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jueves, 24 de octubre de 2013

El testigo de la historia que sirvio una relaxing cup of café con leche a ocho de los cuarenta y cuatro poderosos hombres que gobernarón el mundo desde El ala oste de la Casa Blanca


Aunque la nave llamada “Monarquia”, y cuyo timon es manejado por ese tipo campechano cuyo apellido rima con “Bribón”, ya tenia suficientes motivos para hundirse gracias a la via de agua que en su casco abrieron los colmillos del elefante que al caer muerto hizo temblar la tierra bajo el espacio aéreo de Botswana, en honor a la verdad, fue la larga mano de un jugador de balonmano la que consiguió que el Palacio de La Zarzuela este envuelto por una capa de suciedad cuyo nauseabundo hedor no podría ser disimulado ni con miles de litros de los mejores perfumes creados por “Coco” Channel

No obstante, a pesar de lo anteriormente mencionado y aunque a mi también me provoquen arcadas las golfadas reales, una frase extraída de “El discurso del rey” es la mejor forma de introducir el blog de hoy.


Y es que, como diría el que ostenta la jefatura del Estado español, me llena de orgullo y satisfacción saber que una de mis lectoras más fieles es la mujer que oyó de mis labios “Mama, quiero ser escritor”, declaración de intenciones esta que, con el pelo alborotado y los calcetines de color, pronuncie emulando a esa muchachita de Valladolid que protagonizo “Las que tienen que servir”, película esta en la que, con toques de comedia, se analizaba la no siempre cordial relación entre “Criadas y señoras”, señoras estas últimas que, además de a las chicas del servicio domestico, tenían también a su disposición a chóferes tan eficientes como Hoke Colburn, el hombre que condujo el automóvil Chrysler a bordo del cual la Señora Daisy Werthan recorrió el Estado de Georgia mientras con tristeza contemplaba como muchos de sus compatriotas eran victimas de esa lacra social contra la que, en El país del Arco Iris al que miles de kilómetros le separan de El país de las barras y estrellas, lucho el político sudafricano que, tras los barrotes de la pequeña celda en la que paso veintisiete años de su vida, gracias a la constante repetición del par de versos con los que finaliza el poema “Invictus” - Soy el amo de mi destino / Soy el capitán de mi alma – consiguió que su corazón negro no fuera hecho prisionero por el odio hacía los hombres blancos al servicio de ese brutal sistema de segregación racial que fue el Apartheid.


Es precisamente la segregación racial una de las patas que sostienen la mesa sobre la cual fueron colocadas las relaxing cups of café con leche con las que, por cortesía de “El mayordomo” que se las sirvió, remojaron sus gaznates el que jugaba con los “Masters del Universo” y la santa mujer a la que no le habría importado que la luna la hubiera sorprendido “Bailando con lobos” y con el guapito de cara que lidero la “Intocable” unidad policial que imponía la ley en aquellos días en los que imperaba la ley seca por culpa de la cual las calles de Chicago fueron mojadas por los litros de sangre derramados durante violentos ajustes de cuentas protagonizados por bandas de gángsters.


Andy García, el actor que en 1987 dio vida a uno de esos agentes de la ley que se enfrentaron a los matoNess a las ordenes de Al Capone, tres años después se metió en el uniforme y la piel de un miembro de “Asuntos internos”, la unidad policial a la que perteneció Jon Kavanaugh, el Teniente que intento impedir que el Detective Victor Samuel "Vic" Mackey y su Equipo de Asalto fueran los “Dueños de la calle”, y que fue encarnado en la pequeña pantalla por Forest Whitaker, el inmenso interprete afroamericano que siguiendo “El camino del samurai” que atraviesa la tranquila localidad tejana que fue testigo de “El último desafío” al que se enfrento el sheriff Ray Owens, y que recientemente cruzo las puertas del blanco edificio sito en el Nº 1600 de la Avenida Pensilvania, y en el que moraron los ocho poderosos hombres a los que, a lo largo de treinta y cuatro años (1952 – 1986), con gran profesionalidad y discreción sirvio Eugene Allen Gaines / Cecil Gaines, en la ficción.


Lee Daniels, el hombre que siguió las rodaduras dejadas en el asfalto por la bicicleta de “El chico del periódico” gracias al cual los habitantes de un pequeño pueblo de Florida pudieron leer noticias protagonizadas por personas tan desgraciadas como "Precious" Jones, es el director de la función en la que el tejano de Longview recorre con una bandeja en la mano los pasillos de la fortaleza que alberga en su interior la “Habitación del pánico” diseñada para que, durante situaciones de emergencia, pueda estar a salvo el ocupante del Despacho Oval en el que un día de 1952, por primera vez en su vida, entro Cecil Gaines para servir un café a Dwight David "Ike" Eisenhower.


Robin Williams, el actor que encarno al locutor radiofónico que empezaba su programa matinal gritando “¡Good morning Vietnam!” es el encargado de dar vida al general que planifico el Desembarco de Normandía, una de las operaciones militares más espectaculares y decisivas que tuvieron lugar durante la II Segunda Guerra Mundial, el conflicto armado durante el cual, el 13 de mayo de 1940, los hijos de la Gran Bretaña oyeron de labios de Sir Winston Leonard Spencer Churchill el discurso en el que este último les hacia saber que solo les podía ofrecer sangre, improbo esfuerzo, sudor y lágrimas, cuatro valores estos que desde hacia siglos marcaban la vida de los estadounidenses cuya negra piel contrastaba con el blanco color del algodón que arrancaban durante duras jornadas de trabajo.


Fue el 14 de Julio de 1919 cuando, tras germinar la semilla que Earl Gaines (David Banner) nueve meses antes planto, Cecil Gaines vio por primera la luz del sol que bañaba con sus rayos los campos de algodón de Scottsville (Virginia) allí donde, siete años después, el bendito fruto salido del vientre de Hattie Pearl, por cortesia del violento y sádico Thomas Westfall (Alex Pettyfer), recibirá una dura lección, lección esta que le enseñará de la peor forma posible que él y los de su raza, durante las jornadas de viaje que les llevaran a través de ese Valle de Las Sombras que es La Vida, deberán enfrentarse a la maldad de hombres blancos que con ese látigo de nueve colas que es el odio irracional les golpearán y les obligarán a que, para sobrevivir, saquen de su corazón la garra y la fuerza de la que hizo gala el “Héroe” que protagoniza una de las composiciones musicales más famosas de Mariah Carey, la cantante estadounidense que tras dejar en su armario sus elegantes vestidos se ha metido dentro de las sucias ropas de la madre de Cecil.


A raíz del despreciable acto cometido por el brutal capataz mencionado anteriormente, la mujer que parió a este último, y a la que da vida la actriz que dio la vida a “La condesa rusa” y que responde al nombre de Vanessa Redgrave, tomará bajo su protección al niño que un día fue el hombre al que encarna el que el 25 de febrero de 2007 atrapo esa estatuilla hecha con una aleación metálica formada por cobre, estaño y regulo de antominio, y posteriormente bañada con una capa de oro tan puro como el que, según la leyenda, cubría el inodoro en el que se sentaba el dictador que se autoproclamo como “El último rey de Escocia”, y que entre 1971 y 1979 regó las tierras de Uganda con la sangre de los cientos de personas que ordeno asesinar, y entre las que estaban algunas de las que formaron parte del menú del que decían que tenia la conciencia más negra que la piel.


Tras las cuatro paredes de la casa de Annabeth Westfall aprenderá todo lo que deben saber los que eran etiquetados por sus amos como “negro domestico”, apodo este último que Cecil no volverá a emplear para definirse a si mismo tras recibir un buen tortazo de Maynard, un veterano mayordomo que le enseña todo los trucos que ha aprendido durante su dilata trayectoria profesional, y al servicio del cual se puso Clarence Williams III, el veterano actor secundario que tomo parte de la “Conspiración militar” en a que se vio involucrado el agente secreto David Wolfe (Cuba Gooding Jr.).


Años después, gracias en buena medida a las clases magistrales de Maynard, el bueno de Cecil es elegido para formar parte del ejercito de sirvientes que esta al servicio del Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, y del que forman parte Carter Wilson y James Holloway, personajes estos que son encarnados respectivamente por el oscarizado neoyorquino que a las ordenes de Lee Daniels boxeo en las sombras, y por el patriota rockero que responde al nombre de Lenny Kravitz y que, guitarreos mediante, dejo claro que no quería envejecer junto a una Mujer americana tan brava como Gloria Gaines.


El hecho de que hoy en día Oprah Winfrey sea una de las mujeres mas poderosas de los Estados Unidos de America es un claro ejemplo de la gran evolución que ha experimentado la sociedad en la que tienen tanta influencia las opiniones de la periodista de Kosciusko (Misisipi); y es que el hecho de que una mujer negra haya ganado una multimillonaria fortuna y el respeto de sus compatriotas de raza blanca podría calificarse de increíble teniendo en cuenta que, no hace tanto tiempo, las mujeres que tenían la piel tan oscura como la del personaje a la que encarna en la película hoy reseñada eran despreciadas por los racistas blancos con alma negra cuyas execrables acciones, al fin y a la postre, y tal como podrá comprobar el respetable público, quebraran la tranquilidad del hogar de los Gaines.


Mientras que con paso firme y seguro Cecil recorre los pasillos de la Casa Blanca dentro de un elegante traje tejido con el respeto y el correcto trato del poderoso hombre blanco al que sirve, su primogénito, Louis – aprovechando su estancia en Nashville (Tennessee) para estudiar en la Fisk University – decide recorrer la peligrosa senda que recorren todos aquellos cuya meta es conseguir que, sin distinción de raza, todos los estadounidenses tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades, y en cuyos márgenes yacen los cadáveres de decenas de activistas a los que la vida les fue arrabatada por el Ku Klux Klan, la criminal organización formada por fanaticos racistas que encendían sus antorchas con las llamas de la hoguera alimentada por el odio, y que hoy que en día, tras perder el poder que llego a tener, es un nefasto recuerdo de aquellos días en los que – tal como pudo comprobar Rosa Parksnegarse a ceder el asiento a un blanco implicaba meterse en un jardín.


El personaje encarnado por David Oyelowo sirve al director de la función para lograr el principal objetivo de su obra, este es: mostrar al espectador la dura y dramática lucha de todos aquellos jóvenes de color que lo único que querían era conseguir ser tratados como seres humanos y no como basura.

Y es que, hace menos de 50 años, aunque visto lo visto nos parezca increíble, en el país que actualmente es gobernado por un hombre cuya piel es tan oscura como la de aquellos que fueron esclavos en la tierra de la libertad, el hecho de que los dueños de pieles tan negras como el carbón dijeran “Yes, we can tomar a bottle of Coca - Cola” y acto seguido, tras cruzar las puertas de una hamburguesería, se sentaran en un lugar reservado a los que no eran de su raza, a parte de provocar que fueran brutalmente agredidos por “respetables ciudadanos blancos”, les garantizaba que pasaran una temporada tras las rejas de la prisión del condado.


Con marcado tono pedagógico, el nudo de la pajarita de “El mayordomo” se centra en dar parte de los episodios más destacados que durante la década de los 60 y 70 tuvieron lugar en el sur de Estados Unidos; episodios estos entre los que estuvo el que tuvo como desgraciados protagonistas a James Earl Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner, tres activistas pro derechos civiles que la noche del 21 al 22 de junio de 1964 fueron torturados y asesinados por algunos de los caballeros blancos del KKK que imponían la ley del terror en Neshoba, el condado del Estado del Mississippi al que para resolver tan execrable crimen se desplazaron más de un centenar de miembros del FBI tan eficientes como Alan Ward, el agente yankee al que en la reconstrucción cinematográfica de uno de los mejores trabajos de investigación de la oficina federal de investigación dio vida Willem Dafoe, el actor que, metido en la piel y el uniforme caqui del sargento Elias Grodin, estuvo al frente del "Pelotón" de Infantes de Marina entre los que se encontraba el soldado Big Harold, y cuya juventud e inocencia se consumieron en El infierno verde cuyas calderas El Horror en cuyo pecho latía el corazón de las tinieblas alimento con las palmeras que crecían bajo el cielo sobre Vietnam, el país del sudeste asiático en el que, entre 1965 y 1975, se libro un conflicto armado por culpa del cual las puertas de 60.000 familias estadounidenses fueron golpeadas por los mensajeros de desgracia que les informaron de la muerte de esos seres queridos suyos que combatían a las ordenes de Lyndon Baines Johnson, el político demócrata que tras el magnicidio más famoso de la historia se convirtió en el trigésimo sexto presidente de los Estados Unidos, y al que, bajo una gruesa capa de maquillaje, encarna "El mensajero del miedo".


El que el 22 de noviembre de 1963 juro su cargo en el Air Force One que cubrió las millas aéreas que hay entre Dallas y Washington, y a bordo del cual iban los restos del berlines de adopción cuyas apariciones en el film hoy reseñado dan lugar a que la inmensidad de Whitaker se refleje en los azules ojos de James "Ciclope" Marsden, teniendo en cuenta su gran legado, en mi humilde opinión, queda retratado como un burdo personaje y no como el gran estadista que fue.

Y es que durante su mandato (1963 - 1969) – a parte de poner en marcha numerosos programas sociales que permitieron entre otras cosas que aumentará el número de visados de inmigración para países extraeuropeos, y que fueran una realidad el seguro de salud para los ancianos (Medicare) y para los pobres (Medicaid), y las viviendas de bajo coste destinadas a los más desfavorecidos - el duro tejano de Stonewall firmo la Ley de Derechos Civiles de (1964) y la Ley de Derecho al Voto (1965).


John Cusack, el actor al que le sorprendió la “Medianoche en el jardín del bien y del mal” en el que, junto a la madre de la hija del alter ego de James Holloway, estaba escuchando clásicos del jazz en una cadena musical de "Alta fidelidad", pone su gran talento al servicio del político republicano que, tras el estallido del escándalo Watergate, la tarde del la del 8 de agosto de 1974, haciendo un alarde de vergüenza torera y ante la atenta mirada de los millones de estadounidenses a los que defraudo, conjugo la primera persona del singular de ese verbo que no forma parte del vocabulario de los sinvergüenzas que con sus fechorías han dado una estocada mortal a la reputación de la clase política de La piel de toro.


Gracias al fragmento del film que abarca la legislatura del jefe de los hombres a los que pusieron nombres y apellidos los periodistas del The Washington Post a los que Jeremiah Johnson y un “Pequeño gran hombre” dieron vida en la gran pantalla, comprobaremos que, debido en buena medida al fracaso de la pacifica resistencia gandhiana defendida por Martin Luther King, los puños cerrados que bajo un guante negro reivindicaba el poder de los afroamericanos se acabaron convirtiendo en las garras con las que los Panteras Negras empuñaron las armas con las que dieron al hombre blanco una milésima parte del sufrimiento que, desde hacia siglos, como si fuera el tatuaje dejado por las nueve colas del látigo de uno de los brutales capataces de las plantaciones de algodón, marco a aquellos cuya piel eran tan negra como la de Tommie Smith y John Carlos, los atletas olímpicos que el 16 de octubre del 1968, tras recorrer los 200 metros lisos que les separaban del podio donde les fueron colgadas al cuello la medalla de oro y bronce respectivamente, protagonizaron uno de los momentos extradeportivos más recordados de los Juegos Olímpicos de México.


Mientras lucha por conseguir que las jornadas de trabajo de él y de aquellos con los que tiene en común el color de la piel tengan sea recompensadas con el mismo dinero que reciben los empleados blancos, Cecil Gaines será testigo de cómo Ronald Reagan recibe la Cartera que contiene los documentos secretos referentes a la Seguridad Nacional y que en su día, colocados sobre el escritorio sito en el Despacho Oval, fueron revisados por Gerald Ford y Jimmy “El Pacificador”.


El gAlan inglés que encarno al terrorista alemán que a sangre y fuego se convirtió durante unos horas en el rey de la “Jungla de cristal” da al vida al cowboy que a galope tendido llego a la Casa Blanca y que durante todo su mandato trabajo a pico y pala para conseguir que mordieran el polvo los que construyeron El telón de acero que dividía en dos una de las ciudades más bellas de la patria de Helmut Köhl, el político que entre 1982 y 1998 fue Canciller de Alemania, circunstancia esta última que, entre otras cosas, le permitió sentar sus posaderas en una de las sillas colocadas en torno a la mesa donde en su honor se celebro una cena a la que Eugene Allen Gaines fue invitado por La primera dama que tenia nombre de muñeca ochentena y a la que encarna la que dio vida a la alocada fémina que junto a “El candidato” formo la pareja de enamorados que, tras andar “Descalzos por el parque”, hacían parada y Fonda en un quinto piso sin ascensor.


Gracias a la generosidad de Laura Ziskin Productions, Windy Hill Pictures y la productora que crearon los hermanos Weinstein y que permitió a Quentin Tarantino contratar al cazador de recompensas King Schultz para que quebrara las cadenas de un esclavo llamado Django, Lee Daniels ha tenido a su disposición un presupuesto de veinticinco millones de dólares con el que - a parte de presentar en sociedad a “El mayormo” al que, en 2008, artículo en el Wahington Post mediante, puso nombre y apellido el periodista Wil Haygood – ha conseguido extraordinarios resultados tanto artísticos como económicos.


Y es que, debido en buena medida a ese gran plantel de estrellas que recita muy bien el guión escrito por el mismo y Danny Strong, a parte de reventar las taquillas y conseguir que el público y la crítica cinematográfica le hayan servido grandes elogios en bandeja de plata, ha provocado que el espectador sea esclavizado por el profundo sentimiento de admiración que despertó en ellos la lucha de los que tenían una piel tan oscura como la de ese anciano al que el 20 de enero de 2009 le embargo la emoción cuando en esos ojos suyos que durante casi noventa años fueron testigos privilegiados de cómo se fraguo la historia de los Estados Unidos de America se reflejo el rostro de ese joven afroamericano que, elecciones mediante, se gano el derecho a ser el cuadragesimocuarto ocupante del Despecho Oval, esa sala en la que se decide el destino del mundo y cuyas puertas tantas veces cruzo ese mayordomo al que Harry S. Truman llamaba Gene, y al que, tras cruzar las puertas de su humilde apartamento, le esperaba una mujer cuyo nombre era Helene y que, según su marido, no tenia nada que envidiarle a las primeras y elegantes damas con las que él que se cruzaba a diario.


Dado que el cine a parte de ser una forma de entretenimiento, a veces, también es una extraordinaria excusa para reflexionar sobre lo divino y lo humano, visto lo visto, hay que reconocer que – a pesar de que, como todos los seres humanos, son imperfectos – los estadounidenses, por mucho que les cueste reconocerlo a aquellos que simplemente los ven como unos cowboys analfabetos cuyo mayor entretenimiento es hacer turismo invadiendo países, son admirables por haber contribuido todos ellos a que sus discrepancias políticas y las heridas dejadas por el pasado no impidan que su amado país consiga vencer todas las adversidades.

Por desgracia, por otros lares, el empecinamiento en no abandonar el pasado, a parte de provocar debates estériles nada útiles para superar la crisis, esta consiguiendo que los habitantes de cierto país europeo, hasta el fin de los tiempos, jamás se enfrenten unidos a los problemas comunes.




miércoles, 16 de octubre de 2013

Crónica de un justificado fracaso cinematográfico


Años después de que comprendiera que jamás seria elegido para llenar el enorme vacío que Gary Winston Lineker dejo en la delantera del FC Barcelona, El delantero matador en permanente fuera de juego que un día fui soñó con llegar a convertirse algún día en una estrella del heavy – metal tan brillante como Bruce Dickinson, ese hijo de la Gran Bretaña que es dueño de unas cuerdas vocales tan resistentes como el acero con el que fueron forjadas las espadas que empuñaban los vikingos que protagonizan las hazañas bélicas que Johan Hegg narra con su voz aterciopelada.


Dado que, al fin y a la postre, ambos sueños de grandeza acabaron durmiendo el sueño eterno bajo el manto que sobre ellos echo mis frustración, a estas alturas de mi vida ya solo aspiro a que dentro de cientos de años sean millones las personas que cuenten a sus nitos que yo fui La Salvación, El Mesías que lidero al ejercito de humanos que a sangre y fuego consiguió vencer a los “Cyborg”, esos “Asesinos cibernéticos” que no conocían el significado de la palabra compasión, y cuyos endoesqueletos albergaban en su interior “Almas de metal”.


Creyendo que podría ser para él tan útil como “El arte de la guerra” lo es para los alumnos de las academias militares, el que esto escribe malgasto 110 minutos de su vida visionando “Crónicas mutantes”, una película que, en lugar de enseñarle estrategias para sobrevivir en un mundo apocalíptico, provoco que fuera hecho prisionero de guerra por la vergüenza, y es que ese sentimiento es lo único que deja tras de si la sucesión de imágenes cazadas por la cámara cinematográfica de Simon Hunter, el hombre al que Edward R. Pressman Film, First Foot Films y Paradox Entertainment entregaron veinte millones de dólares para que convirtiera en imágenes las palabras que formaban parte del guión que Philip Eisner escribió en unas hojas de papel que, seguramente, gracias al estrepitoso fracaso comercial de dicho film (5.000 $ de recaudación), para muchos de los directivos de las productoras mencionadas anteriormente, en lugar de acabar sobre la mesa que fue testigo de la reunión en la que dieron luz verde al proyecto, deberían haber sido atrapadas por los ardientes brazos de los “451º Fahrenheit” con los que la siniestra brigada de bomberos – pirómanos creada por Ray Bradbury destruían los libros que, por su capacidad de hacer pensar a la gente, eran una amenaza para Montag, la triste e indeseable sociedad que ojala nunca sea algo más que el fruto de la imaginación del autor de “Crónicas marcianas”.


Aunque el proyecto tenía como objetivo adaptar a la pantalla grande Mutant Chronicles, visto lo visto, queda claro que la historia escrita por el guionista que nos llevo más allá del “Horizonte final” esta a años luz de la mitología del rico universo que tanto hizo disfrutar a los millones de jugadores que se enrolaron en los ejércitos que combatieron sobre el tablero del mencionado juego de rol tecno fantástico, y es que, a parte del nombre, lo único que respeto Eisner fue el nombre de Las Megacorporaciones - Mishima, Cybertronic, Bauhaus, Capitol e Imperial – cinco titánicas empresas que en el Siglo XXIII libran una brutal guerra para apoderarse de los ya escasos recursos del planeta Tierra, un inhospito lugar en el que solo viven los pobres desgraciados que no han podido comprar un pasaje con destino a Marte.


Año 2707: Por si fuera poco grande El Infierno terrenal alimentado con el hambre y la guerra, 'La Máquina' que 10.000 años antes llegó del espacio exterior con el propósito de transformar a los hombres en mutantes y que había sido sellada por Los Antiguos, es accidentalmente activada mientras los soldados de los ejércitos de Bauhaus y Capitol, con las bayonetas caladas en sus potentes fusiles de asalto, libran brutales combates cuerpo a cuerpo plasmados en una sucesión de escenas que, sin éxito alguno, intentan alcanzar el dramatismo de las que desfilaron ante los ojos de los espectadores que se metieron dentro de las trincheras en las que, con barro hasta las rodillas, paso varias horas de su vida Paul Bäumer (Lew Ayres), un soldado alemán destinado al frente oeste de Europa y que, tras sobrevivir a bombardeos, ataques con gas mostaza y los disparos de las metralletas enemigas, murió durante el transcurso de un día que por ser muy tranquilo y calmado provoco que el parte de guerra diario firmado por los generales germanos se resumiera con Im Westen nichts Neues (Sin novedad en el frente), frase esta última que daba título a la novela en la que se baso el guión de la ganadora del Oscar a la Mejor película en 1930, y que un año antes fue escrita por Erich Maria Remarque, uno de los miles de jóvenes alemanes que fueron peones sacrificables en el tablero de ajedrez en el que se vieron obligados a jugarse la vida durante el conflicto armado que se libro entre el 28 de julio de 1914 y el 11 de noviembre de 1918, y que les enfrento a los horrores de la guerra, esos de los que el de Osnabrück dijo: Los horrores son soportables mientras se trate sólo de sufrirlos, pero matan cuando se reflexiona sobre ellos.


Ante la grave amenaza que Los Mutantes suponen para La Humanidad, Los Hombres de Fe que aún creen que es posible la salvación de la raza humana depositan todas sus esperanzas en Los siete elegidos que, cumpliendo la profecía narrada en Las Crónicas Mutantes, llevarán a cabo una misión tan suicida como la que fue ejecutada por los “Doce del patíbulo”, y que serán seleccionados y reclutados por el Hermano Samuel, personaje este último encarnado por Ron Perlman, el actor que en la pantalla grande dio vida a El chico del Infierno, y que en la pequeña pantalla es el padrastro del Hijo de La Anarquía que recientemente, a lomos una Harley Davidson, escapo de las “Cincuenta sombras de Grey”, y cuyo hermoso rostro y hercúleo cuerpo ha conseguido que millones de féminas, parafraseando a la motorista que en la década de los 80 protagonizo un famoso anuncio de colonia masculina, digan: Busco a Jax.


Gracias al selectivo proceso de selección llevado a cabo por el Hermano Samuel, este último y la Hermana Severian (Anna Walton) atravesarán el apocalíptico Valle de Las Sombras que es La Tierra junto al hepteto de soldados que hasta hace unos días habían sido enemigos y que, tras dejar atrás sus diferencias en post del bien común, se han acabado convirtiendo en aliados.


A Dios rogando y con los fusiles de asalto ametrallando, emprende su peligrosa misión tan peculiar grupo, grupo cuya sección militar esta liderada por el Mayor 'Mitch' Hunter (Thomas Jane), y en el que – para equilibrar el alto nivel de testosterona inyectado por este último y los machos Maximillian von Steiner (Benno Fürmann), Juba Kim Wu (Tom Wu), John Maguire (Steve Toussaint), Jesus 'El Jesus' de Barrera (Luis Echegaray) y Michaels (Pras Michel) – ha sido incluida la "dulce" Valerie Duval, una mujer de armas tomar que tiene más de sesenta muertos en su armario y que es encarnada por Devon Aoki, la pequeña flor de loto que dio vida a una de las prostitutas que al caer la noche llenan las calles de la ciudad del pecado.


Aunque no puede ponerse “Bajo sospecha” la actuación de “El Castigador” para el cual fue una pesadilla estar en el punto de mira de “El cazador de sueños”, afirmar que el Mayor Hunter no logra conquistar al espectador es tan cierto como decir que en el “Profundo mar azul” moran bestias tan peligrosas como las lovercraftnianas criaturas que aterrorizaron a los habitantes de un pequeño pueblo Maine tras atravesar “La niebla” que separa nuestro mundo de las tierras baldías en las que lucha por su supervivencia Roland Deschain, el pistolero cuyo carisma es muy superior al del personaje encarnado por el de Baltimore.


Y es que, aunque la carta de presentación del tipo duro que lidera la cruzada contra Los Mutantes sea 'No me pagan por creer, me pagan por ser un cabrón' en ningún momento consigue que los amantes de las películas de acción le tengamos el respeto que en su día nos inyecto el mordisco de Bob "Snake" Plissken, el tatuado y carismático antihéroe en cuya piel se metió el que se Kurtió dando un “Golpe en la pequeña China”.


El grave fallo mencionado anteriormente unido a unos diálogos vergonzosos y unos paupérrimos efectos especiales, al fin y a la postre, consiguió que el que durante el visionado de “Black Hawk down” rezo a Los Dioses de La Guerra para que las hordas somalíes no aniquilarán a los soldados norteamericanos atrapados en el infierno terrenal en el que el 3 de Octubre de 1993 se convirtieron las calles de Mogadiscio acabase deseando que a Hunter y los suyos se les encasquillaran las armas y que Los Mutantes consiguieran hacerse dueños y señores del planeta en el que mora La Raza Humana, esa especie que tiene el dudoso honor de ser arquitecta de su propia de destrucción.


En resumen, una película muy mala de la que lo único que bueno que puedo decir es que me ha servido para escribir otro de esos blogs con los que, sin demasiado éxito, intento conseguir que alguna editorial del Planeta vea en mi al sucesor del que escribió la “Crónica de una muerte anunciada”.