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lunes, 2 de junio de 2014

Zu mir, so schlau wie ein Stein gewesen wäre (A mi, tan inteligente como una piedra me gustaría haber sido)


“Tranquilo hijo, Einstein también era mal estudiante, y luego ya ves lo que consiguió”, aunque ya han pasado casi tres décadas desde la tarde en la que – ante mi incapacidad para aprenderme la Tabla de multiplicar«La autora de mis días» pronuncio la frase con la que comienza este párrafo, recuerdo como si fuera ayer como, por cortesía de un profundo sentimiento de vergüenza ajena, el rubor se hizo dueño y señor de los rostros infantiles de Marta & María – o María & Marta – esas queridas hermanas mías que, ante el bochornoso espectáculo captado con los ojos en los que cada tarde de Domingo podía verse reflejada Candice White, en sus cabecitas tan bien amuebladas hicieron hueco a la reflexión: Que disgusto se llevará Nuestra Santa Madre cuando esa gran maestra que es La Vida cruelmente le haga ver que es un zoquete integral aquel al que parió con dolor el 3 de Julio de 1977. 


Quien le iba a decir a «El que, por tener la cabeza tan dura como una piedra (ein Stein), le era imposible memorizar que dos y dos, son cuatro / cuatro y dos, son seis / seis y dos, son ocho / y ocho, dieciséis», que décadas después, durante cinco meses inolvidables, viviría bajo el cielo sobre el país en el que, el 14 de marzo de 1879, ante la atenta mirada del matrimonio formado por Pauline Koch y Hermann Einstein, la parte de la radiación electromagnética que puede ser percibida por el ojo humano y cuya velocidad en el vacío es de 299.792.458 m/s fue vista por primera vez por el físico cuya trayectoria profesional alcanzo el cUlmen aquel lejano día del otoño de 1911 en el que con su Teoría sobre la "Radiación y los Cuantos" deslumbro a las otras veintitrés mentes privilegiadas que junto a él – tras los muros del Hotel Metropole (Bruselas) – participaron en la primera de las once conferencias científicas patrocinadas por el químico e industrial belga Ernest Solvay.



Aunque David Blanco Laserna, a la hora de presentarse a aquellos que acceden a su blog personal, afirma que su nacimiento un día de verano de 1973 solo despertó el interés de dos o tres miembros de su familia, leído lo leído por un servidor, este último considera que tal acontecimiento bien merece ser celebrado por todo lo alto por significar el comienzo de una trayectoria vital que, en 2012, al licenciado en Física Teórica por la Universidad Autónoma de Madrid anteriormente mencionado lo llevo a hacer parada y fonda en el escritorio donde plasmo en papel el muy interesante ensayo sobre el Premio Nobel de Física gracias al cual - desde el día de noviembre de 2013 en el que, por cortesía de la rigurosa y didáctica colección de libros que durante varios domingos llego a los quioscos junto a «El por las lenguas viperinas llamado "El diario independiente de la mañana... y ni de un minuto más"» entro a formar parte de mi biblioteca – que el espacio es una cuestión de tiempo es lo que, entre otras cosas, han aprendido “Los asesinos del emperador”, “El aventurero Vivar” y el resto de infantes de «El ejército literario junto al cual, al caer la noche, combate aquel al que le hubiera gustado haber nacido hace siglos para asi protagonizar aventuras tan apasinantes como las vividas por el Capitan de Los Tercios de España que pusieron "Una pica en Flandes"».


Einstein vivió una época de revoluciones. Por fortuna, no todas fueron cruentas. Si en el siglo XIX la publicidad había logrado auparse a hombros de la prensa, al entrar en el XX conquistó la radio y, en el corto espacio de unas décadas, también la televisión. En tres oleadas sucesivas, el ciudadano de a pie recibió por primera vez, con toda su fuerza, el impacto de los medios de comunicación de masas. Aquellas personas que entonces celebro la fama quedaron grabadas a fuego en el imaginario colectivo: Charles Chaplin, Marylin Monroe, Elvis Presley, Albert Einstein… luego vendrían otros actores, músicos, científicos, pero se las verían con un público menos ingenuo.



Diecinueve años después de que la llegada de la hora más amarga para España fuera marcada por las agujas del reloj que en el resto del mundo señalaba el el transcurrir de los “Tiempos modernos”, y alrededor del cual, años después, a las siete en punto de la tarde, rockanrolleo «El nacido en Tupelo (Misisipi) que popularizo el tupe, y que el 1 de octubre de 1958 entro a formar parte de la 3.ª División Blindada del Ejército de los Estados Unidos de América acantonada en Friedberg», en el país en el que estaba afincado desde 1932, y con la dignidad de un santo laico, moria «El nacido en la ciudad germana situada a 94 Km. de la mencionada anteriormente».


Y es que, tal como bien apunta David Blanco Laserna en la introducción del libro hoy bloggeado, aquel sabio distraído y de pelo alborotado que abogaba por el desarme y predicaba "La humildad intelectual" frente a "La Naturaleza" consiguió que "La Fe en la existencia de una ciencia humanista" fuese recuperada por aquella generación cuya inicial admiración por el progreso científico se torno en espanto y desconfianza gracias a El Horror provocado por las armas químicas y las bombas atómicas que, durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, acabaron con la vida de centenares de miles de seres humanos.



En el apogeo de su popularidad, cuando se convirtió en una imagen icónica que sacaba la lengua a los fotógrafos, Einstein había cumplido setenta y dos años. Para entonces la edad había tenido tiempo de templar la mayoría de sus pasiones, salvo su obsesión por reconciliar la mecánica quántica con la relatividad. A partir de 1980, el acceso a su correspondencia privada inicio el asalto a un Einstein más humano, desde luego más joven y también mucho más complejo. Algunos se sorprendieron de que hubiera alimentado otras inquietudes aparte de fumar en pipa, tocar el violín o evitar los calcetines…


El echo de que, empezando por un servidor, para el común de los mortales sea sumamente densa esa apasionante Ciencia que es La Física hace que sea aún más admirable que, a lo largo y ancho de nuestra cultura, aún resuene el eco de las ideas de «El que, a partir de elementos sumamente familiares para los que no tenemos un cerebro tan bien dotado como el suyo, consiguió que a día de hoy seamos muchos los que gustosamente cruzamos las puertas del fascinante y exótico universo donde es posible soñar con viajes en el tiempo, agujeros negros, lentes gravitacionales, nuevo estados de la materia, universos en expansión, bombas capaces de aniquilar un mundo…»


Por si fuera poco lo anterior, cabe también señalar que los habitantes de «El planeta que Newton convirtió en un mecanismo de relojería que se podía manipular para alumbrar una Revolución Industrial», en nuestro día a día estamos rodeados de juguetes tecnológicos (GPS, DVD) que, en mayor o menor medida, son fruto de las investigaciones de «El que, a lo largo de los últimos años, ha sido el protagonista absoluto de una cantidad de libros que por si sola podría llenar todas y cada una de las estanterías de La biblioteca de Babel».


Dado que – tal como les dijo Ridley Scott a Russell Crowe y a Cate Blanchett segundos antes de comenzar el rodaje de la película con la que, haciendo gala de una puntería propia de Robin Hood, acertó en la diana - toda leyenda tiene un comienzo, el primer capítulo del libro que hoy nos ocupa y nos preocupa aborda los primeros años de vida de «El que en 1952 rechazo la oferta de convertirse en el segundo presidente del país de Oriente Próximo situado en la ribera sudoriental del mar Mediterráneo, y que, gracias a la Resolución 181 de Naciones Unidas, arropado por la controversia y la violencia había nacido un lustro antes»


Como tantos otros hombres hechos así mismos con tesón y esfuerzo, amamantado por la riqueza no creció precisamente el hombre al que dio su apellido Hermann Einstein «El comerciante que a la hora de escribir en sus libros de cuentas mojaba más veces la pluma en el frasco de tinta roja que en el de la negra, y que en 1879, tras una vida de nómada, con las maletas que siempre tenia preparadas para cambiar de residencia, llego a Ulm, una ciudad ceñida por las aguas del Danubio y que, gracias al potente tejido comercial sustentado por el trafico de mercancías a través de dicho río, simbolizaba para el buen futuro que quería a dar a la familia que a punto estaba de formar junto a Pauline Koch».


Leído lo leído en el capítulo “La revolución electromagnética” no sería descabellado afirmar que si Albert Einstein hubiera nacido en estos días en los que todo padre primerizo exhibe a su retoño en las redes sociales es muy probable que Hermann Einstein hubiera cerrado su Facebook para evitar presentar en sociedad al que – haciendo un símil culinariotras hacerse durante nueve meses dentro del horno de Pauline, de este último fue sacado por el cocinero (Koch).



Para empezar, Pauline quedo espantada al contemplar al recién nacido, el cual le pareció deforme. Los médicos trataron de convencerla de que la forma apepinada y aplastada de la cabeza de su hijo se corregiría con el transcurso de las semanas. Estaban en lo cierto, pero la familia tardo más tiempo en convencerse de que el interior no había quedado dañado de modo irreparable: Einstein no arranco a hablar hasta bien cumplidos los dos años, y cuando se animo a hacerlo, adopto la inquietante costumbre de repetirse a si mismo cuanto decía, una rutina que no abandono hasta los siete años. Una de sus niñeras lo trataba con el apelativo cariñoso de «maese Muermo».


Aunque es una creencia muy extendida el echo de que Einstein era mal estudiante, lo cierto es que, tal como se encarga de aclararnos «El que arrojo luz sobre los estragos causador por “La plaga invisible”», poca veracidad hay en la leyenda en la que, a la hora de elevarme la mortal de combate, se baso «La que se indigno notablemente cuando de mis labios oyó que mis ocho suspensos en la primera evaluación de 2º de B.U.P. habían sido fruto de la conspiración judeo – masónica que contra mi persona habían urdido los miembros del claustro de profesores del Instituto de Educación Secundaria Nº 7».

Y es que «El que tras los muros del Luitpold -Gymnasium München, durante sus estudios de secundaria, obtuvo extraordinarias calificaciones en las asignaturas de Física y Matemáticas», con tan solo siete años de edad, por cortesía de su gran inteligencia, consiguió que la mano con la que la autora de sus días escribió una carta dirigida a su hermana fuera guiada por el orgullo y la satisfacción durante los minutos que, sobre un papel en blanco, tardo en trazar con tinta negra el siguiente parte de guerra sobre las hazañas académicas de su Albertito: Ayer le entregaron las notas a Albert: otra vez el primero de la clase y nos trajo un informe esplendido.


«El que, por su nulo interés por correr, saltar o pelearse por una pelota, con recelo era observado por sus compañeros de clase», tras las cuatro paredes de esta última, en más de una ocasión, por culpa de su disconformidad con el sistema educativo que en aquellos días imperaba en Alemania, provoco que el entendimiento entre él y sus profesores fuera tan imposible como, tal como Kutxi Romero (De profesión Bandolero) explico en la tesis doctoral que realizo sobre ese extraño espécimen llamado “El perro verde”, lo es mezclar el agua con el aceite.




«El que al hablar de su etapa académica confeso “Los maestros de mi escuela me parecían sargentos, y los profesores de mi instituto, tenientes”», desquicio tanto a sus profesores que, incluso, inmensamente feliz hizo a uno de ellos el día que dejo de asistir a la clase impartida por este último, el cual, llegado el momento de explicarle a «El científico del pelo alborotado» porque no quería volver a verle el pelo, dijo: Albert, no haces nada, es cierto, pero te quedas ahí sentado, en la ultima fila , sonriendo de un modo que subvierte por completo el clima de respeto que precisa un maestro para dar clase.

«El que siendo todavía un joven bastante precoz, según sus palabras, adquirió ya viva conciencia de la futilidad de las ansias y esperanzas que atosigan sin tregua a la mayoría de los hombres a lo largo de la vida», vio como su tranquila niñez cambiaba para siempre el día de Noviembre de 1881 en el que entro su vida una pequeña criatura que, para su sorpresa no tenia ruedas, y que, al igual que él, había sido el fruto resultante del entendimiento que se había producido entre un ovulo de Pauline Koch y uno de los espermatozoides de Hermann Einstein.


Si a nivel personal para Albert fue fundamental esa hermana suya que, con el paso del tiempo, se convirtió en su cómplice y en su confidente más cercana, a nivel profesional, al fin y a la postre, lo fueron un volumen de geometría euclidea, y una brújula que le regalo «El hombre que contribuyo notablemente a que nacieran él y María (conocida con el apelativo cariñoso de Maja)».


Sin lugar a dudas, bien podría decirse que «El primogénito de Hermann Einstein y Pauline Koch» llego a donde llego gracias a una brújula y a Euclides. Y es que Einstein, tal como nos explica David Blanco Laserna, tras descubrir el poder deductivo de la mente gracias a la lectura de los axiomas y postulados del matemático y geómetra griego conocido como "El Padre de la Geometría", decidió aplicarlo tenazmente al descubrimiento de los misterios de la naturaleza que le habían sido señalados por la aguja imantada del instrumento de orientación que, bien podría definirse como, hijo del invento nacido en China, aproximadamente en el siglo IX, y compuesto por una cuchara magnética bien pulida y un plato de bronce en el que estaban marcadas las direcciones.


El magnetismo se puede interpretar como un efecto puramente relativista, y la propia relatividad como una visión geométrica del universo.




Puesto a derribar falsos mitos, David Blanco Laserna deja claro también que Einstein, contrariamente a lo que se nos decía a aquellos que ni bajo tortura conseguíamos resolver los problemas de matemáticas, desde muy pequeño domino y mostró una gran fascinación por la ciencia formal cuyo nombre en griego – μαθηματικά – significa “cosas que se aprenden”.


 Y es que, teniendo en cuenta que Ulmenses sunt mathematici (los ulmeneses son matemáticos) es el lema de la ciudad germana del Estado de Baden - Wurtemberg en la que nació «El hijo del comerciante cuyas cuentas casi siempre estaban en números rojos», fue inevitable que el susodicho disfrutara anticipando los contenidos de cada curso académico e inventando demostraciones distintas de las que se presentaban en los libros de texto que tendría que estudiar.

Mientras que otros niños, por cortesía de ese visionario que fue el escritor francés nacido en Nantes que es considerado «El padre de la ciencia ficción», junto al correo del Zar llamado “Miguel Strogoff”, recorrían las 5.200 verstas que hay entre Moscú y Irkutsk para transmitir el mensaje que podría evitar que La Madre Rusia fuera ultrajada por los fieros Tártaros, Albert Einstein, gracias a unos libros que le presto un estudiante polaco de medicina que disfrutaba de la hospitalidad de Hermann y Pauline, se adentro en un mundo que a él le fascino, y que, seguramente, habría espantado a esos coetáneos suyos que, bajo el mar, 20.000 leguas marinas recorrieron a bordo del submarino capitaneado por «El sombrío y misterioso ingeniero que para que nadie (Nemo, en latín) supiera su verdadera identidad - inspirándose en la estratagema a la que Ulises recurrió para librarse del ciclope llamado Polifemo al que él y sus compañeros de armas se enfrentaron durante la “Odisea” en la que para todos ellos se convirtió el viaje que, tras diez años lejos de casa, un buen día emprendieron para cubrir la distancia entre Troya y la isla de Ítaca - se bautizo a si mismo con una palabra que, hace justo una década, dio nombre a una de las mejores canciones de "El deseo nocturno que en 1996 surgio del frío de Kitee (Finlandia), y cuyos cuatro integrantes masculinos, por cortesia de una Floor apellidada Jansen, esperan y desean volver a ser embriagados por el dulce olor de El Éxito que, en una alarde de justicia poetica, empezo a serles esquivo el segundo después de que, mediante una carta franqueada por la descortesia y la mala educación, “aquella que apoya firmemente el bien” (Tarja) de muy malas maneras fuera expulsada del quinteto en el que llevo la voz cantante, y cuyo nombre, gracias a la notable contribución de la susodicha, entre 2000 y 2005, fue sinonimo de “Los reyes del Power Metal Sinfonico"».





Max Talmey quedo impresionado por la excepcional inteligencia de Einstein y se impuso la tarea de estimular sus inquietudes. Puso en sus manos “Fuerza y materia” de Ludwig Büchner, “Cosmos” de Alexander von Humboldt y la serie popular de libros de ciencias naturales de Aaron Bernstein. Einstein los devoro con la pasión con la que otros niños leían a Julio Verne.



«El que era consciente de que “Fuera de La Física, el pensamiento no sabe nada de fuerzas que actúan a distancia”», sin lugar a dudas, tubo entre sus mayores meritos conseguir que los efectos provocados por una acción instantánea y a distancia fueran entendidos por aquellos profanos en la materia (La Física) a los que los encargados de diseccionar la realidad, a la hora de explicarles los misterios del Universo en el que vivían, les decían que “la partícula” era la piedra que lanzaban a un estanque, y que “las ondas” eran las olas que, sobre la superficie del agua que llenaba dicho depósito construido con fines meramente ornamentales, eran provocadas por el impacto del mencionado material de origen natural caracterizado por una elevada consistencia.

 

Durante el recorrido de su trayectoria vital, Albert Einstein una piedra (ein Stein) llamada Michael Faraday se encontró en su camino, y, sin dudarlo ni un segundo, trato de reconstruir el proceso especulativo seguido por «El que denomino “líneas de fuerzas” a los remolinos que - al realizar ese sencillo experimento que consiste en acercar un imán a unas virutas de hierro, y gracias al cual, según el autor del libro hoy bloggeado, extraemos una radiografía fantasmal del espaciose forman alrededor de los polos del dispositivo cargado magnéticamente cuyo nombre deriva de “adamantos”, la palabra que salía de labios de los griegos cuando estos se referían a una “piedra dura que no se puede quemar”».



«El que forjo la llave que abriría las puertas de La Física teórica moderna: el concepto de “campo”», debió de percibir, con instinto certero, la naturaleza artificial de todos los esfuerzos que trataban de explicar los fenómenos electromagnéticos mediante acciones a distancia de partículas eléctricas reaccionando entre sí. ¿Cómo iba a saber cada una de las limaduras de hierro, esparcidas sobre el papel, de las partículas eléctricas individuales que pululaban en un conductor vecino? El conjunto de todas esas partículas parecía crear en el espacio circundante un estado que, a su vez, producía un orden determinado en las limaduras. (Michael Faraday) Estaba convencido de que si llegaba a comprenderse la estructura geométrica de estas configuraciones del espacio, que hoy llamamos campos, y sus mutuas dependencias, suministrarían la clave de las misteriosas interacciones electromagnéticas.


Aunque con el transcurrir de los años comprobamos que no siempre es cierto que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, a nivel científico, en honor a la verdad, es obligado reconocer la certeza que en su interior encierra la frase incluida en las coplas que, a raíz de la muerte del Maestre de Santiago don Rodrigo Manrique (11 de noviembre de 1476), con treinta y seis años de edad escribió «El poeta que llevaba el apellido del finado, y cuyo lugar de nacimiento es motivo de disputa entre los ayuntamientos de Paredes de Nava (Palencia) y de Segura de la Sierra (Jaén)».


Y es que fue en el Siglo XIX cuando muchas aplicaciones tecnológicas de las que disfrutamos actualmente se hicieron realidad gracias al brillante trabajo que, al igual que Michael Faraday y otros muchos científicos, desarrollaron: Charles-Augustin de Coulomb, Hans Christian Ørsted, André - Marie Ampère, James Clerk Maxwell, Guglielmo Marconi, Graham Bell, Samuel Finley Breese Morse, Nikola Tesla y, sobre todo y ante todo, el hombre que a lo largo de su vida adulta patento más de mil doscientos inventos de los que, por brillar con luz propia, hay que destacar el dispositivo eléctrico que produce luz mediante el calentamiento de un filamento metálico, y cuyo correcto diseño «El que, tanto a Estados Unidos como a Europa, dio los perfiles tecnológicos del mundo contemporáneo», tal como afirmaría tiempo después, descubrió tras descubrir las 999 maneras de como no hacerlo.


Atraídos por la gran cosecha económica que podrían extraer del recientemente descubierto “campo electromagnético”, los hermanos EinsteinJakob y Hermannhundieron sus palas en el terreno delimitado por una "parte eléctrica" y una "parte magnética", operación esta que, al fin y a la postre, les dio motivos sobrados para, henchidos de felicidad y con los bolsillos llenos de cientos de billetes de Deutsche Mark, por su fortuna brindar haciendo chocar un par de jarras llenas de cerveza tan deliciosa como la que, bajo el cielo sobre Munich, entre los meses de septiembre y octubre, se sirve durante el transcurso de la Volksfest (fiesta popular) que en 2010 celebro su segundo siglo de vida, y que con motivo de su 75º cumpleaños se autoregalo el alumbrado eléctrico que le proporciono Elektrotechnische Fabrik J. Einstein & Cie, la empresa creada por los que, respectivamente, eran el tío y el padre de Albert Einstein, y que, entre el 16 de mayo y 19 de octubre de 1891, estuvo presente en el recinto francfortés donde se celebro la primera edición de die Internacionale Elektrotechnische Ausstellung (La Exposición Internacional Electrotécnica).


Fue precisamente Jakob Einstein el que, durante el verano de 1895, descubrió el gran potencial de su sobrino, el cual - durante una de las visitas que, para despejar la mente tras unas cuantas horas estudiando para los exámenes de ingreso en la Eidgenössische Technische Hochschule Zürich (Escuela Politécnica Federal de Tecnología de Zurich), realizaba a la fabrica creada por su tío – en un cuarto de hora era capaz de resolver los problemas que durante días habían mantenido en jaque a los técnicos que formaban parte del capital humano de Elektrotechnische Fabrik J. Einstein & Cie.



Fruto de la tormenta de ideas que se desencadeno durante las horas que Albert pasó tras los muros que albergaban la maquinaría con la cual los hermanos Einstein alimentaban a sus familias, en la mente del que en aquellos días era un adolescente de dieciséis años germino la semilla de la Teoría de la relatividad, circunstancia esta que provoco que escribiera su primer artículo científico, el cual se titulaba “Über die Untersuchung des Ätherzustandes im magnetischen Felde” (Una investigación sobre el estado del éter en un campo magnético), y que, en cierta medida, aludía a la que – tal como recordaría cincuenta años después en sus “Notas autobiograficas”fue su primera revelación física.


«…dicho principio resultó de una paradoja con la que había topado yo a los dieciséis años: si persigo un rayo de luz con la velocidad c (velocidad de la luz en el vacío) vería dicho rayo de luz como un campo electromagnético oscilante en el espacio y en reposo. Sin embargo, parece ser que tal cosa no existe, ni sobre la base de la experiencia ni según las ecuaciones de Maxwell. Desde un principio me pareció intuitivamente claro que, vista la situación desde la posición de un tal observador, todo tendría que ocurrir según las mismas leyes que para un observador que se hallara en reposo respeto a la tierra. Pues de otro modo, ¿cómo sabría, es decir, cómo sería capaz de determinar el primer observador que él mismo se encuentra en un estado de rápido movimiento uniforme? Vemos que en esta paradoja está contenido el germen de la teoría especial de la relatividad».


Si la pasión compartida por las andanzas del cobarde maestro de escuela que, al meterse dentro del traje de “Águila Roja”, se convierte en un héroe valiente, al fin y a la postre, provoco que los que fueron «Zwei spanichen Abenteuerliche unter dem Himmel über Bochum» (Dos aventureros españoles bajo el cielo sobre Bochum) acabarán unidos por una cadena cuyos eslabones fueron forjados con acero tan resistente como el salido de la aceria que, a finales del siglo XIX, por cortesía del impulso que le dio Friedrich Alfred Krupp, convirtió a Essen en el motor industrial de la Cuenca del río Ruhr (Renania del Norte-Westfalia), y actualmente, y nunca mejor dicho, da de comer (Essen) a cientos de miles de personas, en 1895, a seiscientos cuatro kilómetros de la ciudad germana donde la unión de Die Albert-Einstein-Schule Bochum y Das Gymnasium am Ostring dio como fruto Das Neue Gymnasium Bochum, la fascinación compartida por la cinética de gases fue lo que provoco que Albert Einstein y Mileva Marić fueran victimas de la reacción química desencadenada por lo que como "Hielo abrasador. Fuego helado. Herida que duele y no se siente" fue definido por el escritor que con la petición “Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja.” “Coja” llamo a la esposa del rey que, en la pequeña pantalla, se caso en primeras nupcias con la madre de Gonzalo de Montalvo.


Lo que, según esa genial pareja de escritores que eran Ortega y Gassett, es "una especie de imbecilidad transitoria, un estado de angostura mental, de angina psíquica", fue lo que, al fin y a la postre, provoco que Mileva Marić uniera su vida a «El que, el 9 de marzo de 1923, tras los muros de la Residencia de Estudiantes sita en Madrid, sobre la Teoría de la relatividad pontifico durante la conferencia que del alemán al español tradujo “El que, si viviera en la actualidad y fuera analista político, furor causaría en las redes sociales con su afirmación sobre lo que, según él, es “ser de izquierdas” o “ser de derechas”».


Mientras que “¿Quién es ese chico tan raro con el vas?” es lo que oyó de labios de su madre la muchacha en edad de merecer que en 1983 se lío con “el loco rockero barcelonés” que aún día mueve sus caderas al de son ritmo del garaje, “Ella es otro libro, como tu, y tú lo que necesitas es una mujer, cuando cumplas los treinta ella se habrá convertido en toda una bruja” fueron las palabras con las que Pauline alabo a la pareja sentimental del joven al que había dado la vida, y que, en un alarde de impertinencia por su parte, y tras constatar que sus padres consideraban que “la mujer” era un lujo que “el hombre” solo se podría permitir tras haber alcanzado una cómoda posición económica, afirmo que “la esposa” y “la prostituta” solo se diferencian en que la primera ha tenido la suerte de que el que es “su esposo”, gracias a sus buenas condiciones de vida, se pudo permitir firmar con ella un contrato para toda la vida.


Sin lugar a dudas “magistrales” es el adjetivo que se merecen las palabras con las que David Blanco Laserna resume las vivencias que, antes de haber cumplido la mayoría de edad, experimento «El que el 29 de Diciembre de 1894, por su cuenta y riesgo, salvo los 350 Km. que hay entre Munich y Milan para escapar del campo de prisioneros que para él era Alemania»:


Como en la obertura de una ópera, a los diecisiete años Albert ya había puesto encima de la mesa los grandes temas de su vida: había escrito su primer artículo científico, había protagonizado un serio encontronazo con las autoridades (renuncio a la nacionalidad alemana para evitar que, cumplida la mayoría de edad, el Deutsches Heer lo reclamase para que, enrolado en él durante un tiempo, cumpliese con la patria), se había enamorado y desenamorado, y se había formulado una pregunta capaz de detonar una revolución científica: ¿Qué sucedería si persiguiera un rayo de luz?



Dignas de ser reproducidas totalmente son las líneas que el autor del libro hoy bloggeado dedica a resumir la evolución de la relación queteñida de romanticismo, y aderezada por la combinación de la pasión amorosa con el fervor por la cienciaunió a Albert y a «La que, con toda la razón, dijo de la madre de su esposo “Esta señora parece que se ha propuesto como meta en la vida no solo amargar cuanto pueda mi existencia, sino también la de su hijo”».


La cartas que Einstein le escribió entonces a Mileva giran como variaciones alrededor de dos temas igual de absorbentes: La Física y El Cariño. Venciendo no pocas dificultades, hicieron realidad su sueño. Mileva dio a luz una hija semiclandestina (Lieserl) en Novi Sadciudad que en aquellos días pertenecía a Hungría, y que actualmente es la capital de la Provincia Autónoma de Vojvodina (Serbia) – que Einstein nunca llegó a conocer, se casaron en 1903 en una boda a la que no acudió ningún familiar, tuvieron dos hijos más - Hans Albert (1904 –1973) y Eduard "Tete" (1910-1965) - sufrieron la erosión de la convivencia en una situación económica muy precaria, interpretaron una sinfonía de celos y reproches, y acabaron en una guerra soterrada y con los hijos convertidos en arma arrojadiza. Su idilio despunto como una comedia romántica y derivó en un drama matrimonial. Una historia que no llamaría la atención de nadie si uno de los cónyuges no hubiera sido elegido por votación popular como uno de los iconos del Siglo XX.



Si bien Albert Einstein dedico elogiosos halagos a Amalie Emmy Noether – la matemática bavara nacida en Erlangen que destaco por sus investigaciones vinculados con los campos de la física teórica y el álgebra abstracta, y cuya existencia, al igual que la del físico mencionado anteriormente, ha sido analizada por David Blanco Lasernaa la hora de evaluar el trabajo desarrollado por Mileva no fue precisamente muy generoso «El que revolucionó al mundo al postular la Teoría de la Relatividad Especial en un artículo científico que firmo en 1905, y al que título Zur Elektrodynamik bewegter Körper (Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento)».


El comportamiento gracias al cual hoy en día Einstein habría visto su Twitter lleno de “alabanzas” tan cariñosas como las que recientemente cosecho el que hasta hace unos meses fue el Ministro de Agricultura del Reino de España, hasta bien avanzado el Siglo XX, por desgracia para las mujeres de ciencia, tal como se extrae de la lectura del siguiente párrafo, era la tónica habitual:



Las científicas se han visto maltratadas a lo largo y ancho de los siglos por su mera condición de mujeres, y sus contribuciones oscurecidas de un modo sistemático, cuando no usurpadas sin el menor reparo. Las afrentas sufridas por actitudes condescendientes y paternalistas de maestros o compañeros de investigación llenarían los volúmenes de una biblioteca consagrada a la infamia. Afrentas que, por supuesto, no se detenían en el umbral del matrimonio. Al matemático británico William Young (1863 - 1942), por ejemplo, no parecía atormentarle la idea de mantener en la sombra a su esposa y también matemática Grace Chisholm (1868 - 1944): “Lo cierto es que ambos deberíamos firmar nuestros artículos, pero si así fuera ninguno de los dos se vería beneficiado. No. Para mi los laureles ahora, y el conocimiento. Para ti, solo el conocimiento. En la actualidad no puedes desarrollar una carrera pública. Yo puedo y lo hago”.



A pesar de que llego a atravesar estrecheces económicas que incluso le hicieron contemplar la posibilidad de emplearse en una compañía de seguros, Albert Einsteincomo si quisiera demostrar con su ejemplo que, tal como bien él mismo apunto, la voluntad es una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómicase mantuvo sobre la cuerda floja, y siguió desarrollando sus investigaciones científicas mientras era atormentado por la desazón que su incierto futuro profesional provocaba al matrimonio que había dado La Vida a él, y a la destinataria de la carta en la que, entre otras, podían leerse las siguientes palabras:


No supongo más que una carga para mis parientes. Seguramente lo mejor para ellos sería que yo no existiera. Solo la idea de que siempre he hecho cuanto me han permitido mis escasas fuerzas y que vivo año tras año sin concederme un placer, una diversión, salvo los proporcionados por mis estudios, me permite continuar y a veces me protege de la desesperación.


Cien años antes de que – bajo “El Cielo sobre Berlín”, y con motivo de la celebración del Año mundial de La Física (2005) – una reproducción a gran escala de ella pudiera ser vista por aquellos que fueron en busca de los tesoros culturales que alberga en sus entrañas Die Museumsinsel (La Isla de los museos), la que, al fin y a la postre, se ha convertido en la ecuación más famosa de la historia fue la respuesta que a la pregunta retórica “¿Depende la inercia de un cuerpo de su energía?” dio «El dueño de los labios que pronunciaron la frase “El genio se hace con un 1% de talento, y un 99% de trabajo”, y que, por tener un IQ (Intelligenz - Quotient / Cociente Intelectual) superior a 140, fue calificado como “Genio” atendiendo al método clasificatorio que el psicólogo berlinés Wilhelm Louis Stern, en 1912, elaboro para clasificar a los niños que, supervisados por él, realizaron los test de inteligencia desarrollados por Alfred Binet y Théodore Simon a principios del siglo XX».


Fue en 1906 cuando una carta contenida en un sobre franqueado en Berlín, y en el cual se podía leer que el remitente era Max Planck, cambio para siempre la suerte del autor de la ecuación de la quetal como muy didácticamente nos explica David Blanco Lasernase deduce que si anualmente el consumo energético de un país de 40 millones de habitantes rondara las 140 millones de toneladas equivalentes de petróleo este podría ser perfectamente satisfecho si 65,30 Kg. fuera el peso de todas y cada una de las 40 millones de personas que viven dentro de sus fronteras.


El echo de que el físico más importante de Alemania se hubiera fijado en el trabajo de Albert, sin lugar a dudas, habría llenado de orgullo y satisfacción a Hermann si, cuatro años antes, por culpa de las preocupaciones derivadas de las bancarrotas que sufrió la empresa que dirigía junto a su hermano Jakob, un infarto no hubiera provocado que dejara de latir ese corazón suyo en el que ocupaba un considerable espacio el cariño que tenia por su hijo, y que, entre otras cosas, le llevo a escribir una emotiva carta al químico Wilhelm Ostwald:



(Albert Einstein) ha estado intentando, sin éxito, obtener una plaza de ayudante, que le permita continuar su educación en Física teórica y experimental. Mi hijo es, por tanto, profundamente infeliz al no contar en la actualidad con un puesto y su idea de que se halla fuera de órbita hace que se sienta cada día más arrinconado. Además, le oprime el pensamiento de que supone una carga para nosotros, gente de medios modestos.


Mientras la carrera profesional de Albert ascendía hasta límites insospechados, hasta las profundidades más oscuras se hundía su matrimonio junto a «La matemática austrohúngara nacida en Titel que, llegada la hora de explicar como ella y su marido se enfrentaron juntos a los duros tiempos que ambos vivieron en Berna (Suiza) - en la lengua materna de “El físico y matemático nacido en Erlangen que, tras dOhminar las corrientes eléctricas, postulo la ley que yo me aprendí gracias a la regla mnemotécnica IR = Venir – afirmo: Die beiden bilden ein Stein (Los dos formamos una piedra).


Y es que, en torno a 1912, tras diez años de vida en común, las continuas ausencias de Albert provocaron que se fuera marchitando el inicial cariño que por él sentía la que, en una carta destinada a su buena amiga Helene Savić, a esta última su desaliento y su tristeza le confeso valiéndose de las siguientes palabras: (Albert) trabaja sin cesar en sus problemas; se puede decir que solo vive para ellos. Debo confesarte, con un poco de vergüenza, que, sus hijos y yo, no le importamos y que ocupamos un segundo lugar para él.

Sin lugar a dudas, a lo anteriormente expuesto no ayudaba mucho la retórica del desapego que cultivaba el que con cincuenta años firmo el ensayo titulado “El mundo como yo lo veo”, y del cual, para dar consistencia a lo anteriormente indicado, el autor del libro hoy bloggeado ha extraído el siguiente fragmento:


Mi apasionado sentido de la justicia social y de la responsabilidad civil siempre contrasto de modo singular con una pronunciada ausencia de necesidad del contacto directo con otras personas y comunidades humanas. En verdad soy un viajero solitario y nunca he entregado del todo mi corazón a mi país, a mi hogar, a mis amigos o incluso a mi círculo familiar más intimo.


Aunque, leído lo leído, se pueda afirmar que en el corazón de Einstein solo había lugar para La Ciencia, lo cierto es que, tal como nos indica «El que se metió en la gabardina y la piel de “El detective ausente”», hay sobradas pruebas de que lo que realmente ocurrió es que Albert, en detrimento de la que aún era su esposa, su cariño entrego a su prima, Elsa Einstein, la cual seguramente habría llamado "mentiroso" a Albert si delante de ella, llegada la hora de autodefinirse, “En verdad soy un viajero solitario” hubieran sido las palabras utilizadas por el que le escribió la carta en la que, entre otras lindezas, sus ojos de mujer habían podido leer: necesito a alguien a quier amar, de otro modo la vida es triste. Y ese alguien es usted.


Llegado 1914, tras constatar que sería imposible estar casado con Mileva y, al mismo tiempo, disfrutar de una relación extremadamente agradable y hermosa con Elsa, se produjo el fatal acontecimiento que, dos años después, carta mediante, con suma amargura relato a una amiga de su mujer:


Para mi la separación de Mitsa (Mileva) era una cuestión de vida o muerte. Nuestra vida en común se había vuelto imposible, incluso deprimente, pero no podría decir por qué. Así que me he separado de mis hijos, a los que quiero tanto. En los dos años que llevamos separados los he visto dos veces. En la primavera pasada emprendí un pequeño viaje con Albert. Con profunda tristeza, he comprobado que mis hijos no comprenden mis actos, que alimentan una callada furia contra mí y he llegado a la conclusión de que, a pesar de que me duela, es mejor para ellos que su padre no vuelva a verlos.


Tras leer el duro párrafo anteriormente expuesto, puede llegarse a la conclusión de que centrarse en el trabajo, lo único que, según él, le daba sustancia a la vida, fue el arma que Albert empleo para soportar el dolor que le causo separarse de Hans Albert y de Eduard, el cual, al preguntar a su padre porque era tan famoso, de labios de «El que a los malos estudiantes recomendaría "Nunca consideres el estudio como una obligación sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber."» oyó:


Cuando un escarabajo ciego se arrastra sobre la superficie de una rama doblada, no se da cuenta de que el camino que recorre en realidad es una curva. Tuve la suerte de caer en la cuenta de lo que el escarabajo ignoraba.


Fue el 10 de diciembre de 1932 cuando, a bordo de un barco de vapor llamado Oakland y que periódicamente realizaba la ruta Bremerhaven (Alemania) - New Jersey (EEUU), «El nacido en la ciudad germana en la que, el 14 de octubre de 1944, a consecuencia de un derrame cerebral, falleció Erwin Johannes Eugen Rommel» escapo del cruel, doloroso y sangriento destino hasta el que, como si fueran ovejas rumbo al matadero, a los alemanes guío el austriaco nacido en Braunau am Inn que, espoleado por la extraordinaria victoria electoral gracias a la cual el 30 de enero de 1933 se convirtió en Reichskanzler, el 1 de septiembre de 1939, dio la orden de que comenzara la operación militar cuyo nombre en clave era Fall Weiss (Caso Blanco), y que, al fin y a la postre, puso los cimientos del gran imperio que quería construir sobre la tierra quemada que dejo tras de si la poderosa maquinaría militar que tuvo a su servicio, y entre la que destaco el Deutsches Afrikakorps, la unidad de élite que, entre 1941 y 1943, en el Norte de África obtuvo brillantes victorias militares gracias a las grandes habilidades estratégicas del Generalfeldmarschall (Mariscal de campo) mencionado anteriormente, y al que los hombres a los que tan bien guío en el campo de batalla apodaron Der Wüstenfuchs (El Zorro del Desierto).


Dado que, a pesar de ser un hombre entregado en cuerpo y alma a La Ciencia, nada de lo humano le era ajeno a Einstein, este último, seguramente guiado por el dolor y la decepción provocada por el comportamiento de sus congeneres, escribió un artículo en el que con gran precisión disecciono las entrañas de las bestias pardas fanatizadas por las soflamas racistas del líder del NSDAP (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei / Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán).


Para la camarilla nazi los judíos no son sólo un medio que desvía el resentimiento que el pueblo experimenta contra sus opresores; ven también en los judíos un elemento inadaptable que no puede ser llevado a aceptar un dogma sin crítica, y que en consecuencia amenaza su autoridad – por el tiempo que tal dogma exista – con motivo de su empeño en esclarecer a las masas.



La prueba de que este problema toca el fondo de la cuestión la proporciona la solemne ceremonia de la quema de libros, ofrecida como espectáculo por el régimen nazi poco tiempo después de adueñarse del poder.



El echo de que en cierta ocasión Albert Einstein afirmase "En la Cuarta Guerra Mundial se usarán palos y piedras", deja constancia de su certeza de que si el avance de la ciencia se pusiese al servicio del patriotismo miope e interesado de cada estado, estallaría una guerra tan devastadora que, a parte de garantizar que no volvería a haber otra igual, provocaría que la Edad de piedra regresara La Civilización que el 12 de abril de 1961 consiguió que La Tierra fuera contemplada desde el espacio exterior por Yuri Alekséyevich Gagarin, el cosmonauta ruso que, tras superar un duro entrenamiento, entro en La Historia mientras al mismo tiempo que el eco de su grito - “¡Poyejali!” (¡Vámonos!) – se apagaba se encendían las toneladas de queroseno que impulsaron al Vostok 3KA – 3, el cohete espacial que fue llamado Kedr (cedro o pino siberiano) durante el viaje realizado por El nacido en Klúshino, y que bien podría decirse que fue un pariente lejano de aquel a bordo del cual en “El planeta de los simios” aterrizo «El astronauta estadounidense que, ante la atenta mirada de los amantes del clásico de la ciencia – ficción dirigido en 1968 por Franklin Schaffner, con las rodillas hincadas en la arena y sus ojos clavados en La Estatua de La Libertad, maldijo a los maniacos que fueron culpables de que los dos minutos que hay entre las 23,58 h. y La Medianoche fueran recorridos por las manecillas de El Reloj del Juicio Final que, desde el año 1947, ocupa una sala de la Universidad de Chicago».



Con la esperanza de que sirviera de algo para evitar que no se produjera El Holocausto Nuclear, Einstein, un día de 1939 firmo una carta que advertía del destructivo potencial de una eventual bomba atómica, y cuyo destinatario fue Franklin D. Roosvelt, el trigesimo segundo Presidente del país que a dos minutos de las cero horas puso El Reloj del Juicio Final cuando, a las 7:15 h. del 1 de noviembre de 1952, sobre la superficie de ese atolón de las Islas Marshall llamado Enewetak, libero bestialmente los 10,4 megatones que en su interior albergaba la bomba de hidrogeno bautizada con el nombre Ivy Mike, y cuyo poder de destrucción era 650 veces superior al de Little Boy (16 kilotones) y Fat Man (25 kilotones), el par de bombas atómicas que, respectivamente, arrasaron Hiroshima (6 de agosto de 1945) y Nagasaki (9 de agosto de 1945), y que fueron los siniestros hijos de los “Creadores de sombras” liderados por Julius Robert Oppenheimer, el físico judío estadounidense al que «El mundialmente famoso durante la década de los 80 por ser el que tenia la cabeza llena de pájaros a consecuencia del trauma psicológico sufrido durante la guerra en la que, pilotando un pájaro de acero, llevo a cabo peligrosas misiones de combate» encarno en la película en la que se muestra como el que lidero a los cientificos que intervinieron en el denominado Proyecto Manhattan tuvo sus más y sus menos con el tenaz e inflexible general en cuya piel y uniforme se metió El Galán Indomable que 1963 dio vida a un mujeriego escritor que, en plena Guerra Fría, con objeto de recoger el premio que, por la calidad de su obra literaria, le había otorgado la Fundación creada para cumplir la última voluntad del inventor de la dinamita, camino bajo el cielo sobre la ciudad sueca en la que, en 1921, “por sus aportaciones a la física teórica y, especialmente, por el descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico”, Albert Einstein se convirtió en el vigésimo ganador del Premio Nobel de Física.


Dado que, tal como cantan Los sultanes del rock – patrio, “Todo tiene su fin”, «La Dama de La Guadaña que tiene la virtud de igualar a los genios y a los tontos», el 18 de Abril de 1955, las puertas del Hospital Universitario de Princeton cogido de la mano se llevo al anciano de 76 años que, antes de morir, al oído de una desconcertada enfermera del turno de noche, unas palabras en alemán susurro valiéndose de la voz con la que a su amigo Gerhard Fankhauser le dio su opinión sobre «La que, al fin y a la postre, privo a La Humanidad de «El modesto y distraído sabio que, durante sus últimos años de vida, su fama puso al servicio de causas que una gran mayoría consideraba tan justas como perdidas»»:



Para alguien que ha sido vencido por la edad, La Muerte vendrá como una liberación. Es algo que siento con intensidad, ahora que yo mismo he envejecido y he terminado por considerar La Muerte como una vieja deuda, que al final hay que pagar.


En resumen: En estos días en los que, en mayor o menor medida, todos necesitamos un referente que nos marque el camino que nos aleje del abismo que, de tanto mirarlo, ha acabado mirando dentro de nosotros, sin lugar dudas, es un ejemplo a seguir ese genio de pelo alborotado que, mientras explotaba sus virtudes y hacia frente a los problemas derivados de sus defectos, a parte de constatar que la creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura, dijo una frase que, hoy más que nunca, bien merecería que, con la tinta negra con la que la ecuación E = mc^2 es tatuada en los bíceps de los freaks científicos, nos tatuáramos aquellos que, si volviéramos a nacer, nos gustaría hacerlo siendo tan inteligentes como una piedra (ein Stein):


Es en la crisis cuando nacen la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar "superado".