Dictadura de Miguel Primo de Rivera - golpe de Estado mediante – no habrían tenido cabida en la historia patria si – durante el transcurso de la Guerra de Marruecos (1911–1927) - no hubiera tenido lugar el desastre de Annual.

Con objeto de arrojar luz sobre la grave derrota militar española ante los rifeños comandados por Abd el-Krim, el novelista cántabro Ricardo Fernández de la Reguera y la escritora y poetisa catalana Susana March escribieron en 1968 la novela “El Desastre de Annual”.


Encuadrada en la serie Episodios Nacionales contemporáneos que iniciaron 1963 continuando la labor de Benito Pérez Galdós, dicha novela – a lo largo de 416 páginas – mezclando realidad y ficción narra como se desarrollo la concatenación de despropósitos gracias a la cual allá en tierra de moros dejaron su vida cerca de 10.000 hombres, muchos de los cuales antes de expirar su último aliento fueron victimas de horrendas torturas a manos de las fuerzas de Abd el-Krim.

Además de dar el parte de guerra sobre lo acontecido la Tarde-noche del 21 de Julio y la madrugada del 22 de Julio de 1921, los autores exponen como era el ambiente político a miles de kilómetros del Rif.

En España aumentaban cada día más las quejas, los conflictos, la repulsa de la opinión por la pérdida de vidas humanas en la inacabable Guerra de Marruecos. Con el fin de evitar esa sangría, a partir de 1918, las tropas europeas – peninsulares – dejaron de participar en la lucha. Asistían a los combates como simples espectadores. Los moros despreciaban olímpicamente a las fuerzas peninsulares y se envalentonaban cada día más. Decían irónicamente que en el Rif avanzaba primero el Banco de España – las pensiones pagadas a los jefes -, después la Policía y los Regulares, y finalmente los españoles.

Como por desgracia aún ocurre en estos días en la Piel de Toro, en la primera década del Siglo XX aquellos que tenían un primo en el Ministerio o habían sido compañeros de pupitre del cacique del pueblo tenían muchas papeletas para librarse de algo tan desagradable como era combatir en una guerra librada para mayor gloria del monarca de turno.

La ley de 1912 señalaba 1,50 metros como talla mínima y 48 kilos como límite de peso. Eran tantos los excluidos por esta última causa, que se suprimió muy pronto. Sin embargo, el número de excluidos alcanzaba la fantástica cantidad de casi un 50%. No se trataba de que los jóvenes españoles fueran cojos, mancos, tullidos, enanos, enfermos incurables, cegatos, etc., en tan aterrador porcentaje. Ocurría que, sobre las comisiones médicas, encargadas de fallar, ejercianse formidables presiones. Los alcaldes, caciques y personajillos de pueblos y ciudades ponían a contribución su propia y a veces poderosísima influencia, o la recababan de gobernadores, diputados, senadores y ministros para salvar del servicio a sus deudos y a los hijos de sus amistades, al amparo de la inutilidad.

Haciendo bueno el dicho “Es fácil sacar a un español de España, lo que es prácticamente imposible es sacar a España de un español”, al igual que ocurrió en El Caney (Guerra de Cuba), Cavite (Guerra de Filipinas) y tantos otros lugares donde combatió el ejército español, las sublimes heroicidades que tuvieron cabida durante el desastre de Annual fueron fruto en gran parte de la imprevisión y la incompetencia.

¡Todo resultaba disparatado en Annual! Una posición, la más fuerte del territorio de vanguardia, base de futuras operaciones, centro de abastecimiento de toda la línea y de acampada de la columna de protección, y no reunía ni una de las condiciones exigidas para el desempeño de tan importante papel. No había hospital de campaña, ni depósitos suficientes de provisiones y munición, ni pozos ni aljibes para almacenar agua. Las lomas de las posiciones carecían, prácticamente, de fortificación y tenían ángulos muertos que permitirían al enemigo llegar hasta la misma alambrada.

Unido a estos despropósitos “logísticos y estratégicos”, los infelices que no pudieron escapar de la leva forzosa por carecer de recursos económicos y de padrinos influyentes, carecían de “espíritu militar”, y lo que es más importante del adiestramiento necesario para sobrevivir en el infierno que les esperaba lejos de sus hogares y de sus seres queridos.

Los regimientos de España y África acantonados en Melilla y que estaban bajo las ordenes de mandos militares sin ningún interés por estimular a sus subordinados – en la primavera de 1921 – en víspera del desastre, disponían de un único campo de tiro, campo este en el que se establecían turnos para que una vez por semana cada uno de los regimientos practicaran un ejercicio tan ineludible en la guerra.

Fruto de tal “desmadre organizativo” los miles de reclutas que el comandante general envió a las posiciones en el mes de Mayo, apenas habían hecho cuatro o cinco prácticas de tiro.

Por si fuera poco lo mencionado anteriormente, los militares de alto rango a los que les toco lidiar con tan grave situación en lugar de unirse para solventarla se dedicaron a alimentar las disputas que había entre ellos, disputas derivadas del hecho de que en aquellos días el ejército se hallase dividido en “castas”.

Silvestre era de caballería. Los “facultativos” – artillería, ingenieros – que poseían estudios especiales formaban la casta privilegiada y sentían un gran desdén hacía la oficialidad de caballería e infantería, los cuales – a su vez – los detestaban, y compartían con ellos su ojeriza hacía los del Estado Mayor.

La manifiestamente mejorable situación del ejército español se complemente con las alianzas que se establecieron con ciertas tribus marroquíes, tribus que llegado el momento se revelaron como La Quinta Columna, circunstancia esta de la que dio parte el general Valeriano Weyler:

Los moros sumisos de Marruecos, modalidad Magrebí, que sólo se diferenciaban de los moros rebeldes en que éstos últimos nos tiroteaban tanto de día como de noche, mientras que los sumisos lo hacían sólo de noche, dedicando el día a vacilar con el personal y a vendernos toda clase de baratijas...

En mitad del fragor de la batalla, mientras eran el objetivo a batir por las Carabinas Remington – bautizadas como “Paco” debido al sonido tan característico que producía al dispararse en medio del silencio de la noche: paccccccoooooooooooo – en el corazón de los soldados españoles allí destacados el miedo desterró a la épica.

Tras la toma de la Loma de Los Árboles, y la captura por parte de los moros del Teniente de Artillería Diego Flomesta Moya, el alférez Rebolledo – al pensar en los tormentos al que sometan los hombres de Abd – el – Krim al mencionado militar – a sus tiernos 19 años, y lleno de deseos de vivir, se pregunta si sería el capaz de soportar el dolor infligido por el martirio, el hambre o la sed, y si llegado el momento tendría el valor necesario para portarse como un militar y como un hombre.

Exactamente aquí, en Annual. En este sucio estercolero de pulgas, piojos, chinches y ratas. Es aquí, entre hombres asustados, donde el deber, el compromiso de honor deben cumplirse y acrisolarse la resplandeciente luminaria del heroísmo derramado hasta la última gota de sangre.

Ajenos al terror y al pánico que embargaba a sus hermanos de armas los que eran destinados al frente trataban de minimizar la gravedad del futuro que les esperaba.

Durante el viaje en tren desde Melilla al frente, los soldados de la 2ª compañía provisional del regimiento de África - ante la certeza de que eran corderos enviados al matadero – muestran diversos estados de animo: unos permanecen callados y hoscos sumergidos en un estado ensimismamiento, otros transparentan claramente el temor que sienten, y los menos – con objeto de aturdirse e ignorar su destino - ríen y bromean, e incluso se permiten la osadía de gritar “Viva la muerte”, bravata legionaria acuñada por Millan – Astray que solivianta a todos aquellos que no encuentran ningún atractivo en morir por defender miles de kilómetros de yerma tierra.

Sobre el terreno, a medida que se va desarrollando la tragedia, junto a los gestos de solidaridad de aquellos que comparten su exiguo rancho con sus compañeros más débiles, el egoísmo que por naturaleza domina a la condición humana tendrá un destacado papel.

El momento en el que un capitán solicita cuatro voluntarios para que sirvan como fusileros en el convoy cuyo destino es el fortín de Igueriben, sirve para mostrar como triunfa el instinto de supervivencia, ese instinto básico que hace que los receptores de tal petición den la callada por respuesta aún a sabiendas de que el paso del tiempo hará que se avergüencen de ellos mismos por no arriesgar la vida en defensa de sus hermanos de armas.

Ante la certeza de que no habrá final feliz para los desdichados que dieron con sus huesos en la región del Rif, la tristeza se hace dueña y señora de muchos de los militares que ven como una cruel derrota será lo último que figure en su hoja de servicios.

En la posición de Igueriben, tras ser testigo de cómo el convoy con alimentos, agua y municiones es incapaz de llegar al rescate de los soldados españoles sitiados por “los moros”, el teniente Luis Casado Escudero – tan desesperado como sus subordinados – se emociona al recordar como la febril y enloquecida excitación que invadió a estos al ver aproximarse el convoy, minutos después se torno en decepción e inmensa amargura.

Consciente de que – a pesar de todas las promesas de ayuda transmitidas por el Estado Mayor – tanto él como todos los sitiados están solos, y han sido abandonados a su suerte, a Casado le embarga la tristeza al ver sufrir de forma tan horrorosa a los soldados rasos, a esos desdichados – analfabetos en su gran mayoría – para los cuales, a diferencia de los oficiales, grandes palabras como deber, honor, patriotismo no significaban nada, y mucho menos eran suficiente estimulo para soportar todas las penalidades que les esperaban a miles de kilómetros de sus padres, amigos, novias…


Siendo una novela con trasfondo militar, los autores no dejan pasar la ocasión de rendir tributo a los soldados que cayeron épicamente en el campo de batalla.

En Igueriben, sitiados y rescatadores serán testigos, de la entrada en acción de las tropas de choque, el Regimiento de Caballería de Alcántara. La carga que comienza siendo un vistoso espectáculo – brillan los sables de los oficiales, trotan gallardamente los caballos – se convierte en una horrible y sangrienta confusión bajo las descargas de los rifeños: los caballos se encabritan, chocan, caen en racimos, despiden a sus jinetes y huyen locos de terror.


En el río Gan, la última carga, la famosa caballería mora de Metalza los jinetes indígenas cargan a galope tendido, arrollan y acuchillan a los soldados españoles. El teniente coronel Primo de Rivera carga también al frente de sus escuadrones del Regimiento de Cazadores de Caballería de Alcántara. Se baten con sublime arrojo. El enemigo los frena, los destroza, pero vuelven a cargar una y otra vez. Ni hombres ni caballos pueden ya sostenerse. Los animales, cubiertos de espuma, teñidos de sangre, caminan al paso y los jinetes se tambalean sobre las sillas, pero cargan con heroica decisión.

Manuel Fernández Silvestre y Pantiga Comandante General de Ceuta (1919-20) y de Melilla (1920 - 21), en el transcurso de la Guerra del Rif, y principal responsable del Desastre de Annual, con la orden “¡Fuera todo el mundo! Quien este en condiciones para ello, que salga lo más rápidamente posible de la posición” provocará el inicio de una enloquecida huida durante la cual tendrán lugar estremecedoras escenas protagonizadas por sus hombres, los cuales – sin distinción de rango ni oficio – han caído prisioneros del pánico que les suscita la posibilidad de caer en manos de los feroces y crueles rifeños.

Los vehículos motorizados partieron a toda velocidad, sacudidos por los trallazos de las balas. Los conductores de los carros hacían galopar a la caballería. Algunos carros volcaban, rodaban por la pendiente de la posición o eran arrastrados por las mulas desbocadas, tocadas por los disparos. Los heridos salían despedidos, eran atropellados, los remataban las balas enemigas e iban sembrando de humanos despojos la trágica cuesta de Annual. Los acemileros de intendencia tiran las cargas a tierra, montan sobre las caballerías y escapan. Todos quieren huir. Chocan ciegamente brutalmente unos con otros. Tropiezan con las cargas derribadas, se enredan en los correajes, fusiles, macutos y demás objetos abandonados; caen en un confuso montón, que los rifeños acribillan, y allí se debaten enloquecidos de terror; maldiciendo, agonizando, luchando salvajemente para zafarse y escapar.

Si bien fueron muchos los altos mandos que no estuvieron a la altura de las circunstancias, e incluso hubo alguno que “vendió” a sus subordinados al moro para salvar su pellejo, la “honra” del ejército español se salvo en parte a la actuación de hombres como Jesús Aranzena Landa, un soldado que aunque no lucía en su pecho los galones que con orgullo y cierta prepotencia lucían sus superiores jerárquicos, tuvo un comportamiento heroico gracias al cual seis compañeros suyos condenados a una muerte segura lograron salvarse.

Consciente de que tanto a él como a sus seis compañeros - siete hombres cuyo arsenal se limitaba a seis fusiles – los habían dejado solos, olvidados y abandonados en un fortín en mitad de un mar poblado de muerte, en lugar de aceptar que no habría salvación para ellos se adentro tras las líneas enemigas en busca de agua y alimento, consiguiendo con tan valiente comportamiento que en el corazón de los que hasta ese momento eran hombres enterrados en vida resucitara el ardor guerrero necesario para luchar hasta su última gota de sangre.

Durante la defensa del Monte Arruit, además del implacable acaso de los rifeños, la sed se convirtió en la peor de las torturas para la guarnición allí acorralada. Estremecedor es el relato de los daños colaterales derivados del fracaso de las operaciones que tenían por objetivo ocupar un pozo cercano.

Los hombres del campamento aguardaban anhelantes la vuelta de la tropa que había salido. Los vieron entrar. Su aire apagado traslucía claramente la decepción. Cundió en seguida la amarga nueva de lo sucedido. Los soldados enmudecían, dejaban caer, abrumados la cabeza; algunos gritaban y se revolvían arrebatados por la desesperación. Y cuatro o cinco saltaron el parapeto. Corrían ciegamente hacia la aguada, enajenados por la sed. Unos instantes después caían muertos, acribillados a tiros por los moros.


En Monte Arruit… En Monte Arruit, los soldados combaten sobre las tumbas de sus compañeros, entre los heridos que gritan, que son rematados por los cascotes, sepultados por los parapetos hundidos. En Monte Arruit se muere de hambre, de sed, de extenuación, de gangrena, de heridas de bala o de metralla…su muere, o se sale al encuentro de la muerte, cuando prende el chispazo de la locura o la desesperación.

En Monte Arruit, un perímetro de 500 metros – la tercera parte de la superficie de la madrileña Puerta del Sol – ya han estallado más de 300 granadas. Y se alza el clamoreo de las bombas de mano y de la dinamita, y el cielo esta inclemente, gris de plomo. Un cielo gritador, como herido también, delirante de los quejidos de las balas.


En resumen, nos hallamos ante un desgarrador relato, ante una crónica de miles de muertes anunciadas que consigue que durante su lectura el lector desee fervientemente que nunca hubiesen tenido lugar los hechos narrados – y que en ciertos pasajes son capaces de remover los estómagos más duros.

Haciendo un análisis de los sucesos que años después trasladaron la sucursal del Infierno desde Annual a esta España mía, esta España nuestra, no cabe mas que asquearse ante el hecho de que el General Francisco Franco, que - al mando de La Legión - combatió contra los salvajes rifeños enrolase a estos en la tristemente conocida como “La columna de La Muerte”, la fuerza de choque que al comienzo de la Guerra civil entro por el Sur de la península ibérica y a su paso fue dejando los caminos sembrados de cadáveres de inocentes, de desdichados que fueron degollados, castrados y abiertos en canal con las terribles gumias, el cuchillo curvo cuya sola mención, años atrás, hizo palidecer a los infelices de que con su sangre española tiñeron de rojo las tierras de Annual.