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lunes, 27 de agosto de 2012

Más importante que saber el origen de La Vida es saber darle sentido antes de que llegue su final


Sin lugar a dudas uno de los momentos más amargos para un hombre es aquel en el que con gran dolor de corazón descubre que su estimado progenitor, al igual que el 100% de aquellos que se han unido a una mujer, no tiene empacho alguno en bailar al son de la música que toca su esposa.

A pesar de la gran admiración que sentía por el hombre que junto a su esposa con gran coraje y pundonor hizo frente a los zarpazos económicos lanzados por la reconversión naval y consiguió sacarnos adelante a mi y al par de monstruitos que tengo por hermanas, lo cierto es que no pude evitar pensar que era un calzonazos aquella noche de Viernes de mediados de la década de los 80 en la que hallándome yo en el sofá listo y dispuesto para ver «Alien» me invito amablemente a enfilar el camino que iba hasta mi cama tras recibir una llamada telefónica de Mi Santa Madre, la cual, a pesar de hallarse a decenas de kilómetros de Gijón, no consintió que la distancia le hiciese olvidar que entre sus deberes estaba evitar que el que hoy en día solo tiene “Miedo a la oscuridad” por culpa de “La Doncella de Hierro” se tirase varías noches sin dormir a causa del pánico que a buen seguro le provocaría la criatura diseñada por Hans Ruedi Giger.


Por fortuna para el miedoso niño que, para vergüenza de propios y extraños, miraba varias veces debajo de la cama en busca de monstruos y psico – killers antes de taparse con la manta hasta la coronilla con la esperanza de que, como si esta fuera un escudo de acero, le protegiese de ataques contra su persona, el paso del tiempo le permitió superar sus temores y ver películas tan aterradoras como la dirigida por Ridley Scott en 1979.


Aunque en honor a la verdad los efectos especiales de la película palidecen ante los que hoy en día permiten a las grandes superproducciones reventar las taquillas mundiales lo cierto es que la historia escrita a cuatro manos por Dan O'Bannon y Ronald Shusett sigue consiguiendo que un escalofrió recorra nuestro cuerpo mientras vemos como los siete tripulantes de la nave espacial de transporte comercial U.S.C.S.S. Nostromo descubren el verdadero significado de “El Horror” durante el viaje a “El Corazón de las tinieblas” que se ven obligados a realizar por cortesía del octavo pasajero, esa despiadada criatura alienígena que a más de uno le arrancará alaridos de dolor que, allá en el espacio exterior, nadie podrá escuchar.


La película que en 2002 fue incluida en el Registro Nacional de Cine de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos para su preservación histórica y que según el American Film Institute es la séptima mejor película en el género de la ciencia ficción, tuvo en el momento de su estreno un gran éxito de taquilla y una extraordinaria acogida por parte de la critica circunstancia esta que, como no podía ser menos, provoco que siete años después los estudios 20th Century Fox y Brandywine Productions diesen luz verde a la pertinente secuela, la cual llevo por título «Aliens, el regreso».


Sin lugar a dudas del film dirigido por James Cameron – a parte del universo creado entorno a la feroz criatura asesina que nos fue presentada en la primera parte – cabe destacar el hecho de que fuera la Teniente Ellen Ripley (Sigourney Weaver) la protagonista absoluta de la función.

Y es que en aquellos benditos días en los que el cine de acción alcanzo la gloria gracias al buen hacer de «Los Mercenarios» Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger y Chuck Norris fue para muchos un auténtico shock comprobar como la que vivió peligrosamente en Indonesia durante la insurrección comunista contra el dictador Sukarno, haciendo buen uso de sus «Armas de mujer» y de la poderosa potencia de fuego de un rifle de pulsos M41 – A conseguía aniquilar a los cientos de aliens que habían sido capaces de acabar con la vida de todo un comando de aguerridos y feroces Marines Coloniales.


Por desgracia para los amantes de la saga Alien, en 1992 sufrimos una gran decepción con «Alien 3», película dirigida por David Fincher, y que dado su discreto guión, carente de la emoción y terror que caracterizaba al de las dos primeras entregas, seguramente solo es recordada con cierto cariño por “la Weaver”, la cual, gracias al personaje que la hizo mundialmente famosa, se embolso un buen puñado de dólares.


Cuando todo parecía indicar que “la criatura” no daba más de si, en 1997, gracias al buen hacer de Jean-Pierre Jeunet, protagonizo una espectacular y esplendorosa resurrección. Y es que el mencionado director, cuatro años antes de emocionar a medio mundo con las andanzas de la dulce «Amelie», a partir de un guión escrito por Joss Whedon («Los Vengadores»), consiguió que los amantes de la ciencia – ficción disfrutáramos como nunca por cortesía de una sanguinaria, brutal, sórdida y agresiva historia durante la cual la Teniente Ripley conto con la ayuda de un grupo de mercenarios liderados por Frank Elgyn, un tipo sin demasiados escrupulos al que da vida Michael Wincott, actor canadiense que – sin que sirviese de precedente – se metió en el traje y la piel de uno de los buenos tras haber encarnado anteriormente a tipos tan despreciables como Top Dollar «El cuervo», Guy de Gisborne «Robin Hood, príncipe de los ladrones» y El Capitán Rochefort «Los tres mosqueteros».


Dada la falta de originalidad que desde principios del Siglo XXI ha caracterizado a los operarios que trabajan en “La fábrica de sueños” fueron muchos los que apostaron por seguir exprimiendo a “la criatura”. Aunque en un principio James Cameron mostro su interes en realizar una quinta entrega centrada en los orígenes de Alien, en 2004 abandono el barco al enterarse de que 20th Century Fox estaba más interesada en la realización de «Aliens vs. Depredador», una película que – a juicio del director de «Terminator» - hundiría a la franquicia como en su día aquel enorme iceberg hundió al «Titanic».

Aunque el encarnizado enfrentamiento entre las criaturas diseñadas por Hans Ruedi Giger y Stan Winston respectivamente, fue lo suficientemente exitosa como para que se diera luz verde a una segunda parte - «Aliens vs. Depredador: Réquiem» (2007) - en 2008, tras imponerse la cordura, Ridley Scott y la productora cinematográfica mencionada anteriormente llegaron a la conclusión de que había llegado la hora de ponerse serios.


Tras las pertinentes negociaciones de presupuesto, el 10 de noviembre de 2010 el director que a la señal “Ira y Fuego” nos hizo vibrar con las andanzas del general de las legiones de Roma que convertido en gladiador cincelo su nombre en La Eternidad se puso de nuevo a los mandos de la nave Alien y, siguiendo la hoja de ruta marcada en el guión escrito a cuatro manos por Jon Spaihts y Damon Lindelof – cocreador, productor y guionista principal de la inolvidable serie Lost, se embarco en un viaje cuyo objetivo es descubrir los orígenes de "Space Jockey", el ser extraterrestre que en la primera entrega de la saga era descubierto por los tripulantes de la nave Nostromo minutos antes de que se abriesen para ellos las puertas del infierno.


Noomi Rapace, la actriz que metida en la chupa de cuero de «La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina» se enfrento a «Los hombres que no amaban a las mujeres», encarna a Elizabeth Shaw, la arqueóloga que sueña con encontrar la explicación al origen de La Vida en La Tierra.


En 2089 - treinta y siete años antes de los acontecimientos narrados en «Alien» - durante una exploración que junto a su marido, el también arqueólogo Charlie Holloway (Logan Marshall-Green), realiza en una cueva de la Isla de Skye (Escocia) Shaw descubre una serie de dibujos que, dadas sus similitudes con otros realizados por varias antiguas culturas sin contacto entre ellas, interpreta como el mapa estelar que deben seguir todos aquellos que estén interesados en conocer a “Los Ingenieros que crearon a los hombres”.


Gracias al dinero aportado por la Corporación Weyland fundada por Peter Weyland – personaje este encarnado por Guy Pearce, el creador de «La máquina del tiempo» - la nave científica Prometheus es enviada al espacio con el objetivo de explorar la luna distante LV-223.


Coincidiendo con la Navidad de 2093, la nave llega al planetoide y da comienzo a la misión, misión esta que realizan bajo la supervisión de Meredith Vickers, una dura mujer que tras pasarlo mal «En tierra de hombres» lo pasará aún peor en el territorio de “Los Ingenieros”, y es que - al igual que el resto de los miembros de la expedición – descubrirá con horror que los que crearon La Vida han puesto su avanzada tecnología al servicio de La Muerte…


Y es que – emulando a los «Creadores de sombras» gracias a los cuales desde el cielo sobre Hiroshima y Nagasaki cayeron las bombas atómicas que albergaban en su interior La Destrucción - “Los Ingenieros” han desarrollado un arma de destrucción masiva con forma de “criatura alienígena”…


Como bien supondrá el respetable, en el momento que las crías de Alien hacen acto de presencia da comienzo una salvaje lucha por la supervivencia durante la cual entrará en escena lo mejor y lo peor del ser humano…

Aunque seguramente el propósito de Ridley Scott no era ni mucho menos pontificar sobre el sentido de la vida lo cierto es que el que viaja a los mandos de la nave “JL - 3777” deseando fervientemente que existiese un manual de instrucciones de manejo que le evitase quemarse como los tripulantes del transbordador espacial Challenger, finalizada la más que notable superproducción reseñada anteriormente llego a la conclusión de que más importante que saber el origen de nuestra vida es saber darle sentido antes de que “Los Ingenieros”, Aliens mediante, le pongan final; y es que, ya sea más allá de las estrellas o bajo el cielo sobre nuestras cabezas, mientras tengamos combustible en el deposito y algo en lo que creer tenemos la obligación de seguir nuestro viaje teniendo siempre presente que tal como dijo Friedrich Nietzsche: Todo aquel que tiene una razón para vivir puede soportar cualquier forma de hacerlo.


viernes, 24 de agosto de 2012

La princesa que quiso reinar sobre su destino


A mi que siempre me pareció muy atractiva la idea de hacerme dueño de un pequeño patrimonio emulando al “Renegado” Reno Raines que, a lomos de una Harley - Davidson, y «Por un puñado de dólares», capturaba a los delincuentes más buscados de EEUU, tuve que dejar al margen mis sueños de grandeza y hacerme a la idea de que mis primeros euros entrarían en mi cuenta corriente por cortesía de un trabajo que consistía en “contar” el número de espectadores que pasaban por taquilla para ver las películas que se proyectaban en los Cines Centro.


Fue así como durante una calurosa tarde de verano de 2003, en lugar de estar en las procelosas aguas del Mar Cantábrico buscando la gran ola, acabe «Buscando a Nemo» en compañía de la decena de medio metros que minutos antes, emulando a los lasquenetes al mando de Jorge de Frundsberg que el 6 de Mayo de 1527 tomaron “a saco” La Ciudad Eterna, habían entrado en tromba en la sala de los cines del Centro Comercial San Agustín donde se proyectaba la película que en 2004, de forma muy merecida, fue justa ganadora del Óscar a la mejor película de animación.


Huelga decir que – al igual que millones de personas – un servidor quedo fascinado por la experiencia de la que disfruto debajo del mar por cortesía del extraordinario trabajo llevado a cabo por los creativos, ingenieros, artistas, dibujantes, animadores, programadores y desarrolladores a sueldo de Pixar Animation Studios que en 1995, gracias a «Toy Story» - el primer largometraje de animación integral por ordenador y la primera película digital en recibir un Oscar – asombraron al mundo entero al conseguir que un puñado de dibujos hechos con tinta y acuarelas de vivos colores llegasen hasta el infinito y más allá.


Ante tal tesitura seis años después no dude ni un segundo en desembolsar el importe de la entrada para «Up!», película esta que, al igual que la dirigida por Andrew StantonLee Unkrich, es otra obra maestra del cine de animación, circunstancia esta de la que dio fe el Óscar a la mejor película de animación, premio este al que se unió el concedido a Michael Giacchino por la exquisita y conmovedora Banda Sonora original que compuso para amenizar la aventura protagonizada por el cascarrabias Carl Fredricksen y ese entrañable explorador con un optimismo a prueba de bomba que respondía al nombre de Russell.


Dado que - tal como bien afirman Bisbal, Cali y El Dandee - "No hay dos sin tres", por tercera vez el niño que mora en mí ha sucumbido ante la magia, la fantasía y la emoción que impregnan las películas de animación que llegan a nuestras pantallas desde las oficinas de los estudios ubicados en  EmeryvilleCalifornia (Estados Unidos).

En estos tiempos en los que las niñas ya no quieren ser princesas, y a los reyes les da por cazar elefantes en la sabana de Botswana, Pixar Animation Studios, «Brave (Indomable)» mediante, se ha propuesto reinar en las taquillas mundiales con la historia protagonizada por la indómita Princesa Mérida.


La mencionada muchacha, doblada por Kelly MacDonald «Boardwalk Empire»), y los revoltosos trillizos que tiene por hermanos viven junto  a sus padres - Rey Fergus (Billy Connolly «El ultimo samurái») y Reina Elinor (Emma Thompson «Sentido y sensibilidad») – en un gran castillo desde cuyas almenas tienen el inmenso privilegio de contemplar los impresionantes paisajes de Las Tierras Altas de Escocia.


La apacible vida de la que disfruta Mérida – la cual prefiere galopar libre y salvaje a lomos de su majestuoso caballo Angus y llegar a ser una aguerrida amazona diestra con el arco antes que una sumisa y modosita princesa de exquisitos modales - se vera seriamente alterada el día en el que su estricta madre le hace saber que ha llegado la hora de que cumpla con la antigua costumbre según la cual la hija primogénita del rey debe casarse con el hijo primogénito del líder de uno de los clanes aliados.


La negativa de Mérida a perder su libertad para unirse en sagrado matrimonio a uno de los tres mozos casaderos que se han propuesto conquistarla mostrando sus habilidades en los Juegos de las Tierras Altas la llevará a solicitar la ayuda de la anciana y atolondrada hechicera Wise Woma (Julie Walters «Billy Elliot»), la cual tendrá a bien concederle un deseo que, al fin y a la postre, pondrá en serio peligro a la madre de la Reina Elinor. Por si fuera poco lo anteriormente mencionado, el echo de que “la arquera pelirroja de indomables cabellos” no sea partidaria de permitir que su corazón sea traspasado por las flechas disparadas por Cupido provocara que se desate el caos y la furia por cortesía de los clanes a las ordenes de los padres de los pretendientes: el gigantesco Lord MacGuffin (Kevin McKidd «El reino de los cielos»), el malhumorado Lord Macintosh (Craig Ferguson) y el cascarrabias Lord Dingwall (Robbie Coltrane «From Hell»).


Cabe en este punto destacar que mientras que Lord MacGuffin es un tributo a Alfred Hitchcock – el genial director que acuño la expresión con la que se denomina a la excusa argumental que motiva a los personajes y al desarrollo de una historia, y que en realidad carece de relevancia por sí misma - Lord Macintosh - personaje cuyas “pinturas de guerra” nos recuerdan al poeta - guerrero al que encarno Mel «Braveheart» Gibson - es un sentido homenaje al recientemente fallecido Steve Jobs.

Y es que “El Mesías Tecnológico”, en 1986 - tras ser despedido por la directiva de Apple Inc., la compañía que diez años antes había fundado junto a Steve Wozniak y Ronald Wayne – puso en marcha la maquinaría de Pixar (pixel + art) el día que destino los 10 millones de dólares de su finiquito a la compra de The Graphics Group, una empresa perteneciente al legendario sello LucasFilms, y que se dedicaba a la generación de equipos para la producción de gráficos, equipos estos que junto al trabajo desarrollado por el propio Steve Jobs y sus colaboradores Ed Catmull (animador frustrado que nunca supo defenderse excesivamente bien con el lápiz, pero sí con el teclado) y John Lasseter (talentoso animador que fue despedido de Disney por predecir que el futuro de los dibujos animados no estaba en las plantillas superpuestas y los lápices de colores, sino en los softwares y los píxeles) fueron los culpables de que nueve años después el cine de animación cambiara para siempre.


Aunque la historia narrada en «Brave (Indomable)», al igual que ocurre en todas y cada una de las películas de PIXAR, tiene un final feliz es justo y necesario hacer saber que en el proceso de producción tuvieron cabida las lagrimas de tristeza derramadas por Brenda Champman.


Y es que a pesar de que en un principio la mencionada directora tuvo el beneplácito total de PIXAR para plasmar en imágenes animadas el cuento de hadas que ella misma había escrito a partir de la relación con su hija, finalmente – con la excusa de que había que cumplir los plazos de producción establecidos - Mark Andrews paso a ocupar el puesto de Chapman, circunstancia esta que provoco que esta última mostrase su malestar en un artículo en el New York Times en el cual no duda en tildar de machistas a los ejecutivos que controlan el destino de la compañía de animación mencionada anteriormente.

“Era una historia que yo había creado, que provenía de un lugar personal, como mujer y como madre. Que me la arrebataran y se la dieran a otra persona, y que fuera a un hombre, fue realmente angustioso en muchos aspectos. [...] A veces, una mujer expresa una idea y es rechazada, solo para que después un hombre exprese esencialmente lo mismo y sea ampliamente aceptado. Hasta que no haya suficientes mujeres ejecutivas en lo más alto de la jerarquía, esto seguirá pasando”

Dejando al margen el drama humano que rodeo a la película, visto lo visto en la pantalla grande queda claro que han sido muy bien aprovechados los 185 millones de dólares que se invirtieron en la producción, y que a estas horas, dado el enorme éxito de taquilla, ya han sido recuperados con creces.

Dado que desde un principio el objetivo del equipo humano que intervino en el desarrollo de la película fue plasmar con el mayor realismo posible las tradiciones y el modo de vida de los compatriotas de William Wallace, los técnicos que llevaron a cabo la animación de los personajes tomaron  clases de lucha con espada y tiro con arco, vistieron kilts, montaron a caballo, visitaron el zoológico, escucharon clases y conferencias de expertos en acentos escoceses, estudiaron films clásicos y contemporáneos ambientados en Escocia y vieron documentales acerca de osos y caballos. 



Tras la pertinente toma de contacto con el terreno que iban a pisar Mérida y compañía, fue necesario el desarrollo de una nueva tecnología que, además de permitir la animación de escenas de gran complejidad, solventase el problema que suponía para los animadores controlar varios personajes que están conectados o que son dependientes entre sí.

Gracias al programa PRESTO Animation System, los artistas y realizadores, a parte de superar con éxito los retos a los que se enfrentaron en un primer momento, elevaron un poco más el listón alcanzado hasta la fecha por PIXAR al conseguir imprimir un gran realismo a los movimientos de animales tan grandes, pesados y musculosos como son el oso y el caballo.


Como no podía ser menos, Mérida – la protagonista absoluta de la función – tuvo las atenciones que se merecía por parte de los creadores, creadores cuyo mayor desafío fue conseguir que el movimiento de los indomables y rizados cabellos pelirrojos de la mencionada muchacha se movieran con la misma naturalidad con la que lo hace “el pelo PANTENE”.


Dado que los programadores a sueldo de PIXAR no tienen ni un pelo de tontos el problema que suponía domar a la salvaje melena de Mérida dejo de serlo cuando consiguieron desarrollar una nueva tecnología, tecnología esta que – tal como se puede apreciar en la película – fue eficazmente utilizada por Ramiro López Dau, un animador español que a la hora de dar vida y movimientos a la indomable hija del Rey Fergus tomo como referencia a su hermana, Carolina, la cual, al igual que él trabaja para los mencionados estudios animando multitudes.


En resumen todo aquel que quiera disfrutar de una película llena de imágenes apabullantes tiene una cita ineludible con Mérida, esa princesa indomable que quiere reinar sobre su destino, y cuya historia nos anima a que todos y cada uno de nosotros seamos lo suficientemente valientes como para labrar nuestro propio camino, un camino este durante el cual – cada amanecer, “A la luz del sol” - a parte de tener presente que algunas de nuestras acciones pueden tener graves consecuencias para los que nos rodean, debemos impedir a toda costa que el orgullo nos impulse a cruzar “La delgada línea entre el amor y el odio”.

“Algunos dicen que nuestro destino está ligado a la tierra ya que ella es parte de nosotros como nosotros de ella. Otros dicen que nuestro destino está entretejido como una tela. Entrelazando el destino de uno con el de muchos otros. Es lo único que buscamos y lo que luchamos por cambiar. Algunos no lo encuentran nunca. Pero hay otros que se ven abocados a ese destino...Algunos dicen que la suerte está más allá de nuestro control, que no somos dueños del destino. Pero yo sé que no es así. Nuestro destino vive dentro de nosotros. Solo hay que ser valiente para verlo”Mérida.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Que grande es el cine y todo lo que acontece detrás de las cámaras


Fue en Septiembre de 2010 cuándo, hallándome en Valdeteja (Valdelugueros, León), más concretamente tras los muros de «La última casa a la izquierda», durante el transcurso de «Una gran noche» descubrí el juego "Los Seis Grados de Separación” gracias a uno de «Los mercenarios» con los que establecí una alianza militar en aquellos días en los que, para vergüenza ajena de mis compañeros de instituto, llevaba mi carpeta forrada con caratulas de películas protagonizadas por Sylvester Stallone, Chuck Norris y Jean Claude Van Damme.



Dicho juego surgió a raíz de la teoría "small world", la cual parte de la tesis de que cualquier persona del mundo puede estar conectada a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios.


Tomando como base tal teoría y unas declaraciones de Kevin Bacon en las que afirmaba que él había trabajado con todos los actores de Hollywood o con alguien que hubiese trabajado con cualquiera de ellos, surgió “El número de Bacon”, un juego que consiste en, películas mediante, relacionar a parejas de actores.


Durante los minutos que dedicamos al número de Bacon fueron innumerables las exclamaciones de sorpresa que salieron de las bocas de mis compañeros de armas al comprobar como el que esto escribe una y otra vez conseguía relacionar a todas y cada una de las parejas de actores que ellos proponían, parejas estas que – para sorpresa suya – más de una vez enlace recurriendo a clásicos del cine de acción de los 80…Y es que no es tan complicado relacionar al inocente santo al que dio vida Alfredo Landa con el duro lobo solitario encarnado por Chuck Norris.



Quien me iba decir aquella agradable velada durante la cual conseguí salir «Invicto» de tan entretenido juego, que meses después, con la llegada del «Amanecer Rojo» del 22 de Abril de 2011, mi particular Legión Extranjera, a la orden «Marchar o morir», emprendería la larga marcha que al fin y a la postre le brindo la suerte de degustar las deliciosas aguas que emanaban de «El manantial de la doncella» junto a la cual, sesiones de cine mediante, fui testigo de cómo «Águila Roja» velaba por la paz y seguridad de los habitantes de La Villa y Corte, me metí en la cota de malla y la piel de un «Templario» para demostrar que es más noble morir en defensa de unos pocos que matar a cientos en hombre de Dios, y acompañe a Tintín en la excitante aventura que supuso descubrir «El secreto del Unicornio».



Gracias al Séptimo Arte y a las numerosas conversaciones que, durante «El año que vivimos peligrosamente», al calor de una hoguera alimentada con leña de «Ébano», mantuve con “La Amazona que cruzo el Ruhr al galope tendido”, por cortesía de esta última, «El guerrero del amanecer» que esto escribe – a parte de volver a sentirse tan feliz como el niño que jugaba con Playmobils durante el transcurso de la «Operación soldados de juguete» - disfruto de la lectura de ''Curiosidades, gazapos y anécdotas de Hollywood'', un interesante libro que detalla las peculiaridades, las virtudes y las miserias de todos aquellos que, de una u otra manera, forman parte de los engranajes que mueven la industria más glamurosa.


Fue el 19 de septiembre de 1995, a las diez en punto de la noche, cuando Félix Linares arrancaba con “La noche de...”, programa que – junto a la emisión de una película de éxito – desde hace ya casi diecisiete años, ofrece los datos más curiosos del mundo del cine a todos aquellos que cada martes sintonizan el segundo canal de Euskal Telebista.


Animados por el éxito que, once años y 604 emisiones después, había cosechado el programa que – a día de hoy – es el más longevo y más rentable de ETB, Eduardo Llorente y David Erauskin publicaron en el año 2007 un libro en el que recogen buena parte de las historias que incluyeron en los guiones que escribieron para el programa, y que - entre otras cosas – dejan claro que las películas las hacen gentes que no siempre aciertan, que las casualidades existen, que el dinero ha movido más fotogramas que el talento, que las chicas se marchan con el malo, que no hay plazas de aparcamiento para los secundarios y que los sueños no siempre son verdad.

Verdad o mentira - el primero de los seis capítulos de los que consta el libro – arroja luz sobre la veracidad de ciertas historias que, con el transcurrir de los años, han acabado convirtiéndose en leyendas, y que tienen como protagonistas a algunos de los actores y actrices que han contribuido con su trabajo a la grandeza de esa Fabrica de Sueños que es Hollywood.

A parte de confirmar que Errol Flynn («La carga de la brigada ligera») dada su afición a tocar las teclas del piano con su considerable lanza se gano el apodo “El pianista de los once dedos”; y que Johnny Weissmuller, victima de la demencia senil, acabo sus días confinado en un geriátrico por cuyos pasillos deambulaba gritando como si fuera en realidad «Tarzán de los monos», en el mencionado capítulo se explican el curioso origen de la última palabra pronunciada en su lecho de muerte por el «Ciudadano Kane», y las razones que provocaron que descarrilase La Vida de Buster Keaton «El maquinista de la General»


"El señor Kane era un hombre que tuvo todo lo que quiso y que lo perdió todo. Rosebud fue algo que no pudo obtener o que perdió. De todas formas, no lo habría explicado todo. Creo que una palabra no basta para explicar la vida de un hombre. No, para mí Rosebud no es más que una pieza de un rompecabezas, una pieza que falta", estas palabras pronunciadas por Jerry Thompson, el periodista al que dio vida William Alland, fueron las causantes de que Orson Welles se convirtiera en el enemigo número uno de William Randolph Hearst, el multimillonario magnate de los medios de comunicación que, según la leyenda, provoco personalmente la guerra entre España y Estados Unidos para vender más ejemplares de sus periódicos.

Y es que si por si fuera poco la descarada y cruel caricatura que «El tercer hombre», sirviéndose del protagonista principal de «Ciudadano Kane», hizo de Hearst, lo que desato la ira de este último fue el echo de que “Rosebud” – el apelativo cariñoso con el que se refería al clítoris de su amante, la aspirante a actriz Marion Davies – fuese la palabra elegida por Welles para dar nombre al trineo con el que jugaba el niño que un día fue Charles Foster Kane.


Aunque es muy considerable la cantidad de dinero que cobran las actuales super – estrellas de Hollywood lo cierto es que ninguna de ellas alcanza las cifras que en su día alcanzo Buster Keaton, y es que «El héroe del río» que durante los alocados años 20 fue un auténtico revienta – taquillas cobraba dos mil dólares de la época a la semana, y se quedaba con el veinticinco por ciento de la recaudación de sus películas.

Joseph Frank Keaton – apodado Buster (porrazo) cuando, con tan solo tres años de edad, tras caer por las escaleras no soltó ni una lágrima – a parte de por jugarse la vida en todas y cada una de las escenas peligrosas que jalonan sus películas, entro en la historia del cine por la inexpresividad de la que hacía gala.

Gracias en buena medida a la inexpresividad que le valió ser conocido también como “El Gran cara de Palo”, Keaton cosecho un gran éxito de taquilla hasta el día en el que, en una de sus películas, cincelo una sonrisa en su rostro. Fue tal el fracaso de dicha película que la productora le obligo a firmar un contrato que le prohibía reírse en el cine.

Lamentablemente para Keaton, las sonrisas que no podía exhibir en la pantalla grande tampoco tuvieron cabida en su vida privada, y es que – mientras veía con tristeza y dolor como el cine sonoro le robaba al gran público que tantas veces había pagado para verlo sufrir toda clase de peripecias sin mover un solo musculo de su cara – un divorcio ruinoso, la bancarrota económica, el alcoholismo y una depresión de caballo acabaron provocando que acabara sus días compartiendo una caravana con la más absoluta miseria.


Para todos aquellos interesados en saber como se cuecen las escenas con las que, una y otra vez, somos engañados los amantes de El Séptimo Arte, será un verdadero placer la lectura del segundo capítulo del libro, Lecciones de cine.

Tal como apuntan los autores, los espectaculares avances que los efectos digitales han experimentado a lo largo de los últimos años – a parte de conseguir que, sin movernos de nuestra butaca, viajemos hasta una galaxia muy, muy lejana cuya última esperanza ante «El ataque de los clones» eran los caballeros Jedi – han provocado que el respetable público que tantas veces rio y lloro gracias a actores de carne y hueso se emocione también con las historias protagonizadas por actores digitales como los que intervinieron en «Final Fantasy: la fuerza interior», la película animada más perfectamente "real" de la historia.


No obstante, a pesar de todo lo que los amantes del Séptimo Arte debemos a los técnicos de efectos especiales que, programas informáticos mediante, crean de la nada espectaculares ciudades y letales cyborgs de metal líquido, no hay que olvidar que fue Georges Méliès el que, un lejano día de 1896, de forma accidental, creo el primer trucaje cinematográfico.

El ilusionista y cineasta francés que siempre será recordado como el “mago del cine” que, «Viaje a la Luna» (1902) mediante, consiguió que sus coetáneos disfrutaran de una surrealista y fantástica experiencia, estaba rodando una escena callejera cuando de repente su cámara se atasco un instante. Lo último que filmo antes de atascarse era un carruaje, y lo primero que filmo a ponerse en marcha de nuevo fue un coche fúnebre. Al proyectar la película, Méliès descubrió, asombrado, que el carruaje que estaba filmando desaparecía de repente, y surgía en su lugar ¡el coche fúnebre!. Había nacido así el truco: sustitución de elementos mediante el parado de la cámara.


Aunque jamás aparecerá en una de esas listas que dan fe de las mejores películas de la historia del cine, «Star Trek II: La ira de Khan» (1982) merece ser recordada por ser la primera en la que se utilizo la infografía.

Y es que en aquella película en la que el fallecido Ricardo Montalban lucia un peinado tan hortera como el que, a mediados de la década de los 80, llevaba ese guapito de cara llamado Jon Bon Jovi, se mostraba como en breves segundos, gracias al “Proyecto Génesis”, un planeta desértico se convertía en un vergel. A pesar de que hoy en día no parece gran cosa, generar la escena cinematográfica en la que los tripulantes de la Enterprise son testigos de tamaño milagro puso al límite de su capacidad a los ordenadores de la época.


Gracias a los conocimientos y la extraordinaria capacidad didáctica de Eduardo Llorente y David Erauskin, dentro del vocabulario de los cinéfilos entra la expresión “Dry for wet” (seco por mojado), nombre de la técnica que se emplea a la hora de rodar escenas que se desarrollan bajo el agua.

A la hora de rodar dichas escenas se filma en un plato vacio al actor que las protagoniza, actor a cuyos pies se ponen un par de potentes ventiladores para que el aire mueva sus ropas y su cabello. Una vez hecho esto se añaden, ordenador mediante, los “efectos de agua”: distorsiones de la imagen, un color azulado, burbujas de aire…Finalmente, la escena se proyecta a cámara lenta para que los movimientos del actor parezcan tan lentos y tan torpes como si estuviera, realmente, debajo del agua.

El hecho de que los efectos digitales encarezcan notablemente dicha técnica ha provocado que los directores de películas de bajo presupuesto, con objeto de evitar verse con el agua al cuello, se decanten por rodar las escenas submarinas con agua de verdad.

Un buen ejemplo de película de bajo presupuesto con escena bajo el agua incluida es «Snatch: cerdos y diamantes». Dado el buen puñado de dólares que costaba utilizar la técnica “Dry for wet”, Brad Pitt – por exigencias del guión, más concretamente por culpa de la escena en la que, potente puñetazo mediante, se ve asimismo hundido bajo el agua – se vio obligado a sumergirse realmente en un tanque de agua.


Por fortuna para Pitt, Guy Ritchie tuvo el detalle de poner a su entera disposición un equipo de submarinistas para asegurarse de que en ningún momento le faltara aire. Por desgracia, no todos los actores tienen la suerte de trabajar con directores a los que les preocupa más la seguridad de su equipo que el realismo de la película.

Buen ejemplo de director peligrosamente perfeccionista es James Cameron, el cual, durante el rodaje de «The Abyss» – gracias a su empecinamiento en rodar escenas bajo el agua sin las medidas de seguridad pertinentes – puso en peligro la vida de Ed Harris y Mary Elisabeth Mastrantonio, actores que tan “grata” experiencia juraron que nunca jamás volverían a trabajar con él.


Cabe destacar en este punto que el club “Personas damnificadas por James Cameron” cuenta también entre sus filas con Jordi Casares, un especialista madrileño que a lo largo de su dilatada trayectoria ha doblado entre otros a Robert de Niro («La Misión»), Arnold Schwarzeneger («Desafio Total») y Pierce Brosnan («Muere otro día»), y que tras ser testigo de la insensibilidad mostrada por Cameron ante los numerosos accidentes sufridos por él y los otros ochenta y nueve miembros del equipo de especialistas que intervino en «Titanic», dio por “tocada y hundida” su relación laboral con el mencionado director.


A pesar del glamour que acompaña a todo lo relacionado con El Séptimo Arte, lo cierto es que Hollywood no deja de ser otra jungla humana en la que la avaricia, la envidia y demás sentimientos poco edificantes no tienen precisamente un protagonismo secundario.

El dulce sonido provocado por las millones de monedas de dólar que, por cortesía de las películas protagonizadas por las estrellas de la época, llenaron las alforjas de los productores en los primeros años del cine mudo dio origen al nacimiento del Star System, una gran maquinaría diseñada para producir películas en cadena y por culpa de la cual las estrellas se convirtieron en simples piezas, simples piezas que cuando se estropeaban o dejaban de ser productivas eran sustituidas y arrojadas al olvido, circunstancia esta última que fue la causante de que Florence Lawrence – la primera estrella del cine – acabase suicidándose, sola y olvidada por todos, incluido Carl Laemmle, el pionero de la industria cinematográfica que gracias a ella consiguió buena parte de la fortuna que años después le permitiría fundar los estudios Universal Pictures.


Sin lugar a dudas uno de los momentos de la historia de Hollywood que mejor refleja lo mejor y lo peor del ser humano tuvo lugar en la década de los años 50, más concretamente en los tristes días en los que el senador republicano Joseph Raymond McCarthy, durante el transcurso de la cruzada anticomunista emprendida por el Gobierno de EEUU, puso en marcha una autentica “caza de brujas” contra todos aquellos que simpatizaban con las ideas del Partido Comunista.

Durante el proceso seguido para elaborar “La Lista Negra”, el documento en el que constaba el nombre de las personas que por sus relaciones con “los rojos” tenían prohibido trabajar en Hollywood, muchas de las estrellas de aquellos días que por su fortaleza moral habían conquistado el corazón de los espectadores de todo el mundo, al meterse en el traje y la piel de “simple mortal” hicieron gala de un comportamiento tan sucio como el del inspector de policía Harry Callahan.


Aunque por haber encarnado a uno de los miles de brigadistas internacionales que lucharon junto a los republicanos contra las tropas franquistas, muchos consideraron a Humphrey Bogart una persona con simpatías por los movimientos de izquierdas lo cierto que, como muchos otros, no era más que “un progre de salón“, circunstancia esta de la que da fe el echo de que – a pesar de que en un primer momento apoyo a los compañeros que habían sido detenidos por sus ideas políticas – cuando vio que manifestarse podía poner en peligro su carrera profesional no dudo en poner fin a la bonita amistad que le unía a ellos.

Si manifiestamente mejorable fue el comportamiento de Bogart, simplemente impresentable fue el que tuvo Gary Cooper, actor que en lugar de emular al protagonista de «Casablanca» y dejar a «Solo ante el peligro» al colectivo de artistas perseguido, no dudo en comportarse como un vulgar “chivato” y contribuir a arruinar la vida de unas cuantas personas.

Mientras que Humphrey Bogart (por omisión) y Gary Cooper (por acción) fueron cómplices del fascistoide McCarthy, Kirk Douglas aprovecho la situación en beneficio propio.

Yo que siempre creí que el protagonista de «Espartaco», haciendo gala del carácter libertario y solidario del gladiador tracio que hizo temblar al Imperio Romano, y a sabiendas de las negativas consecuencias que podría acarrearle - había contratado al “marcado” Dalton Trumbo para mostrar su rechazo a La Lista Negra, experimente una gran decepción al enterarme de que “El hijo del trapero” le dio trabajo al mencionado guionista con un par de condiciones: cobrar la mitad de lo estipulado en el convenio y firmar bajo seudónimo.

Dado que – tal como decían en «Con faldas y a lo loco» - “nadie es perfecto”, por mucho cuidado que se ponga durante el rodaje de una película es inevitable que entren en escena los temidos Gazapos de cine.

A pesar de que Alfred Hitchcock es conocido por todos los cinéfilos que se precien como “El Maestro del Suspense” lo cierto es que – a lo largo de su carrera – cometió errores propios de un aprendiz, errores como el que no paso desapercibido ante los ojos de un oftalmólogo.

Por muy famosa que sea la escena de «Psicosis» en la que la joven a la que da vida Janet Leigh es salvajemente apuñalada por Norman Bates (Anthony Perkins) lo cierto es que tiene un pequeño fallo: en el primer plano del ojo de la apuñalada bajo el agua de la ducha se ve claramente que su pupila – en lugar de estar dilatada – están contraída. Por fortuna para Hitchcock, en la carta en la que un puntilloso oftalmólogo le advirtió que tuviera mucho ojo a la hora de rodar muertes encontró también el nombre de la sustancia mediante la cual es posible conseguir artificialmente la dilatación de las pupilas.


Aunque, en mayor o menor medida, todas y cada una de las películas históricas tengan imprecisiones o errores como por ejemplo decantarse por un bigardo de casi dos metros (Peter O´Toole) para encarnar al bajito militar inglés Thomas Edward Lawrence (1,65 m.) que paso a la historia como «Lawrence de Arabia», lo cierto es que todos aquellos que nacimos en el siglo equivocado y tenemos complejo de caballero andante o de general de las legiones de Roma, gracias a ella hemos tenido ocasión de recorrer «Senderos de gloria».



Sin lugar a dudas todo aquel que un día soñó meterse en la armadura y la piel de uno de los caballeros de La Orden de la Tabla Redonda tiene entre sus películas imprescindibles la extraordinaria «Excalibur», la película dirigida en 1981 por el siempre genial John Boorman tomando como base la historia de «El rey Arturo», personaje este que – a pesar de que al fin y a la postre forma parte de la cultura occidental – según los historiadores más prestigiosos jamás existió…


Y es que “el rey Arturo” fue una invención de Enrique II, rey de Inglaterra en el siglo XII. En una época durante la cual la conquista del trono dio lugar a numerosas y encarnizadas luchas, el mencionado monarca llego a la conclusión de que mentir era la forma más rápida y efectiva de afianzarse en el poder. Asi que ordeno a un clérigo que escribiera una falsa historia de los reyes de Bretaña, según la cual él era descendiente directo de Arturo de Camelot: rey único de todas las islas británicas y parte de Europa.

Aunque la treta urdida por Enrique II no fue suficiente para que consiguiera todo el poder pretendía, la leyendo que invento se hizo mucho más poderosa de lo que ni él mismo habría imaginado.


Si 'No dejes que la realidad te estropee un buen titular' es la máxima seguida por aquellos periodistas deshonestos cuyo mayor interés es vender miles de periódicos y no informar a los lectores, son muchos los directores de cine que han conseguido autenticas obras maestras siguiendo a raja tabla el consejo: 'No dejes que la verdad histórica te estropee un buen película'.

Aunque sea una de mis películas favoritas y su visionado sea siempre una auténtica gozada es justo y necesario dar parte de los numerosos errores históricos que contiene en su metraje esa obra maestra de El Séptimo Arte que es: «Braveheart».


El asesinato de la esposa de William Wallace a manos de los soldados ingleses que en la película dirigida y protagonizada por Mel Gibson es el detonante de la revuelta de los Highlanders en realidad se produjo tiempo después de que estallase el conflicto, y tuvo como objetivo castigar al líder rebelde por los ataques llevados a cabo por sus poetas – guerreros contra las tropas invasoras a las ordenes de Eduardo I.

El mencionado monarca que, por su crueldad y sed de sangre, se gana con creces el título “malo malísimo de la función” en honor a la verdad destaco por su sensatez y no por las tropelías que, por cortesía de las licencias históricas que se tomo el que fuera un salvaje guerrero de la autopista, provocan que el espectador desee decapitarlo y ensartar su cabeza en una pica clavada en la montaña más alta de Escocia.


Si bien es verdad que – tal como se muestra en la película – los verdes prados escoceses fueron teñidos con el color rojo de la sangre derramada por los cientos de hombres que combatieron en la batalla de Stirling (11 de septiembre de 1297), es una flagrante mentira el hecho de que estuvieran pintados de azul los rostros de los bravos guerreros que cargaron contra el enemigo al oír a Wallace gritar: Puede que nos quiten la vida… ¡pero jamás nos quitarán la libertad!. Y es que la costumbre de pintarrajearse llevaba en desuso más de doscientos años.



Si a Mel Gibson pasarse por el forro la verdad histórica le valió cinco premios Oscar, hubo otros directores que por atenerse a los hechos reales y dejar de lado la épica cosecharon un rotundo fracaso de taquilla.

Un buen ejemplo de esto fue lo que le ocurrió en 2004 a John Lee Hancock con «El Alamo: La leyenda». Y es que esa película en la que se muestra como durante la lucha por la independencia de Texas ochenta y cinco voluntarios atrincherados en el fuerte El Alamo hicieron frente a los siete mil soldados mejicanos dirigidos por el general Santa Ana, fue objeto de furibundas criticas por parte de muchos patriotas americanos a los que no les gusto ver en pantalla grande el lado oscuro de Jim Bowie y David Crockett, dos de los héroes más admirados en EEUU.


Mientras que por una parte Bowie queda retratado como un despiadado traficante de esclavos, por otra se muestra como Crockett – en lugar de morir épicamente en combate – cae frente a un pelotón de fusilamiento tras haber sido denegada la petición de clemencia que, con las rodillas hincadas en tierra, realizo a Santa Ana.


Mejor suerte que John Lee Hancock la tuvo John Wayne en 1960, año en el que estreno su particular homenaje a ese episodio histórico, un homenaje que llevaba por título «El Alamo» y cuyo tono de leyenda épica quedaba claro en su eslogan: “La misión que se convirtió en una fortaleza, la fortaleza que se convirtió en un sepulcro”.


A parte de un final poco riguroso históricamente en el que todos los defensores de la fortaleza caen como héroes tras luchar hasta su último aliento, de esta película cuyos caros decorados (tres millones de dólares ¡de la época!) fueron costeados íntegramente por Wayne cabe destacar la amistad que este “machote” entablo con el “menos macho” Laurence Harvey.

Y es que la declarada bisexualidad del mencionado actor británico encargado de dar vida al antipático coronel William Travis provoco que muchos pensaran que el ultraconservador director de la función mostraría hacía él una antipatía tan grande como la que mostraba hacía las tribus indias Nathan Brittles, el veterano capitán del 7º Regimiento de Caballería que las combatió sin descanso al mando de «La legión invencible».

Para sorpresa de propios y extraños el echo de que Harvey demostrara desde el primer día de rodaje ser un gran bebedor dio lugar a que se ganase el respeto de «El hombre que mató a Liberty Valance», el cual tenia entre sus máximas vitales “nunca me fio de un hombre que no bebe”.

Si la amistad de Wayne se la granjeo gracias a su afición a empinar el codo, la admiración y respeto de sus compañeros, Harvey los consiguió el día que – sin mostrar ni el más mínimo gesto de dolor – termino una de las escenas más importantes de la película a pesar de tener su pie derecho destrozado a consecuencia de la caída sobre el mismo del cañón que, haciendo buen uso de un puro, su personaje enciende para disparar la bala que da comienzo a los enfrentamientos con las tropas mexicanas a las ordenes del General Santa Ana.


El penúltimo capítulo – El lado oscuro de Hollywood – da parte de algunos de los episodios más escabrosos que han acontecido en La Meca del Cine y que tuvieron como protagonistas a grandes estrellas, grandes estrellas que a pesar del glamour y los millones de dólares que les rodean – al igual que todo hijo de vecino – también lloran de puertas para adentro de sus mansiones.

De todas las «Vidas borrascosas» es preciso destacar la de Lana Turner, todo un símbolo sexual de los años cuarenta y cincuenta cuya actuación más brillante y dramática tuvo lugar en el Tribunal en el que se juzgo a su hija, Cheryl, la cual – la noche del 4 de Abril de 1958 – a la edad de catorce años cogió un cuchillo de veintitrés centímetros de hoja y apuñalo hasta la muerte al gánster Jhonny Stompanato, un tipejo que a parte de tener muy largo su miembro viril (de ahí su apodo “Oscar”) tenia muy larga la mano, circunstancia esta de la que dan fe las numerosas palizas que durante años dio a la mencionada actriz y que tocaron a su fin la noche de autos. Finalmente, tras deliberar menos de veinte minutos, el veredicto del jurado fue: homicidio justificado.


“Todos para uno y uno para todos” este lema usado por D'Artagnan y «Los Tres Mosqueteros» para demostrar su unión y lealtad común no tuvo ninguna validez durante el rodaje en Viena de la adaptación cinematográfica que Stephen Herek realizo de la inmortal novela de Alejandro Dumas. La inquebrantable amistad que Charlie Sheen, Kiefer Sutherland y Chris O'Donnell – metidos en el uniforme y la piel de Aramis, Athos y D'Artagnan, respectivamente – mantenían delante de las cámaras saltaba en pedazos nada más que el director de la función gritaba: ¡corten!. Y es que el hecho de que O'Donnell fuera un muchacho modosito y responsable provoco que se llevara a matar con ese par de reconocidos truhanes que son Charlie Sheen y Kiefer Sutherland, los cuales según las malas lenguas acabaron con buena parte de las existencias de cerveza de toda Austria.


Un golpe en la cabeza contra una mesilla de noche a consecuencia de un resbalón unido a una elevada concentración de alcohol en sangre que le impidió coger el teléfono que estaba a su lado y llamar a urgencias fue lo que acabo con la vida de William Holden, el cual seguramente – mientras rodaba la épica escena en la que el pistolero Pike Bishop y su «Grupo salvaje» caen acribillados a balazos por el ejercito mejicano – no imaginaba que su muerte sería tan absurda.


Aunque «En tierra peligrosa» encarno a un militar que era una máquina de matar perfectamente entrenada, y al que si se le dejaba totalmente desnudo y solo con un cepillo de dientes era capaz de aparecer al día siguiente con un maletín con un millón de dólares, en la vida real Steven Seagal no tuvo más remedio que envainarse su “chulería” y pagar cuatro millones de dólares a Julius Nasso, un tipo junto al cual había fundado una productora y que, con objeto de conseguir que fructificara el chantaje a su ex – socio, recurrió a los servicios de su intimo amigo Anthony Ciccone, capo de la Mafia neoyorquina y miembro de la todopoderosa familia Gambino.


Ethan Hawke, el actor que «Antes de amanecer» robo el corazón a muchas de las pasajeras del tren que cubría el trayecto Budapest-París, y que mientras nevaba sobre los cedros consiguió emocionarnos con su interpretación de un joven inmerso en una bella y melodramática historia de amor no correspondido, hizo saltar en pedazos su impoluta imagen de “chico que en su vida ha roto un plato” cuando durante el rodaje de una película en Canadá se paso por el arco del triunfo los sentimientos de su esposa, Uma Thurman, y se lio con una modelo canadiense de veintidós años.

Aunque “la Thurman” se abstuvo de recurrir a los conocimientos de artes marciales que le permitieron «Matar a Bill», Hawke no debe dormir muy tranquilo sabiendo que los tres tiarrones de casi dos metros de altura que la mencionada dama tiene por hermanos se lanzarían sobre el con la furia asesina de la que hicieron gala los pandilleros que llevaron a cabo el «Asalto al distrito 13».



En resumen, ''Curiosidades, gazapos y anécdotas de Hollywood'' es sin lugar a dudas un libro de lectura obligada para todos aquellos que – al igual que un servidor - si tuvieran que elegir entre «Matar a un ruiseñor» o salvar lo que Antonio Machado definió como “ese invento del demonio” raudos y veloces se meterían en el traje y la piel de Marion Cobretti «Cobra» y, sin pensarlo ni un segundo, del gancho de un puente grúa colgarían a «El pequeño ruiseñor».



El cine nos ha dado muchas alegrías y algunas tristezas. El cine nos ha abierto los ojos a mundos que de otra manera no conoceríamos. El cine nos ha emocionado, divertido, asustado, excitado y mentido. El cine nos ha dicho que los buenos ganaban siempre, que el amor era eterno, que las personas podían volar, que el caballo del malo era lento, que siempre se encuentran plazas para aparcar. Y nosotros nos hemos dejado engañar, porque el ser humano, como dijo el clásico, es “un rey cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona”. – Félix Linares