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sábado, 13 de octubre de 2012

El corazón de las tinieblas, allí donde no brillan ni los corazones purpura

Uno de los recuerdos más gratos de mi infancia son aquellas horas en las que el salón de mi casa se convertía en el escenario en el que bajo mi dirección Los Playmobil protagonizaban historias cuyo guion era un descarado plagio del de aquellas películas “Made in USA” que amenizaban mis tardes de Sábado y por cortesía de las cuales llegue a saber más de las guerras entre “rostros pálidos & pieles rojas” que tuvieron lugar en los Estados Unidos de América que de las que enfrentaron a “los moros y cristianos” en esta España mía en esta España nuestra a la que las patadas de Los Mercados han despertado de su santa siesta.


Y es que, sin lugar a dudas, “El país de las barras y estrellas” ha sido el que mejor ha sabido explotar su historia sirviéndose del Séptimo Arte, un vehículo mediante el cual consiguieron entre otras cosas que para el gran público “los buenos” fueran “los soldados azules” del Séptimo Regimiento de Caballería que protagonizo un buen número de películas del oeste en las que jugaba un importante papel el más rancio patrioterismo, ese “actor secundario” gracias al cual “las bonitas historias de ficción” embellecieron y engrandecieron la hoja de servicios de ese cuerpo militar al que pertenecían los 268 que «Murieron con las botas puestas» en Little Big Horn (26-06-1876) mientras George Armstrong Custer entonaba la popular y etílica canción irlandesa “Garry Owen”, y que el catorce años después – concretamente el 29 de Diciembre de 1890 – fue el autor de la tristemente conocida como “La Masacre de Wounded Knee”, una de las páginas más negras de la historia de la humanidad, y durante la cual fueron aniquilados sin piedad casi 300 indios Lakota (Sioux) entre los que había mujeres, niños y hombres desarmados.


Fruto del empeño que pusieron los estudios cinematográficos hollywoodense en hacer saber al mundo las obras y milagros llevadas a cabo por los hijos de la nación que nació el 4 de julio de 1776, durante la década de los 80 – además de las películas de acción protagonizadas por «Los Prescindibles» (Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger o Chuck Norris) – gozaron de gran éxito y popularidad las que tenían como trasfondo La Guerra de Vietnam.

Aunque «Boinas Verdes», «Desaparecido en combate» y muchas otras películas marcadamente patrioteras intentaron mejorar la imagen de los cientos de miles de hombres que se habían visto obligados a combatir en el sudeste asiático, lo cierto es que el buen hacer de John Wayne y Chuck Norris no pudo elevar la moral combate de un país que a parte de la guerra había perdido la inocencia mientras en las televisiones de todo el mundo se veía a niños abrasados por el napalm y los 347 cadáveres que habían dejado tras de si los “valientes” soldados del 20º Regimiento de la 11ª Brigada de Infantería que la mañana del 16 de marzo de 1968, al mando del oficial William Calley Jr., entraron a sangre y fuego en la aldea de My Lai.


Llevados por el deseo de exorcizar a los demonios que atenazaban a EEUU a raíz de tan sucia contienda fueron muchos los directores que mostraron con gran crudeza como los cientos de miles de jóvenes inocentes que integraban el «Pelotón» que el Tío Sam desplego en Vietnam se acabaron convirtiendo en Ministros de La Muerte nacidos para matar que mientras teñían de rojo «La chaqueta metálica» de las balas con las que llenaban el infierno de comunistas perdieron su humanidad gracias a la brutalidad y al horror que con el cuchillo entre los dientes les esperaban agazapados en las selvas vietnamitas como «El cazador» que acecha a su presa en los bosques de Pennsylvania.


El deseo de saber más sobre el conflicto que dio lugar a las películas por cortesía de las cuales más de una vez tuve la tentación de coger la escoba y marcar el paso al son de “Aquí mi pistola, aquí mi fusil” fue el culpable de que en mi arsenal literario acabara teniendo cabida “Árbol de humo”, una dura novela en la que Denis Johnson relata las vivencias de algunos de los hombres y mujeres que moraron en El Infierno en el que se convirtió la tierra bajo el cielo que entre 1963 y 1970 fue surcado por los helicópteros Bell UH-1 Iroquois.


La mencionada novela, la cual fue premiada en 2007 con el "National Book Award" (Premio Nacional del Libro), tal como bien apunto Robert Saladrigas, La Vanguardia es: "Un texto duro, inclemente, comprometido, no apto para pusilánimes ni para quienes buscan evasión en la lectura. En suma: gran literatura".

El día que millones de americanos vieron en vivo y en directo como moría John Fitzgerald Kennedy, es la fecha elegida por Denis Johnson para dar comienza a la historia, un comienzo este en el que, a través de las palabras de Nguyen Hao descubrimos que los habitantes del país que la guerra cubrió con un manto de tristeza y dolor consiguieron superar su travesía a través del valle de las sombras gracias al apoyo de sus dos filosofías de vida: el confucionismo y el budismo. Y es que mientras que las primera les enseña a como comportarse cuando el destino les depara paz y orden, la segunda les entrena para aceptar su destino aun cuando esta les traiga sangre y caos.

La figura de James Houston, un joven procedente de las clases rurales de Arizona, sirve al autor para plasmar como los peones que tomaron parte del juego de ajedrez dirigido desde los despachos del Pentágono sufrieron un paulatino proceso de deshumanización, un proceso que para el mencionado muchacho comenzará en Fort Jackson (Carolina del Sur), un campo de entrenamiento en el que a parte de conocer el dolor gracias al duro entrenamiento vera como su fortaleza mental es puesta a prueba por cortesía de los oscuros pensamientos que poco a poco se hacen fuertes en su mente.

Las primeras dos semanas de instrucción fueron las más largas que había vivido nunca. Cada día parecía una vida entera en si mismo, vivida con incertidumbre, humillación, confusión y fatiga. Todo ello fue dando paso a un estado predominante de terror a medida que las nociones de matar y ser matado le empezaban a llenar la mente. Se sentía bien sobre el terreno, en las filas, en plena acción con los demás, gritando como monstruos, clavando la bayoneta a hombres de paja. Pero cuando se quedaba solo, aquel miedo apenas le dejaba ver con claridad. Solamente lo salvaba el agotamiento. Ser llevado más allá de los límites físicos ponía su pared de cristal entre él y todo aquello: no podía oír bien, no se acordaba de lo que acababa de mirar, de lo que acababan de enseñar. Solamente esperaba el momento de dormir. Tenía sueños histéricos durante la noche entera, pero dormía tanto tiempo como le dejaban.


Llegado a Vietnam, por si fuera poco para él hacer frente a “Los Demonios de La Guerra” tendrá que combatir contra la nostalgia que le invade cuando piensa en los seres queridos que dejo atrás y entre los que se encuentra su madre, una fanática religiosa que reza por él día y noche y que le anima a que siga trabajando por el Señor para mantener La Verdadera Fe en un mundo oscuro amenazado por los malditos comunistas.

El ansia de aventuras y el deseo de poner tierra de por medio entre él y la responsabilidad que supone hacerse cargo de su esposa y de dos hijos pequeños que le dan miedo es lo que hace que en un primer momento el patriota Skip Sands considere que el mejor lugar del mundo es una capital en guerra donde las mentiras, cicatrices, mascaras y complots codiciosos se dan cita personas sin pasado y con muy poco futuro entre las que se encuentran psicópatas, vagabundos, héroes y espías como él que mantienen encuentros en siniestros callejones y cierran tratos en media docena de idiomas mientras en sus rostros se dibujan falsas sonrisas y con la mirada calculan sus posibilidades.

Hubo una vez una guerra en Asia que tuvo entre sus tragedias el hecho de que vino después de la Segunda Guerra Mundial, una guerra moderna que sin embargo había conseguido conservar o revivir algunas de las glorias y romances de las guerras anteriores. Aquella guerra en Asia, sin embargo, no genero más romances que una serie de mitos infernales.

Entre los moradores de aquella guerra que iban a quedar desfigurados por ella – incluso, o sobre todo, desfigurados ante si mismos -, había un joven americano que según el momento se consideraba a si mismo el Americano Impasible o el Americano Feo, pero que no deseaba ser ninguno de ambos, sino que lo que quería ser era el Americano Sabio o el Buen Americano, aunque acabo viéndose a si mismo como el Americano Real y al finalmente simplemente como el Puto Americano.

Tal como dejan claro estas palabras impregnadas de tristeza y desencanto, por desgracia para él, el agente de la CIA mencionado anteriormente no tardara en descubrir que la guerra en la que se involucro para detener el comunismo no es tan buena como creía y como se la presentan los hombres que la dirigen, hombres como su tío, un venerado héroe de guerra al que todos conocen como “El Coronel” y que es el que ha urdido el proyecto de «guerra psicológica» llamado «Árbol de Humo», el cual consiste básicamente en llenar con alucinógenos los túneles que recorren el subsuelo del país, para que los soldados rebeldes que los utilizan se vuelvan locos.

Aunque los métodos de “El Coronel” no tienen nada que ver con los del brutal Sargento instructor Hartman seguramente para este último sonarían como música celestial las soflamas militarista con las que el primero arenga a los hombres bajo su mando.

La guerra es noventa y nueve por ciento mito. A fin de llevar a cabo nuestras guerras las elevamos al nivel de sacrificios humanos, e invocamos constantemente a nuestro Dios. La cosa tiene que significar algo más que el mero hecho de las muertes, o bien todos acabaríamos desertando. Creo que necesitamos ser mucho más conscientes de eso. Creo que también necesitamos invocar a los dioses del oponente. Y a sus diablos, a su aswang. El enemigo les tiene mas miedo a sus dioses y a sus diablos y a su aswang del que nunca nos tendrá a nosotros.

Vamos a ganar esta guerra. Y los esfuerzos de esta sección en concreto van a ser cruciales para ello. Pensad en nosotros como en infiltrados. Esta tierra que tenemos bajo los pies es donde el Vietcong ubica el corazón de su nación. Esta tierra es su mito. Si penetramos esta tierra, penetramos su corazón, su mito y su alma. Eso si que es infiltración de verdad. Y esa es nuestra misión: penetrar el mito de la tierra.


Las vivencias de los miembros de las LRRP (Long Range Reconnaissance Patrol) son expuesta a través de los rudos Cuchi Cuchis, hombres que con una pistola en una mano, sus pelotas en la otra y una linterna agarrada con los dientes, se deslizaban de cabeza por los oscuros túneles que recorrían la región de Cu Cuchi y en los que, según las leyendas, a parte de monstruos, reptiles ciegos e insectos que no habían visto nunca la luz, había hospitales y burdeles, y cosas horribles, montones de casquería procedente de las atrocidades del Vietcong, bebes muertos, curas asesinados.


"Es el amor a nuestro país lo que nos hace venir, pero tarde o temprano la venganza se convierte en la motivación central". Siguiendo al pie de la letra esta máxima un miembro de la LRRP cegado por el odio y por un buen puñado de anfetaminas arrancara a un prisionero estremecedores alaridos de dolor que por fortuna para este cesan gracias al misericordioso tiro de gracia de “El Coronel”, el cual, tras asistir a tan desagradable espectáculo, llega a la conclusión de que aunque la historia perdone a los artífices de la guerra, los hombres enloquecidos por culpa de ella jamás lo harán.

Trung Than, un espía norvietnamita que ha demostrado su lealtad a la causa atravesando Las Tres Puertas – prisión, sangre y negación de sí mismo – en la hora en la que decide vender su lealtad a “Los Yankees”, acaba comprobando que la peor prisión de todas es aquella a la que conduce renunciar a amigos y parientes.

Un asesino a sueldo del servicio secreto alemán será el que ponga rostro a los hombres – depredadores que, conscientes de que el éxito de su misión requiere violar la tierra y alimentarse de sus gentes, cometen algún pequeño crimen para poner de su lado a Los Dioses de La Oscuridad.

El hecho de que la crueldad de la guerra no es ajena a nadie queda de manifiesto gracias al personaje de Kathy, una enfermera canadiense que visto lo visto en el hospital de campaña en el que trabaja llegara a la triste conclusión de que el dolor de las madres que ven a sus niños con miembros amputados y cuerpos jalonados de quemaduras no será nada comparado con el de aquellas que en el futuro, a consecuencia de las armas químicas empleadas durante el conflicto, parirán a criaturas con cabezas enormes y caras deformes.

Si a través de los ojos de Kathy contemplamos El Horror en estado puro, a través de sus pabellones auditivos nos llegan la confesión de un soldado que a pesar de los litros de alcohol con los que trata de aplacar a sus demonios y fantasmas consigue enlazar una serie de palabras que, sin lugar a dudas, dejan bien claro que como alguien dijo una vez: La guerra solo trae muertes. Nadie gana.

Te pasas una temporada triste por los niños, un mes, dos meses, tres meses. Estabas triste por los niños, por los animales, no te ibas con las mujeres, no matabas a los animales, pero al cabo de una temporada te dabas cuenta de que aquello era una zona de guerra y que todo el mundo vivía en ella. Que no te importaba si aquella gente vivía o moría al día siguiente, que no te importaba si tu mismo vivías o morías al día siguiente, y entonces apartabas a los niños a patadas, te ibas con las mujeres y disparabas a los animales.

En resumen, una extraordinaria novela sobre la guerra de Vietnam – sobre todas las guerras - que nos deja claro que no hay paz ni salvación para los que por una u otra razón se adentran en el corazón de las tinieblas, allí donde no brillan ni los corazones purpura.

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