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miércoles, 24 de octubre de 2012

El blog del hasta pronto…


Suele suceder que – a pesar de que no hayan tenido una extensa y exitosa carrera cinematográfica – hay actores que nunca olvidaremos por haber sido los protagonistas de series y películas que amenizaron unas cuantas horas de nuestra vida en aquellos lejanos días en los que fuimos moradores de ese paraíso perdido que es La Infancia.

Para mí – aunque nunca jamás estará en la lista de candidatos al Oscar como Mejor Actor – William Katt ocupa un puesto de honor en el particular paseo de la fama de mi memoria sentimental dado que, gracias a «El gran héroe americano» al que dio vida, «El pequeño malandrín» que yo fui disfruto de algunas de las horas más gratas de su infancia, horas estas que – en honor a la verdad – también eran muy dichosas para la mujer que me dio la vida dado que los primeros compases de la inolvidable banda sonora compuesta por Joey Scarbury suponían el principio del fin de las brillantes ocurrencias que pasaban por mi cabeza: coger a El increible Hulk e irme con él a practicar buceo a pulmón libre en un duerno para las vacas o armarme con un palo que, por cortesia de mí mente trastornada, se convertiría en la espada salvaje utilizada para decapitar a los geranios que ella con cariño cultivaba en el jardín y que, para su desgracia, eran dragones para mí.


Como si el destino lo tuviese preparado, hace unos días, “la caja tonta” mediante, volví a ver los rubios cabellos del alter – ego de Ralph Hinkley en «El gran Miércoles», una película que habría sido indiferente para mí si no fuera porque al igual que Jack Barlow (William Katt), Leroy Smith (Gary Busey) y Matt Johnson (Jan-Michael Vincent) yo también viviré mí particular gran Miércoles, y es que – mientras que los jóvenes mencionados anteriormente vieron como ese día les llego la oportunidad de cabalgar a lomos de La Gran Ola – el que esto escribe, hoy Miércoles 24 de Octubre – a bordo de un Boeing 737 - 800 de la compañía aérea AirBerlin – recorrerá las miles de millas que le separan de Alemania, la tierra donde – a parte de comenzar un capítulo de mi existencia que supondrá el «Punto de quiebra» entre mi vida pasada y mi vida futura – protagonizare grandes hazañas bélicas gracias a “La Filóloga Hispánica que surgió del frío germano”, la mujer que por muy mal que vayan las cosas conseguirá con su fuego de cobertura que me sienta tan bravo como los guerreros sajones y turingios que, el 10 de agosto de 955 al mando del emperador Otto I., der Große, derrotaron a los fieros magiares comandados por el harka Bulcsú durante el transcurso de La Batalla de Lechfeld, la cual es considerada por muchos expertos como una de las más decisivas de la historia europea.


Ante tal tesitura, antes de que mis Kommando Spezialkräfte enfilen «La calle del adiós» que les llevara al campo de batalla bajo «El cielo sobre Bochum» es justo y necesario que, a través de este espacio de divulgación, haga saber a las personas que tengo en muy alta estima que las horas que compartí con ellas cuando «Fuimos soldados» fueron para mí la vara y el callado gracias a las cuales fue mucho más llevadera mi travesía por El valle de la sombra de la Muerte.


Dado que si no fuera por ellos sería imposible para mí escribir el que será el capítulo más fascinante de mi particular novela de caballería, “Los autores de mis días” – Mi Santa Madre y Mi Estimado Progenitor son las primeras personas a las que quiero dedicar unas palabras antes de irme.

Aunque en demasiadas ocasiones mi comportamiento con ellos fue manifiestamente mejorable lo cierto es que faltaría a la verdad si no reconociera que son los que mas se merecen mis palabras de agradecimiento puesto que estoy seguro de que si no hubiera sido por el adiestramiento que me dieron no habría llegado a ser una de esas personas que cae bien a casi todo el mundo.

Mis hermanas de sangre, Marta & María o María & Marta, merecen saber que siempre estaré en deuda con ellas por haber estado a mi lado y tener siempre unas palabras de animo para mí, palabras de animo que – ya fueran dichas cara a cara o por el teléfono que hacía mas corta la distancia entre La Villa de Jovellanos y la ciudad donde los pájaros visitan al psiquiatra – dejaban claro que, pasará lo que pasará - tanto en el fragor de la batalla como en lo mas crudo del frío invierno - nuestra alianza sería tan inquebrantable como la que unía al pequeño D'Artacan con Amis, Pontos y Dogos, «Los tres mosqueteros» cuyas hazañas, más de mil, nunca tenían fin.


Como no podía ser menos, el macuto de “El chico que llevaba la carpeta forrada con caratulas de películas de Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger y Chuck Norris” va cargado con el grato recuerdo de las vivencias compartidas con los que desde hace veintiún años le honran con su amistad. Y es que si gozosas fueron "las horas adolescentes" durante las que comprobaron que soy un inútil total para la práctica del fútbol, y surfearon junto a mí y al que llamaban Bodhisattva más aún lo fueron los días en los que me iba junto a ellos lejos del mundanal ruido de Gijón, ciudad esta en la que, tras las cuatro paredes del Triskel, en calidad de miembros de ese grupo terrorista sin animo de lucro que responde al nombre SPROVNA exponíamos nuestras particulares recetas para solucionar los problemas del país.


Aunque es menor el numero de años que fue testigo de la alianza militar que establecí con los colegas que conocí en la magna Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Industrial, huelga decir que también su recuerdo viajara conmigo debido en buena medida a que en esos momentos en los que la “Resistencia de materiales” amenazaba con romper en mil pedazos mi moral de combate unas horas en su compañía conseguían devolverme las fuerzas para continuar en el campo de batalla, un campo de batalla en el que gracias a uno de ellos mis tropas se lanzaron a la carga espoleadas por el ruido y la furia del heavy – metal.


Si bien convertirme en un «Ronin» que eligió una senda del samurái que no atravesaba «La jungla humana» donde se dan cita «Los demonios de la noche» provoco que ciertas personas me compararan con aquel pastor espartano cuyo acto de traición provoco que «300» compatriotas suyos fueran masacrados por los persas en El Paso de Las Termopilas, lo cierto es que para mi fue un placer combatir junto a ellas y junto a otros muchos legionarios con los que, al alzarse la luna en el cielo sobre Gijón, a la señal “Ira y Fuego”, conquistamos los antros de perdición de La Villa.


Aunque la frase “cuando un amigo se va algo se muere en el alma” es sin duda una de las frases más hermosas que se han escrito sobre ese poderoso sentimiento que es La Amistad, lo cierto es que para bien o para mal, al final - como cantaría mi admirado Julio Iglesias - “La vida sigue igual”. Ante tal tesitura se que, cuando me llegue la hora de meterme en la parka y la piel del “Capitán Lawrence” y emprender una aventura vital durante la cual disfrutaré de la mejor compañía, todos aquellos que sirvieron junto a mí seguirán con su vida, una vida durante la cual me gustaría que – a parte de no cambiar nunca y protagonizar gestas dignas de ser cinceladas en La Eternidad – me recuerden mejor de lo que fui…

martes, 16 de octubre de 2012

El jardín regado con las aguas del Río Sella y las lágrimas de La Mandrágora


El 3 de Agosto de 2002, diecisiete días después de que “Al alba y con viento duro de Levante” los miembros del Equipo 31 del GOE III, cinco miembros del Tercio de la Armada, tres miembros de la Unidad de Operaciones Especiales y dos miembros de un equipo ACAF (Adquisición y Control de Apoyos de Fuego), recuperasen para El Reino de España el Islote de Perejil que días antes había sido ocupado por gendarmes del Reino de Marruecos, las fuerzas de choque al mando del que esto escribe, hallándose en el campo de batalla en el que se había convertido la calle principal de Ribadesella, vieron como, abriéndose paso entre la gente y sin temor en la mirada, iba directo hacía ellas un fornido y melenudo muchacho.


Aunque en un principio me temí lo peor, lo cierto es que, por sorpresa para mí, descubrí que bajo tan ruda apariencia se escondía Juan Miguel Fernández, un chaval encantador con el que – mientras el sol se alzaba en el cielo sobre la villa anteriormente mencionada – mantuve una amena conversación sobre heavy – metal, y es que – lejos de lo que yo pensaba – lo que le llevaron a encaminarse raudo y veloz hacía mis posiciones fue el uniforme de combate de mis tropas, una camiseta de EDGUY, un grupo alemán de power – metal que a pesar de ser oriundo de Fulda – ciudad famosa por la gran calidad de los neumáticos que allí se fabrican - en la séptima edición del FESTIVAL DERRAME ROCK que se celebro en Junio de ese año “pincho” ante los heavys que allí se habían dado cita, los cuales – en lugar de llorar “Las lágrimas de La Mandragora” – se decantaron por reír al ver el lamentable espectáculo del que fueron testigos debido en buena medida a que Tobias Sammet – frontman y alma – mater de la banda – fue incapaz de frenar a tiempo la ingesta de sidra.



Como no podía ser menos, a raíz de tan sui generis toma de contacto, fueron unas cuantas las conversaciones que, tanto con él como con su hermano Roberto, tuve siempre que se cruzaban nuestros caminos en las salas donde el escenario se convertía en un volcán en erupción que bramaba con sonido atronador.

Años después, y gracias a Adrián – un amigo en común que confirma que es cierta teoría de “los seis grados de separación” (vamos, que "el mundo es un pañuelo") – tuve noticias de que, a través de la Editorial Dolmen, Juan Miguel había publicado “El jardín impío”, novela esta a cuya presentación en sociedad tuve el placer de asistir el pasado 21 de Abril en compañía de la hermosa dama que protagoniza junto a mi mí particular novela de caballería.


Ni siquiera todo el cariño y el cuidado puesto por una joven para cuidar un ejemplar de La Joya de Babilonia, la especie de planta más bella y espectacular de los míticos jardines colgantes que ocupan un lugar de honor entre las Siete Maravillas del Mundo, es capaz de evitar que una gran desgracia caiga sobre la familia.

Y si una especie ha sobrevivido tanto tiempo es porque sabe garantizarse su propio sustento…

Con esta inquietante carta de presentación se invita al lector a ser testigo de cómo los habitantes de Villa Nova viven una pesadillesca odisea al abrirse en el lugar una sucursal de El Infierno por cortesía de unas siniestras flores y plantas muchísimo más peligrosas que “Las flores del mal” a las que canto BARÓN ROJO, grupo este que seguramente puso la banda sonora a alguna de las horas que el autor dedico a la redacción de su primera obra publicada hasta la fecha.



La soledad en la que se halla sumida por culpa del absorbente trabajo de su marido será la culpable de que una joven vuelque todo su cariño en el cuidado de su jardín, un jardín cuya fastuosa grandeza – según lo reflejado en el diario de la jardinera - exige que la tierra sea regada con sangre humana.

Aunque en un principio el marido de la joven piensa que esta está como una regadera, no tardara en descubrir que “La Joya de Babilonia” es realidad un ser monstruoso, un ser monstruoso cuya lucha por la supervivencia pasa por convertir a los parroquianos del lugar en zombis.

A partir de tal premisa, a lo largo de 270 páginas que logran mantener la tensión en todo momento, se entabla una feroz batalla entre "los No – muertos" y "los Vivos", los cuales – a parte de evitar caer en las garras de los que quieren despedazarlos para alimentar a “su madre” – tendrán que hacer frente a los debates de índole moral que se generan llegada la aciaga hora en la que, a la señal “sálvese quien pueda”, el hombre se convierte en un lobo para el hombre.

Si bien todos y cada uno de los protagonistas calan en el lector debido en buena medida a que es fácil identificarse con sus emociones – miedo, tristeza por los caídos, deseos de venganza, remordimientos por salvar a unos y dejar a otros, etc. - he de reconocer que fue inevitable para mí simpatizar con Jaime, un rudo motero cuya descripción física hace que no sea descabellado afirmar que el autor, como buen apasionado del Heavy Metal que es, a la hora de darle vida tuvo en mente a Jon Schaffer, el musculoso caballero de Indiana que fundo la banda ICED EARTH, y que es autor de “Watching Over Me”, esa triste y hermosa balada cuya escucha, sin duda alguna, provocaría irrefrenables llantos a los habitantes de Villa Nova que, a raíz de los acontecimientos que tuvieron lugar allí, a lo largo de los años, a través de la rabia y las lagrimas, vivirán bajo la mirada de aquellos seres queridos a los que no pudieron salvar.



Cabe destacar que, a parte de la referencia a sus artistas favoritos, el autor – como hijo de la cuenca minera que es – se sirve de Villa Nova para dar parte del deterioro que han sufrido todos esos lugares que hace años vivian gracias al negro carbón que se arrancaba de sus entrañas y que actualmente tienen ante ellos un negro futuro, un negro futuro que – mientras que por una parte cerro la puerta a la esperanza – por otra abrió una inmensa puerta a través de la que se fueron muchos de sus habitantes…

Dicho esto, no quería finalizar la presente reseña sin dejar de manifiesto que el hecho de que Juan Miguel consiguiera ver publicado uno de los numerosos relatos que escribió espoleado por “la bestia creativa” que lo poseyó a raíz de la lectura de aquel ejemplar de “El Señor de los anillos” que alguien metió en la funda de su guitarra, es un claro ejemplo de que si tenemos “un sueño” – sea cual sea este – no debemos dejar de regarlo todos los días con nuestra ilusión y nuestra entrega.


Felicidades, estimado Juan Miguel

sábado, 13 de octubre de 2012

El corazón de las tinieblas, allí donde no brillan ni los corazones purpura

Uno de los recuerdos más gratos de mi infancia son aquellas horas en las que el salón de mi casa se convertía en el escenario en el que bajo mi dirección Los Playmobil protagonizaban historias cuyo guion era un descarado plagio del de aquellas películas “Made in USA” que amenizaban mis tardes de Sábado y por cortesía de las cuales llegue a saber más de las guerras entre “rostros pálidos & pieles rojas” que tuvieron lugar en los Estados Unidos de América que de las que enfrentaron a “los moros y cristianos” en esta España mía en esta España nuestra a la que las patadas de Los Mercados han despertado de su santa siesta.


Y es que, sin lugar a dudas, “El país de las barras y estrellas” ha sido el que mejor ha sabido explotar su historia sirviéndose del Séptimo Arte, un vehículo mediante el cual consiguieron entre otras cosas que para el gran público “los buenos” fueran “los soldados azules” del Séptimo Regimiento de Caballería que protagonizo un buen número de películas del oeste en las que jugaba un importante papel el más rancio patrioterismo, ese “actor secundario” gracias al cual “las bonitas historias de ficción” embellecieron y engrandecieron la hoja de servicios de ese cuerpo militar al que pertenecían los 268 que «Murieron con las botas puestas» en Little Big Horn (26-06-1876) mientras George Armstrong Custer entonaba la popular y etílica canción irlandesa “Garry Owen”, y que el catorce años después – concretamente el 29 de Diciembre de 1890 – fue el autor de la tristemente conocida como “La Masacre de Wounded Knee”, una de las páginas más negras de la historia de la humanidad, y durante la cual fueron aniquilados sin piedad casi 300 indios Lakota (Sioux) entre los que había mujeres, niños y hombres desarmados.


Fruto del empeño que pusieron los estudios cinematográficos hollywoodense en hacer saber al mundo las obras y milagros llevadas a cabo por los hijos de la nación que nació el 4 de julio de 1776, durante la década de los 80 – además de las películas de acción protagonizadas por «Los Prescindibles» (Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger o Chuck Norris) – gozaron de gran éxito y popularidad las que tenían como trasfondo La Guerra de Vietnam.

Aunque «Boinas Verdes», «Desaparecido en combate» y muchas otras películas marcadamente patrioteras intentaron mejorar la imagen de los cientos de miles de hombres que se habían visto obligados a combatir en el sudeste asiático, lo cierto es que el buen hacer de John Wayne y Chuck Norris no pudo elevar la moral combate de un país que a parte de la guerra había perdido la inocencia mientras en las televisiones de todo el mundo se veía a niños abrasados por el napalm y los 347 cadáveres que habían dejado tras de si los “valientes” soldados del 20º Regimiento de la 11ª Brigada de Infantería que la mañana del 16 de marzo de 1968, al mando del oficial William Calley Jr., entraron a sangre y fuego en la aldea de My Lai.


Llevados por el deseo de exorcizar a los demonios que atenazaban a EEUU a raíz de tan sucia contienda fueron muchos los directores que mostraron con gran crudeza como los cientos de miles de jóvenes inocentes que integraban el «Pelotón» que el Tío Sam desplego en Vietnam se acabaron convirtiendo en Ministros de La Muerte nacidos para matar que mientras teñían de rojo «La chaqueta metálica» de las balas con las que llenaban el infierno de comunistas perdieron su humanidad gracias a la brutalidad y al horror que con el cuchillo entre los dientes les esperaban agazapados en las selvas vietnamitas como «El cazador» que acecha a su presa en los bosques de Pennsylvania.


El deseo de saber más sobre el conflicto que dio lugar a las películas por cortesía de las cuales más de una vez tuve la tentación de coger la escoba y marcar el paso al son de “Aquí mi pistola, aquí mi fusil” fue el culpable de que en mi arsenal literario acabara teniendo cabida “Árbol de humo”, una dura novela en la que Denis Johnson relata las vivencias de algunos de los hombres y mujeres que moraron en El Infierno en el que se convirtió la tierra bajo el cielo que entre 1963 y 1970 fue surcado por los helicópteros Bell UH-1 Iroquois.


La mencionada novela, la cual fue premiada en 2007 con el "National Book Award" (Premio Nacional del Libro), tal como bien apunto Robert Saladrigas, La Vanguardia es: "Un texto duro, inclemente, comprometido, no apto para pusilánimes ni para quienes buscan evasión en la lectura. En suma: gran literatura".

El día que millones de americanos vieron en vivo y en directo como moría John Fitzgerald Kennedy, es la fecha elegida por Denis Johnson para dar comienza a la historia, un comienzo este en el que, a través de las palabras de Nguyen Hao descubrimos que los habitantes del país que la guerra cubrió con un manto de tristeza y dolor consiguieron superar su travesía a través del valle de las sombras gracias al apoyo de sus dos filosofías de vida: el confucionismo y el budismo. Y es que mientras que las primera les enseña a como comportarse cuando el destino les depara paz y orden, la segunda les entrena para aceptar su destino aun cuando esta les traiga sangre y caos.

La figura de James Houston, un joven procedente de las clases rurales de Arizona, sirve al autor para plasmar como los peones que tomaron parte del juego de ajedrez dirigido desde los despachos del Pentágono sufrieron un paulatino proceso de deshumanización, un proceso que para el mencionado muchacho comenzará en Fort Jackson (Carolina del Sur), un campo de entrenamiento en el que a parte de conocer el dolor gracias al duro entrenamiento vera como su fortaleza mental es puesta a prueba por cortesía de los oscuros pensamientos que poco a poco se hacen fuertes en su mente.

Las primeras dos semanas de instrucción fueron las más largas que había vivido nunca. Cada día parecía una vida entera en si mismo, vivida con incertidumbre, humillación, confusión y fatiga. Todo ello fue dando paso a un estado predominante de terror a medida que las nociones de matar y ser matado le empezaban a llenar la mente. Se sentía bien sobre el terreno, en las filas, en plena acción con los demás, gritando como monstruos, clavando la bayoneta a hombres de paja. Pero cuando se quedaba solo, aquel miedo apenas le dejaba ver con claridad. Solamente lo salvaba el agotamiento. Ser llevado más allá de los límites físicos ponía su pared de cristal entre él y todo aquello: no podía oír bien, no se acordaba de lo que acababa de mirar, de lo que acababan de enseñar. Solamente esperaba el momento de dormir. Tenía sueños histéricos durante la noche entera, pero dormía tanto tiempo como le dejaban.


Llegado a Vietnam, por si fuera poco para él hacer frente a “Los Demonios de La Guerra” tendrá que combatir contra la nostalgia que le invade cuando piensa en los seres queridos que dejo atrás y entre los que se encuentra su madre, una fanática religiosa que reza por él día y noche y que le anima a que siga trabajando por el Señor para mantener La Verdadera Fe en un mundo oscuro amenazado por los malditos comunistas.

El ansia de aventuras y el deseo de poner tierra de por medio entre él y la responsabilidad que supone hacerse cargo de su esposa y de dos hijos pequeños que le dan miedo es lo que hace que en un primer momento el patriota Skip Sands considere que el mejor lugar del mundo es una capital en guerra donde las mentiras, cicatrices, mascaras y complots codiciosos se dan cita personas sin pasado y con muy poco futuro entre las que se encuentran psicópatas, vagabundos, héroes y espías como él que mantienen encuentros en siniestros callejones y cierran tratos en media docena de idiomas mientras en sus rostros se dibujan falsas sonrisas y con la mirada calculan sus posibilidades.

Hubo una vez una guerra en Asia que tuvo entre sus tragedias el hecho de que vino después de la Segunda Guerra Mundial, una guerra moderna que sin embargo había conseguido conservar o revivir algunas de las glorias y romances de las guerras anteriores. Aquella guerra en Asia, sin embargo, no genero más romances que una serie de mitos infernales.

Entre los moradores de aquella guerra que iban a quedar desfigurados por ella – incluso, o sobre todo, desfigurados ante si mismos -, había un joven americano que según el momento se consideraba a si mismo el Americano Impasible o el Americano Feo, pero que no deseaba ser ninguno de ambos, sino que lo que quería ser era el Americano Sabio o el Buen Americano, aunque acabo viéndose a si mismo como el Americano Real y al finalmente simplemente como el Puto Americano.

Tal como dejan claro estas palabras impregnadas de tristeza y desencanto, por desgracia para él, el agente de la CIA mencionado anteriormente no tardara en descubrir que la guerra en la que se involucro para detener el comunismo no es tan buena como creía y como se la presentan los hombres que la dirigen, hombres como su tío, un venerado héroe de guerra al que todos conocen como “El Coronel” y que es el que ha urdido el proyecto de «guerra psicológica» llamado «Árbol de Humo», el cual consiste básicamente en llenar con alucinógenos los túneles que recorren el subsuelo del país, para que los soldados rebeldes que los utilizan se vuelvan locos.

Aunque los métodos de “El Coronel” no tienen nada que ver con los del brutal Sargento instructor Hartman seguramente para este último sonarían como música celestial las soflamas militarista con las que el primero arenga a los hombres bajo su mando.

La guerra es noventa y nueve por ciento mito. A fin de llevar a cabo nuestras guerras las elevamos al nivel de sacrificios humanos, e invocamos constantemente a nuestro Dios. La cosa tiene que significar algo más que el mero hecho de las muertes, o bien todos acabaríamos desertando. Creo que necesitamos ser mucho más conscientes de eso. Creo que también necesitamos invocar a los dioses del oponente. Y a sus diablos, a su aswang. El enemigo les tiene mas miedo a sus dioses y a sus diablos y a su aswang del que nunca nos tendrá a nosotros.

Vamos a ganar esta guerra. Y los esfuerzos de esta sección en concreto van a ser cruciales para ello. Pensad en nosotros como en infiltrados. Esta tierra que tenemos bajo los pies es donde el Vietcong ubica el corazón de su nación. Esta tierra es su mito. Si penetramos esta tierra, penetramos su corazón, su mito y su alma. Eso si que es infiltración de verdad. Y esa es nuestra misión: penetrar el mito de la tierra.


Las vivencias de los miembros de las LRRP (Long Range Reconnaissance Patrol) son expuesta a través de los rudos Cuchi Cuchis, hombres que con una pistola en una mano, sus pelotas en la otra y una linterna agarrada con los dientes, se deslizaban de cabeza por los oscuros túneles que recorrían la región de Cu Cuchi y en los que, según las leyendas, a parte de monstruos, reptiles ciegos e insectos que no habían visto nunca la luz, había hospitales y burdeles, y cosas horribles, montones de casquería procedente de las atrocidades del Vietcong, bebes muertos, curas asesinados.


"Es el amor a nuestro país lo que nos hace venir, pero tarde o temprano la venganza se convierte en la motivación central". Siguiendo al pie de la letra esta máxima un miembro de la LRRP cegado por el odio y por un buen puñado de anfetaminas arrancara a un prisionero estremecedores alaridos de dolor que por fortuna para este cesan gracias al misericordioso tiro de gracia de “El Coronel”, el cual, tras asistir a tan desagradable espectáculo, llega a la conclusión de que aunque la historia perdone a los artífices de la guerra, los hombres enloquecidos por culpa de ella jamás lo harán.

Trung Than, un espía norvietnamita que ha demostrado su lealtad a la causa atravesando Las Tres Puertas – prisión, sangre y negación de sí mismo – en la hora en la que decide vender su lealtad a “Los Yankees”, acaba comprobando que la peor prisión de todas es aquella a la que conduce renunciar a amigos y parientes.

Un asesino a sueldo del servicio secreto alemán será el que ponga rostro a los hombres – depredadores que, conscientes de que el éxito de su misión requiere violar la tierra y alimentarse de sus gentes, cometen algún pequeño crimen para poner de su lado a Los Dioses de La Oscuridad.

El hecho de que la crueldad de la guerra no es ajena a nadie queda de manifiesto gracias al personaje de Kathy, una enfermera canadiense que visto lo visto en el hospital de campaña en el que trabaja llegara a la triste conclusión de que el dolor de las madres que ven a sus niños con miembros amputados y cuerpos jalonados de quemaduras no será nada comparado con el de aquellas que en el futuro, a consecuencia de las armas químicas empleadas durante el conflicto, parirán a criaturas con cabezas enormes y caras deformes.

Si a través de los ojos de Kathy contemplamos El Horror en estado puro, a través de sus pabellones auditivos nos llegan la confesión de un soldado que a pesar de los litros de alcohol con los que trata de aplacar a sus demonios y fantasmas consigue enlazar una serie de palabras que, sin lugar a dudas, dejan bien claro que como alguien dijo una vez: La guerra solo trae muertes. Nadie gana.

Te pasas una temporada triste por los niños, un mes, dos meses, tres meses. Estabas triste por los niños, por los animales, no te ibas con las mujeres, no matabas a los animales, pero al cabo de una temporada te dabas cuenta de que aquello era una zona de guerra y que todo el mundo vivía en ella. Que no te importaba si aquella gente vivía o moría al día siguiente, que no te importaba si tu mismo vivías o morías al día siguiente, y entonces apartabas a los niños a patadas, te ibas con las mujeres y disparabas a los animales.

En resumen, una extraordinaria novela sobre la guerra de Vietnam – sobre todas las guerras - que nos deja claro que no hay paz ni salvación para los que por una u otra razón se adentran en el corazón de las tinieblas, allí donde no brillan ni los corazones purpura.